“Puesto que el fin de toda ciudad es único, es evidente que necesariamente será una y la misma la educación de todos, y que el cuidado por ella ha de ser común y no privado, a la manera como ahora cuida cada uno por su cuenta de la de sus propios hijos y les da la instrucción particular que le parece bien. El entrenamiento en los asuntos de la comunidad debe ser comunitario también. Al mismo tiempo hay que considerar que ninguno de los ciudadanos se pertenece a sí mismo, sino todos a la ciudad, pues cada uno es una parte de ella”
(Aristóteles, Política, libro octavo, I).
“Pero una ciudad... existiendo aisladamente no es aún una ciudad. Chatal-Hüyük es más un concepto etnológico que histórico. La razón es que la idea de la Ciudad implica la pluralidad de las ciudades para que pueda tomarse una línea divisoria entre la Barbarie y la Civilización” (Bueno, 69).
A. Salidas y Entradas a la “Ciudad Encantada”.
Cuenta Duvignaud que unos indios Panare viajaron Orinoco arriba hasta llegar a la ciudad de Puerto Ayacucho. Iban a vender artesanía y guacamayas. Al cabo de unos días regresaban sin vender mayor cosa. Pero regresaban contentos porque habían estado en la ciudad. La ciudad cautiva al hombre “natural” porque es una “obra” humana o cultural que tiene su encanto debido al aire de sociedad que despiertan las transacciones y el arraigo de una comunidad permanente o tejido social.
Las migraciones internas en Venezuela en la segunda mitad del siglo XX, tuvieron como meta un viaje constante a la ciudad, que se iba organizando sin retorno al campo. Se iba con la ilusión de incursionar en la ciudad y probar de su encanto, aunque se dijera con grosería que se vivía en condiciones precarias. Esta dinámica social se configuró como paradigmática de los sectores bajos, que originaron sus campamentos de invasión a la “entrada” de la ciudad, en lo que se va a llamar los barrios marginales o ciudad informal o no regulada (Morse, 1971). Pero también los pobladores se quedaron en los umbrales sociopolíticos de la ciudad (Hurtado, 1991), que se convirtieron en espacios sociales propicios a la restauración de la comunidad antigua, a ser materias primas de lo social movilizable (Castells, 1976), y a ser objetos de la sobrepolitización populista del colectivo (Hurtado, 1991). En breve, representan la “ciudad política” puesta al margen y como servicio ideológico fundamental para la constitución social de la “ciudad urbanística”.
Cuando en los años setenta recorríamos el barrio Los Postes en Caracas, nos sentábamos en el muro construido por el Plan de Emergencia, los jóvenes hacían el espectáculo de la ideologización maniquea de la ciudad. En el libreto decían, no somos un barrio, somos la urbanización Los Postes, y miraban a la urbanización Las Acacias que la tenían enfrente por encima del valle. Si te pones a ver, este no es el cerro Los Postes, es la colina de Los Postes o las Terrazas de Los Postes ¿Cómo suena esto? Los lugares y sus nombres adquieren un status social, de acuerdo a la clase social y a la ecología urbanística. Con este mito ideológico sobre la ciudad de Caracas, que no cultural como lo confunde Castells (1976), los jóvenes del cerro se sentían en Caracas, hasta tenían la ciudad a sus pies, mirándola desde el cerro donde se ubicaba su barrio segregado de la ciudad. Pero el encanto de la ciudad lo observaban a distancia y sólo esperaban avanzar un poco socialmente para alcanzarlo.
No era suficiente esperarlo pasivamente con el programa estatal del “desarrollo de la comunidad”; había que activamente organizarse como comunidad, aún sea como centro deportivo, para entrar a la ciudad; y ello casi como un asalto, tal como lo inspiraban los líderes políticos, que al atizar las reivindicaciones sociales de la gente, querían medrar como políticos en el sistema populista de partidos.
El “asalto” a la ciudad no era fácil. Y si podía hacerse la “revuelta” popular (motivos sociales no faltaban) este esfuerzo social le quitaba el encanto a la ilusión con que habían soñado y venían soñando aún. El milagro de la “ciudad nuestra” se podía esperar mirando al hermoso espectáculo que ofrecía el valle de Caracas, sembrado cada vez más de autopistas y torres al estilo de Estados Unidos. Ya entrar físicamente a Caracas era y es una odisea en el transporte marginal del cerro y después en el transporte del caso urbano.
