VIVENCIA FAMILIAR CONTRAINDICADA Y EL DESENTENDIMIENTO DEL VARÓN
Madre: quiero olvidar
esta creencia sin descanso. Nadie
ha visto un corazón habitado:
¿por qué este pensamiento irreparable,
esta creencia sin descanso?
Estar desesperado,
estar químicamente desesperado,
no es un destino ni una verdad.
Es horrible y sencillo
y más que la muerte. Madre:
dame tus manos, lava
mi corazón, haz algo.
Antonio GAMONEDA: De Exentos I.
Antología Poética, Alianza Editorial, 2008, 81.
“Mujer
no es gente
y muchacho come si sobra”
(Proverbio
Venezolano)
No pretendo hacer catarsis cultural, como el Prof. Cova que me
precedió en este Ciclo de Conferencias, sino un poco de drama social que la
cultura misma produce y vela al mismo tiempo. En ciertas ocasiones nos resulta
insoportable verlo cara a cara: no aguantamos, por ejemplo, cuando nos sale la
madre mala.
Vamos a hablar de la cultura venezolana, la criolla, y no ya la
ideológicamente tildada de marginal, popular, atípica, no, sino del modelo
general de nuestra cultura. Como ustedes son audiencia venezolana, cada cual se
mirará a su modo en ese espejo del drama cultural, que nosotros calificamos de
matrisocial. El problema que señalamos es que la cultura venezolana se produce
en el modo de operar la familia; por supuesto que el problema familiar es
delicado porque además nos atañe directa e íntimamente. Con respecto a esto,
decimos que no es obligante parecerse a ese espejo o modelo cultural, esto es,
representar o actuar el mito, aunque nuestras significaciones se medirán en él.
Además enfatizamos que la cultura criolla como sistema no es perversa, es tan
digna como cualquiera otra que ha existido y existe sobre la faz de la tierra.
El presente análisis
se hará a dos niveles: el sociológico y el etnopsiquiátrico, yendo de lo
organizativo a lo profundo estructural.
A.
La Afirmación de la Familia en la Cultura Venezolana.
Cada vez entiendo menos cómo es eso de
la “crisis de la familia venezolana”. Y menos que sea un “gran olvido”,
haciendo alusión a la formulación del tema propuesto. Por si fuera poco,
metemos en el lío del olvido a los jóvenes, para mí en este estudio, al varón
joven, siendo un timbre de gloria venezolana en lo que llevamos de tiempo
modernizador decir que Venezuela es un país joven y de jóvenes. ¿Crisis?
¿Olvido? Nuestra cultura, la real, la vivida, no la oficial, nos tiene inmersos
permanentemente en la atmósfera o experiencia de familia, y de ella arrancan
(se extraen y producen) las experiencias vitales, las nuestras, cotidianas y profundas
a la vez.
En
Venezuela, para decir o meternos con los problemas, personales o sociales, lo
que se nos ocurre es invocar a la familia, o manipular la familia (la nuestra
y, de otro modo, la ajena), o mentar la
familia, siempre ajena. Metemos a la familia en todo “negociado político,
económico y social. Como “negocio” y familia se contradicen en su lógica social
(transacción versus no transacción) comienza un “nudo hecho” de problemas en
las relaciones sociales. El negocio deja de tener su lógica para convertirse en
cuestión doméstica, en chantaje bueno o malo. Nada debe transcender a la
sociedad.
En
los periódicos venezolanos se denuncia el nepotismo de la presidencia de la República, pero también
se denuncia a gente pícara que manipula la familia presidencial para
aprovecharse de recursos de las instituciones públicas. En “Familia es
Familia”, Masó (1995), en su columna de El Nacional, hace un bosquejo sumamente
importante de lo que ocurre en nuestra sociedad, y que todos sabemos, con
respecto a la “tiranía cultural” de la familia. La familia presidencial no dirá
nada sobre su nepotismo, pero sí tratará de acallar en otras noticias
periodísticas el hecho de que algunos inescrupulosos quieren valerse de él
sacar beneficios personales.
El
ex-presidente Luis Herrera, famoso por sus refranes, utilizaba con gusto el
refrán de “El que pega a su familia se arruina”. Se refería como metáfora al
partido político, pero lo normal es aplicarlo a la realidad de la familia,
donde se desborda toda mímesis metafórica en Venezuela. Por ejemplo cuando se
dice “¡¡Con los míos, con o sin razón!! (González Téllez, 1994). Colegas de
trabajo cuya amistad se encuentra muy afianzada, se saludan “¿Cómo estás
familia?”, que es más personalmente profundo que el saludo general “¿Cómo está
la familia?”. Y no hablamos ya de todo tipo de compadrazgos y padrinazgos, que
recogen una hermandad carismática (llena de gracia, simpatía), que amplifica
las relaciones de familia bajo un proceso de “familiación” de lealtades y
fidelidades “incondicionales” tanto para hacer bien como para hacer mal.
En
este sentido, existe la afirmación, no crítica, ni olvidada, sino muy presente
de la realidad y del significado de la familia en Venezuela. Sin duda que
contiene un manejo ideológico, pero que coincide con los significados y es al
mismo tiempo una expresión de la elaboración de éstos por la cultura. La gente
gerencia su conocimiento común y lo pone al servicio de un entendimiento
colectivo sobre la vida y la sociedad.
