C O R I F E O
(yo argumento)
Siempre se cuenta la
historia con cierta ficción, margen simbólico que aprovechan los hombres para
dar a entender que se comportan como creadores, aun repitan el sentido de su
acción en el tiempo. Todo porque se quiera o no, el mundo se mueve
permanentemente produciendo una tensión sin la que no hay fuerza ni creación
posibles. Se entiende la fuerza como una imposición orientada a una coacción
cerrada; su signo es el control represivo mediante las instituciones sociales.
En cambio, la creación se dirige hacia un impulso abierto y libre. Hay, pues,
una violencia que termina en agresión, y una violencia cuyo resultado es un
trabajo de resistencia. La agresión tiene como objeto el sometimiento del otro;
la resistencia busca la salvación de uno mismo que sólo es posible si se abre a
la liberación del contrario que puede ser
tu mismo opresor.
Si lo que nos importa ahora
es la libertad, debe originarse una violencia de resistencia que se dirija
contra la fuerza opresora. Es una resistencia cuyo poder ponga en jaque de
destrucción las cadenas reductoras como preludio de la regeneración colectiva.
La vuelta a la revisión de los principios creadores (los derechos),
pretendiendo autenticar los poderes con los que la sociedad nos ofrece las
garantías de acción, no es posible lograr éstas sólo con la persuasión si no se
recurre a la resistencia como arma de la libertad.
Este es un proceso de
resistencia que necesita anclarse en un mito trascendente a las distancias en
que se colocan los pensamientos de los diversos grupos, distancias que
performan las enemistades de las acciones ¿Por cuánto tiempo tendremos que
sufrir las extrañezas que nos enajenan mutuamente como grupos sociales
enfrentados? ¿Podemos intentar la reconciliación presagiando un fracaso, como
el de dos mundos de culturas antípodas tales como Occidente y Oriente? Al final
de A Passage to India de E. M.
Foster, que cita Said en Orientalismo (2013,
325), sucede tal fatalidad del desentendimiento inscrita en una retórica mitificada:
-¿Por qué ahora no podemos ser amigos?
-dijo el otro, sujetándolo afectuosamente-. Es lo que yo quiero. Es lo que tú
quieres.
Sin embargo, los caballos no lo querían: se apartaron bruscamente; la
tierra no lo quería, y enviaba rocas junto a las cuales los jinetes tenían que
pasar en fila india; los templos, el estanque, la cárcel, el palacio, los
pájaros, los animales muertos y el Pabellón de los Huéspedes, que aparecieron
al salir ellos del desfiladero y ver Mau a sus pies: ellos tampoco lo querían,
y lo dijeron con sus cien voces: "No, todavía no"; y el cielo dijo: "No, ahí, no".
Para superar esta fatalidad en la actual Venezuela, se requiere un
tope de violencia interior, subjetiva, aparecida a la que pide Jesús el Cristo a
sus fieles para conseguir con arrebato el reino de Dios. Hay que hacerse
violencia de alma para adquirir la resistencia en la ejercitación del sentido
de lo que se está haciendo. El resultado de esta tensión (positiva) por parte
de una minoría activa (Moscovici),
implica el desencadenamiento y propalación (sic) de un contrapoder que se
exprese en una resistencia colectiva total. Un contrapoder, como todo poder,
requiere, para su funcionamiento, de un mito como matriz de sentido, y este
ámbito simbólico supone crear una nueva imagen de acción, así como una vivencia
de poética social.
No se trata ahora de disipar
las diferencias entre contrarios, ni de destruir el abismo sino de salvarlo. La
presión de las resistencias conduce a que las diferencias no deben significar
hostilidades; es menester licuar las esencias congeladas que para sí cada
contrario se ha construido. La energía resistencial tiene que procurar que se
rompa el maniqueísmo de grupo bueno y grupo malo, y positivamente revisar y
comunicar experiencias sociales comunes. Aunque las animosidades y las
desigualdades persistan, la resistencia genera la posibilidad de una plataforma
de aceptación general en referencia a que las desigualdades no representan un
orden eterno, sino experiencias históricas que siempre tienen un tiempo con su
propio final.
Este argumento se declara beligerante
en la tensión de resistencia, mientras existan las hostilidades de agresión,
objeto de la resistencia. Entretanto, con este argumento se alza también una
bandera, la de la paz, aunque sea con
vergüenza, tal como lo reseña el poeta de León (España). En el poema se indican
la acción posible dentro de la desmemoria del país, la pureza y las formas de
la patria, la paz que termina por revestirse de vergüenza en su oferta:
El otoño se expresa en pájaros invisibles ¿Qué harías
tú si tu memoria estuviera llena de olvido, qué
harías tú en un país al que no querías llegar?
Pesan las máscaras de la pureza, pesan los
paños
sobre las formas de la patria.
La vergüenza es la paz. Yo acudiré con mi
vergüenza.
Antonio
GAMONEDA: “Descripción de la mentira” (fragmento). En Antología Poética, Alianza,
Madrid, 2008, 140.
La resistencia intensamente se coloca hasta en su última frontera, la
vergüenza, con el fin de viabilizar una reorientación sustentable de país.
Siempre es posible la edificación de la confianza, posibles los sueños de la
libertad en avanzada reluciente, posibles la imaginación y la cultura que,
mediante ese soñar despierto, se requieren para dar con la capacidad de lo
social. Veamos, en el siguiente cuadro del blog, la clave interpretativa de lo onírico en su afán terapéutico por
ayudar a la pulsión de resistencia.
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