APUNTE
Tengo entre las manos el apunte del siguiente día
unas líneas de sol, muy simples
tan simples como se despliega un ala
tus manos elevando las cosas familiares
una sed del sentido
Los ausentes que vuelven por instantes
en una ondulación del aire
una prisión de seguir
una enredadera donde beben los pájaros
algo que nos yergue
de pie a cabeza
Alfreso SILVA ESTRADA: Al través, 2000.
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PARA UNA "CULTURA DE LA EDUCACIÓN PETROLERA" EN VENEZUELA (Cont.)
Índice Parcial
C. LA PERCEPCIÓN DE LA REALIDAD Y SU DESDÉN ETNOCULTURAL
D. ENCLAVE PETROLERO Y EDUCACIÓN NACIONAL.
C. La Percepción de la Realidad y su Desdén Etnocultural.
Aquí se nos vienen encima dos grandes problemas:
1) Si no atendemos a lo que somos con relación a
la realidad, lo que llamamos nuestra opción antropológica, cuando tratamos los
problemas de la sociedad en Venezuela, tales como la educación y el petróleo,
estamos bailando en el aire, fuera de realidad.
2) El otro problema, que entra en las honduras es
preguntar y averiguar por la esencia y principio de nuestra opción
antropológica, que está en la base de lo que constituye el sujeto colectivo
venezolano.
Si el primer problema
pertenece a la organización de la episteme del investigador, pensador o teórico
venezolano, el segundo problema constituye la configuración de la realidad
misma como objeto de la acción investigadora o reflexiva. Es la forma de
tematizar en los sujetos-realidad de Venezuela, en el presente caso, el
problema de la educación petrolera.
Así cuando hablamos de la
“educación petrolera”, estamos preguntándonos cómo el colectivo de un lugar o
región venezolana puede captar y como
debe captar aquél problema a partir de las herramientas o instrumentos de
trabajo con los que el mismo colectivo reelabora el problema y construye su solución.
Ese instrumental de trabajo no es otro que la cultura o proceso de cultivación
de la realidad, de darle significados, para que después puedan venir los
procesos societales del pensamiento, del análisis y de la interpretación o
visión de la realidad. Al referirnos a la cultura, no nos quedamos en las
señales de ella, en lo que llamamos rasgos fenoménicos, objeto del
culturalismo; penetramos hasta los signos de la misma y hasta la pensamos como
un aparato detector del sentido. Llegamos hasta el mito vivido o ethos o molde cultural, que es
el estilo de trabajo con que la cultura elabora significaciones de realidad en
cada lugar. A cada cultura, la define un proceso de trabajo y un estilo de
hacer ese trabajo.
¿Cuáles son los signos de la
cultura en Venezuela?
Responder a esto es, en términos
médicos, hacer por lo menos medicina preventiva . La medicina preventiva
pertenece a la solución a través de las responsabilidades del sujeto
(individual, colectivo). Aquí tenemos que distinguir dos sistemas de valoraciones
para no confundirnos en la lectura de los signos, el sistema de valoración
antropológico (las valoraciones de la cultura) y el sistema de valoración
sociológico(las valoraciones que miran a la producción de la sociedad). En
términos de personalidad, existen las valoraciones y transvaloraciones que se
producen en el yo real (étnico) y las que se originan en el ideal del yo
(societal).
La epistemología y la ética se
encuentran en la dimensión societal, por lo que una cultura no produce como tal
moralidad o inmoralidad. Las culturas no son ni buenas ni malas; eso sí, tienen
dispositivos para conectar la moralidad o no conectarla, y podemos
representarlos como sistemas axiológicos particulares. Si decimos que una
cultura es amoral, como suele caracterizar Mikel de Viana al familismo
venezolano, lo podemos decir sociológicamente después de confrontarlo con la
filosofía, la sociología, la epistemología, la ética..., no antes, o al aire o
al vacío como si la cultura o mundo de significaciones de la realidad no
existiera. Pero ello no quiere indicar que antes de la confrontación societal,
la existencia de aquellos dispositivos y su operación, así como muestran
órdenes, también muestran desórdenes étnicos, que afectan positiva o negativamente
el proceso de valoraciones sociales, por ejemplo, la educación y la economía
petrolera. Es una afectación esencial, pues la cultura es la que especifica el
sentido u orientación de la estructura social.
Si las culturas se definen por
su particularidad, también se especifican por sus dispositivos de conexión o
articulación social, que son basales en la producción de la sociedad, y que
también resultan diferenciales de una cultura a otra. No son los mismos en las
culturas orientales, que rechazan la realidad material y se recluyen en la
mística procurando un conocimiento interior, divinal, que en la cultura
occidental que acepta la realidad exterior y hace esfuerzos instrumentales para
transformarla, que en las culturas narcisistas, como la venezolana, que asumen
la realidad con desdén, lo que les priva de trabajarla y obtener ventajas de
sus beneficios. Este desdén cultural tiende a coexistir con estructuras
sociales de carácter recolector distribucionista, según el dicho de cosechar
sin sembrar, y con predominio de las significaciones emocionales.
