viernes, 3 de enero de 2025

DIOS COMO COMPADRE


 Admonición
: El compadrazgo como amistad ritualizada convierte la vida en un saber y gustar de la hermandad ‘a lo divino’. Así lo escribió el poeta en un soneto ‘a lo divino’, y como lo indica el sentido con que debe vivirse el compadrazgo, una vida de deseos, inquietudes, alegrías y dudas, interrogantes, entre la distancia con el temblor del respeto y la intimidad fascinante de la confianza.

 UNIÓN TRASCENDENTE

A las ocho del día en febrero

aún es de noche.

 

Subimos a este tren algunos hombres

por diversos motivos.

Aún no hay luz en los vagones, sólo

oscuridad y aliento.

No nos vemos los rostros pero sentimos

la compañía y el silencio.

 

En el andén estalla la campana.

Nos sobresalta la crueldad de un silbido.

El tren arranca. Todo vuelve

a su antiguo sentido.

 

Nos dan la luz amarillenta y floja.

Salimos

de la oscuridad como del sueño:

torpemente vivos.

Ahora empezaremos a mirarnos

como hombres distintos:

amaríamos a éste, pero a aquél

nunca le amaríamos.

 

Sin embargo, la luz debiera ser

quien nos hiciera amigos.

Este es un tren de campesinos viejos

y de mineros jóvenes.

Se ve algo que une

más que la sangre y la amistad.

 

Es una cosa del cuerpo y del alma.

Es grande y dolorosa.

 

Antonio Gamoneda: “Ferrocarril de Matallana” de Exentos I, en Edad, Madrid: Cátedra, Edición de Miguel Casado, 1987, 147-148 (fragmento).

 

Todos los días, y en cada momento y en cada lugar, vemos rostros humanos. Al mirarlos se prende una luz desde nuestro interior (consciente o inconsciente); ella califica cómo es la mirada: superficial, penetrante, osca, desinteresada, con intención, la de mirarnos como hombres distintos con los que evaluamos nuestra simpatía, nuestro acercamiento, nuestra común unión, nuestro compromiso.

Es la luz que debiera ser además la que nos hiciera amigos, porque es la que ve y con la que se ve que algo puede ser lo que puede unirnos más allá de “la sangre y de la amistad” misma. Ese algo que compromete el cuerpo y el alma como totalidad de ser, y que como cosa “grande y dolorosa”, análoga a las dimensiones sagradas del “temor y la fascinación”, supera nuestro ser individual. Pero aún necesita adquirir una plusvalía de ser  transcendente a la consanguinidad y al alma particular, que como tal plusvalor encienda la distintividad de cada uno, para saber evaluarla y luego saber proyectar socialmente con ella[1].

El simple parentesco y la amistad contingencial, por fuertes y duraderos que sean, no logran verse a sí mismos, sea cada cual por su lado (lo parental o lo amical), con la fuerza que les impulse desde sí mismos a macerar en plusvalía de ser, aún medien deseos y poderes de sociabilidad psicosocial. Es un nivel que requiere otra medida referida desde un algo transcendente, y transcendental, que te saque de tus cabales y te ponga en camino de un proyecto de vida social.

Son varios los incentivos que atraen para esa superación de la pequeña medida natural; porque la gran medida,  la social, la tiene que dar otro que participe de tu misma luz y permita iluminar caminos conjuntos, esos caminos que te salvan del miedo a los problemas diarios, del pánico ante problemas que se ven desde la impotencia de resolverlos; surge así la luz con la que cuentas más allá de ti mismo y en la que descansas de tus ansiedades y desde la que te elevas ascendiendo de lo hondo de tus depresiones.

¿Dónde conseguir ese punto de luz, cómo pensarlo desde un lugar certero que suponga la deposición de los miedos a la vida y la eliminación de los pánicos al sólo pensar? Hay que buscarlo y dejarse traspasar por su luz que siendo ajena (de otro) se va haciendo cada vez más propia (de uno), pensando que “nunca estarás completo, y así ha de ser” (Tranströmer, p. 117). Por consiguiente, necesitamos una medida extra-individual que nos libere de nuestras aprensiones y, para sus buenos rendimientos de liberación, nos proporcione una lealtad que asegure nuestra salvación vital.