B. El Uso Matrifocal: La Gerencia del Hogar.
Una reafirmación de la realidad y sentido de la familia es la
relativa al “uso” socio-
lógico de la familia, o lo que en Venezuela “hacemos” con las
relaciones de familia. Me refiero a las estrategias socioeconómicas del hogar,
que condensan una gerencia social. Como el hogar humilde depende de ellas para
sobrevivir en el campo o en la ciudad, el sociólogo o el antropólogo, las
detecta o las visualiza mejor en la clase baja; pero pueden descubrirse
diferencialmente en todas las clases. Como desde los hogares campesinos o
popular-urbanos, se torna difícil abrirse paso para sobrevivir en el sistema
social, se visualiza mejor en ellos la práctica de la reciprocidad o sistema de
mutua ayuda o de apoyo entre padres e hijos y otros familiares. Pero también
acontece en la clase media: ocurre algo a un hijo (chocó el carro, cayó enfermo
o tiene que comprar un apartamento) entonces la familia no le presta, sino le
da, y ello de un modo prescriptivo; es así como le ayuda a “juntar los reales”,
e inmediatamente, es decir, con lógica mágica se opera el milagro de la
“reunión” (monetaria) necesaria y eficaz.
En este sentido,
prestar significa dar, pues la devolución no tiene significado individualista,
como la del prestamista o usurero, sino el sentido del recíproco: devolverá
cuando le toque “prestar” en situaciones de reciprocidad similar y además que
tenga recursos para ello. La familia (los suyos) no le reclamará nunca como un
prestamista. El resorte que cierra el prestamista para que las cosas estén
claras, la familia lo mantiene abierto ambiguamente para maniobrar ante
cualquier problema de los suyos.
Es fundamental
saber que la organización del hogar y la organización social tienen lógicas
distintas. Lo curioso es que en la medida en que ocurre la crisis de la
organización social, la de los servicios públicos en Venezuela, y ello de un
modo permanente debido al negativismo social de la cultura venezolana, el grupo
de hogar o familia desarrolla con más ahínco una acción de lógica solidaria
como afirmativismo familiar de la cultura venezolana misma. Frente al
individualismo utilitarista capitalista, la acción de solidaridad familiar en
Venezuela, es un verdadero milagro o maravilla. Somos tan efectivos en esto,
porque se expresa en ello nuestra cultura. Pero el problema comienza cuando esa
misma lógica familiar la aplicamos, como efectivamente lo hacemos y ello de un
modo automático, a la organización social, la de la economía y la política. Ahí
se inicia nuestra ineficacia social; que esto es así se observa en el modo
permanente de cómo demostramos socialmente nuestra afición al “encanto de las
soluciones mágicas”(Purroy, 1995).
Las cifras
oficiales, las de la organización social, y, por lo tanto, las cifras de la
ciencia institucional venezolana, diagnostican un país en situación de una
postguerra o debacle social. El término de “pobreza crítica” y los altos
porcentajes que se le colocan (60, 70, 80 %), sin contar la pobreza normal,
expresan ideológicamente esta idea. Si estas cifras son verdad, y parecen serlo
al nivel de la organización social, revelan un desconocimiento y olvido, el de
la gran capacidad del hogar y familia venezolanos, por auto-repartirse los
propios recursos y ordenar para ello sus estrategias de sobrevivencia con
relación al trabajo, la migración, la escuela, el número de hijos e hijas. Esta
maravilla cotidiana y al mismo tiempo extraordinaria del hogar y familia
venezolanos es posible debido al orden que le imprime la enorme figura de la
madre, desde su lugar focal, al sistema de reciprocidad y estrategias del hogar
en cuanto gerente familiar.
De esta forma y
sólo en el sentido familiar (no societario), todos los miembros del grupo
familiar obtienen “ventajas”. Este nivel sociológico es el que nosotros hemos
estudiado en los años ochenta como matrifocalidad en Venezuela dentro de tres
grandes investigaciones (Hurtado, 1991; 1993; 1995).
Las agencias
sociales del estado, las iglesias, las organizaciones empresariales y
organizaciones no gubernamentales, tratan de intervenir este uso o dimensión
matrisocial y hacerlo objeto de sus metas sociales. Bajo la óptica de aquéllas,
la familia se reduce a ser una “problemática social” que pueden manejar a su
antojo, tanto en sus prácticas como en su pensamiento. Esta reducción social de
la familia supone ya toda una acción ideológica sobre la familia. En estos
días, sabemos por la prensa, cómo Fujimori en Perú se encuentra enfrentado con
los representantes de la
Iglesia Católica en el tema de la planificación familiar.
Menos puntual, el proceso populista en Venezuela, y específicamente su crisis
actual, sumió al estado en un proceso de asistencialismo social. Los grupos
familiares de menores recursos acuden como menesterosos a recibir ayudas de
diversos programas como el P.A.M.I., el vaso de leche, la beca alimentaria, el
bulto escolar...creando una población dependiente, proceso que A. Uslar ha
calificado de “vergüenza nacional”. El problema se complica porque el padre de
familia lo acepta, y aún más festeja con ello la justificación de no subir la
cantidad del aporte monetario al grupo de familia.
C. La Psicodinamia Matrisocial.
1.
El Planteamiento.
La afirmación máxima de la familia venezolana consiste en que su
estructura psico-
dinámica es el lugar de la producción de la cultura de la
sociedad. Es decir, es la matriz o modo de producción de las significaciones
sociales. No es posible descubrir y detectar bien este “lugar oculto”, y, por
lo tanto, justificarlo, sino dando una vuelta por la etnología y el
psicoanálisis. Nosotros utilizamos una pluridisciplinariedad configurada como
etno-psiquiatría, en cuanto análisis de la cultura bajo perspectiva
psicoanalítica.