De esta forma, anunciamos la
ubicación de la cultura venezolana que nosotros venimos conceptuando como matrisocial. Es la figura de la madre la
que es creada con un exceso de significación a costa de la figura paterna que
es producida “in absentia” (en ausencia); es en el punto del exceso que se
ubica la matriz o fuente de las significaciones de la cultura. El desequilibrio
de la producción simbólica no supone sino una conexión negativista con la
realidad, de la cual es “responsable” el orden cultural total, no lo es la
figura materna por exceso, ni la figura paterna por defecto. El mito vivido se
localiza en la sobreprotección materna que impide al niño confrontarse con la
realidad. Ello origina una relación de confusión con la realidad, cuyo
resultado es considerarla como una cosa que no tiene valor, ni es digna de
valor. La educación en Venezuela pasa por este desdén y abandono cultural de la
realidad, que no deja ver bien la realidad de la educación. Si hay tanta
“atención social” respecto de la educación y el petróleo, que copa casi toda
nuestra estructura social, y debido a ello el pensamiento social apunta a su
transformación y excelencia educativa, o a mentalizarnos con un aire petrolero
como el renglón del estatus social, ello no transciende los límites de una
operación mágica. Por eso no logramos organizar bien la realidad, y tenemos
razón cuando vemos y sentimos que la realidad va de peor en peor, de que lo
conseguido no se mantiene, y si se mantiene, no se sabe en qué momento puede
venirse abajo.
D. Enclave Petrolero y Educación Nacional.
Yo tenía una aprensión sobre esto, pues en las clases de Doctorado,
los alumnos enfilaban las objeciones contra mi hipótesis desde el fenómeno de
las Escuelas Experimentales de los años 1940, y desde la excelencia de escuela
pública frente a la privada. Yo estaba contra las cuerdas en el ring; pero la
teoría no estaba falla, era la construcción del dato. Cuando al fin, hice la
etnografía de la investigación sobre la elite venezolana, encontré los insumos
para la construcción del dato de las Escuelas Experimentales. Como la
producción petrolera, las escuelas experimentales funcionaban como enclaves o
islas en el colectivo venezolano. “Mire, -le pregunté al Egregio Militar que me
contaba aquella maravilla de Escuela Experimental en Artigas donde él fue un
alumno protagonista-, ¿y el resto del país cómo estaba?. – Ah, no, lo demás seguía igualito de
abandonado”. Me lo dijo con añoranza de su adolescencia dorada que transcurrió
en la Escuela Experimental, pero era una añoranza porque el resto del país se
había devorado el enclave educativo. Lo normal (la norma del desarrollo social)
hubiera sido lo contrario. El ejemplo de la Escuela Experimental debía haber
arrastrado al resto del país a una condición de excelencia.
El destino del desdén de la
cultura matrisocial había arrasado el enclave, con base en la “re-ducción” de la realidad al abandono. El
dispositivo cultural matrisocial trabaja negativamente la realidad; y, por lo
tanto, está expuesto más que cualquier otro dispositivo a ser infectado por
fuertes impurezas ideológicas, que pueden hacer que los mitos vividos funcionen
en falso o al revés, en contextos societales, como, por ejemplo, la educación y
el petróleo, tal como hemos argumentado en “La ‘agonía’ entre la cultura y la
educación”.
En
el caso del petróleo, pensamos con la idea de la renta del subsuelo. Esta
verdad como adhesivo histórico en la estructura social venezolana, opera como
ideología, pues en el fondo lo que se significa, procede de la mentalidad
recolectora: no se habla de producción, sino de redistribución de la renta. Si
por casualidad se habla de la producción, nos viene la imagen de la “siembra”
del petróleo como una significación cuasi mágica: al paso que es una imagen
agrícola, fruto de una imaginación avejentada, en los marcos culturales
matrisociales (no en la personalidad de A. Uslar Pietri) nos trae a colación la
imagen divina del paraíso recolector. No en balde, nuestro substrato rural es
campesino conuquero. Así con la “idea” del enclave petrolero y de la renta
producida se espera mágicamente que el líquido negro se siembre en los campos
venezolanos, y éstos produzcan permanentemente, sin trabajarlos, frutos
abundantes.
Si no llegamos hasta el fondo,
hasta el mito, que hemos sucintamente descrito en la cultura y en su
correspondiente especificación de la estructura social, los pasos en falso de
nuestro pensamiento se ponen de manifiesto. Atención, el mito no es la
creencia. La creencia pertenece a lo superficial sociológico; el mito a la
hondura etnológica. El mito se autentica por sí mismo; la creencia debe
autenticarse confrontada con el mito vivido. La psicología social y la
sociología que van buscando las percepciones y creencias de la gente respecto
de la realidad, terminan sólo construyendo los datos a medias, por no decir en
falso. El problema se hace muy sensible cuando el científico social propone los
procesos del cambio social; lo que hace es proponer el cambio de una pieza por
otra como en el juego del ajedrez a partir de un deber ser ideal, pero no va al
fondo del juego mismo y sus reglas. Las verdaderas dificultades se encuentran
en las reglas (mito), no en sustituir una pieza por otra (creencia).
