miércoles, 9 de abril de 2014

LA AMISTAD ES LA QUE SALVA



Abril. Blog de Abril
Dedicado floridamente
 a los que han alcanzado
Intrépidos
El estado de amistad



CAIGO SOBRE UNA SILLA

Cuando caigo sobre una silla
y mi cabeza roza la muerte;
cuando cojo con mis manos la tiniebla
de las cazuelas, o cuando contemplo
los documentos representativos
de la tristeza, es
la amistad quien me sostiene.

Antonio GAMONEDA: Antología Poética,  de Blues Castellanos,
ed. Alianza, Madrid, 2008, 105.

NECESIDAD Y BELLEZA DE LA AMISTAD

A CAPELLA
La amistad, esa cosa tan saludable, es también tan delicada... Puede llegar a flor de un día si no se cuida con suficiente dosis de riego de justicia y bondad. En su tejido se juegan los destinos de la política y la existencia de la ética. Para Aristóteles se presenta como una antesala de la felicidad, después de asentar su necesidad de ser y su belleza de juicio:
La amistad parece vincular las ciudades, y podría creerse que los legisladores la toman más a pecho que la justicia. La concordia parece tener cierta semejanza con la amistad, y es a ella a la que las leyes tienden de preferencia, así como, por el contrario, destierran la discordia como la peor enemiga.  Donde los hombres son amigos, para nada hace falta la justicia, mientras que si son justos tienen además necesidad de la amistad. La más alta forma de justicia parece ser una forma amistosa.
Más no sólo es la amistad algo necesario, sino algo hermoso; y así alabamos a los que cultivan la amistad, y la abundancia de amigos pasa por ser una de las bellas cosas que existen; y hay algunos que piensan que los mismos que son hombres de bien son también amigos (Ética Nicomaquea, El Trébol, Caracas, 2012, libro VIII, I, 180).

Alguien podría no tener fe, carecer de esperanza, y apenas sostenerse sobre el amor. Sin amistad le faltaría la voz fundamental que autenticaría humanamente la posibilidad de aquellas virtudes teologales.
La amistad conduce al mundo de la justicia y de los justos. Con la amistad se restaura nuestra personalidad cuando ésta en su disminución se hunde en las tinieblas del miedo, la tristeza y la muerte, como señala el poeta A. Gamoneda. Pues la amistad convoca a una mística de grupo, a una vivencia de experiencia personal que evita su oxidación por el tiempo. Acceder a la amistad es entrar también en un trance de relaciones interpersonales, presintiendo que conseguir ese acceso se presenta como un asunto difícil y raro, tanto más difícil y raro que el amor. Por eso hay que salvar la amistad a como sea.
La amistad requiere de altos grados de maceración para su finura de ser; es tan selecta “que no se puede tener con muchos la amistad fundada en la virtud y en la condición de amigos, y que debemos darnos por contentos si encontramos siquiera pocos de esta especie (Ética Nicomaquea, IX, X, 225)
La amistad pertenece a los seres lúcidos y fuertes; se origina en un estado de gracia y de entrega. No congenia con personalidades toscas, burdas. Pero si se procura puede, merced a su ascensional impulso místico, ser la última razón de nuestra vida social. Constituye por sí una verdadera alondra de verdad, que conduce de lo vivido en la realidad, a lo vivido en el prodigio. Por eso, porque la amistad permite vivir la vida poéticamente, es que completa nuestras disminuciones de personalidad, y nos encumbra a las cimas del éxtasis de la cultura, de las fortalezas del alma, y de la salvación de las relaciones sociales. Como la fiesta, preconiza la libertad, y la realiza de un modo total.
Si se pretende desde una personalidad disminuida, ésta se presenta como una clave de interpretación que descifra la cura salvadora del grupo social, cuando su fenomenología se convierte en insumo radical dinámico de la psicoterapia popular. Es lo que se expone a continuación en el siguiente cuadro del blog.