Pero ahora suenan aires nuevos de esperanza a cumplirse. En el barrio San Blas, en Petare (Caracas), se prepara una Asociación Civil, donde el capital privado y estatal, los organismos oficiales con profesionales de la arquitectura, ingeniería y la ciencia social, se proponen llevar a cabo una experiencia de transformación de la ciudad, de barrio marginal a urbanización formal. Para legitimar esta experiencia se requiere la participación de la Asociación de Vecinos e integrarla a los objetivos de la Asociación Civil. Esto implica un cambio cualitativo en las relaciones sociales de la comunidad del barrio. ¿Se trata de aceptar el “proyecto urbano”? Sí, y ello va a suponer tomar iniciativas en la localidad, asumir responsabilidades organizativas, convencer a la mayoría de la población de las bondades sociales de lo urbano, construir y comprometerse a cuidar los espacios públicos, como calles, parque, plaza, canchas deportivas, responder con el pago de los servicios públicos urbanos de agua, luz, aseo urbano, que hasta ahora mal que bien reciben “gratuitamente” del estado de varias formas como las acometidas y conexiones ilegales y también hacerse los que no pagan por diversos motivos supuestamente justificados.
Los vecinos denuncian la deficiente articulación con la ciudad y sus servicios. Pero cuando se les propone un paso adelante para una completa inserción en la ciudad, su decisión gerencial como organización de la comunidad se queda en dubitación. Saltar la talanquera de la organización de la comunidad populista a la sociedad civil responsable, requiere de compromisos concretos con las políticas locales (no, un día sí y dos no), y los costes económicos de los servicios al entrar al proyecto urbano. La comunidad organizada, esto es, la Asociación de Vecinos, se encuentra en un trance pensativo desde su situación de liderazgo local. Duda que, de un lado, por las buenas el colectivo del barrio les siga si les proponen los objetivos de esfuerzo y trabajo que conlleva el proyecto de la Asociación Civil, y de otro lado, que ante tanta responsabilidad exigida al colectivo del barrio, empezando por ellos mismos como Asociación de la localidad, prefieran mantenerse en la ilusión de la ciudad, hasta tanto las expectativas de “mejoras” se cumplan como siempre merced a la política populista del estado, es decir, de preferir seguir viviendo en la ciudad sin las condiciones sociales de existencia como ciudadanos (Méndez, 2001).
Este dilema es fuerte porque la cultura antropológica venezolana, de carácter matrisocial (primario), recarga de un modo muy regresivo las significaciones que sobre la vida y la ciudad porta el sujeto social: Es el sentido de cosechar (vivir en la ciudad) sin trabajar (ser ciudadanos o sujeto responsable de la ciudad). En este caso la gerencia urbana necesita incorporar un elemento de empuje o proyecto desde afuera, la sociedad, que implemente de un modo empresarial, en el sentido económico y gestionario del término, una presión respetuosa mediante el énfasis en la exposición de las ventajas vitales (salud, educación, trabajo remunerado, transporte) que implican la infraestructura urbanística y el mejoramiento de los servicios, aunque les cueste un poco de sacrificio. En estas nuevas condiciones sociales, el citadino del barrio aprenderá la relación de ciudadanía, sin dejar de ser popular. Es posible que el viejo tejido social de la Asociación de Vecinos, con mucha carga etnomatrisocial, se reconstruya como nuevo tejido social ciudadano.
B. Ciudad y Ciudadanía.
Para el hombre “citadino”, que sufre la ciudad sin posibilidad de regreso al pueblo
natal, la ciudad no pierde su encanto a partir de su uso virtual. Pero se hace problemática en cuanto a las necesidades del intercambio (supervivencia). Hay que tener en cuenta que la ciudad no es sólo lugar de residencia, también lo es del mercado y del poder. La ciudad como problema urbano apunta a un proyecto de sociedad, que requiere tanto de sujetos como de racionalidades o recursos que permitan llevarlo a cabo para que no quede en una utopía.
La “forma urbana” posibilitó la autonomía del trabajo a partir de la ilusión del
negocio mercantil, que pretendió asociarse con el poder, pero a costa de hacer de la forma urbana un negocio en grande con apariencia de proyecto social. El resultado ha sido que la dominación estatal y el intercambio mercantil desviaron el uso de la forma urbana hacia espejismos que hicieron de la ciudad un anteproyecto cuyo indicador es la dificultad de constituir la ciudadanía en el sentido moderno.