En Venezuela, la
familia no cumple sólo el papel de socializar a los niños, esto es, como
instrumento de la socialización; también cumple el papel de referencia de la
socialización o clave de la elaboración de los significados sociales. La
socialización transciende a la familia como actor ejecutante de la misma, pero
en Venezuela la familia acompaña al proceso de socialización en su transcendencia
a la sociedad. Esta configuración venezolana no se reduce a un simple ejercicio
de proyección psicofamiliar, que suele identificar cualquier psicología social
o sociopsicoanálisis (Cf. Mendel, 1993). Se trata de que la acción cultural de
la familia no se rompe cuando salimos de nuestro comportamiento doméstico a
nuestro comportamiento social. En otras sociedades, como la judía o las que
aquí llamamos “turcas”, la referencia de la socialización es el mercado, el
negocio, la transacción. Mientras, el
niño de estas sociedades sale de la familia preparado con el dispositivo
negocieril, en la sociedad venezolana, el niño sale con el dispositivo
familista, y con la lógica de este dispositivo es un tanto difícil pretender
hacer sociedad.
El proceso continuo
que abarca la estructura familiar y el ethos cultural de la sociedad, es lo que
llamamos matrisocialidad, en la
medida en que es la “grandiosa figura de la todopoderosa abuela”(Erikson, 223),
la que se convierte en norma de la sociedad caribeña y centroamericana
(Erikson, 223). Dicho ethos cultural que produce la estructura familiar y la
expresa al mismo tiempo, se encuentra impactado por las compulsiones que
provienen del mar profundo del psiquismo. A través del tejido de las
compulsiones, se pueden visualizar con toda garantía los ejes estructurales de
la cultura familiar venezolana.
Nuestra
proposición consiste en que nuestra identidad profunda, la realmente cultural,
no procede de que seamos una sociedad petrolera, como en el siglo XVIII fuimos
una sociedad cacaotera, la de los “grandes cacaos”, sino de que somos un
colectivo configurado por grupos o combos de familias, específicamente
constituidos por el sentido de una dinámica familiar, y ello durante toda
nuestra historia criolla nacional.
No se trata, como
vamos a ver, de la familia en general o
abstracta, ni de una familia normada por el código civil, ni de una familia
moderna. Pero es una familia tipo, porque es desde ella que se proyectan hacia
la sociedad los valores o sentidos
culturales, y no desde la sociedad a la familia, como nos muestra la
antropología de las sociedades mediterráneas (Cf. Pitt-Rivers, 1979, 117).
Con ello no
queremos decir que la familia es la célula de la sociedad, como se maneja en la
propaganda de las iglesias, en cuanto origen y modelo o paradigma moral de la
sociedad. Lo que se hace a la familia, se hace a la sociedad. Según este
mecanicismo superficial, parece sugerirse que en general la familia es la
sociedad en pequeño.
Si acordamos con
Mendel (1993) que “la sociedad no es una familia”, en el caso venezolano y
formulando un concepto particular, podemos contraindicar que “la sociedad
(está) tomada por la familia” (Hurtado, 1999). El maternalismo familiar con su
lógica de comportamiento invade todos los ámbitos de la sociedad, por lo que
decimos que ésta es una “sociedad maternal”. Es lo que indica la metáfora
conceptual de “matrisocialidad”.
Nuestro enfoque
es psicofamiliar con miras a un planteamiento sociológico, o más precisamente,
etnopsiquiátrico, y no ya sociopsicoanalítico (psicología social conb
refinamiento psicoanalítico) como en Erikson (1971) y en Mendel (1975 y
1993).Es un planteamiento venezolano,
esto es, observado en Venezuela y desde una práctica científica venezolana
(Hurtado, 1991). Desde aquí es que podemos justificar que la familia
venezolana, y en uno de sus temas fundamentales, los varones jóvenes, resulta
la gran olvidada en Venezuela; olvido que afecta profundamente el diagnóstico
no sólo de nuestra familia, sino también de nuestra sociedad.
2.
Los Olvidos Desdoblados.
El olvido de la familia como referencial de la producción cultural
venezolana es
paradigmático de todo otro olvido sobre temas de la familia y la sociedad misma.
La familia como problema fundamental o crítico se encuentra
olvidado entre los
científicos sociales venezolanos.
1)
Los sociólogos venezolanos,
con interés academicista, intelectualista o politicista, que se dedican a los
supuestos temas mayores como los del estado, política, ideología, clases
sociales, economía, tecnología e informática, encuentran a la familia junto a
la religión y la comunidad como temas menores. Lo que aparece como lo social
vivido, lo microsocial, muchas veces asociado a lo femenino, lo infantil o
juvenil, lo productivo social por excelencia, se piensa como objeto socialmente
blando o de poca pertinencia.
2)
Otro renglón tiene lugar
cuando los científicos sociales nombran explícitamente el tema de la familia:
éste aparece “pintado en la pared” por ejemplo en Barrios (1993), o sólo se
encuentra en documentos oficiales y en conceptos sociológicos muy empíricos o
descriptivos, como por ejemplo en Almécija (1992), o se le relega a un rincón
dentro de innumerables relaciones de parentesco ritual y simbólico, de carácter
arquetípico, como por ejemplo en López Sanz (1993). Hay ejemplos permanentes
detectados en ponencias de Congresos en Ciencias Sociales, donde la familia
venezolana se asume como “lo dado”, normalmente ocurre esto con los psicólogos
o trabajadores sociales, que se ven como forzados a introducir el tema
ocasional de la familia (Cfr. Congreso de Sociología y Antropología, Maracay,
1994). De un modo similar ocurre con el concepto de comunidad (Cf. 1° Encuentro
Internacional sobre Rehabilitación de los Barrios del Tercer Mundo, Caracas,
noviembre, 1991, publicado en Monte Avila, 1995).
