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Hotel Humboldt en la serranía de El Ávila (Caracas) |
TOMAVISTAS DEL PAÍS DE DON NINGUNO[1].
Venezuela en contraseñas matrisociales.
En
un país en el que el tiempo no existió,
en
el que la luz fue sólo un recuerdo,
estaba
la casa de San Jamás.
Era
un país en el que la noche no tenía nombre,
en
el que al cielo llamaban mar y al mar espuma.
En
un país en el que la gente dormía boca-abajo,
abrigándose
con una capa de tierra y de raíces,
estaba
la casa de San Jamás.
Era
un país en el que el cuento se hacía historia,
la
conversación poesía y la leyenda ley.
En
un país en el que las casas eran de escayola
de
cartón, de papel de celofán, de plástico y de chicle,
estaba
a casa de San Jamás.
………..
En
un país en el que no existía el día de mañana,
ni
de ayer, ni el de pasado mañana,
ni
el de nunca,
estaba
la casa de San Jamás.
Luis
GÓMEZ-ESCOLAR. “Balada de la casa
de San Jamás”.
En Aguaviva: AC-4-LP, 1972
(happenings).
INDICE
Presentación:
El pensamiento
en
desvelo de país.
País
en su soledad
y
sabiduría de país.
País
de la ausencia
y
de la tierra de nadie.
País
de cierre feliz
por inventario.
País
de la pena:
del marido o del compadre.
País
del destierro
urgido de siembra y consolación.
País
del estropicio
y profecía cultural autocumplida.
País
de los iguales
sociedad con rencor.
País
de las quejas
sin aprendizaje de la sociedad feliz.
País
de la verdad a oscuras
¿qué será de nosotros?
País
de la vergüenza
malograda.
País
extraño
como oficio y desvelo.
País
incierto
en extramuros de lo serio.
País
encantado
política enclenque.
A
País revuelto
ganancia de mangantes.
País
de caciques-divinales
y amor brujo del poder.
País
subalterno
con poder
aprovechado.
Sin
dolor de país
no hay aprendizaje societal
Sin
trabajo de país
no habrá
fiesta de verdad.
País
necesitado de ayuda extra
de
pensamiento y acción.
País
ulterior.
País
…..........………… donde no hay país.
Sinopsis
PRESENTACIÓN
EL PENSAMIENTO EN DESVELO DE PAÍS.
(fragmentos)
En toda casa se respira el olor del
país. Se siente su intimidad familiar; en su patio y sus balcones, se
despiertan los sueños que dibujan cármenes de sociedades fantaseadas; con sus
desnudas paredes el inconsciente tienta la dureza del vacío donde no habita
ninguno; sus puertas y ventanas permiten las salidas a viajar en el tiempo de
lo posible.
La casa presta los insumos a la
imaginación para el diseño de diversas tomas etnográficas que evidencian el
interior profundo de un país. Allí se relata desde la situación en que un país
se encuentra, si está a medio hacer, o en lucha consigo mismo por conocerse o
entenderse, o apenas amaneciendo en la fosforescencia de lo sociocultural, o
anocheciendo en vésperos de aquelarres que denuncian sufrimientos de país.
La historia de vida de la casa
representa la narrativa de mitos de la cultura, y de exteriores del edificio de
la sociedad, ambas dimensiones de contenidos que debe portar un concepto de
país. Un país no es un simple pueblo sin macerar sus sentidos socialmente; debe
ser un pueblo con aspiración ciudadana consumada, social y política (Cf.
Zambrano, 1988). En este tránsito se revelan sus fulgores y sus sombras, sus
tiempos de plenitud y sus lugares de convocación a medio construir merced a sus
violencias inclementes, sus necesidades de igualdad, y sus libertades en
crisis.
Sus fracasos y luego sus desengaños no
han sido motivos de aprendizaje social, pese a la ocasión que propone el
escarmiento, porque este mismo es escamoteado de la conciencia colectiva. Porque
el escarmiento no es reconocido como experiencia propia, y menos como
experimento ajeno. En síncope de su media locura (Garmendia, 2000) no siente la
capacidad de asumir el trabajo del pensamiento para alcanzar reflexivamente la
causa de sus placeres (y disfrutes inconscientes), ni de sus desesperos (y
malestares conscientes).
Allí se ciernen sus regresiones después
de sentir que la megalomanía ha traicionado sus deseos ideados por su yo narcisista; lo que le queda es retornar a la
dureza de su pobreza de espíritu y materia. Y regresar así a su ‘casa pobre’
como país. Apenas el repique cultural le ha hecho sentir que sus depresiones no
pueden convertirse en evasiones de su complejo de inferioridad, estremecido por
el triunfalismo del país singularmente rico y por lo heroico con que vivencia
su historia siempre en regresión a los orígenes libertadores y a colocar en su
hornacina política el totem del bolivarianismo.