Hemos de pensar que no todo citadino es un ciudadano. En el solo interés de vivir la ciudad no se indica que exista el interés de contender con los planes oficialistas del poder y con los beneficios privados del mercado, en la medida en que estos planes y beneficios atenten contra la voluntad general. En el citadino no hay un apremio por edificar la ciudad como “obra” que permita vivir en sociedad, sino solo disfrutar “lo que haya de ciudad”. Sin el interés público o ciudadano, lo urbano se sobrepolitiza (populismo) y/o se privatiza (mercantiliza). Si una y otra cosa son un grueso problema, las tensiones (o transacciones) entre ellas, se convierten en un problema mayor que oblitera no sólo los esfuerzos, sino también la existencia misma de la ciudadanía.
Es necesario “reducir” los papeles del estado y del mercado a sus propias racionalidades. El modo no puede ser otro que la creación de un sentido de asociacionismo en la población o del interés por lo público de que se adolece en Venezuela. El espacio de esta escuela de asociacionismo no puede ser otro que la ciudad misma como ocasión y como obra. En breve, el citadino que vive y porta la ciudad no es lo mismo que el ciudadano creador de la ciudad.
Indudablemente que el estado tiene el papel de apoyar estrategias geopolíticas y económicas en la fundación de ciudades dentro de un país con grandes extensiones deshabitadas y de espaldas a su dinámica natural (fluvial). Lo mismo ocurre con el mercado como soporte emprendedor que exige la “libertad”, pero ésta no se obtiene sino en la esfera pública. Por eso no podemos volver a la ciudad colonial, construida socialmente por el “interés oficial” del imperio, ni seguir con la ciudad zonificada y parcelada, socialmente construida por el “interés privado” del mercado capitalista. La ciudad ideal del porvenir debe ser construida por y a medida de la ciudadanía por conformar.
La llamada “conciencia ciudadana” debe ser incorporada al “esquema director” del modelo de ciudad. El estado no regulará o gobernará la ciudad, si no tiene el acuerdo de la ciudadanía; el mercado la fragmentará y deteriorará, si no se le oponen las asociaciones de ciudadanos. La “conciencia” debe activarse en torno a los sacrificios (impuestos o tributos) y a los beneficios (colectivos) que crean la obra de la ciudad. Ni el estado, ni el mercado pueden desarrollar la vida urbana, sino la ciudadanía.
¿En qué condiciones se debe proyectar una ciudad, en cuyo seno se produzca ciudadanía como un elemento constitutivo? Vamos a pensar en el modelo de ciudad venezolana como posibilidad de un proyecto de formación ciudadana. El presupuesto que nos otorga el principio del “interés público” es anular la esquizofrenia de la ciudad oficial y la ciudad oficiosa, la ciudad mercantil y la ciudad comunal (populista). En un “enfoque de sistema” se excluye lo “desordenado” (lo oficioso y populista), y se opera solo con el orden o sistema, pero siendo la realidad total más amplia que la realidad ordenada, aquélla afecta a ésta impulsándola al desorden, sin que se intervenga ni con el pensamiento este proceso de deterioro del “orden”.
En un “enfoque de proyecto” se acepta el supuesto “desorden” como parte de un orden nuevo a constituir de un modo transcendente. La ciudad no es sólo un orden de poder, ni un orden a gerenciar administrativamente, ni un orden arquitectónico, ni un orden ingenieril, ni un orden de los promotores urbanos. La vida social se encuentra más allá. Por eso, la ciudad oficiosa y no mercantilizada puede aparecer como paradigma de la obra de la ciudad (polis). El que cuenta es el pueblo y su comunidad como protagonista de la acción urbana antes que la organización e institución oficiales, que pueden caer en una dinámica citadina. En el barrio marginal, ya el habitante reconstruye potencialmente, contando con sus relaciones primarias, un “espacio público” socialmente visible: el espacio comunal.
El interés por lo público se articula esencialmente con un actor social que tiene la voluntad (general) de organizar la vida según un proyecto de sociedad. Ello supone que entre el estado y el individuo deben existir mediaciones culturales que amortigüen las relaciones de dominación o que reconstruyan éstas o las transformen. Si no existen, la burocracia aparecerá como imponente ante el individuo reduciéndolo a la pasividad. Hay una tarea importantísima en la ciudad que realidad: la de generar y/o restablecer el tejido social. Pero debe hacerse de tal forma que este tejido no permanezca sólo en las relaciones de comunidad, de espaldas al proyecto de sociedad, como ocurre en el barrio marginal, donde se está en la ciudad sin participar de la misma, sino de proceder desde la comunidad hasta articularse con los problemas o relaciones de la asociación, es decir, participar en la ciudad a través del estado, partidos, empresas, organizaciones de voluntarios, y adquirir una armazón de hábitos y costumbres, de confrontaciones y solidaridades, que permitan saber actuar en las diversas escenas urbanas. Es en esta actuación que se produce la relación de ciudadanía del individuo y la relación de la sociedad civil de la asociación (institución, empresa, organización de voluntariado).