Ese punto de luz no se consigue sino en relaciones de contrato diádico, sumergidas sus relaciones en un tejido de sociedad. Entre las soluciones que el movimiento de esas relaciones actúa en el centro mismo de lo social, aún en sus raíces naturales, se encuentra una institución con gratuidad absoluta. Es el compadrazgo, con todas sus reservas de carisma o gracia social. Ese punto de luz se nos dio para ser pensado conforme a su lealtad, en la imagen analógica pero sustancial de lo sagrado (aún sin dioses, como afirma el poeta Jorge Guillén)[2] pero con la medida fundante de un modelo a seguir y entenderse para saber de dónde viene la firmeza (el amén) que nos sostenga y asegure. Las colectividades humanas consiguieron que esa luz, como una gracia con carga simbólico-social, se ciñera a lo sagrado y a sus rituales de sociologización. En último término, lo divinal, con la categoría del mito como un “detector de sentido” sería el garante del fluido de esa energía simbólico-social[3].

¿Cualquier divinidad? ¿Acaso estamos sumergidos en la magia para manipular lo divino? No, se trata de un don sagrado que linda con lo religioso, que en antípoda con lo mágico, su talante es de confianza en algo superior cuyo índice de credibilidad consiste en que sea un Dios liberador de lo humano en dirección a liberar al hombre del encerramiento en sus medidas egocéntricas, en sus síndromes narcisistas, en sus complejos esquizofrénicos y paranoicos, encuadrados en culturas cerradas, antisociales, que dotan a los individuos de una incapacidad para razonar y comportarse como seres sociales.

No todo dios sirve para hacer cristalizar la institución del compadrazgo en la cual debe macerarse lo espiritual del parentesco, si este es el área donde se elige el compadre, o para crecer y confirmar la amistad si éste es el otro ámbito de selección del compadre. No puede ser cualquier dios sujeto a una cultura que por definición es particular y cerrada, supeditado a compulsiones psíquicas que fijan la mente, el alma y el corazón de individuos, a su vez subordinados a intereses políticos de dominación. No sirve cualquier “detector de sentidos” como operador lógico del que ya no podemos prescindir; hay que instalar el mejor aparato divinal, el de un Dios liberador, no alienante.

El Dios liberador de lo humano tiene que estar por encima de esos dioses, aunque hay algunos de estos dioses que están esperando abrirse al futuro de la humanidad. Porque en definitiva, aunque estamos nombrando a Dios, lo que hacemos es apuntarlo como referencia al hombre y a su comportamiento, y a cómo éste debe dar señales de sembrar y hacer florecer lo humano en cuanto social.

Si como modelo de ser humano en condiciones de compadrazgo, se refiere ese modelo al Dios cristiano, con razón los autores hablan de esta institución, si es con el motivo de pariente, como parentesco espiritual, y hasta de parentesco sagrado o cercano a la lógica sagrada; y si es desde la ocasión del amigo, se dice amistad ritual, sancionada en términos religiosos, y confirmada en rito de iglesia. Todo comienza como referencia a lo sagrado y termina como resultado en una relación social sacra sea con la distancia del respeto o con la cercanía fascinante de la confianza, ambos aspectos, cumplen la función de alentadores de la maceración del ser humano, nunca completo, y sin embargo sobrepasándose a sí mismo como los arcos en las bóvedas de una iglesia románica (Tranströmer, 117).

Con la imagen de la bóveda que te obliga a mirar hacia arriba de ti mismo, Tranströmer, el poeta sueco, consigue esa metáfora retórica para decir del proyecto humano en viaje de turismo. Como imagen metafórica, el poeta traslada la imaginería artística gustada en las arcadas de la catedral, a la cuadratura a cielo abierto de la plaza de la ciudad, el lugar político por excelencia, y continuar en los personajes turísticos la idea de que el  hombre no se avergüence de ser hombre. Por eso en su “visión de la memoria” continúa mirando a los hombres, a cada ser humano, como bóveda tras bóveda dentro de una catedral viviente en el trascurrir de cada ser humano en la ciudad, expresión de la sociedad total.

