Mi amistad está sobre ti como
una madre
sobre su pequeño que sueña con cuchillos.
No te pondré otra venda que
la que está raída
alrededor de mi cuerpo, no te pondré otro
aceite
que el que descansa dentro de mis ojos.
Ciertamente es una historia
horrible el silencio
pero hay una salud que sucede a la
desesperación.
Antonio GAMONEDA:
“Descripción de la mentira”.
Antología poética. Madrid: Alianza, 2008, 129.
¿Cómo cambiar las
suertes o destino de la etnocultura matrisocial?
En el subterráneo de
la cultura matrisocial se consiguen tesoros de solidaridad, pero también cavernas
de individualismo rancio. En esta ocasión se ha dirigido la mirada desde la
cultura (matrisocial) y no desde lo psicológico o emocional, Y dicha mirada se
ha dirigido a los comportamientos sociales en que se expresa la cultura El
objetivo ha sido observar cómo el
trabajo de lo etnocultural en torno a las relaciones sociales y su organización
como proyecto social, indica un criterio largo pero de refinamiento del
análisis. Pues se ha trabajado con el ethos o modelo cultural, en este caso
matrisocial. No nos hemos referido a la convivencia social comunitaria, sino a
un proyecto social que otorga ventajas y garantías en la vida social si
realmente se acude a cooperar en él para hacer las cosas juntos. Aquí debe
operar la inteligencia creadora que instaure instituciones, contenedoras de los
acuerdos sociales. No es posible, sino con mucha dificultad para la
inteligencia humana, operar con los soportes de un complejo matrisocial, de un
individualismo gregario y un personalismo arbitrario, productos del
consentimiento materno que aboga y concede privilegios sociales. Con estos
soportes matrisociales, las relaciones sociales (salirse cada uno con la suya)
no puede elaborarse una cultura política,
por lo que no se sabe la política que debe hacerse para impulsar una cultura de
las relaciones sociales.
Si Freud tuvo como
referencia a una sociedad patriarcal, es decir, donde el padre es la figura
dominadora y todopoderosa, hay que preguntarse si hubiera mirado a la sociedad
matriarcal venezolana. No le hubiera quedado más remedio que encontrarse con la
figura dominadora y todopoderosa de la madre, es decir, de la abuela. Cuando
los autores de la Escuela
de Frankfurt en Alemania, desarrollando el pensamiento de Freud, se preguntaron
sobre la experiencia nazi caracterizada
por un líder dominador y todopoderoso, miraron a la figura del padre de la que
los hijos debían liberarse. Y se abocaron a su investigación sobre “Autoridad y
Familia” para acceder al tipo de autoritarismo del que las sociedades, por su
parte, debían liberarse.
La forma de ser de
la familia en una sociedad tiene consecuencias cruciales en la marcha de ésta.
Si se vive la familia como una cosa natural como en Venezuela se tiene a una
familia unida y feliz; pero la sociedad y el cambio social se encuentran
clausurados. Nuestro interés final es mostrar cómo la familia venezolana se
debe hacer social, si quiere cambiar su destino natural o encantado. Es
necesario diseñar formas de cambio y cómo se debieran jugar de nuevo las reglas
en la familia en cuanto debe ser una institución que viaje apuntando el camino
de la sociedad. Es decir, se trata de cambiar una experiencia de la familia
natural por la de una familia social. Pues la primera si se encierra en sí
misma resulta una institución antisocial, cuando lo positivo como el gran valor
humano es obtener de ella una institución social.
Tal como hemos
analizado, la matrisocialidad está estacionada en el viaje de disfrute que no
le permite avanzar hacia la sociedad, de suerte que muchas veces se niega al
viaje porque dice que da mucho trabajo o es muy costoso. Pero sabemos que si no se pone en camino, los
costos que va a pagar en términos sociales son infinitamente más grandes, porque
sus afanes terminan siempre en pura pérdida social, es decir, en miserias, despilfarros,
hambres, muertes, inseguridades, enfermedades, pérdidas de ilusiones,
depresiones. El apetecible descanso bajo la sombra del samán, árbol de ancha e
intensa sombra en medio del calor tropical, se convierte en un espejismo, se
niega a la realidad exterior por ausencia de trabajo sobre ella.
En Venezuela debe
proyectarse otra forma o modo de ser de la familia. A la figura de la madre,
como figura todopoderosa y excesiva, deben colocársele unos límites. Esos
límites tienen que ver con una movida de las piezas claves, así como se avanza
el juego poderosamente en el juego de ajedrez. Dichas piezas se refieren a las figuras
del padre, de los cónyuges, y de la mujer encantadora. La razón de esta movida
de piezas debe ser dar jaques parciales en la forma de mates, a la figura de la
reina madre, que es la que ocupa el puesto de rey. Sólo existe en este juego la
reina a la vez gobernanta. El objetivo es que su resultado conduzca a la
liberación del hijo. Así se crearían las condiciones del rompimiento del complejo
de dependencia entre madre e hijo, como origen radical del problema familiar y
social en Venezuela. El hijo tiene que crecer emocional y culturalmente para
que madure como hombre social. En dicha liberación, tiene lugar una profunda y
vital rebelión del hijo contra la madre, que es la suprema independencia del
ser humano frente a la naturaleza maternal, como meta de su inicial crecimiento
a la adultez. Es lo que se llama completar el proceso del Edipo y así
solucionar su complejo en que está varado, como un barco entre las cañas del
río, desde que nació del vientre. Es una rebelión que el hijo no puede llevarla
a cabo por sí mismo y, menos solo y desde el interior de las entrañas tan
poderosas y llenas de pánico. Necesita unos aliados exteriores, aunque cercanos
al sitio de la rebelión o que se acerquen a ella, que es como acercarse a la
boca del lobo.
