A CAPELLA
La amistad, esa cosa tan saludable, es también tan
delicada... Puede llegar a flor de un día si no se cuida con suficiente dosis
de riego de justicia y bondad. En su tejido se juegan los destinos de la
política y la existencia de la ética. Para Aristóteles se presenta como una
antesala de la felicidad, después de asentar su necesidad de ser y su belleza
de juicio:
La amistad parece vincular las ciudades, y podría
creerse que los legisladores la toman más a pecho que la justicia. La concordia
parece tener cierta semejanza con la amistad, y es a ella a la que las leyes
tienden de preferencia, así como, por el contrario, destierran la discordia
como la peor enemiga. Donde los hombres
son amigos, para nada hace falta la justicia, mientras que si son justos tienen
además necesidad de la amistad. La más alta forma de justicia parece ser una
forma amistosa.
Más no sólo es la amistad algo necesario, sino algo
hermoso; y así alabamos a los que cultivan la amistad, y la abundancia de
amigos pasa por ser una de las bellas cosas que existen; y hay algunos que
piensan que los mismos que son hombres de bien son también amigos (Ética
Nicomaquea, El Trébol, Caracas, 2012, libro VIII, I, 180).
Alguien podría no tener fe, carecer de esperanza, y
apenas sostenerse sobre el amor. Sin amistad le faltaría la voz fundamental que
autenticaría humanamente la
posibilidad de aquellas virtudes teologales.
La amistad conduce al mundo de la justicia y de los
justos. Con la amistad se restaura nuestra personalidad cuando ésta en su
disminución se hunde en las tinieblas del miedo, la tristeza y la muerte, como
señala el poeta A. Gamoneda. Pues la amistad convoca a una mística de grupo, a
una vivencia de experiencia personal que evita su oxidación por el tiempo.
Acceder a la amistad es entrar también en un trance de relaciones
interpersonales, presintiendo que conseguir ese acceso se presenta como un
asunto difícil y raro, tanto más difícil y raro que el amor. Por eso hay que
salvar la amistad a como sea.
La amistad requiere de altos grados de maceración para
su finura de ser; es tan selecta “que no se
puede tener con muchos la amistad fundada en la virtud y en la condición de
amigos, y que debemos darnos por contentos si encontramos siquiera pocos de
esta especie” (Ética Nicomaquea, IX, X, 225)
La amistad pertenece a los seres lúcidos y fuertes; se
origina en un estado de gracia y de entrega. No congenia con personalidades
toscas, burdas. Pero si se procura puede, merced a su ascensional impulso místico,
ser la última razón de nuestra vida social. Constituye por sí una verdadera
alondra de verdad, que conduce de lo vivido en la realidad, a lo vivido en el
prodigio. Por eso, porque la amistad permite vivir la vida poéticamente, es que completa nuestras disminuciones de
personalidad, y nos encumbra a las cimas del éxtasis de la cultura, de las
fortalezas del alma, y de la salvación de las relaciones sociales. Como la fiesta,
preconiza la libertad, y la realiza de un modo total.
Si se pretende desde una personalidad disminuida, ésta
se presenta como una clave de interpretación que descifra la cura salvadora del
grupo social, cuando su fenomenología se convierte en insumo radical dinámico
de la psicoterapia popular. Es lo que se expone a continuación en el siguiente
cuadro del blog.
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