EN ESTOS AÑOS DE TORMENTAS (20)
Hombres
hay que trascienden sus afanes.
del
día, de los días
poniendo
una esperanza más allá
de
todos los visibles horizontes.
Nunca
a solas hay fe.
Ante
el Padre común,
silencios,
voces, música.
Y
ocurre…
Atención
solicitan y consiguen
las
más inquietantes lenguas,
que
formulan de nuevo normas, ritos.
Hay
discordantes. No se van. Se quedan
dentro
clamando. Dura aún la crisis
en
las grandes naves perdurables:
Catedral,
catedral.
La
historia tormentosa
llega
al nunca tranquilo cielo eterno.
Jorge GUILLÉN: Aire Nuestro y Oteros poemas,
Biblioteca
Crítica, Seix Barral, Barcelona, 1975.
LA UNIVERSIDAD
ENSOMBRECIDA (II)
Índice Parcial:
D.
La Teoría de la Universidad y la
“Auctoritas”
E.
Cultura Caudillista e Inflexión Democrática.
F.
Bibliografía
D.
La Teoría de la Universidad y la
“Auctoritas”.
El
problema no se plantea en el ensamblaje de las autoridades burocráticas, sino
en las autoridades morales. Para el asombro general la teoría burocrática es la
única elaborada: la concesión de títulos. La verdadera y propia teoría de la
universidad tampoco tiene que ver mucho con la investigación y la ciencia.
También se hace ciencia e investigación en los institutos y en las grandes
empresas, disponiendo además de mayores recursos (Marina, 1998). Queda la
docencia como el lugar de la teoría de la universidad. Es en la docencia donde
se origina la estructura del hecho educativo como asunto académico, cuya
relación paradigmática se ubica en la relación profesor-alumno: la de un
conductor que guía desde fuera (ex-dúcere)
para que el orientado crezca con criterio propio (augere). Si el profesor va por delante sembrando el valor agregado,
produciendo episteme, es decir, pensamiento sobre la realidad, el alumno no va
en la cola de atrás, despistado, sino que lo sigue resembrando dicho valor
agregado. Si no hay resiembra no es posible la reproducción auténtica de la
universidad, y por lo tanto, no se garantiza la estabilidad de la estructura
ética de la universidad, ni su vinculación con la sociedad.
La
condición esencial de la resiembra del valor agregado lo constituye el
dispositivo reflexivo del profesor: es decir, que además de ser profesor tenga
algo de intelectual, de alguien “(escritor, artista, músico, etc.,) que hace
explícito su apoyo a alguna causa o compromiso social”. Su autoridad le viene
del reconocimiento que tenga su nombre puesto al servicio de los demás. “¿Y en
qué se nota el carácter intelectual de su compromiso? En que trata a los demás
ciudadanos como si también fueran intelectuales, es decir, en que apela a lo
reflexivo que hay en ellos tratando de convencerlos… Este último punto es el
más importante de todos” (Savater, 2005). Si aplicamos este modelo a la
relación de profesor-alumno nos ayuda a entender la razón de ser de la
universidad.
La transmisión de conocimientos se
autentica si lleva el sello de una idea o pensamiento añadido sobre la vida, el
mundo o la sociedad. Este plus o valor agregado es lo que permite madurar no al
alumno como un aislado, sino a la relación de profesor-alumno como un conjunto.
La maduración o crecimiento ético como función de la autoridad moral lleva
consigo el trazado de un proyecto en la medida y desempeño sobre el futuro del
colectivo social y sus grandes problemas como la economía y la educación, el
estado y la democracia. La razón de ser de un proyecto, por oposición a una
utopía, es para ser ejecutado, por
supuesto con recursos para que no sea utópico; dicha ejecución no puede hacerse
desde decretos e imposiciones del poder del estado, ni desde regalos de
reciprocidad populista, ni desde la magia inercial y privilegios como
asignación cultural; solamente se puede llevar a cabo desde los grandes
esfuerzos que implica argumentar y convencer, ser eficaz y dar resultados como
soluciones. Es un esfuerzo donde argumentar es dar y tomar razones cuando estoy
empeñado en convencer y abierto a dejarme convencer por los demás; no es el
esfuerzo cerrado de las trincheras de la negociación desde donde se despliegan
todas las astucias y argucias para sacar el mejor partido de la situación. El
argumento se guía por la ética, la negociación por la estrategia y la táctica.
“Negociar no puede ser el último fundamento de la convivencia, porque en toda
negociación se admite el uso de la fuerza” (Marina, 1997ª). Para convivir en democracia tiene que haber cosas que no
sean negociadas sino argumentadas. El trabajo social de las argumentaciones se
conecta directamente con el cultivo natural de las culturas; sin una cultura a
favor de lo social, aquél trabajo es mucho más penoso y esforzado. El proceso
educativo no es natural, pertenece al trabajo social de las argumentaciones. Por
eso, la educación “no es una mera transmisión de conocimientos, sino que se
acompaña de un ideal de vida” (Savater, 1997,145).
Este plus
con papel de acompañante pertenece a la esencia del trabajo argumentativo, cuya
capacidad referencial permite derribar los “idola tribu” de la cultura, la confusión
entre alfabetizar y educar, el espejismo de la ergometría de las evidencias: el
bajo nivel académico obtenido por el sujeto es pensado como alto nivel otorgado
por la institución. En los tiempos de extravío como los vividos
hoy en el país, estos idola, confusiones y espejismos, ensombrecen la
universidad como institución académica. En cuanto sombras no pueden llevar sino
a “estados de mediocridad” que terminan siendo grandes obstáculos a la forja de
“culturas de democracia”.