En la historia del compadrazgo, como ritual de la gracia social bajo dedicación religiosa, se mencionan las alianzas, contratos, planes, proyectos, a los que entraron a habitar los seres humanos. En lo referente al punto de ocurrencia de los rituales de iniciación católica, han existido procesos que han desglosado posibilidades de concretar formas de producir la institución del compadrazgo. En esta etnografía asistimos sólo a las formas generativas del echar el agua y el bautismo, y en el diseño del capítulo primero dichas formas son referidas al barrio popular de Los Postes (sector Los Rosales de Caracas) y en el marco de la transición cultural de una a otra forma surgidas como compadrazgos sea con el echar el agua en el bautismo casero o con el bautismo en la iglesia. Allí se obtienen modos de transición (y de transacción) pero también de resistencia cultural, relativos a la consistencia de los rituales, que repercuten en la forma de instauración de los compadrazgos. Esta presentación sumaria del modelo específico, viene presidida por el modelo general consistente en la relación transaccional de los valores simbólico-morales, el del respeto y el de la confianza, que funcionan a su vez como constructos en la etnografía.

En el capítulo segundo, se aventura el cruzar el problema planteado en el capítulo primero, con el concepto etnopsiquiátrico de matrisocialidad. Se establece que el compadrazgo como tal es un estado de gracia social (un carisma), por una parte, y por otra, se pretende que esa gracia tenga la función, como lubricante, de favorecer la solución de problemas inscritos en los desórdenes etnotípicos originados en el hondo complejo matrisocial. El carácter cultural de este complejo en Venezuela es que la cultura opera con el yo ideal (ideología) para verse en su realidad, cuando debiera hacerlo con el ideal del yo (la realidad que debe ser transformada). La consecuencia más dura es que la organización social venezolana está afectada con un profundo negativismo social (mostrado en los desórdenes etnotípicos), que tiene postrado al país venezolano como patria y sociedad, porque los comportamientos del colectivo son antisociales.

Finalmente, nos encontramos con los dos Entreactos, en los que se plantea el problema de la amistad como un potencial generador del compadrazgo y su capacidad para renovar su institucionalidad. Desde el entendimiento de su ética (nos acogemos a la ética nicomaquea de Aristóteles) nos afincamos en el gran valor social de la amistad, que transciende el amor mismo, y, por supuesto, está de espaldas al enamoramiento narcisista antisocietario. Por eso proponemos que la amistad no sólo salva al amor en el parentesco, salva también los fundamentos de posibilidad de arrancar con un proyecto de sociedad. Queda en este caso el de un compadrazgo oscurecido que debiera ir en la dirección del padre biosocial al padre social cuyo papel lo cumple el profesor y maestro del hijo. Así como acontece con el oficiante en los rituales de iniciación religiosa, debiera concretarse un compadrazgo en las acciones de sociedad de carácter secular, donde la ocasión educativa tuviera una resonancia importante. Existe una relación social natural de los padres y representantes a nivel de las escuelas y liceos o colegios del dictado de bachillerato. Pero se abandona a nivel universitario, a no ser en grupos minoritarios y con fuerte concentración de la gracia social (amistad), pero no se reconfirma con un ritual. El caso es que, después, en el transcurrir de la vida la relación social de profesor/aluno queda marginada, es decir, no atendida. Pese al énfasis que puede hacer cada profesor en este problema con la idea de su trayectoria de investigación[4], vinculada a la parábola del hijo pródigo.

No siempre de un padrinazgo surge un compadrazgo, como en el padrinazgo matrimonial, en el padrinazgo de una graduación académica, etc. Las condiciones de lo social, como originante y como resultante parecen fundamentales a la hora de averiguar el por qué de la existencia de la institución del compadrazgo. Y esas condiciones tienen que ver con la existencia o emergencia de los primordios de la sociedad, en cuyo pensamiento de realidad como principio del inconsciente (el imaginario), la referencia como modelo mítico se encuentra en lo sagrado, el cual remite a un modelo de admiración por conseguir un comportamiento social como es el comportamiento divinal, de realidad mito-simbólica. Dios como modelo de admiración de la paternidad (liberadora del hijo como figura nutricional), se presenta al inconsciente colectivo para avanzar en la producción de la obra humana según el aspecto de esa paternidad y ello con miras a su resonancia en un co-padre (compadre). 