LA PERSONALIDAD DISMINUIDA O LA RESTAURACIÓN MÍSTICA DEL GRUPO

La reconstrucción de la personalidad disminuída, a través del trance místico, tiene un efecto terapéutico en el grupo  social. El  análisis que sustenta esta proposición procede, en primer lugar, de que el trance místico constituye un fenómeno cultural normal (Herkovits, 1974; Bastide, 1976, 76). Levi-Strauss  (1971, 17-18) introduciendo la obra de M.Mauss dice que el mago se capta en los estados normales de neurosis, aunque  se  recluta entre enfermos, extáticos, nerviosos, feriantes. El carácter normal del fenómeno tiene que ver con una patología no individual, sino de talante étnico, es decir, las virtudes mágicas no se deben al carácter  físico individual, sino a la actitud tomada por la sociedad con respecto a un determinado problema. El  brujo  en trance no se percibiría como un hecho patológico, sino normal, pues intervienen en él elementos aparentemente comunes a los no-enfermos (Levi-Strauss,1971, 19).

En segundo lugar, el trance místico como las danzas  sacras, los cultos africanos, el discurso catalíctico del  manosanta, tiene lugar y eficacia dentro de un grupo minoritario, arrinconado, o en una sociedad culturalmente desacreditada, o en una clase social  desheredada. Su eficacia se vincula con un  proceso  de ajuste  o equilibrio social de diversos sectores de población  en crisis de deterioro (Cf. Levi-Strauss, 1971, 19-22; Bastide, 1976, 72). Tal ajuste o equilibrio es fundamentalmente psíquico para el colectivo, y, por lo tanto, ya implica una cura o salvación mental para resistir o hacer frente con resultados positivos a la situación crítica grupal.

Los casos estudiados por Franz Fanon en Los Condenados de  la Tierra, como puntos de lucha ocasionados por el período de depresión colonialista en la Argelia de los años 1960, focalizanlo normal de la enfermedad mental a través del período de  desajuste de la sociedad argelina (Fanon, 228 y ss). Moffatt  cuenta que los santuarios de Tibor Gordon, Don Desiderio, Jaime Press, La Difunta Correa, etc., tienen una gran repunte después de la primera caída de Perón, y cómo las conductas y gestos de estos agrimantes guardan composturas con las de Perón, es decir, con las expectativas y controles de la sociedad descalificada  (Moffatt, 143 y ss). Del mismo modo, cuando se persigue policíacamente a  las hermandades de grupos negros en Brasil se incrementan  las enfermedades mentales (Bastide, 1976, 76). No es de extrañar  que si se persigue a los que en Venezuela realizan cultos en  Sortes, a  los que practican la brujería en Barlovento, y a otros  grupos minúsculos, aún atípicos como los Peregrinos, ocurrienran fenómenos psíquicos parecidos.

Caro Baroja resume al final de Las Brujas y su Mundo, que el hechicero, el manosanta, y especialmente el brujo, suelen presentar una personalidad rara, alocada, estrambótica, al que no se puede negar toda realidad, pero cuyo ser hay acaso que aminorar considerablemente. Su conducta nerviosa, sujeta a grandes crisis, temida y despreciada, llena de fantasías y ensueños, "sin embargo, casi siempre refleja una hipertrofia particular de la personalidad"(Caro B., 317), es decir, personalidades que pueden estar empequeñecidas en  su propio ambiente, o haber fracasado  en  su profesión, o habérseles pasado el tiempo de su oficio público, fracasado en el amor o en su vida matrimonial, y entonces introyectan dichas cualidades a nivel espiritual o  se creen algo distinto y superior a lo que son, o tratan de compensar su marginalidad social con el desempeño de un papel de curanderismo social. De todas formas, siempre está presente el fenómeno de inversión de los elementos sociales en las personalidades psicóticas, que, no obstante, tratan de reconstruirse  socialmente a través de implementar la salvación (o condenación) al grupo social, en expresión mágico-religiosa.