¿Dónde encontrar el mito de país desde
el que debe despegar el vuelo de su propio sentido? El referente etnocultural
del mito originario se sitúa mucho antes, en la pre-comprensión, sin necesidad
de esperar al vuelo de la lechuza al atardecer filosófico de Hegel o de la
alondra del mediodía sociológico de A. Touraine (2005: 102-105).
Pero también antes de la historia de la
violencia política, como el golpe de estado en tanto aventura depresiva de la
barbarie; antes también de la historia de nervios de las campañas electorales,
como carreras de prestidigitación brujesca, pre-moderna; antes, mucho antes, en
que el ser (cultural) ocupara y luchara contra el impávido poder centralizado
del estado por establecer un orden con pretensiones de eternidad; antes aún del
pensamiento del caos que desorienta a los intelectuales venezolanos que les
impone pensar sólo hasta la mitad (Urbaneja Blanco[2])
y alimentar la ideología de clase de un grupo social alto.
En el fondo se halla el sub-mundo,
donde están prendidas las extremas raigambres de la etnocultura, allí en la
medida profunda de la tierra que los acoge y los expulsa hacia arriba en señal
de vida y sentido territorializado, para que con auto-ctonía sostengan el mundo de vida ocurrente en la superficie
de las relaciones sociales, de las situaciones de circunstancia y de las
estructuras de pensamiento. Es lo que demanda la constitución de un país, en
nuestro caso, el país llamado Venezuela.
En aquel sub-mundo habita la
infraestructura del sentido mítico que demuestra el tejido de la cultura cuya
operación mental se encuentra en Venezuela “bastante extendida, que se activa y
se potencia en momentos de crisis, movida por el oportunismo y el aventurerismo
políticos. La misma mentalidad que movió los golpes del 4 de febrero y del 27
de noviembre, el viejo golpismo de siempre, saboteando los esfuerzos que hacemos
para construir un movimiento democrático y un tejido institucional”…
Ahora “hay otra manera de ver el
fracaso. No ya buscándolo en unos y otros, minimizándolo como error o
equivocación, sino sintiéndolo como un fracaso de esa actitud triunfalista,
cegada por el poder, que no admite derrota ni aprende de ella. Pensar que se
fracasó porque ‘no se triunfó’ es una estupidez que nos llevará, una y otra
vez, a repetir el mismo ‘error’” (Palacios, 2002).
He aquí cómo se barrunta el lugar del mito
como principio de una historia, y cómo los actores políticos que portan la
cultura que conceptuamos como matrisocial,
actúan con artilugio brujesco o razón mágica, condenados a no aprender, al
revés de como lo haría críticamente un científico, con base en el ensayo y el
error de un modo sistemáticamente razonable. Se contentan con excusarse con su
desacierto, falta de tino o mala suerte (Marina, 1995: 337). Y así atrapados al
hacer lo mismo en sus incesantes repeticiones, y con el fatal resultado de
cometer el mismo error. Como brujos de la política lo que aciertan por
casualidad con su resultado afirmativo lo consideran un triunfo, aunque sea
transitorio.
¿Por qué el intento de regreso a la
‘casa pobre’ que es Venezuela en su realidad cotidiana, cuesta tanto fracaso y
desengaño? Porque en el fondo la cultura, ceñida al disfrute narcisista que
produce en el ser venezolano, deniega hasta el surgimiento del deseo de ser
algo más, algo mejor, o quizás otra cosa cuya razón de ser sostenga al
mismísimo ser social. Así se produce sin remedio, como un bucle de sentido, el
autoengaño (Hurtado, 271).
Con esta solución cultural, el
venezolano vive a gusto, como antídoto al pánico a la realidad que sufre
estructuralmente todo ser humano, pueblo y país (Zambrano, 1988). Es la estructura
cultural que se corresponde con la estructura moral de reaccionar con libertad
(Aranguren en Camps, 33). El amaño que genera el autoengaño, rompe el proceso
de desarrollo moral, que tratando de esconder la desmoralización pretende
solucionar el problema de su pánico al desviarlo a la seducción del pueblo por
un líder, a las promesas de un cacique divinal y al refugio en el poder del
estado.