La eliminación del populismo urbano no podrá llevarse a cabo sino mediante la emergencia de las relaciones de ciudadanía, pues aquél funciona como una “jaula de hierro” con respecto a la cultura venezolana. Por supuesto que dicha promoción societal tiene carácter emprendedor, al que se adhieren como parte esencial los riesgos, tanto el fracaso como de confrontación, pero también de éxito y de solidaridad. Los riesgos de la “empresa” social detentan esta doble cara, de acuerdo a la misma dinámica social. El proyecto social consiste en controlar las variables del riesgo, tanto las que puedan hacer invisible el modelo de ciudad con ciudadanía, como las que pueden hacerle viable pero que necesitan trabajarse y hacerles el seguimiento.
La ciudad no debe ser un enclave (particular) para el ejercicio del poder, ni para una plataforma mercantil, sino un escenario (general) donde los individuos cumplan con su propia tarea que lleva consigo la génesis de las ventajas colectivas. La ciudad y no el campo, es un mejor pretexto para organizar la cooperación de la gente con objeto de conseguir una calidad de vida superior a la “natural”. El estado como el mercado sólo pueden colaborar en organizar dicha cooperación, pues no tienen capacidad de originarla. Cualquier asociación de la gente es una pauta positiva para lograr relaciones de ciudadanía y el proyecto de la sociedad urbana. Pero ello significa que esa voluntad se instituya y lo que se espera es gente dispuesta para el servicio responsable de la acción social.
C. La Ciudad y su Medida. El Modelo de Ciudad Constelada.
La “medida de la ciudad” (“metro”-poli) tiene que ser redefinida a partir de la “medida de la gente” (metro-“poli”) y no del estado (mirar y obedecer), ni el mercado (mirar y comprar). Pero la gente (cultura venezolana) debe educarse en la “medida urbana” de la ciudad. En dicha educación de nuevo debieran colaborar el estado y el mercado. La gente sin estado, que debe expresar la voluntad general, se anarquiza, y sin mercado, que manifieste la voluntad de emprender cosas, se anquilosa. El proyecto para producir una ciudad a la medida venezolana, debe partir de alguien que tenga una idea promotora o entrevea una dirección de la sociedad (una élite competente); pero es preciso como condición “sine qua non” que el colectivo siga la idea, y lo haga con acciones de inversión de recursos: pagar los impuestos urbanos y exigir los derechos en torno a los mismos. Sin impuestos no puede existir ciudad alguna. Si la gente actúa como protagonista de la ciudad aprenderá el doble sentido de la acción impositiva: pagar (hacer un sacrificio mediante el desprendimiento de algo particular) para disfrutar (beneficios que tienen un sentido colectivo peor en los que gana siempre el individuo social). El proyecto de ciudad ideal no existirá como realidad en tanto que el actor supeditado (la gente) no lo confronte o examine, y con ello lo legitime.
El siguiente modelo pretende responder a la problemática de la ciudad como obra común y ejercitación ciudadana.
1. El presupuesto fundamental: se trata de la creación de una ciudad nueva; lo que puede implicar un proyecto de país, sobre todo en un país que no tiene proyecto de sociedad. Lo que no se contradice con un país que fue capaz de emprender hazañas épicas bajo la conducción de un líder visionario como S. Bolívar, y con un país que emprendió una campaña antimalárica, bajo la guía del Dr. Arnaldo Gabaldón, mediante la cual liberó a su población de la endemia anual que la diezmaba permanentemente.
2. Las condiciones geo-políticas y –económicas tienen que ver: a) con regiones o comarcas deshabitadas o sin ciudades, o con pequeñas ciudades, o ciudades medianas en proceso de disminución social. Pensamos en la Región de Los Llanos, de Venezuela; b) con una nueva producción de energía (la orimulsión) que originará la fundación de campamentos mineros; c) con la presencia del río Orinoco y su eje geo-político y –económico propicio para desarrollar estrategias de desarrollo regional y orientado hacia el sur del país; d) con la cercanía de las fuentes de recursos naturales: agua, electricidad, agricultura y ganadería, condiciones que pueden permitir cierto ideal autárquico de toda ciudad; e) la medida urbana como control social frente a la inseguridad ciudadana de la metrópoli actual.
