miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA HALLACA AMARGA DE LA SALVACIÓN

hallaca fragmentada con la masa de maíz envuelta y su guiso interior

COREGA

NANA DE LA MORA

Que no venga la mora,

la mora, con dientes verdes.

Toda la noche, mi niño,

ligero,  duerme.



Duerme ligero, mi niño,

que si la mora viene,

en el sueño escondido

no podrá verte.



La mora grande,

la mora, con dientes verdes,

no llames a mi niño,

ni lo despiertes.

José Ángel VALENTE: “Nana de la mora”. En Paco Ibáñez,

La Poesía Española de hoy y de siempre. Los unos por los otros.

Edition-Totale, estéreo 23 85 004, Serie Prestigio, 3.




Humoristas, cuentistas, caricaturistas, echadores de broma (abundantes en este país) han terminado por enseñarme que no tengo que esforzarme tanto en buscar temas llamativos sobre Venezuela. Se me vienen sin esperarlos en el acontecer de la gente. Cómo esos temas se convierten en problemas para que la reflexión sea fecunda, es decir, que tenga consecuencias en la práctica y conciencia de los venezolanos, esa es la cuestión.



Diciembre es el tema, el gran tema de hoy, pues.



Diciembre se vive como el tiempo de la fiesta. Diciembre y parte de Enero. En la encrucijada de estos meses en que se celebra el encuentro de los años, se produce la hondura mítica del venezolano. El problema pasa como desapercibido con el ruido que desarrolla el gran ritual de la cohetería permanente cuya culminación es el “cañonazo” (traca) a las 12 de la noche del día 31 de diciembre. Se inaugura así el tránsito al año nuevo.



En lo más vital de la noche ocurre la fiesta cultural de la madre. Allí se tocan en relevo los tiempos, cuando se animan los sollozos del abrazo a la madre y se despliega la cena más íntima de los semi-clanes familiares: la hallaca hecha ritual esplendoroso junto al pernil, la ensalada de gallina y el pan de jamón.



Este potlacht o gran fiesta anual no se recicla en el pensamiento venezolano con las consecuencias de reconocerse a sí mismo en la historia. El venezolano se contenta con identificarse consigo, vivirlo a plenitud embriagada, y a ello le dice: Estamos bien como estamos. La mujer se dedica a limpiar la casa, los hombres a ordenar sus cosas y a echarse los palos (beber), las jóvenes a adornar el ambiente de la casa y quizá algo de la calle, y los jóvenes varones barren la calle en algunas comunidades populares ¿Hay algo más? El país está mal, pero a mí me va bien. Tal es la solución maravillosa del problema nacional.



La gente siente que “no vive mal”, pero no piensa que puede “vivir mejor” a partir de una visión emprendedora en que confluyan su trabajo y sus sueños.



Celebrar pensando que desde aquí tengo que superarme a mí mismo con mi propio esfuerzo va contra toda limitación que me impone lo que soy desde siempre: así se jugaron desde el principio las reglas de mi ser cultural con el que disfruto sin preocuparme de más. Tal es el límite de mi mundo. Pero limpiar la casa, adornar el balcón, podar las matas, hacer un regalo (procesos que me llevan a intercambiar), suponen que la vida debe renovarse, moverse como socialmente debe ser; y, sin embargo, estos rituales en vez de impulsarnos a la historia, rompen con la inventiva de ésta, manteniéndonos en la autocontemplación narcisista y en la mediocridad de lo que somos desde siempre.



Nuestra vida en sociedad no trasciende de la noche cósmica y mítica del 31 de diciembre, con lo que a la figura de la madre también la vivimos cósmica y míticamente. Pese a la ternura profunda que reviste esa noche maternal, llena de respeto, solemnidad y compromiso. Parece que esta vivencia cósmica del tiempo (matrisocial) detiene el despegue de nuestro desafío de cambiar nuestra vida para mejor. Con este trasfondo cultural, el venezolano tiene muy poco desarrollados los dispositivos de la resistencia, y, por lo mismo, viven en la inercia del como vaya viviendo vamos viendo. Esta inercia proviene de ese ser mágico que tanto disfruta el venezolano: éste que no ha dejado de ser hijo de la diosa María Lionza, descarga sus ansiedades ante los problemas de la vida compensándose con el placer narcisístico que le evita lo riesgos de verse más allá de sí mismo, aunque sea para mejorar éticamente.



¿Porqué no ponernos en lo mejor (sociedad), y contentarnos sólo con lo bueno que somos (cultura)? Porque no orientamos nuestro ser cultural hacia el camino de un ser cultural posible, innovado desde lo propio mismo, sin enajenación alguna. Para “jugar a Venezuela” como sociedad hemos de convertirnos a este país, como a la Venezuela posible, a su mejoría social. Dicha conversión define una resistencia, que es la de negarse al viejo orden inservible, a la autocontemplación antisocial, a la megalomanía populista.



Se trata de negarse en serio, duro, nosotros que todo lo tomamos en broma, a guachafita. Hay que aceptar el sufrimiento que lleva consigo dicha conversión resistente. A veces ocurre que lo hacemos con conciencia de sí, y se establece provisionalmente un germen posible de reconocernos como somos, mientras nos disfrutamos. Pero otras veces, la vida, los otros a los que tenemos reconcomio, la beligerancia política, el desorden económico, el trato social desconfiado, nos obligan a sufrir. Para colmo, economistas, políticos y comunicadores sociales, nos anuncian un sufrimiento mayor y concentrado en el año 2015. Hay que pensar en ello, y prepararnos para asumir el sufrimiento. Porque los optimistas nos auguran que de la noche más profunda es que sale la más bella aurora.

  

Parece que en este fin de año, las fiestas decembrinas nos han traído una hallaca amarga, dura de precio y escasa de guiso y condimentos. Pese a los que quieren amargarnos la vida, la hallaca siempre se sobrepone como un desafío de integración social, siempre tiene sabor, y/o a como dé lugar siempre le conseguimos sabor… ¡Es lo nuestro!...Hay que cuidarse, pues.



¿No despedimos al amigo con el “cuídate”, y hasta de un modo más confianzudo aún le decimos “y vete por la sombrita”? Bajo el sol tropical los árboles con su enormidad de sombra también tropical, nos cuidan con su respuesta a la ardiente luz. Si en el “conocerse a sí mismo” de los griegos clásicos se escondía un antiguo “cuídate a ti mismo”; en el venezolano “cuídate” debe manifestarse lo que está escondido: el reconocerse a sí mismo y también a los otros como gente social.



Hay que alumbrar  ese auto-reconocimiento del venezolano, y demostrarlo con ese echar pa’lante con la mejoría del país; esta es la vía de que el país se convierta en sujeto de sí mismo y se reconozca como tal. Es una poderosa resistencia la que debemos desarrollar para enfrentar a la ausencia de reconocernos a nosotros mismos como nuestro gran faltante. Porque, pese a ese ritual de despedida, en Venezuela no nos cuidamos como sociedad tal como debemos éticamente. Si lo hiciéramos así, otro gallo cantaría, y no exactamente el gallo de la cultura, bravucón y machista, sino el de la sociedad civilista.



Porque el país está poniendo muchos muertos sin saber a dónde va, demasiadas víctimas, inmensos sufrimientos de todo tipo. Pero mientras no ponga a fructificar sus sufrimientos, no va a haber salvación eficaz posible. 

Hallacas envueltas en hojas de plátano y amarradas con pabilo para ser cocinadas

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