Esta situación donde se espera como
correspondencia la auto-seducción, la promesa divinal por cumplir, el asistencialismo
clientelar burocrático, se presta para que el estado sea apoderado por el
hombre fuerte (dictador), por el presidente ‘gomero’ de la democracia
presidencialista, por el cacique local que juega a la política como caporal de
hato llanero, y aún por el o la vidente que con señales mágicas de su
inconsciencia orienta las acciones a tomar por parte de los agentes sociales y
políticos.
Con la intención de evitar el gran pánico matrisocial a la realidad por
parte del pueblo venezolano, el país se
deja caer bajo el amparo de pro-hombres de armas, de sabios de la magia, y
de bendecidos de la democracia ‘gomera’, para reactivar y aún potenciar, según
el tipo de crisis o situaciones, los derroteros del país supeditado al poder
del estado, país que nunca ha calificado para ser país macerado en sociedad,
país de verdad, país serio consigo mismo y con los ajenos, y con vergüenza
deficiente expresada en sus desvaríos culturales y fracasos históricos
(Vethencourt, 1990: 115; Uslar, 1994).
A nivel de la clave cultural
matrisocial, con que se actúa este Tomavistas
del País de Don Ninguno, y desde su repisa moral, el venezolano se
estructura como desmoralizado: es, por su decir, de no tener posesión en cuanto
autoestima de sí mismo, y, por su deposición, de no tener ganas de hacer nada
por la realidad de su país con sentido de transformarlo en pro de su mejoría.
Se trata de una desmoralización
conectada con la inercia sortaria, de una acción primaria guiada por aquella
reflexión naturalizada de como vaya
viviendo vamos viendo. Es la reflexión procedente de un individualismo de
desarrollo primitivo, en el que aún no ha crecido la responsabilidad con la
realidad, y ésta se halla dejada[3]
a su propio deterioro y destrucción natural (Cabrujas)[4].
El corolario: una frustración de lo social.
Ya antes de comenzar a despuntar la
posibilidad del deseo, el venezolano se agota en el ser de la energía de su
moral cultural, energía que termina su activación en el placer narcisista de
disfrute existencial. Podemos estar en problemas, dificultades, atropellos,
pero la atención y aplicación a la solución de éstos se abandona ante nuestra
guía placentera de que estamos en
Venezuela y en tal país de que se
goza, se goza. La compensación de la desmoralización se consigue a como de lugar
como brújula vital, de desahogo existencial primario (Cf. El discurso salvaje,
en Briceño G. 1994).
La crítica
inmanente lleva un largo trabajo de diagnóstico sobre su negativismo
social. Dicho trabajo se extiende a través de toda nuestra trayectoria de
investigador propio y de asociado como tutor de tesis de grado universitario.
En octubre del año 2017 anunciamos que debíamos pasar a la crítica
transcendental mostrando las condiciones de posibilidad afirmativa de dicha
cultura (Gruson, s/f.); en el fogueo sociopolítico se interpuso el tema de país y su problemática del no-país, en debate con el ex-país formulado por Agustín Blanco
Muñoz, coordinador de la Cátedra Pio Tamayo (Universidad Central de Venezuela).
Ahora debemos pasar, a partir del mes de junio de 2019, a exponer en qué
consiste la crítica inmanente como
acicate fundamental en que debe
soportarse la crítica transcendental.
La inspiración nos la otorga José Antonio Marina (2011: 82-84) en su teoría
crítica de la inteligencia social.
Porque es necesario romper la unidad
identitaria de la cultura matrisocial, y descomponer sus elementos para
autenticar con garantía la identificación de los portadores de la misma con la
historia del despegue de cada elemento del ethos cultural (García Bacca, 2009:
168-170). Porque hay que progresar en la investigación mediante la innovación
del ser venezolano conservando lo fundamental de su sentido de realidad. Sólo
así la operación transcendental en torno a la matrisocialidad será verdadera o
tendrá verificación en la realidad social.
“Quiero decir que, culturalmente
hablando, hay una riqueza que sólo aparece cuando nos empobrecemos, cuando
perdemos ciertas facultades, cuando aceptamos nuestros límites y escarbamos en
la escasez. Creo que los tiempos de crisis, los desastres, las caídas y
fracasos sirven de abono a esos sentimientos depresivos y pueden estimular
cambios en la conciencia de un pueblo, y esos cambios ya son una ganancia”
(Palacios, 2002).
En conclusión y entretanto, está el país de don ninguno, tratado como tierra
de nadie, de ausencia de compromisos. Es la condición más propicia para que
cualquiera[5],
como cacique divinal, se lo apropie y ejerza de amo. Sin ningún movimiento
social de verdad, no puede haber impugnación seria contra un proyecto de
sociedad que ni el amo en el poder tampoco detenta. Sin conducción social no se
tiene viento favorable (Séneca) para ir a ninguna parte. Ítaca no existe ni en
ensueños, porque no hay viaje (proyecto). En la aglomeración poblacional, lo
que pueda quedar de país es el virtual reconocimiento, -en el trabajo y el
dolor-, de su nada ancestral, esencial referencia para que cristalice su ser
posible.