El espacio exterior a
la figura maternal supone y significa un escenario de figuras sociales, es
decir, que en sí presentan las condiciones de la emergencia de lo social. Por
lo tanto favorecen la posibilidad de liberar a las figuras producidas en el
espacio interior, es decir, el representado por la madre y las figuras producidas
en las entrañas maternales, los hijos.
La figura del padre desarrolla
el papel que debe cumplir una figura protectora, que se acerca desde el
exterior para incorporarse al grupo íntimo de la madre y el hijo.
Sociológicamente lo protege de los peligros exteriores, pero también lo hace
respecto a los peligros interiores, generados por la energía femenina de la
madre. El padre es una figura nutricia (alimenta) y hace propicia las
condiciones de la madurez psicológicas y culturales de las figuras protegidas.
Así la hembra madura como madre y el hijo abandona la figura natural del macho
para madurar socialmente como padre. Este proceso de figura protectora y de
fuerza emocional y cultural que ayuda a madurar las figuras naturales de los
hijos y también las relaciones sociales de ellos, es lo que identifica a la
autoridad. La autoridad es una guía para el crecimiento personal y social, que
donde existe es una señal de libertad. Se opone al autoritarismo que constituye
una imposición, definida por el machismo. La autoridad es hacer crecer desde
fuera al otro, se asemeja a la educación que significa guiar desde fuera: el
profesor guía al alumno desde fuera para propiciarle a que éste madure y crezca
en sabiduría y personalidad.
La conducción desde
fuera y no desde dentro hace que la figura de autoridad apropiada sea la figura
del padre. Las madres saben que ellas no tienen esa capacidad exterior, por eso
la autoridad de la madre está tan teñida de emocionalidad, y siempre
encomiendan al padre dicha meta, aunque ellas no sepan hacerlo bien y usen la
figura del padre como amenaza con los hijos, convirtiendo al padre en un ogro,
según la literatura antropológica. Sin embargo, el padre debe aprovechar esta
oportunidad para hacer valer su autoridad aún en asuntos que se refieren al
niño pequeño, como evitar que el niño duerma en la cama con sus padres, y que
después se le saque con su cuna fuera de la habitación de los padres. En esta
tarea, como en otras, el padre debe saber, y lo
sabe en Venezuela, que se está metiendo con el problema de una madre
consentidora.
La figura conyugal
cumple el papel de un contrato social, en este caso, matrimonial. Aunque puede
ser un contrato que implique alianzas entre grupos sociales, o entre las
familias del esposo y la esposa o enfatice el contrato entre dos personas como
son el esposo y la esposa, la realidad del contrato viene de fuera, es exterior
a la relación de madre e hijo, pasa más allá de la línea de padre. Por lo tanto
tiene la potencia mayor desde el mundo exterior para desbloquear relaciones
entrabadas muy duras como es la relación de madre e hijo. Positivamente,
propicia también que en la socialización no sólo que haga portar sino también
producir conyugalidad en el socializado. Esta fuerza exterior es un acicate
para la liberación filial. El hijo deja de estar “casado” con la madre para
volverse a su pareja auténtica de la mujer. Pertenece también a otra familia o
grupo exterior, debido a la alianza matrimonial. El despegue de la madre ya es
casi absoluto, pues este contrato de intercambio es la base u origen de la
sociedad, o la ocasión de inventarla. La mujer para llegar a ser esposa realmente
tiene que dejar a su cónyuge de tratarlo como un hijo. Si su papel es
destetarlo de su mamá no puede remplazar a ésta. El hombre para llegar a ser
esposo realmente debe darse su puesto de ser el principio de una nueva familia
y por lo tanto hacer que su cónyuge se independice de su mamá como una
subalterna familiar. Tendrá que soportar las críticas de la familia de ella
pero lo hará con conciencia de ser un grupo familiar independiente de la madre,
sea la madre de él o de ella.
La figura de la
mujer encantadora tiene un papel a cumplir opuesto a la figura de la hembra.