3. Aspectos de gestión: No es posible llevar a cabo un proceso de gestión sin un conocimiento previo detallado y a la vez panorámico de la actividad, objeto de la gestión. De la amplia gama de estilos de gestión (tanto pública como privada), y suponiendo que se nos confiara la gestión de un ente ya existente, una ciudad por ejemplo, podríamos destacar dos actitudes extremas: la de insertarse en la continuidad, cuidando de mantener los sistemas en funcionamiento, con las modificaciones estrictamente indispensables, o bien romper con el pasado tratando de cambiar (supuestamente para mejorar) todo lo que se pueda cambiar con la sola limitación de los recursos disponibles.
Obviamente estos dos extremos son simples estereotipos, aunque a veces parecen ser los más frecuentemente adoptados. Lo importante aquí, es destacar que, sea cual sea el estilo de gestión asumido, extremo como uno de los apuntados, o intermedio, resulta siempre indispensable realizar un diagnóstico previo, antes de emprender cualesquiera planes de acción. De la calidad, amplitud, profundidad y cuidado por el detalle (técnico, económico, sociológico o político), dependen en gran medida las posibilidades de éxito de la gestión a emprender.
Veremos a continuación, que cualquier descuido en este sentido conlleva una radical desviación del óptimo posible que debe perseguir cualquier gestión responsable. Con los mismos ejemplos entresacados de las características perfectibles de nuestras ciudades, también observaremos cómo se pueden evitar “ab initio”, en los nuevos urbanismos, gran cantidad de causales de disminución de gastos, que de otro modo serían rutinarios. Mencionemos las des-economías visibles cotidianamente en nuestras ciudades y a las cuales nos resignamos sin percatarnos de ellas:
a) La ruptura de calles para reparar instalaciones existentes o colocar nuevos tendidos. Solo este rublo conlleva gastos de ruptura de pavimento, transporte de escombros, gastos en los materiales instalados, gastos de reposición de pavimentos, entorpecimiento del tráfico, contaminación aérea y acústica. Todo ello sin afinar en detalles.
b) La necesidad de construir obras públicas en altura, como por ejemplo hospitales, edificios administrativos, escuelas, hospitales, etc., con la de la necesidad de inmensas obras subterráneas destinadas a estacionamientos. Esto implicara un costo estructural varias veces superior a las que tendrían construcciones a escala más moderada, y ello unido al cada vez más escaso y costoso espacio urbano, a la necesidad de instalar ascensores de uso masivo, etc.
c) El costo altísimo de pasos elevados, subterráneos, e incluso a varios niveles, obligado por el omnipresente imperio del automóvil, ocupando espacios de alto costo. El resultado de ello es grave en la medida en que distancia y dispersa las zonas transformadas en cuasi intersticiales, donde quedas confinadas las viviendas y sectores de habitación urbana y suburbana, erigiéndose por su parte en barreras infranqueables para el peatón. Brasilia podría ser un caso extremo de urbanismo, favorable para contemplar desde las alturas, pero hostil a ras del suelo.
d) Los costos de sobre-transporte de personas, servicios y mercancías, que gravan a todo nivel, (personal, público, social) el costo de la vida. En el nivel personal, podríamos citar el estimado realizado para la ciudad de Caracas de cinco millones de horas/hombres al día, que incluso se nos antoja conservador, siendo común que un trabajador invierta dos horas o más en un trayecto simple de ida al trabajo, con las cargas económicas, pero sobre todo de tiempo vital, como el referido al descanso, libertad, mejoramiento profesional, relación familiar, etc. En el nivel de los servicios públicos, encontramos, por ejemplo, que el coste del poner un litro de agua en Caracas (incluyendo amortización de obras del acueducto, gastos de personal, gastos de equipos, etc. ) el sesenta por ciento viene constituido por costes de electricidad, a precios altamente subsidiados, y aparte de esto, se sabe que solo se aprovecha un treinta por ciento del caudal bombeado. La energía eléctrica transmitida a lo largo de cientos de kilómetros de tendidos de alta tensión, experimenta pérdidas en el camino, por la resistencia de los conductores. Un cálculo reciente indica que si se eliminan dichas pérdidas, en los Estados Unidos se podría ahorrar hasta un 40% de la energía eléctrica consumida, o el equivalente a todo el consumo de la costa oeste. Respecto a las mercancías me remito a lo contenido en Weizsäcker y otros (s/f) en su Informe al Club de Roma.
