LA MADRE
Reíate la vida, y tú reías,
mientras que cupe, niño, en tu regazo
y mientras fue la forma de tu abrazo
el molde y la corona de mis días.
Mas creció el niño. Y cuando
tú creías
que nunca había de aflojarse el lazo,
necesidad fue ley que, de un hachazo,
separó tus pisadas y las mías.
Yo iba lejos…Ya tú no me
aguardabas…
sola en casa, gemías y esperabas…
“¿Y aquello era vivir?”
A Dios
le hablaste,
te hallamos muerta un día sobre el lecho;
tu alma voló, metiéndose en mi pecho,
y nunca más de mí te separaste.
Eduardo MARQUINA: La Madre,
en L. Alonso Schökel, Introducción a la Poesía Moderna,
Bibliotheca Comillensis, Santader, 1948, 45.
CORIFEO
LA MADRE MÁRTIR
En este soneto de Marquina trato de orientarme en el
teatro cultural que me abre como espectáculo la palabra Matrisocial. Con ello
quiero celebrar en mayo el aniversario de la Palabra. Lejos, lejanía cultural
la del poema en que se rompe el lazo umbilical con el hacha social, y la
cultura venezolana en la que no se ejecuta dicho patíbulo que debiera
protagonizar lo social. Pero en todo lugar la madre es madre con miras a la
edificación del hijo. Y así vuelan los seres como vuelan las almas con
referencia al vientre parturiento.
En este aniversario, la Palabra Matrisocial se fija
en el arquetipo conceptual de la madre mártir venezolana. Se suelen entender
mejor los conceptos de la madre parturienta y de la madre virgen (la abuela).
Se deja dentro de un entendimiento marginal a la madre mártir. Pareciera que su
sufrimiento se debiera a que, si hizo del hijo un consentido, éste se torna
ahora esquivo, un desobediente. ¡¡No es así!! Ahora el problema no es el hijo,
sino el varón, cuando la madre soluciona negativamente la metáfora del hijo
como varón al retener al hijo desechando al varón. En lo hondo, se encuentra la
relación primordial del varón organizado como marido (rechazado). Aparece así la prescripción cultural de la
dura fatalidad de la mujer venezolana. Rómulo Gallegos rastrea este problema como un asunto ficcional
en sus novelas:
El Orinoco es un río de ondas leonadas;
el
Guainía, las arrastra negras.
En el corazón de la selva aguas de aquél
se reúnen con las de éste;
Mas por largo trecho corren sin mezclarse,
conservando cada cual su peculiar
coloración.
Así en el alma de la mestiza
tardaron
varios años en confundirse
la hirviente sensualidad y
el tenebroso
aborrecimiento del varón.
Los antropólogos hemos tenido que toparnos con este
asunto como realidad cultural, cosa que los psicoanalistas lo vieron como
realidad psíquica, así Ramos Calles. En Elogios y Miserias de la Familia en
Venezuela, hemos descrito el hecho como elemento crucial de la
estructura familiar; pero también atañe a las relaciones sociales. La idea de
“La trama del destino doliente” representa un modelo conceptual que espera por
su explicación en una tesis doctoral. La cultura maquina contra la madre del
“malandro” del barrio: le impone como destino fatal hacer duelo previo por el
hijo varón ante su muerte inminente. Su trayectoria de ladrón y quizás también
asesino lo ha ya condenado a una muerte temprana. El duelo termina el día en
que es muerto su hijo. La madre sabe que no puede recuperar o salvar de la
muerte al hijo, porque ya como varón de antemano lo había abandonado a su
suerte. Cumplía así con su inevitable
destino cultural como mujer.
CODA: Si
con el duelo, previo, la madre trata de compensar su fatalidad maternal, es
también con dicho duelo, que, al mismo tiempo, al realizar la cultura, la madre
redime a la cultura misma de su contradicción matrisocial. Cuando la cultura
abandona al varón se cumple con ese trágico destino maternal, que al
proyectarse en las relaciones sociales se convierte en una farsa o malanga en
la sociedad venezolana. Ver a continuación el escenario en Vivencia Familiar
Contraindicada y Desentendimiento del Varón.
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