E.
Cultura Caudillista e Inflexión Democrática.
La gran
sombra puede ser que venga proyectada desde la falta de crítica a la
etnocultura: el no sabernos ver lo que somos y
cómo somos (etnicidad y país) atenta duramente contra la autenticidad
del proceso educativo (académico), pues no permite de entrada diseñar nuestra
realidad (hacer bien la epistemología a partir del yo real) para proceder a
construir nuestro pensamiento sobre bases reales; de lo contrario, lo que
fabricamos son ideologías cónsonas con el excesivo desarrollo de nuestro “yo
ideal”: creemos con disfrute que somos todo cuanto de bueno dicen los otros que
somos.
La crítica a
la cultura matrisocial es clave para sincerar nuestra visión de mundo. Porque
esta cultura que portamos nos empuja a la vida tribal o de combos familiares y
al privilegio, a sentir el cargo o el cupo universitario como una gracia
otorgada, a recibir el sueldo, sobre todo si es pagado con retraso, como una
remuneración caída del cielo del estado, a utilizar la universidad como enclave
para hacer (como recolectores) otras cosas en la sociedad, etc. Con este
paisaje étnicamente ensombrecido, el esfuerzo por cultivar la democracia se
torna en una lucha con un minotauro indómito. Por eso la lucha a muerte
(agonía) de la educación contra la etnocultura coincide de lleno con la
simétrica agonía también de la democracia contra la monocracia o dictadura. Si
la cultura nos signa con el destino minotáurico de la dictadura (todos nuestros
presidente –aún de era ‘democrática’- son “gomeros”: nuestro destino es J. V.
Gómez, según Ramón J. Velásquez, Cf. Hurtado, 1995), la educación, como asunto
ético tal como debe ser, no consiste en otra cosa que en luchar contra el
destino (Cf. Savater, 1997, 154), el nuestro.
Frente a la
propuesta estética del postmodernismo que configura nuestra época como de la(s)
cultura(s), de ahí el éxito del culturalismo, cabe empujar a la educación en
cuanto tiene que llevar a cabo el proyecto de sociedad como objetividad de la
propuesta ética. En una atmósfera postmoderna, la utilización de la cultura en
las actividades sociales termina siendo un entretenimiento de dinámica de
grupos, una excusa al esfuerzo social, un desvío educativo, si no logramos encaminarnos
a la universalización de la(s) cultura(s). El “cultivo” de la democracia sería
una superficialidad, una frivolidad, un verdadero mentís. Tal encaminamiento es
siempre proyecto, idea presente que dibuja el porvenir, es acontecimiento en
ad-venire (un adviento), una acogida de lo extraño, de lo inesperado. Como la
democracia no es algo natural ni espontáneo, sino algo conquistado con esfuerzo
que supone un valor agregado de reflexión, la relación de profesor-alumno,
expresiva de una actividad universitaria, se muestra como una relación
emblemática del hacer el camino hacia lo societario y la democracia como su
enseña más demostrativa.
Si no hay
claridad sobre la teoría de la universidad, confundiendo etnocultura y
educación, se mantiene ensombrecida la relación de alumno-profesor que afectará
la existencia del intercambio de una intelectualidad ética. Frente a esta
circunstancia sociocultural, el esfuerzo de los “mejores” (aristoi) por mantener aún a pulso la “cultura democrática” en la
universidad se convierte en condición y al mismo tiempo en resultado de todo el
proceso educativo que comporta la realidad académica. Maniobrar con el
constructo de la “cultura democrática” como clave del conocimiento y de la obra
de un proyecto de vida societaria implica la mirada crítica a la “cultura” que
portamos y un detonante proyectivo de la “democracia” en una corporación
pública que persigue una función social, la de los bienes intersubjetivos como
valor añadido de pensamiento y acción. La universidad, aún ensombrecida, nunca
puede ser un mero reflejo del país; siempre existirán testigos que
iluminarán la senda del futuro de la
sociedad pese a las circunstancias difíciles. A esos testigos, sobre todo en
tiempos de extravío y confusión, hay que dar con ellos; ellos son los garantes
cualificados.
F. BIBLIOGRAFÍA
BARROSO, M. (1991): La
Autoestima del
Venezolano. Democracia o
Marginalidad, Galac, Caracas.
DEVEREUX, G. (1989): De la Ansiedad al Método en las Ciencias del
Comportamiento, Siglo XXI, México, 5ª edición.
DURKHEIM, E. (1974): Las Reglas del Método Sociológico, La
Pléyade,
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HURTADO, S. (1995): “Democracia y
Matrisocialidad”. Cultura
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Caracas, 167-190.
HURTADO, S. (2005):”La Agonía entre la Cultura y la Educación”.
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Caracas.
MARINA, J. A. (1997ª): “Argumentos y
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MARINA, J. A. (1998): “Entrevista a José
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Cristóbal
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MARINA,
J. A. (2001): Ética para Náufragos, Compactos/Anagrama,
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MARINA,
J. A. (2004): Crónicas de Ultramodernidad,
Quinteto/Anagrama, Barcelona.
SAVATER,
F. (1997): El Valor de Educar, Ariel,
Barcelona, 6ª edición.
SAVATER,
F. (2005): “Deporte de Riesgo”. El Nacional, domingo 3 de
julio, Caracas.
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Publicado
en Agenda Académica, vol. 12, Nº 1 y
2, 2005, Vicerrectorado Acadêmico de la Universidad Central
de Venezuela. Dentro de un Debate sobre la Universidad y Cultura
Democrática.
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