e) Mención propia merece el tema de los mercados “entubados”. Así se conoce el fenómeno perverso, específico de las grandes ciudades, mediante el cual la “libertad de mercado” solo sirve a los interese de los poderosos grupos empresariales, con frecuencia de magnitud transnacional, que virtualmente monopolizan los Mercados Centrales. De esta forma, se distorsionan las condiciones de la libre competencia, desplazando a los agentes más pequeños mediante procedimientos de dumping, compras masivas de proveedores, etc. Neutralizada la competencia (que a veces mimetizan mediante grupos pantalla), establecen precios abusivos que incrementan a su conveniencia, en busca de optimizar su usurpación de la capacidad de compra de los consumidores. Se trata de aprovechar al máximo los recursos de limitados por la línea del presupuesto del consumidor. Esta “muy legítima” aspiración a la “maximización de beneficios”, se oculta a la hora de convencer a la ciudadanía de que la democracia y la libertad dependen de que esté garantizada la “libertad de empresa”. Pero este tipo de “libertad de empresa” conspira e impide la verdadera libertad de empresa. En el caso de una población de tamaño moderado (hasta 100.000 habitantes), rodeada de zonas agrícolas y bien informada y comprometida en una lucha constante por mantener y acrecentar su bienestar, las pretensiones de estos grupos monopólicos tropezarían con una voluntad colectiva dispuesta a no permitir limitaciones a una auténtica libertad de elección.
Vistos estos factores de distorsión de una buena asignación de recursos, atribuible en gran medida a la hipertrofia metropolitana y al proceso de dificultad de ciudadanía en las cosmópolis, exponemos esquemáticamente la propuesta que hemos dado en llamar “la Ciudad Constelada”, así como los factores que la hacen posible.
4. La “Ciudad Constelada”.
El modelo de “ciudad constelada” se refiere a una población teórica tipo que representa un esquema urbano ideal donde se juega un entramado de unidades de vida urbana y un universo de organización social urbana. “Ideal “ no quiere decir utópico, si no que se refiere a la “medida” ajustada de un proceso imaginario-abstracto con referencia a un proyecto social realizable si se tomas las decisiones de invertir en él.
1) La Unidad o comunidad típica de diseño se identifica con un conglomerado urbano de una población de 60.000 habitantes, y cuya densidad media es de 40 a 60 habitantes por hectárea sobre 1.000 hectáreas de zona urbana. El tipo de vivienda predominante consiste en la unifamiliar continua, con patio frontal y jardín trasero, que lo separa por el fondo del jardín de las casas de la calle paralela. Dicha tipología expresa condominios horizontales (‘town houses’). Las hileras de un máximo de 14 casas continuas hasta tres niveles reproducirían un “urbanismo de manzanas”. Destinadas a servir de destino alternativo a la migración hacia las grandes metrópolis y eventualmente (sería lo deseable) a servir de aliviadero en un proceso de desconcentración metropolitana, las comunidades en cuestión verían canalizado su crecimiento a través de variadas formas de desarrollo inmobiliario, en una gama que comprendería desde la promoción por empresas privadas, hasta las cooperativas de futuros copropietarios, desde la construcción para la venta en el mercado inmobiliario, hasta la administración delegada o incluso a variantes como la autoconstruccción dirigida bajo de la asesoría de un maestro de obras, la vivienda sería autoconstruida y no uniformada con el resto. Dicha autoconstrucción atendería a las necesidades y gustos del grupo familiar: ella expresaría y expresará la historia de la familia.