Pero sigue siendo exterior al hombre, aunque al final le penetra, se introduce
en el interior de éste, y empuja la liberación profundamente desde dentro. Su
línea comienza más allá de la conyugalidad, pero se acerca por otros contornos
distintos a los del padre, que se mete dentro del inconsciente personalísimo
del hombre. Desde otra dinámica podemos referirlo al hombre encantador con
respecto a la mujer. Importa destacar aquí la diferencia con la hembra. Mientras
ésta cautiva al macho, pero no por amor sino por desahogo genital, la mujer
encantadora tiene el papel de liberación del hombre. Es una liberación del
hombre respecto a si mismo como macho, y respecto del embeleso femenino de las
hembras, conseguidas en la calle. Es la liberación por sublimidad, que permite
que el hombre se vea más allá de su egocentrismo sexualizante, y poder así
realizar la verdadera entrega de amor a la mujer amada, y ser correspondido por
ésta del mismo modo. Aquí ya no cabe el amor absoluto de madre, ni el
genitalizado de la hembra, ni la división malévola y simplista de la
matrisocialidad del hombre malo y sucio por oposición a la hembra siempre buena
y sin mancha.
Para dar madurez y
equilibrio a las relaciones familiares se supone la madurez y fuerza suficiente
en las tres figuras del padre, cónyuges y mujer encantadora. Serán unas de las
condiciones que permitirán a la familia venezolana salir de su estado gregario
maternalista. Las tres figuras serían la señal de que el hijo por fin
“abandona” a su madre para irse (casarse) con su mujer. Los cónyuges adquieran
una individuación adecuada para hacerse cargo de su responsabilidad en
instituirla como una familia social. Sin sobreprotección materna excesiva los
individuos pueden ver con claridad la realidad y tenerla siempre en cuenta como
principio de conducta. El equilibrio familiar permite una organización familiar
donde la interdependencia de padre y madre, padres e hijos, no propicie figuras
arbitrarias que siempre tienen en la mira salirse con la suya, sino todo lo
contrario, el de figuras solidarias que para solucionar sus problemas sienten
que deben hacerlo juntos.
También la
pediatría, la escuela, el mercado de trabajo migrante, las políticas del estado
pueden colaborar con decisiones sociales en el cambio de los sentidos de la
relación materno-filial, pero también en la relación marital, en la maduración
de la paternidad. El pediatra debe insistir en que la madre joven cumpla con lo
que le prescribe a costa aún de disgustar a la abuela (su madre materna). La
escuela, colegio, universidad, no deben consentir a sus alumnos, aún bajo la
forma del regaño, sino atreverse a formar a sus alumnos para su desempeño en la
sociedad como ciudadanos, pero ello será imposible cumplirlo si maestros y
maestras, profesores y profesoras se comportan como papás y mamás, es decir, en
consentidores y despreocupados por sus alumnos. Deben procurarlo a costa de ser
tenidos como insensibles y despiadados profesores...
La migración interna
en el país es una condición favorable, si se convierte en un instrumento político
para que la población joven que se mueve a las ciudades vaya rompiendo con sus
compromisos absolutos con la familia que quedó en el interior del país e iniciar
una vida completamente independiente, sin amarras de la tiranía maternal que le
obliga a reportarse cotidianamente. El estado puede también mover a la
población joven con su política del servicio militar y del destino de sus
jóvenes funcionarios. Cuando el joven experimente que puede vivir sin la
presencia y preocupación permanente de la madre en torno a él, sentirá su
independencia respecto de la presencia y control afectivo de su madre. Sin
embargo, la tecnología moderna del teléfono y del celular se presenta como un
inconveniente, pues es el motivo que obliga al joven a tener que comunicarse
casi todos los días con su mamá, y no poder justificarse de sentir que no la
quiere, bajo la expectativa de que así se lo recriminará su mamá. Pero el
soldadito que no tiene recursos y que está muy lejos para que le visite todas
las semanas su mamá, estará en mejores condiciones para independizarse existencialmente
de ella y operar su ruptura emocional con sentido.
Finalmente una
política del estado que imponga obligaciones al juego de las relaciones
matrimoniales, hará que estas relaciones tengan que tenerse en cuenta
mutuamente, de suerte que las relaciones maritales se vayan asumiendo con
responsabilidad de conyugalidad. Lo mismo debe ocurrir con las relaciones de la
paternidad: el estado debe comprometer al padre biológico en todos los
problemas que atañen a los hijos, para que vaya asumiendo los asuntos sociales
asociados con la paternidad. Una de ellas es propiciar en él su papel de
autoridad, y, por lo tanto, de figura que debe guiar a los hijos en los
problemas de su vida. De autoridad quiere decir no de un simple compañero,
siendo la autoridad la gran protectora que propicia la madurez del hijo. Papel
de autoridad que no puede desempeñar un simple compañero de la vida. Brevemente,
en la familia venezolana debe jugarse de nuevo el modo de ser de sus figuras
familiares para que dicha institución etnocultural sea un soporte más adecuado
en la crianza de sus hijos para que éstos se preparen mejor con relación a las
exigencias que les hace la sociedad actual. Es bueno aspirar a conseguir
mejores instrumentos sociales, como los de la familia, para también mejor
encarar y solucionar los asuntos sociales que piden hacer las cosas juntos, que
suelen ser, además, las grandes obras de la sociedad.
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Samuel Hurtado S.: "Coda o Cambiar de caballo al final de la carrera". En Elogios y Miserias de la Familia en Venezuela, Caracas: La Espada Rota, 2011.
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