“Era una tarde de sol y viento recio. Ondulaban los pastos dentro del tembloroso anillo de aguas ilusorias del espejismo, y a través de los médanos distantes y por el carril del horizonte, corrían como penachos de humo las trombas de tierra, las tolvaneras que arrastraba el ventarrón. De pronto, el soñador, ilusionado de veras en su momentáneo olvido de realidad circundante, o jugando con la fantasía exclamó: ¡El ferrocarril, allá viene el ferrocarril!
Luego sonrió tristemente, como se sonríe el engaño cuando acaba de acariciar esperanzas tal vez irrealizables; pero después de haber contemplado un rato el alegre juego del viento en los médanos, murmuró optimista:
Algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida. Tal vez nosotros no alcanzaremos a verlo; pero sangre nuestra palpitará en la emoción de quien lo vea”.
(RÓMULO GALLEGOS, Doña Bárbara, FCE, 1954, 116).
“Alborotar a un pueblo por sorpresa o seducirlo con promesas, es fácil; constituirlo, es muy difícil: por un motivo cualquiera se puede emprender lo primero; en las medidas que se toman para lo segundo se descubre si en el alboroto o en la seducción hubo proyecto; y el proyecto es el que honra o deshonra los procedimientos; donde no hay proyecto no hay mérito. Hombres arrastrados a una acción por la fuerza de un genio superior, o por las circunstancias, no pueden probar que en su cooperación hubo cálculo. Se ha hecho la revolución…enhorabuena; ha aparecido el heroísmo…todavía falta mucho para adquirir la verdadera gloria con que se coronan las empresas políticas”
(SIMÓN RODRÍGUEZ, Defensa de Bolívar, Imprenta Bolívar, Caracas, 1916, 112; subraya don Simón).
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