3)
En programas de radio,
artículos de prensa y terapia familiar, el marco o contexto de la familia,
aunque individualizado (psicológico), se cierra no ya a lo temático sino a lo
problemático colectivo que al fin afecta al caso individual en la
interpretación de sus significaciones. Es una presencia ideológicamente
desentendida de los sentidos concretos (culturales) de la familia venezolana.
El modelo científico desde el que se nos habla es estadounidense o europeo. En
breve, todo el mundo suele hablar de familia, comunidad, religión..., pero de
un modo descriptivo y a-crítico, de suerte que como tema o está (marginal u ocasional), o se encuentra, como
un marco exterior, sin lugar a cuentionamiento.
4)
Pioneros solitarios (cuasi
olvidados sobre todo en la problemática que presentan) de la inquietud teórica
sobre la familia venezolana han sido el médico psiquiatra J.L. Vethencourt y el
sociólogo A. Gruson desde los años 60. En parte, porque no han hecho obra
escrita o es muy escueta o ensayística o está sin publicar. En 1979, Montero
asumió el tema del matricentrismo de Vethencourt para explicar un tema de
psicología social venezolana, y Moreno en 1993 para desarrollar una
epistemología y antropología filosófico-popular sobre Venezuela. Mis propios
desarrollos, el socioantropológico desde 1980-1984 sobre matrifocalidad y el
etnopsiquiátrico sobre matrisocialidad desde 1991 hasta el presente, se asocian
como antecedente a la línea de A. Gruson. En breve, cuando estos autores, menos
Montero, expresan sus proposiciones en dos cursos sobre la familia venezolana
(Centro de Investigaciones Postdoctorales, abril 1994, y Ministerio de la Familia, abril 1995) queda
como resultado que el problema de la familia venezolana se presenta como el más
consistente desde donde se puede pensar con originalidad la sociedad
venezolana. Al final, no era tanto el diagnóstico sobre la familia como el
pronóstico sobre la sociedad.
5)
O al revés, sobre ciertos pronósticos sobre la
sociedad venezolana, nos falta el diagnóstico explicativo fundante, que para
nosotros se ubica en el problema del ethos cultural matrisocial. Así las
descripciones de Gustavo Herrera cuando formula que “Venezuela no es una nación
sino un gentío”(citado por R. J. Velásquez, El Universal, 22.10.1994), El
“Cesarismo Democrático” de Ballenilla Lanz (s/), “Nuestra Crisis de Pueblo” de
Briceño Iragorri (1972), “En Venezuela no existe el mercado; las roscas que
decimos, lo sustituyen”, dice Maza Zavala en Lo de Hoy es Noticia
(Radio Caracas Televisión, 11.09.1995),
“Venezuela es un país de ilegales” que también ha dicho Arturo Uslar (José
Vicente Hoy, TELEVEN, 06.11.1994). Nosotros (Hurtado,1995a) hemos
hecho, sin embargo, este diagnóstico-pronóstico sobre el negativismo social
(nuestra crisis permanente de sociedad) en Venezuela tratando de fundamentar
etno-psiquiátricamente el problema; por ejemplo, respondiendo a la pregunta de
Augusto Mijares: “Lo peor, repito, es que siempre aquella visión desolada fue
recibida colectivamente casi con morbosa delectación”... “¿Cuál es el profundo
trauma psicológico al que deberíamos atribuir tanto pesimismo”(Mijares, 16).
3.
Los Olvidos y el
Complejo Familiar.
Estos olvidos pero sobre todo el fundante de la familia como lugar
de la matriz
cultural, hincan sus raíces en los discursos venezolanos, tanto el
oficial como el oficioso coloquial. El discurso oficial presiona al discurso
oficioso, y éste alimenta la ideología de aquél. Una ideología que ya no se
cuadra con la cultura (matrisocial), pero que como desconocimiento
contra-indicado, afecta el desvío cultural con que operamos en Venezuela. Estas
discursividades se sitúan en torno a un “complejo familiar”, que es
paradigmático de nuestro “complejo societario”, pero cuyos resultados son
contra-indicadores, según nuestra hipótesis de que la familia es la realidad
afirmativa y fuerte, mientras que la sociedad es la negativa y endeble.
¿En qué consiste
nuestro “complejo familiar”? En denegar la familia que somos por la que no
somos. La gente venezolana tiene muy presente el orden familiar, pero una cosa
es lo que vive como familia (los hechos vividos) y otra cosa es lo que dice
como discurso normativo o idea de familia (los conceptos pensados). Además, no
sólo la norma ideada no corresponde con los hechos, sino que éstos son
contra-dichos, por lo que el pensamiento o la palabra como idea es la medida y
referencia en los discursos. En fin, lo que es, se contra-dice con lo que se
dice o se piensa que es.
La autofiguración
del superyó, que es el yo ideal, se encuentra tan desarrollada en Venezuela,
que le permite al venezolano “pantallar” como una de sus vivencias
características (Vethencourt, 1990), esto es, fabular histriónicamente su vida
real. Así lo que dice no tiene nada que ver con lo que hace, o lo que es lo
mismo, decir se corresponde con el hacer cuando este hacer tiene una razón
mágica: se puede conceptuar como la instantaneidad de que nos hablaba el Prof.
Cova, en el inicio de este ciclo de conferencias. Vivimos la realidad de un
modo trastocado, y aún volteado, por la idealidad imaginada. En la estructura
familiar, decimos “padre” a lo que no
es más que un “marido” (amante); se dice “mujer” a lo que en realidad es una
“madre”, y “nieto” a lo que es más que un “hijo”. Vamos a “casarnos” a la Jefatura Civil y/o
a la Iglesia
con velo y corona, y nuestra lógica cultural termina en los límites del “Vivir
Juntos”, cuya institución en la cultura
suele ser el concubinato o unión consensual.