El urbanismo resultante no debe ser demasiado extendido en superficie para poder cumplir con la práctica peatonal o la práctica en bicicleta, pero si lo suficiente para poder contar con una superficie de techos por vivienda que, dejando un área libre de azotea, permita disponer de una superficie de insolación tal que, dada la constante de insolación (app.1 Kw. Por metro cuadrado) y la eficacia actual de los paneles solares (entre 15 y 20%), se pueda contar con un suministro de energía eléctrica. Tomando estos dos parámetros en cuanta se obtiene que la comunidad tipo, como centro poblado, presupone un rectángulo de 4 kilómetros de largo por 2,5 kilómetros de ancho. Si la zona residencial tiene una densidad de unos 120 habitantes por hectárea, el 50% del espacio urbano se deja para usos complementarios: servicios públicos (administrativos, educativos, asistenciales, etc.), comerciales, de actividades culturales y recreacionales, industrias manufactureras, parques y plazas. No son ciudades dormitorios, pues se pretende que aún siendo su núcleo fundacional un campamento minero de extracción, como ha sido tradicional, en el caso de las ciudades surgidas en Venezuela durante el siglo XX, no se limiten en esta ocasión a dicha actividad básica, sino que orienten su vocación alternativamente hacia las actividades manufactureras, para lo cual deberán contar con el apoyo inicial del gobierno central en cuanto a créditos y estímulos fiscales para la radicación de empresas, y la correspondiente legislación al efecto. Asimismo, su autonomía de las metrópolis vendrá reforzada por su ubicación periférica y por tanto suficientemente alejadas de dichas grandes ciudades.
En cuanto a la trama urbana y en función de la optimización operativa y la racionalización de los costes de mantenimiento, los derechos de paso no pavimentados y ubicados en medio de cada manzana y que separan jardines traseros, además de un eje transversal en aquellos casos en que la manzana en cuestión tuviesen un nodo de la red de distribución, contendrán los ductos y tuberías de distribución de agua, gas, fibra óptica, drenajes, etc., de modo que se puedan reparar, reponer o ampliar en número y tipo de servicio, sin romper el pavimento de las calles, ni estorbar la circulación. Estas últimas serían atravesadas por la red de servicios mediante galerías visitables.
2) El Conjunto dispuesto en forma periférica, o bien en abanico en caso de desplegarse a orillas de un río, y compuesto por 5 a 7 conglomerados urbanos dotados de todos los servicios locales, áreas comerciales, zonas industriales, recreativas, etc. (comunidad tipo), con un conglomerado central, que identificará el centro cívico y estará dotado con los servicios de primer orden: aeropuerto, universidad, hospital general, sistemas multimodales de transporte público, burocracia municipal, etc., conforma lo que hemos convenido en llamar “Ciudad Constelada”. En otras palabras, el sistema constelado de la ciudad consiste en articular las comunidades unitarias en torno a estos servicios centrales en un radio (circunferencia o abanico) de 12 a 15 kilómetros. La vocación de una ciudad constelada es la de proveer las condiciones para el desarrollo de las actividades manufactureras, que es el renglón más débil de la sociedad nacional. Dicho renglón debe motivar a su vez el desarrollo de tecnologías y ser la razón de institutos politécnicos y de investigación. El volumen de población de una ciudad constelada alcanza de 400.000 a 500.000 habitantes.
3) Condiciones objetivas de factibilidad: Un número considerable de ciudades venezolanas, consolidadas y estables y que por lo general han experimentado un fuerte crecimiento desde su fundación (en algunos casos re-fundación) en la primera mitad del siglo XX, fueron campamentos mineros, correspondiendo la mayoría de ellas a áreas de explotación petrolera, tanto de extracción como de refinación. En este marco histórico, el plan de Ciudades Consteladas propone aprovechar la ventana de oportunidad derivada de las nuevas condiciones socioeconómicas y geográficas en desarrollo: 1) la reciente concesión de 23 nuevas áreas de exploración y explotación petrolera, principalmente desplegadas a lo largo y ancho de la denominada Faja Bituminosa del Orinoco; 2) las nuevas instalaciones que se encuentran en proyecto y construcción para la producción del nuevo combustible patentado en el país, denominado orimulsión, cuya producción no afecta la cuota de la O.P.E.P., pues compite en el mercado del carbón y no del petróleo, con amplias ventajas por unidad de energía generada en cuanto a precio, seguridad, facilidad de transporte y utilización, además del bajo riesgo ecológico. Asumiendo su facultad de legislar, el estado está en la capacidad de regular las variables urbanas de los nuevos campamentos, y en consecuencia de decidir desde un principio la aplicación de planes como el propuesto, que siendo como todo plan, perfectibles, consideramos de todos modos como un buen punto de partida, capaz de asimilar los refinamientos posteriores derivados del proceso de diseño al nivel de detalle y del posterior desarrollo de la población dentro de los límites indicados. El costo del urbanismo, entonces, correspondería a las compañías de explotación petrolera, pudiéndose resarcir del mismo, sin lucro adicional, mediante el traslado del mismo al consumidor final. En suma, el estado sólo atendría al gobierno de la ciudad, mientras que el mercado lo haría en la construcción de las viviendas, no en su mercantilización. Además, en la primera etapa de la autoconstrucción, el colectivo se organizaría para abaratar el coste de los materiales.