En consecuencia, el culto de posesión y el trance místico en las sociedades de pensamiento mágico, por una parte, están conexionados normalmente con las condiciones sociohistóricas en que ocurren y fuera de las cuales no se explican o comprenden, y, por otra parte, son fenómenos normales, puesto que están organizados y controlados dentro del grupo social y sirven a la existencia ajustada del mismo. En este sentido, las grandes epidemias místicas de Occidente tuvieron que ver con los cambios de estructura política  y social en la Baja Edad Media, que desbordaron las posibilidades de control social del grupo: se pasó de una  clase dominante a otra (de la nobleza ociosa a la burguesía laboriosa), hubo revolución en las fuerzas productivas que algunos llaman la primera revolución industrial, como Gimpel. Mientras que los fenómenos  de posesión en asociaciones africanas antes de la colonización se daban en estructuras de equilibrio  económico, social y político (Bastide, 1976, 77). Es decir, el fenómeno de la personalidad mística siendo un fenómeno universal, tiene, sin embargo, diversas expresiones según cada sistema social y distintas articulaciones dentro de cada sistema. Lo que equivale a decir que cada grupo social, de acuerdo a su situación  socio-histórica, soluciona  diversamente su problema de consistencia social.

La reconstrucción de la personalidad, debido a las deficiencias, no puede comprenderse, sino a través de una  reconstrucción del grupo o sociedad. La modificación de una nota hace todo el acorde  nuevo, pero es en la reconstrucción del acorde nuevo que se permite una nueva significación musical. El fenómeno de la reducción o especialización de la personalidad -identificación con un santo, con una técnica mágica, con el gusto por una profesión- no puede engañarnos a este respecto. La pérdida de elementos o estrechamiento histórico del problema no se limita únicamente al efecto terapéutico de la iniciación o momento de la primera crisis posesiva. Hay que plantearse también el condicionamiento de la iniciación en que ésta tiene lugar y observarla dentro de un sistema conformado por el grupo. La reconstrucción de la personalidad, advenida mística, que va a expresarse en un símbolo patógeno, indica un paso o transformación al interior del grupo.

En  tres  perspectivas, Bastide (1976) intenta comprender el problema:

1)  La  perspectiva funcional-psicoterapéutica: en  los países  colonizados puede entenderse cómo la  culpabilidad, consecuencia del abandono de las tradiciones, permite ubicar la comprensión del fenómeno de la reducción como  un trance místico. El superyó de los dominadores causa grandes trastornos anímicos en las personalidades más lúcidas del grupo, de suerte que los deslumbra, los enloquece,  reducidos a sus ansias místico-populares.

2) La perspectiva genética o causal: no pudiendo la psiquiatría resolver por sí sola el problema de la  culpa, es necesario pasar a las singularidades de los factores sociales de la misma que sólo el estudio cultural  permite observarla. La situación culpabilizante diferirá según que la crisis se manifieste en una lucha  política,  sexual, familiar, etc. (Cf. Bastide, 90).

3) La perspectiva sistémica: la posesión, observada  como sistema, puede ofrecer las variaciones desarrolladas por el fenómeno, y al menos así tipologizarlo para encontrar su explicación. El sistema institucional, por ejemplo, ayuda a observar cómo la desintegración de las instituciones sociales:  cofradías,  jubileos, entronizaciones, coronaciones y distintos sistemas de iniciación o de paso, conducen a observar cómo se desintegra la personalidad anterior y se reagrupa o se estructura en una nueva integración a partir de un nuevo sistema, que ha de estudiar el científico, según los elementos arcaicos y una red de elementos comunicantes creada para restablecer una visión global.

El sistema de los estados psíquicos se refiere a una cantidad de elementos dispares: comportamientos de ceremonias colectivas, actos de posesión en reuniones  semi-privadas, actividades de participación diversa de la población, etc., que constituyen  un conjunto heterogéneo que no se sabe a que pueden responder, si  a una liberación pulsional individual (sexual, agresiva, emocional) o a unas situaciones sociales determinadas, ya que nunca  existe un  ritual de posesión sino en relación con un público y con una expectativa de conductas concretas. Aquí el estado del ritual  de paso sigue siendo la pauta de cómo son comprendidos los  elementos,  de su disociación de la personalidad a su ‘resociación’, on objeto  de constituir un sistema o grupo de transformaciones. La reconstitución de la personalidad al reingresar en las expectativas del grupo o público tiene perfectamente un efecto terapéutico.