Referencias
BRICEÑO Guerrero, José Manuel (1994). El laberinto
de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila editores
latinoamericana.
CAMPS, Victoria (1996). El malestar en la vida pública.
Barcelona: Ed. Grijalbo.
GARCÍA Bacca, Juan David (2004).
Ensayos y estudios (II).
Caracas: Fundación para la cultura
urbana.
GARCÍA Bacca, Juan David (2009). Ensayos y estudios (III).
Caracas: Fundación para la Cultura
Urbana.
GARMENDIA, Salvador (2000). “El país no
sabe hablar”.
El Nacional, Caracas, 23 de julio. Entrevista por Rubén Wizotski.
HURTADO, Samuel (2000). Élite venezolana y proyecto
de modernidad. Caracas: Ed. del Rectorado, UCV.
MARINA, José Antonio (1995). Teoría de la inteligencia
creadora. Barcelona: Ed. Anagrama.
MARINA, José Antonio (2011). Las culturas fracasadas. El talento
y la estupidez de las sociedades.
Barcelona: Ed. Anagrama.
PALACIOS, María Fernanda (2002).
“Frente al autoritarismo
e intolerancia”. El Universal, Caracas: Verbigracia, N° 29/Año
V: 1, 20 de abril. Entrevista por
Iralis Fragiel.
TOURAINE, Alain (2005). El nuevo
paradigma. Barcelona: Paidós.
USLAR, Arturo (1994). “El fracaso
venezolano”. El Nacional,
Caracas, 19 de junio.
VETHENCOURT, José Luis (1990). “En
torno a la psicología
del venezolano”. Nuevo Mundo, Caracas: marzo-abril, N° 145.
115-134.
ZAMBRANO, María (1988). Persona y democracia. La
historia sacrificial. Barcelona: Ed. Anthropos.
[1]
Libro publicado en Ediciones Digitales de la Facultad de Ciencias Económicas y
Sociales, Universidad Central de Venezuela, 2019.
[2]
Ministro de Justicia en la presidencia de Pérez Jiménez. Alude a la idea su
hijo Diego B. Urbaneja en la entrevista para el libro de Hurtado (2000): “Mi
papá decía que el venezolano piensa sólo hasta la mitad. Ahí sí que hay un
problema importante; el trabajar a medias se vincula con el problema de que no
se mantienen las cosas. Las hacemos y las dejamos que se pierdan, que se oxiden”…
“No sé, debe ser una cosa profunda, porque eso sí que es verdad. Similar a
nuestra debilidad de espíritu público. Lo público como que está a medio hacer
en Venezuela, y no nos interesa, hasta lo deterioramos si trata de surgir” (p.
195).
[3]
“El salvaje es salvaje por vivir en un mundo que casi, casi es sólo universo,
por vivir en lo natural dejado a sí mismo, y dejado el hombre mismo a sí mismo,
con la fuerza de la palabra castellana ‘ser un dejado’” (García Bacca, 2004:
42).
[4]
José Ignacio Cabrujas es dramaturgo e intelectual venezolano, autor del “Estado del disimulo”. Estado y
Reforma. Caracas, N° especial: “Heterodoxia y estado”. Entrevista por L. García
Mora y R. Hernández.
[5]
Ninguno no es simplemente el reverso de todos; Más bien corresponde oblicuamente
con el anverso de cualquiera, es decir, a uno de todos donde todos (como
sumatoria de cualesquiera) y a cada uno de todos (como masa) se presenta como
socialmente descalificado (como ilegítimo: amo, tirano, ignorante…), aunque en
Venezuela pueda ser culturalmente aplaudido. De fondo acontece una masa de
individuos primitivos o primitivizados por falta de funcionamiento de las
instituciones sociales (Marina, 2011: 66, citando a Gehlen: así cuando las
instituciones se derrumban “se produce una primitivización”). En esta situación
para tener la medida de país ocurre que con tal talante primitivo, tales
individuos terminan contando como ninguno.
Este razonamiento puede observarse en “Ahora Venezuela es de todos”
(afiche del periódico Tal Cual con Hugo Chávez y fondo icónico con el líder
caribeño). De todos implica de ninguno, que es como decir de cualquiera. La “Tierra de gracia” que
reseñó C. Colón para la futura Venezuela se hizo propicia para ser “tierra de
nadie”.