4) Las áreas intermedias entre las unidades y el centro cívico de los servicios están destinadas a actividades agropecuarias y de industrias mayores o contaminantes, a reservas ecológicas, a ejidos (no más del 10%) y a zonas de recreación. Si bien la idea se inspira en la “ciudad jardín”, la ciudad constelada no forma una malla sin solución de continuidad, sino un sistema de polos descentralizados en sí mismos, pero coordinados para optimizar el uso de recursos naturales y minimizar el impacto urbano en el ambiente natural. Tampoco es la “ciudad rural” preindustrial, pues el campo rodea un enclave urbano. Todo lo contrario.
5) La optimización operativa se asocia con la autarquía que debe detentar la ciudad, sobre todo en servicios públicos y de primera necesidad. Los bolsones agrícolas deben permitir la autosuficiencia alimentaria; a su vez, la zona industrial y de servicios originan fuentes de trabajo que otorgan capacidad de compra a la población y con ello las condiciones materiales para el pensamiento y la libertad: los pobladores pueden ser y ejercer como ciudadanos. Sistemas de reciclados, mantenimiento y energías limpias permiten no sólo tener recursos propios, sino también cumplir con el ideal autárquico del ahorro de energía urbano. Por ejemplo, la energía solar fotovoltaica, que por ser generada domiciliariamente no requiere de redes de distribución, ni de oficinas de pago, y aún se puede vender el excedente de consumo en la red. Esta producción de energía solar se corresponde con el tipo de construcción de la vivienda (amplios techos) y poca densidad poblacional (consumidores). Todo ello indica que el citadino aprende a racionalizar su consumo, ayudado por los distintos sistemas de educación. En suma, se constituyen las condiciones urbanas para formar ciudadanía, que es la autonomía de los individuos y que configura a la ciudad como proyecto de sociedad.
El proyecto de sociedad se soporta en el valor añadido de los individuos. La ciudad constelada es un espacio donde la filosofía operativa de las comunidades tipo se ve enriquecida por el carácter multisectorial de sus actividades económicas: el uso racional de energía, las áreas periféricas de vocación agrícola, agroindustrial o protectora (reservas ecológicas), la racionalización de los transportes, son actividades que al optimizar la utilización del tiempo y los costes de vida, permiten a la población remontar el mero nivel de subsistencia y abordar actividades de beneficio personal y social, como el reciclado de residuos, y, en suma, su integración (vía tecnologías informáticas) de una sociedad más consciente y tecnológicamente más productiva.
El proyecto de una democracia participativa según un “feed back” informativo de doble vía (sociedad civil – gobierno local) estaría más próximo a la realidad que en la congestionada metrópoli habitada por supuestos ciudadanos agotados y arrinconados en una “soledad de multitudes”, debido a las actividades intermediarias (burocráticas, mercantiles) que plagan su forma de vida. En breve, la forma urbana de una ciudad constelada prepara mejor las condiciones de formación de los protagonistas de la ciudad: los ciudadanos, y el amor a su ciudad como su propia obra, re-encantada por su esfuerzo y desvelo.
CODA. Los riesgos de esta gestión participativa con el deseo de actuar, que implica un proyecto de ciudad nueva y de un nuevo tipo de ciudad en Venezuela, provienen de dos focos galvanizadores: 1) La recesión y adormilamiento de lo que se llama la sociedad civil a nivel mundial; 2) la ausencia y falta de producción de sociedad (civil, como pleonasmo), específicamente en Venezuela, debido a los faltantes de figuras culturales claves (la paternidad y la conyugalidad) cómo se observa en la cultura matrisocial venezolana. La vida social se halla enrarecida por la escasa oxigenación, tanto por la globalización tecnológica y económica, como por lo endógeno social incivilizado (Uslar, 1992). A pesar de ello, la demanda y oferta de participación, de iniciativas y de innovaciones en este tema de las prácticas sociales, nos conduce a la idea de proponer la edificación de un nuevo tipo de ciudad que nosotros llamamos la ciudad constelada.
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Publicado en la Revista EXTRAMUROS, Facultad de Humanidades y Educación, UCV, Nº 16 mayo 2002, en coautoría con el ing. Juan Miguel Vázquez.
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