Los elementos que
subrayan la figura del padre nos hacen
caer en esta ilusión ideológica, sea el uso del apellido paterno como el
primero, sea la representación social que se le asigna al hombre o marido, sea
la bastardía del hijo andino que pasa a pertenecer (ambiguamente) a la familia
del padre, como proyección del machismo en la estructura económica. Los códigos
civil y eclesiástico que norman nuestro comportamiento social con lógica
patrilineal, deniegan o contradicen permanentemente la vivencia con que nos
identificamos y disfrutamos que es de carácter matrisocial. La vivencia
matrisocial de la familia la tenemos volteada a nivel de las representaciones
sociales de carácter formal (oficiales u oficiosas) que aparecen como patrisociales. El “complejo familiar”
pasa por ser un esquema de relaciones contradictorias, en que está sumido
nuestro pensamiento sobre la familia y sociedad venezolanas. Nosotros lo hemos
específicamente teorizado como “complejo matrisocial”: los elementos y el
pensamiento patrisociales se inscriben como un obstáculo y con ello solucionar
lo negativo del complejo para que la vivencia se corresponda con el pensamiento. De lo contrario, nunca
pensaremos bien lo nuestro desde nosotros mismos, y eso es un problema grave
para el desarrollo de un pueblo.
¿De qué tipo de
familia se trata? El modelo de la cultura nos dice: “Madre sólo hay una. El
padre puede ser cualquiera”.
Si asumimos los
supuestos civilizatorios o societarios, en los cuales la figuración del superyo
como deber y norma del entendimiento en las relaciones sociales bajo supuestos
de la paternidad y de la conyugalidad, a nivel filosófico, decimos que sin
éstos no hay familia (Cf. Lorite, 1987,
211-216). La subfiguración del superyó como ideal del yo en Venezuela nos
llevaría a decir que en Venezuela no hay familia o es una familia de estructura
débil o inestructurada (Peattie, 1968; Vethencourt, 1974). Ello significa que
el matrimonio es el origen de la familia. Pero en la historia de las culturas y
aún de algunas Iglesias Cristianas como la llamada Oriental (oriente del
mediterráneo y Rusia) muestran que esto no es así. El caso venezolano lo
expresa como cultura. Si la cultura venezolana no admite el matrimonio, sin
embargo, inscribe una superfamilia. Ni uno, ni otra, están en crisis; el uno
porque no existe, y la otra porque existe con significaciones exuberantes o
excesivas.
D. Familia Consentidora y Rechazo del Hijo Varón.
Hacemos una síntesis creativa de la familia
consentidora y del rechazo del hijo varón
a partir de los datos consignados en nuestras investigaciones
(Hurtado, 1998 y 1999).
Según el modelo cultural, la familia
venezolana consiste en dos mitades estructurales:
una buena, asexuada, consistente; la otra, mala, sexuada,
inconsistente.
La primera mitad
es la que identifica con fuerza a la familia, y tiene que ver con el lado
femenino. En un sistema cultural con lógica matrilineal, como es el sistema
matrisocial venezolano, el lado femenino se halla sobrevalorizado, pues la
mujer representa la configuración profunda de la familia. En este sentido, y
ello ocurre en Venezuela, es un conjunto de mujeres, siempre constituidas y
pensadas como madres. La familia en sentido consistente es la “madre”; como
este concepto es de filiación jerárquica, el eje estructural clave es la
relación madre/niño. Como la familia auténtica se refiere en la cultura a la
familia extensa, la madre por sobre todas las madres de la familia es la
abuela, que ya no sólo es la gerente o disponedora de las cosas de la familia
(matrifocal), sino también la jefa que concentra los sentidos de la familia
(matrisocial).
La segunda mitad
es la que des-identifica a la familia y tiene que ver con el lado masculino. En
un sistema cultural con lógica matrilineal, como es el sistema matrisocial
venezolano, el lado masculino se encuentra subvalorado y con él la mujer, en
este caso la esposa, la cónyuge, que entregan los otros (otros grupos
familiares) en el intercambio generalizado de los bienes femeninos.
Ideológicamente se piensa en Venezuela que la familia en el país la identifica
el hombre, por ejemplo por el apellido paterno, pero este es en la realidad
cultural sólo un proveedor, de ahí que se la piense ideológicamente como
inestructurada en el sentido de una familia inconsistente o inestable, pero no
en el sentido moderno de Le Play (Cf. Nisbet, 1969, 92). Se la identifica así
sólo por el criterio de la descendencia (biosocial). El problema consiste en
que el ascendiente, el padre, se halla psíquica y culturalmente ausente. Esto
indica un desequilibrio estructural, pero no un vacío estructural. La figura de
la madre “plenifica” toda la estructura familiar, cuya metáfora más acabada es
la del gran vientre, donde cabe toda la familia. De esta suerte la “madre sólo
hay una, padre puede ser cualquiera”.La madre es lo que importa, el padre no
tiene importancia; lo que quiere decir que sólo procedemos de uno, y ello
tendrá suma importancia en la estructuración del edipo (Cf. Hurtado, 1998). El
“pleno” de la madre se hace a costa de desalojar a tres figuras claves: el
padre, la cónyuge (nuera) y a la mujer encantadora o la figura del
enamoramiento liberador. La madre secuestra estos valores culturales en la
estructura familiar venezolana, aún de sí mismo como individuo. El
desequilibrio o secuestro se tornan relevantes cuando evaluamos que las figuras
del padre, cónyuge, nuera y mujer del enamoro, representan faltantes culturales
con miras a configurar los asuntos de la sociedad: alianzas, institución del
matrimonio, negociaciones, normas, ley, acuerdos.
