Libre de la memoria y de la
esperanza,
ilimitado, abstracto, casi
futuro,
el muerto no es un muerto: es la
muerte.
Como el Dios de los místicos,
de Quien deben negarse todos los
predicados,
el muerto ubicuamente ajeno
no es sino la perdición y
ausencia del mundo.
Todo se lo robamos,
no le dejamos ni un color ni una
sílaba:
aquí está el patio que ya no
comparten sus ojos,
allí la acera donde acechó su
esperanza.
Hasta lo que pensamos podría
estar pensando él también;
nos hemos repartido como
ladrones
el caudal de las noches y los
días.
Jorge Luis BORGES:
“Remordimiento por cualquier muerte”.
En Obras Completas, tomo I, p. 33.
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