Para  percibir el locus teórico de este problema se tiene que ir más allá de la psiquiatría tradicional que ve  locos por todas partes, y más allá de la antipsiquiatría o pensamiento de la contracultura que no ve locura en ninguna parte, pues el mundo está  henchido de símbolos naturales hechos a base de magia como facultad privilegiada de la imaginación. Sin embargo, la enfermedad mental es a todas luces, frente a todo relativismo cultural, un fenómeno patológico que requiere una intervención psiquiátrica, pero también en cuanto desviación o desadaptación social requiere una comprensión por una parte de la cultura, esto es, de la ciencia antropológica (Cf. Laplantine, 1979, 71-73). En cuanto proceso de regresión psico-afectiva, la enfermedad mental es una tentativa desesperada de reorganización de la personalidad. Como tal, la mediación del público es fundamental para la recuperación del enfermo. Pero requiere que el público se ponga en movimiento, que acepte y se abra a incorporar los nuevos sentidos que  trae consigo el enfermo, para que se logre una redistribución de  la locura,  según  Moffatt (1974,239) o en términos de Laplantine (1979,80-81) "la enfermedad mental es una deculturación" en vías de ser reinterpretada (salvada) culturalmente (2).

La posibilidad mediadora del público tiene una coherencia lógica en sociedades de pensamiento mágico, pues lo patológico y lo sagrado se aproximan mucho de acuerdo a que ambos participan de la estructura del mysterium tremendum et fascinans. Las perturbaciones mentales no son reconocidas por el grupo o público como estados patológicos que hay que exorcizar sino como signos benéficos de una elección que tiene que ser aceptada y aún cultivada. Los santos dedicados a obras de caridad ven en los enfermos la presencia de Dios, bienhechora para el grupo social si éste sabe asumirla como señal salvadora. En este sentido social,  el  trance mismo se convierte en acto  psiquiátrico por excelencia, esto es, la relación de los signos se hace por relaciones in absentia: los signos son asociados por el grado de semejanza entre lo visible (enfermedad) y lo invisible (divinidad). La elaboración del enfermo como metáfora de Dios, produce la transfiguración o epifanía milagrosa del sentido curativo. El chamán o santo, se despreocupa de sí, se abandona al  proyecto sociogrupal invitando al enfermo a internarse con él en una locura compartida. La posesión extática deviene  terapéutica en la medida en que se reconoce en ello lo patológico por lo que es; pues el grupo lo ha provocado y lo interna socialmente a través de considerar a veces al médico o curandero como un  loco más,  aún emparentado en ese momento con el enfermo. La enfermedad se transforma en la oportunidad de  superación  que otorga el grupo al enfermo.

Otra actitud, muy distinta, es la representada por el público cuando  la  enfermedad es considerada no como natural o normal, sino causada por una agresión. El universo psiquiátrico se convierte radicalmente en dualista: el paciente es recuperado, si el mal espíritu es simplemente ahuyentado por el curandero o  especialista del grupo en enfermedades. Se trata de reubicar los elementos desordenados en su lugar, según las expectativas del grupo. De todas formas, la función de la crisis, de la enfermedad mental y/o  experiencia mística consiste en permitir al grupo restaurar todas sus fuerzas a las cuales tiene alcance y que debe apropiarse para mostrar su poder y su existencia.

Lo místico, lo loco, lo mágico, tienen que ver con una experiencia personal profunda, que debe acaecer en un entorno natural del colectivo o en un marco festivo, litúrgico o teatral. La vivencia  mística del pueblo no se da en interiores de alcobas o de retiros intimistas, como quisiera el gnosticismo y el pietismo burgués, sino en las dimensiones de la expansión pública de las celebraciones, como los tiempos de máxima significación de lo comunitario, del potlacht, del derroche, del don y contradon, de la deposición de las armas y del perdón de toda ofensa, de exorcizar todo el desorden de lo social, incluído lo mental.

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