jueves, 1 de mayo de 2014

ARGUMENTO DE RESISTENCIA Y VERGÜENZA


 C O R I F E O
   (yo argumento)
 Siempre se cuenta la historia con cierta ficción, margen simbólico que aprovechan los hombres para dar a entender que se comportan como creadores, aun repitan el sentido de su acción en el tiempo. Todo porque se quiera o no, el mundo se mueve permanentemente produciendo una tensión sin la que no hay fuerza ni creación posibles. Se entiende la fuerza como una imposición orientada a una coacción cerrada; su signo es el control represivo mediante las instituciones sociales. En cambio, la creación se dirige hacia un impulso abierto y libre. Hay, pues, una violencia que termina en agresión, y una violencia cuyo resultado es un trabajo de resistencia. La agresión tiene como objeto el sometimiento del otro; la resistencia busca la salvación de uno mismo que sólo es posible si se abre a la liberación del contrario que puede ser tu mismo opresor.
Si lo que nos importa ahora es la libertad, debe originarse una violencia de resistencia que se dirija contra la fuerza opresora. Es una resistencia cuyo poder ponga en jaque de destrucción las cadenas reductoras como preludio de la regeneración colectiva. La vuelta a la revisión de los principios creadores (los derechos), pretendiendo autenticar los poderes con los que la sociedad nos ofrece las garantías de acción, no es posible lograr éstas sólo con la persuasión si no se recurre a la resistencia como arma de la libertad.
Este es un proceso de resistencia que necesita anclarse en un mito trascendente a las distancias en que se colocan los pensamientos de los diversos grupos, distancias que performan las enemistades de las acciones ¿Por cuánto tiempo tendremos que sufrir las extrañezas que nos enajenan mutuamente como grupos sociales enfrentados? ¿Podemos intentar la reconciliación presagiando un fracaso, como el de dos mundos de culturas antípodas tales como Occidente y Oriente? Al final de A Passage to India de E. M. Foster, que cita Said en Orientalismo (2013, 325), sucede tal fatalidad del desentendimiento inscrita en una retórica mitificada:

-¿Por qué ahora no podemos ser amigos? -dijo el otro, sujetándolo afectuosamente-. Es lo que yo quiero. Es lo que tú quieres.
     Sin embargo, los caballos no lo querían: se apartaron bruscamente; la tierra no lo quería, y enviaba rocas junto a las cuales los jinetes tenían que pasar en fila india; los templos, el estanque, la cárcel, el palacio, los pájaros, los animales muertos y el Pabellón de los Huéspedes, que aparecieron al salir ellos del desfiladero y ver Mau a sus pies: ellos tampoco lo querían, y lo dijeron con sus cien voces: "No, todavía no"; y el cielo dijo: "No, ahí, no".

Para superar esta fatalidad en la actual Venezuela, se requiere un tope de violencia interior, subjetiva, aparecida a la que pide Jesús el Cristo a sus fieles para conseguir con arrebato el reino de Dios. Hay que hacerse violencia de alma para adquirir la resistencia en la ejercitación del sentido de lo que se está haciendo. El resultado de esta tensión (positiva) por parte de una minoría activa (Moscovici), implica el desencadenamiento y propalación (sic) de un contrapoder que se exprese en una resistencia colectiva total. Un contrapoder, como todo poder, requiere, para su funcionamiento, de un mito como matriz de sentido, y este ámbito simbólico supone crear una nueva imagen de acción, así como una vivencia de poética social.
No se trata ahora de disipar las diferencias entre contrarios, ni de destruir el abismo sino de salvarlo. La presión de las resistencias conduce a que las diferencias no deben significar hostilidades; es menester licuar las esencias congeladas que para sí cada contrario se ha construido. La energía resistencial tiene que procurar que se rompa el maniqueísmo de grupo bueno y grupo malo, y positivamente revisar y comunicar experiencias sociales comunes. Aunque las animosidades y las desigualdades persistan, la resistencia genera la posibilidad de una plataforma de aceptación general en referencia a que las desigualdades no representan un orden eterno, sino experiencias históricas que siempre tienen un tiempo con su propio final.
Este argumento se declara beligerante en la tensión de resistencia, mientras existan las hostilidades de agresión, objeto de la resistencia. Entretanto, con este argumento se alza también una bandera, la de la paz, aunque sea  con vergüenza, tal como lo reseña el poeta de León (España). En el poema se indican la acción posible dentro de la desmemoria del país, la pureza y las formas de la patria, la paz que termina por revestirse de vergüenza en su oferta:

          El otoño se expresa en pájaros invisibles ¿Qué harías
     tú si tu memoria estuviera llena de olvido, qué
     harías tú en un país al que no querías llegar?

Pesan las máscaras de la pureza, pesan los paños
     sobre las formas de la patria.

La vergüenza es la paz. Yo acudiré con mi vergüenza.

Antonio GAMONEDA: “Descripción de la mentira” (fragmento). En Antología Poética,  Alianza, Madrid, 2008, 140.
     
La resistencia intensamente se coloca hasta en su última frontera, la vergüenza, con el fin de viabilizar una reorientación sustentable de país. Siempre es posible la edificación de la confianza, posibles los sueños de la libertad en avanzada reluciente, posibles la imaginación y la cultura que, mediante ese soñar despierto, se requieren para dar con la capacidad de lo social. Veamos, en el siguiente cuadro del blog, la clave interpretativa de lo onírico en su afán terapéutico por ayudar a la pulsión de resistencia.

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