1.¿Qué es una Madre en
Venezuela?
Cuando hablamos de una madre en
Venezuela, no decimos lo mismo culturalmente que cuando hablamos de una madre
alemana, española o turca. En general, una madre siempre es una cosa muy
importante en todas las culturas, pero en cada una de estas se produce de un
modo diverso. Lo que caracteriza a una madre venezolana es: 1) la dosificación
de varios arquetipos: la madre engendradora, la madre virgen, la madre mártir;
2) su configuración extrema en cuanto a ser una madre consentidora/abandonante
para con el hijo.
La madre no es una hembra (sexuada) o una
mujer (encantadora), no. Es, ante todo,
la que pare, la engendradora, es la que sube de posición o estatus
biosocial si tiene un niño en sus brazos, es la barrigona a la que todas sus
amigas y sus familiares cercanos pueden sobar su vientre abombado para alentar
la suerte feliz. Es la preñada, cuya sola presencia ya infunde en el entorno
del poder social un respeto, que le lleva a ser una dama auténtica. “A la mujer
no se le toca ni con el pétalo de una rosa” refleja a esa “dama” maternal, que
no a una dama de los encantos para los ensueños masculinos de Don Quijote. Sin
parir, no se es madre en Venezuela. Lo demás es artilugio; aunque se diga
“madre “ o “mami” a la niña o joven que no han parido aún, sin embargo, ya se
las piensa así en la previsión de que parirán como prescripción cultural: no se
es mujer sino se es madre. La mujer que no pare, porque no puede, siempre será
reconocida como inferior y se la tendrá lástima o, si se torna enemiga, se dirá
que es una amargada. La sangre y el cordón umbilical son básicos y también las
entrañas generadoras que destellan consentimiento y temor al mismo tiempo. La
madre engendradora constituye el eje fundamental de la estructura familiar
venezolana; pero la relación madre/hijo debe ser entendida profundamente como
la de madre/niño (pequeño y consentido). Cuando decimos “hijo” nos referimos al
varón, y no por ideología patrilineal, sino por exigencias del modelo cultural,
es decir, la madre/niño representa la relación paradigmática de la cultura y de
la sociedad. De aquí emerge la compulsión fundamental de la familia venezolana:
la madre no puede perder nunca a su hijo (a manos de otra mujer). El cordón
umbilical nunca se corta. El niño, el varón joven y el adulto, están ahí
pegados a la madre, expuestos a la afectación de la libido femenina que
proyecta fuertemente su madre. En este punto se sitúa el origen del macho y del
marico o afeminado, como dos aspectos de un mismo producto. La niña también
estará comunicada umbilicalmente con su madre, pero bajo la forma de otra
“mamá” cuyo resultado será la hembra, como origen del hembrismo o la necesidad
de atrapar al varón para poder cumplir con la prescripción cultural de ser
madre.
La reconfirmación de estos procesos se
obtiene a través de la madre virgen. La
virginidad de la madre no se justifica desde el padre como esposo,
sino desde el hijo. Una virgen embarazada representa el ideal de la figura de
la mujer en la cultura matrisocial venezolana: a ser posible que no “conozca”
varón, que no necesite de él. El varón siempre es una cosa sucia. Si la
compulsión en torno a la hija es cómo puede cumplir con la prescripción de ser
madre sin dejar de ser virgen, la abuela lo cumple al fin a plenitud, pues
tiene hijos más verdaderos (nos nietos que no parió) que los hijos que parió.
La virginidad maternal contiene una enorme potencia regresiva: el varón siempre
será un niño pequeño y mimado. Este arquetipo se parece a la virgen María, o
marianismo, o a la Artemisa
griega (Diana romana), pero el arquetipo de la madre venezolana no tiene la
profundidad bíblica, ni la unilateralidad de la mujer silvestre griega.
El esquema de virgen/macho indica un gran
desentendimiento para con el varón, a
la que se acerca la compulsión paralela del “marico” o el varón
virginal o afeminado. El arquetipo de la madre mártir no sólo se refiere
superficialmente al sacrificio por los hijos que ronda con el consentimiento:
“Hay madres que sólo han tenido hijos y no hablan sino de sacrificios”, dice
Rísquez (1982) en Venezuela. El motivo profundo no es el hijo, sino el marido.
Una mujer sufre no porque la abandone el marido, sino todo lo contrario, porque
lo aborrece como varón o quiere desentenderse de él y al fin lo expulsa de la
casa y lo abandona. Si alguna vez lo acoge es porque lo rememora como “hijo” o
lo transfigura como un “amigo” con el que tuvo la experiencia de una “unión
consensual”. “El varón es malo porque sí”, decía una abuela andina. El hijo
varón, por lo tanto, participa de una ambigüedad respecto de la madre: lo retendrá
como hijo y tendrá que expulsarlo como varón. Como hijo, la madre siempre lo
cree bueno, “porque ella lo ha parido”. Así lo alcahuetea. El hijo cometió una
fechoría y la madre monta aquella escena de dolor en público para demostrar la
inocencia del hijo; la audiencia además espera esta escena de la madre y los
medios de comunicación lo explotan. Pero mientras todo este proceso se vincula
con la proyección de consentimiento al hijo, el abandono como varón, donde el
prototipo es el marido, se proyecta desde el aborrecimiento al varón por parte
de la madre/hembra. La madre/mártir no se confunde con la “madre mala”, porque
ésta se refiere siempre al hijo y no al varón.
