Esta
vez
he
colgado a hombros la playa
como última frontera,
y he permanecido inmóvil, hasta que
mi cuerpo fue fundiendo su piel
escaldada
con la piel de la arena cruda.
Cuando
llegó la puesta de la tarde
ya no sentía la playa,
pero la veía hundida en la luz
oscura del último mar.
No
escuchaba otro sonido
que el de un surtidor de pájaros
ciñéndose a mi
sien
en reposo de trasparencias labradas;
con las montañas del poniente, percibí
que el mar se llevaba mis ojos
tras el postrer trayecto
de mis pesquisas imaginarias.
¡Tan
excesivo el mar, tan enjuta la playa:
Ha
sido suficiente este sentimiento
para
tremolar mi intrepidez!
No
sé si he pifiado con mis alumnos:
la
ola signa las solvencias de la playa traslúcida,
mas
la ola implota –zizagueante el rizo, indeciso trecho.
Mi
verdad pesa en la serenidad de la ola.
Mi
discurso comulga con la resaca y la espuma.
Mi
pensamiento de país desguaza con desvelo
castillitos de arena desmayada.
Trayecto
de frontera
la playa activa mi resorte de fascinación;
el temor queda para mi propia sordina.
La
Caranta, Pampatar, 21 de febrero de 2014.
A
publicarse en Imágenes de Villorido,
25 de marzo de 2014.
A TEMPO COREADO
EL
ARROJO HACE LA INTREPIDEZ
La trayectoria es el tema hoy, el trayecto vital
siempre vivido como frontera, que se traspasa, se supera. Se ha ideado un
proyecto. Lo que queda es transitarlo. Pero siempre que se enfrenta
(reflexivamente) un problema del proyecto, se vive como último trayecto, casi
como un finisterre de cara a un mar
desconocido. La imagen de arrojar (-iaciare),
de lanzar a la vida, que vincula tanto al proyecto como al trayecto, se observa
bien en el mito de Adán y Eva. Dios arroja a éstos fuera del paraíso y los
lanza al desierto, a la tierra cero (0). Pero no los arroja a la nada
aniquiladora, sino a un vacío creador de libertad. Vacío dispuesto, apto para
la construcción de la habitación humana.
Más
que el castigo de la teología judeocristiana, el desierto representa la
oportunidad-desafío para que el hombre se supere a sí mismo: el ser humano
tiene por delante la tarea de construirse como social. Tal es la interpretación
de Savater, filósofo moral, en su libro La Tarea del Héroe. La metáfora del
héroe recoge los caracteres sacros, aun en ausencia de dioses de por medio,
como son la fascinación y el temor, que ocurre en toda relación social en
construcción. (Toda relación social es gratuita, porque está llena de gracia, y
no se puede pagar). Esto me ocurre en la trayectoria de actor-autor social en
el barrio y en la universidad, donde acontece ésta en la relación de profesor-alumno.
En el cuadro siguiente del blog se reflexiona sobre este transitar con ocasión
de un breve discurso relativo a un premio a la trayectoria de investigación
universitaria.
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