El ejemplo de la parábola del hijo pródigo enseña no tanto sobre el hijo retornado con todas sus miserias, sino sobre todo en cuanto al padre que espera a su hijo con tanta insistencia haciéndonos pensar en la atracción de la gracia paternal, que con la eficacia simbólica de una oración persistente, parece que logra desempeñar la función de un milagro o maravilla de hacerlo retornar. Su determinación consiste en aprestarse a solucionar el problema del hijo desde arriba (paternidad) con todos los requisitos disponibles como es lo que una fiesta representa de liberación comulgante. La vuelta al papel liberador nutricional del hijo por parte del padre tiene la función completa, expresada en la fiesta. Ser, pues, compadre es cosas divina, de dioses, del Dios liberador.

En la educación, el alumno no deja de ser alumno aunque la vida lo lleva a la ausencia como ex-alumno; aún en esa ausencia el profesor y maestro debe atenderlo como si se estuviera siempre en el comenzar de la relación. Pero la relación del padre/profesor (visualizando una relación de co-paternidad) no se aguanta porque nunca comenzó como motivo fuerte de la sociedad, tal como ocurre en los rituales iniciáticos del nacimiento del hijo, aunque pudiera (puede) pensarse como el nacimiento social del hijo en torno al edipo cultural (la jerarquía social o autoridad); pero no existe esa preocupación (compulsión) en el área de la libertad de acción para concretar la sociedad como proyecto. La humanidad pretende esto, pero no logra operarlo con realidad; por eso hay una relación con fuerte resistencia, que implica asumir el ser de la institución del compadrazgo y como tal que se piense como una institución favorable a la organización social y a las  relaciones necesarias para relanzar la sociedad como proyecto, que nunca está concluido, ni “completo, y así ha de ser”, como “el cielo a medio hacer” (Tranströmer, págs. 117 y 51)[5]en las condiciones del hombre en su caminar por la tierra.            

BIBLIOGRAFÍA

Gamoneda, Antonio (1987). Edad. Madrid: Cátedra. Edición de Miguel Casado.

Guillén, Jorge (1979). Aire nuestro y otros poemas. Barcelona: Seix Barral, Biblioteca

Crítica.

Laplantine, Francois (1979). Introducción a la etnopsiquiatría. Barcelona: Gedisa.

Tranströmer, Tomás (2009). Visión de la memoria. Caracas: Ediciones de La

Biblioteca, UCV, y bid y co. editor.

 



[1] Gamoneda (1987: 149) en el siguiente fragmento de su poema saca las consecuencias al proyectarlas sobre su propio país, “donde una tierra sólo no es un país; /un país es la tierra y sus hombres. Y un país sólo no es una patria; /una patria es, amigos, un país con justicia”

[2] Tú vida es más que tú desde la entraña.

¿Y el instinto de propia destrucción?

‘Thanatos’. Es la trágica sordera.

 

Escucha bien, escucha.

 

Este don de vivir…

Valor sagrado: nos trasciende a todos.

Sagrado aún sin dioses”

 

Jorge Guillén (1979): “Sagrado”. En Aire Nuestro. Barcelona: Seix Barral, Glosas, 267.

 

[3] Queremos darle la importancia suprema a este punto de la reflexión teórica a partir de Laplantine, para despejar toda malsana inquietud sobre lo divinal, que tiene que funcionar en el inconsciente colectivo con la dimensión social incorporada. Así “Poco importa, en consecuencia, que el escenario del parricidio primordial nunca haya existido, poco importa incluso que el totemismo pertenezca al campo de lo que Lévi-Strauss denomina ‘la ilusión totémica’. Lo que se ha dado en llamar ‘la novela de Freud’ funciona como un sueño (Lévi-Strauss). Por mi parte, prefería decir, con Ricoeur, que es como ‘un detector de sentidos’, como un operador lógico del cual ya no podemos prescindir” (Laplantine, 26). 

[4] Ver en el apéndice la idea de la trayectoria de investigación: “A Favor del Transitar”.

[5] Se alude al poema y poemario de T. Tranströmer, citado abajo en la presentación de los Entreactos I y II.

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Presentación del Opúsculo del Compadrazgo (y la Amistad) de Samuel Hurtado S., Caracas: Doctorado en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela. Opúsculo 4/ de Mi Biblioteca de Autor, 2020.

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