En breve, ya desde niñitas las mujeres son
enseñadas y aprenden a ser madres de sus
parientes varones: papá y hermanitos, a ser vírgenes desconfiadas
de cualquier varón extraño, y mártires desentendidas del varón aún sometiéndolo
como instrumento a su servicio. Este cuadro arquetípico se produce en la
socialización de cualquier mujer en Venezuela: desde que nace hasta que mueren
(y aún después de muertas) nuestras mujeres son nuestras mamás. El hombre
siempre es un hijo no crecido, un hijo pequeño, un machito, que se encuentra
psíquica y culturalmente dentro de la gran vagina compuesta por la sumatoria de sus mujeres:
madre, hermanas, hijas, nietas, concubinas, abuela. Será así un eterno niño
pequeño consentido, un rey mimado.
Si la gran vagina no lo deja crecer, esto
es, enfrentarse a la realidad, resultará un ser
reprimido, con una fuerte dosis de libido femenina que puede
quebrar su psiquis varonil. De ahí que el varón venezolano está muy expuesto al
fenómeno del macho o al fenómeno alterno del “marico”, que son dos caras de un
mismo acontecimiento. Su proyección es la de la violencia (violación) contra la
mujer o al contrario la timidez a la
mujer por parte del varón virginal (el afeminado). Es tal el “temor a
las entrañas” (Kubie en Devereux, 1973) en la psicodinamia venezolana que el
hombre como hijo perenne, no puede como tal enfrentarse a ese “poder
entrañable”. El problema es que ningún hijo en el mundo podría hacerlo si no tuviera aliados externos, el padre,
primero, después la mujer encantadora que le propone nupcias, alianzas,
compromisos. Es necesario que le corten el cordón umbilical, que le ayuden a
independizarse de la madre, que hagan funcionar en su esplendor los dos
complejos de edipo, el psíquico y el cultural.
2.
La Experiencia del Paso en el Joven Varón.
Si no ocurren las ayudas del padre y de la mujer en las socializaciones
del varón, y
en Venezuela no ocurren, la experiencia del paso en el adolescente
varón es tremendamente fuerte. En Europa, el niño decía, insinuaba a la madre
que quería ponerse los pantalones largos, y este sencillo proceso lo hacía ya
socialmente sin problemas un hombrecito. El servicio militar (ir a la mili)
completaba el proceso. En Venezuela, la cuestión es sexual: la madre rechaza a
su hijo como varón, y lo “saca” de la casa para que se haga varón
definitivamente. “Sacarle de la casa” es metafórico de ir sacándolo de la
familia, que consiste en el grupo de mujeres o lugar de concentración de libido
femenina, y con ello colocarlo en la calle o espacio del vagar de los varones.
Del espacio femenino, donde era un rey consentido, debe ahora pasar al espacio
masculino para templar su varonía, ejercitándose en los peligros y placeres que
supone el grupo de hombres y el contacto y uniones con las mujeres extrañas que
encuentra en la calle. Para hacerse hombre en Venezuela es necesario que el
arrostre fuertes peligros y sufrimientos, y de vez en cuando regresar a la casa
de su madre para que ésta le cuide o “cure” sus heridas psíquicas y morales. La
madre sufre también por este destino de tener que “vagar” en la vida por parte
de su hijo varón, que a veces pudiera suspirar mejor no haberlo parido. Pero la
madre no puede hacer nada contra dicho destino cultural.
En consecuencia, la experiencia de paso
del varón venezolano se refiere a un
desprendimiento fuerte (Cf. Whiting y otros, 1968), porque hasta ahora estaba
bajo las enaguas de la madre (la casa). “Los varones se vuelven fastidiosos, en
cambio, las hembras se hacen más a la casa”, “por eso la madre lo manda para la
calle, no los aguanta”. De aquí a
dejarlo en la calle, a abandonarlo, ocurre el hecho del rechazo del varón por
la madre. Entonces, el adolescente “agarra cancha”, “se pierde” en la calle,
nadie se ocupa de él por oposición a la hija hembra. A aquél se le deja hacer
todo lo que el quiera cumpliéndose el programa cultural del consentimiento, a
la hembra también se la consiente pero siempre está vigilada. Pero lo
“fastidioso” de los varones expresa mejor las fobias de las entrañas maternas.
La preocupación de la madre comienza cuando lo teme perder a manos de otra
mujer, es decir, que se salte el proceso de represión materna para caer en la
represión de otra mujer. Por eso, cuando viene dolido de sus experiencias
machistas de tipo atropellante/atropellado, la madre lo consuela cumpliendo con
el papel de la “madre buena” o consentidora.
Los faltantes de la cultura, el padre y la
mujer (Cf. Risques, 1993), afectan de un
modo negativo a la producción inmadura del varón venezolano, y,
por lo tanto, que se exprese el edipo cultural. Este tipo de edipo se refiere
al dispositivo de la autoridad social,
es decir, en lo referente a las normas y al deber ser o transformación de la
realidad. Con estos faltantes, el joven varón se encuentra desentendido o
“despojado” por la cultura misma. El “padre” lo quiere pero como un par o
compañero. No hay por lo tanto una jerarquía de autoridad a partir del “padre”,
es más cómodo ser como el hermano mayor y consentidor, que hacer el esfuerzo de
proteger amorosamente al “hijo”. Le queda pues a la madre ocupar ese papel,
pero su autoridad se reduce a un proceso de disponer o mandar, donde lo
afectivo consentidor hace de la “autoridad” una realidad ambigua, que más que
proteger amorosamente, abandona de un modo represivo al varón, porque no le
proporciona orientación alguna en la sociedad.