¿Qué
hacemos entonces con la educación petrolera?
Hay que cambiar las “reglas” de
la producción, y no permanecer en la idea de la renta, que asociada al peaje
recolector (recuérdese el fifty-fifty), es realizada en operación circulacionista mercantil. La
acción de la estructura social con base productiva debe a su vez conectarse con el mito matrisocial con el
propósito de quebrar su lógica prescriptivamente totalitaria mediante su
limitación operatoria en las relaciones sociales. La dificultad reside en cómo
cambiar la suerte o sentido de la estructura social. La praxis socioeconómica
podría tomar partido de un modo más decidido a través de un intento de cambiar
el modelo primario, que mantiene a la clase dominante como una clase ociosa (no
trabajadora). Con ello se derribarían los falsos mitos o ideologías que todavía
acechan en la vida del colectivo, según el relato de R. Gallegos: Reinaldo
Solar “llegado el momento, en la taquilla de la agencia de viajes, se olvidó de
aquel pequeño heroísmo y pidió pasaje de primera”.
La educación petrolera debiera
soportarse sobre una cultura del petróleo, pero no entendida como mentalidad,
ideología o moda. Así como nos referimos a los “grandes cacaos” del siglo
XVIII, a los prósperos cafetaleros del siglo XIX, nos sale en el siglo XX decir
la “Venezuela Saudí” donde el nuevorriquismo se alimentó de las consignas
“ta’barato dame dos”, “mayami nuestro”, etc. Son hechos culturales ideológicos
con sentido o dinámica sociohistórica, semejantes a la ideología de la “España
del oro”. Esto origina el falso mito de que “Venezuela es un país rico”; falso
mito que funciona al tope en la actualidad empobrecida venezolana. La falsedad
es sumamente antieducativa, y más cuando se pretende que una falsedad etnicista
corra paralela a la educación.
Hay que preguntarse si la
“cultura del petróleo” se hunde en el ethos cultural, de suerte que la acción
de la estructura social (el petróleo) pueda alcanzar al mito
matrisocial/recolector en su raíz. Para que ocurra esto, hay que contar
lógicamente conque la acción de la estructura social se inserte en el proceso
de trabajo productivo del petróleo, el cual no es otro, dentro del desarrollo
capitalista, que el de la industrialización del petróleo en el país. La
industrialización es la pauta de una cultura del trabajo sobre el trabajo, pauta de la “cultura del trabajo” que nos ha
proporcionado la historia social. Se trata de generar una configuración de
trabajo interno coherente con la exportación de este trabajo en la forma de
productos industriales petroleros. Este sería el fin de la mentalidad
recolectora, y con ello se le quitaría la base socioestructural a la cultura
matrisocial.
Por su parte, el modelo
exportador de la materia prima petrolera viene negando nuestra realidad de
generar el proceso industrial, y con ello el principio de una cultura
productiva distanciada de la cultura recolectora. Con este modelo primario
exportador se origina permanentemente y se mantiene como tal, la ideología de
la relación entre cultura y petróleo, pues nos priva de analizar de un modo claro
la realidad para luego transformarla. Tal relación ideológica no ha tenido,
como hemos expuesto, ni tiene capacidad para soportar con autenticidad una
educación petrolera.
Mientras no acontece el cambio
de la acción en la estructura social (petróleo) y se mantiene inconmovible el
mito matrisocial, sin embargo, es necesario impulsar y afinar los resortes
verdaderos de la educación, como valor societal. No como un instrumento mágico
salvacionista del desarrollo social; si no como el lugar posible del pensamiento,
y de que no muera éste como señal de esperanza. Queda la recomendación de que
donde la educación logre marcos universales de realización, no se quede
operando como enclave, y que sus promotores (pensadores, teóricos, agentes de
organizaciones sociales) deben proseguir su cometido sin desmayo, abriendo
brechas hacia delante en el colectivo venezolano. El petróleo como motivo
mundializado, puede ser un campo de inspiración para procesar y construir un
pensamiento educacional que aglutine a gente cada vez más interesada en
resolver el país como problema.
Obras referidas del autor:
Ferrocarriles
y Proyecto Nacional en Venezuela, 1870-1925. Ed.
Facultad de Ciencias
Económicas y Sociales, UCV, Caracas,
1990.
Matrisocialidad.
Exploración en la estructura psicodinámica básica de la familia
venezolana,
Coed. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales
y La Biblioteca de la
UCV, Caracas, 1998.
“La ‘agonía’ entre la cultura y la educación”.
Ponencia en el 2º Encuentro Latinoamericano
de
Profesores Universitarios, 18 al 22 de octubre de
1999, organizado por el CALA. Se
encuentra en publicación en revista de la
UPEL.
Elite
Venezolana y Proyecto de Modernidad, Ed. La
Espada Rota. Coedición del
Rectorado y Vicerrectorado Administrativo,
UCV, Caracas, 2000.
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Capítulo del libro de Samuel Hurtado: Contratiempos entre cultura y sociedad en Venezuela, ediciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2013.
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