La tragedia del varón en Venezuela
consiste en cómo sortear los peligros implicados
en la demostración de ser varón (experiencias sexuales con mujeres
y sus correspondientes competencias posibles con otros varones por las
mujeres), al mismo tiempo que tiene que jugar con los “compromisos” con una
mujer cuando la “cultura de la madre”
(matrisocialidad) le dice que no puede quererla, y sólo le permite y le
prescribe “unirse” con ella. Abandonado como varón por la madre y desentendido
del amor por una mujer, su destino es irse, vagar, en su tránsito largo de su
familia (la de su madre) a la familia (ajena), la de su(s) mujer(es) y sus
hijos e hijas. Su destino lo hace trascender a su familia para no insertarse
propiamente en ninguna de las de sus mujeres sucesivas o simultáneas, como la
situación relativa al dicho de los “dos o más frentes” femeninos, que no
representan sino varias de familias a las que proveer. El varón como macho no
se concibe sólo en la experiencia con una mujer; esto no es suficiente para
demostrar machura. Es necesaria la experiencia sexual con varias mujeres para
lograr un intercambio desigual a favor en la circulación general de mujeres.
Como un “aprovechado” acumula vaginas. Este juego de machura se completa con la
prescripción de tener hijos con cada mujer, al mismo tiempo la mujer necesita de la ocasión de un varón
para cumplir con su prescripción de ser realmente madre. Este camino es
doloroso para el varón, precisamente por estar orientado por el principio o
ideal del placer, que, como pulsión de muerte, siempre tiene un tope de
nocividad, generador de fracasos en las relaciones sociales interactivas (Cf.
Batista, 2001)..
En esta situación, el problema se
profundiza en la medida en que desatendido por la
madre (y por supuesto por el padre que fue y es otro desatendido
como varón), el varón “se hace el desatendido”, es decir, acepta el
desentendimiento en que lo coloca la desatención de la familia (la madre) “Déjenlo, él es un
varón”, dice la madre cuando otra figura familiar (hermana, hija, nieta) trata
de ocuparse del problema de un varón de la familia. Culmina el problema cuando
el proceso se cierra con el disfrute o placer que se desprende de dicho
desentendimiento y desatención, y es el referido a la falta de cultivo de la
responsabilidad en el varón por las cosas y los asuntos sociales que se contiene en aquéllos elementos culturales
aludios. Entrar en este mundo y permanecer en él es realmente “sabroso”, pues
nada preocupa. Este resultado de irresponsabilidad, que lo produce la madre con
el sobreconsentimiento al hijo varón, es paradigmático de lo que ocurre con la
misma dinámica en las otras figuras familiares y actores sociales, es decir, es
el esquema de comportamiento sociocultural de hombres y mujeres, adultos y
jóvenes. Se trata del montaje del edipo cultural.
La producción de un varón en Venezuela es
coherente, del principio al fin, con el
principio del placer, y ello marca toda nuestra problemática
social, esto es, el horror a enfrentar la realidad y trabajarla para darle
soluciones. Hay que ver el pánico que tiene el venezolano a penas se nombran
asuntos societales, de compromiso y responsabilidades. Trabajar no es hacer
cosas, muchas cosas, sino un proceso de elaboración, de saber empezar y
terminar bien todo proceso o hecho. J. B. Urbaneja decía que “el venezolano
piensa hasta la mitad”, según lo cita su hijo, Diego B. Urbaneja el 19 de
Noviembre de 1989. No nos extraña que los conceptos se apliquen a medias o al
revés, así que “manguareo” sea la traducción de “trabajo”, y el que “importa”
se cree que es un “productor”. El “pensamiento a medias” se conjuga con el
símbolo y práctica del “vagabundeo”, de la superficialidad y de no obtener
logros terminantes, pues siempre su destino es dar rodeos sin llegar a un sitio
final que le permita trabajarlo y apropiárselo con un dominio de justicia. Todo
hombre en Venezuela es potencialmente un vagabundo, porque el pensamiento
fabrica además así a todo varón, porque si no es tal se le pensaría como
afeminado. El varón es un macho que tiene que irse de su familia para merodear
en torno a las mujeres (destino polígamo). “La diversión de los hombres en este
país es ir a buscar mujeres”, dice Francia en el barrio La Cruz. de Caracas. Sin
embargo, su dificultad de emparejarse, de enamorarse de veras, corre paralela
con la producción de su ser solitario (el macho) y su ser consentido o
placentero. El macho es un ser muy
primitivo, dice Lacan (1977; Cf. Balandier, 1975). Entre eso se debate el joven
varón en Venezuela, que a la larga y de inmediato repercute en el sentido de
hacer sociedad en el país, esto es, sobre una catástrofe sexual representada
por el “macho criollo” es difícil levantar una sociedad de entendimiento. Y sin
entendimiento (acuerdos, pactos, consensos) es difícil la existencia de la
“convivencia social”. La demostración de esto en Venezuela la hemos demostrado
en otros lugares (Hurtado, 1995a, 1999).
En Venezuela, es pan comido el que todo el
mundo eche la culpa al gobierno y sus
políticas, y es verdad que la tienen. Pero ello es sólo una parte del
asunto; como el pico del “iceberg” se halla bamboleado por la dinámica de la
enorme masa de hielo, que escondido, lo soporta. El problema radical se ubica
en la dinámica de dicha masa, es decir, en el tipo de colectivo, su cultura, y
de su inconsciente colectivo (Cf. Martínez, 1994). Sin embargo, en Venezuela,
este inconsciente no supone que se encuentra tan escondido como pareciera, pues
no es difícil observarlo desde una pequeña distancia con carácter comparativo.
Así, superado el “complejo familiar”, los portadores de la cultura, y por
supuesto los no portadores, pueden ver y analizar sin vicisitudes mayores el
inconsciente étnico o cultural venezolano del que hemos venido hablando.
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Publicado en el libro de Samuel Hurtado Salazar: Contratiempos entre cultura y sociedad en Venezuela, Ediciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2013.
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