Samuel Hurtado
Universidad Central de Venezuela
samuelhurtado@cantv.netResumen
A la ansiedad que siempre se activa en el científico –especialmente en el científico del comportamiento- es necesario que se le dé una solución. No orientada hacia una terapia de la personalidad, sino hacia una episteme de la ciencia. Esta orientación no es suficiente plantearla como cuestión descriptiva en cuanto invención histórica de conceptos y teorías con sus desarrollos, sino como un problema lógico, tocante a la cuestión operatoria de la objetividad, sin la cual la realidad científica luce cuesta arriba. Junto a la naturaleza impasible, se encuentra la observación pro-activa con la que el científico “enuncia” los datos. Antes que los conceptos, la observación comporta una epistemología aplicada, que, desencadenada la ansiedad, pretende solucionar como problema incorporándola a la construcción de los datos, merced a dos operaciones fundamentales: 1) elaboración de la referencia específica de la investigación (variable intermedia o constructo); 2) incorporación de la ansiedad, para aprovecharla con miras a la objetividad, en el juego recíproco de las inter-subjetividades, cuya distorsión incoada definirá la operación de los datos. Originados éstos en la psique del observador con su cultura y circunstancias, su “realidad” se cierra en la contra-observación del observado, punto estructural que sienta la objetividad del dato.
Palabras claves: ansiedad, objetividad, distorsión-subjetiva, contra-observación, dato, constructo.
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“Cuanto más las tendencias neuróticas del observador tienden a distorsionar la realidad, más pánico sentirá ante los hechos que recoja y más tendencia tendrá a recurrir a la lógica formal o a las teorías rígidas, con el fin de quitar a estos hechos su fuerza traumatizante, escondiéndolos bajo un caparazón de conceptos fáciles” (Bastide, 18)
Si el comportamiento vivo existe por sí mismo como natural o normal, el inducido no puede por menos que necesitar como acompañante al comportamiento vivo. De ninguna manera puede suprimir a éste porque haría imposible su propia existencia inducida. Lo importante aquí es que el comportamiento inducido permite la entrada a la observación y la coloca en posición de ser utilizada como dato científico. Para nuestro tema planteado, la observación no es técnicamente pura, está revestida siempre de elementos tanto culturales como de personalidad. Es decir, es técnicamente impura, porque está interferida por significaciones localizadas y por deseos y sentimientos individualizados. Uno de estos sentimientos es la ansiedad. La observación está cargada de ansiedad, y los medios de observación son una expresión anxiógena. A la elaboración de los datos se incorpora esta perturbación subjetiva, que marca siempre a su inflexión de relatividad, y a su explicación, aunque completa, de particularidad.
1. Olvido, artilugios y percepción.
La ansiedad no es sentida como un estado que se padece; es vivida en lo íntimo, incorporándose a nuestro ser moral. Como puede ser estimulante o paralizadora, modificar nuestras defensas activas o señalar un desarreglo profundo, esta forma atenuada de angustia suele pasar, como la etnocultura, inadvertida en la relación de observador y observado. Como un duende, expulsado de la conciencia, vuelve a ingresar a ella actuando ahora impunemente, al producir distorsiones graves en la observación.
Las dificultades en la construcción de la epistemología metodológica en la investigación del comportamiento, provienen del olvido de la reciprocidad interactiva que acontece en la observación del investigador y la contra-observación del individuo investigado que forma parte de la información. Es preciso plantear la lógica del “lugar” en que uno y otro pretenden construir las demarcaciones que normalmente tienen carácter de distinta índole e intencionalidad. Se puede decir que un mismo género de observación surge como propósito del común encuentro cognitivo. Pero el género observacional no es suficiente si no se definen las especies de relaciones de observación a determinar por investigador e investigado desde su propio poder autónomo asimétrico.
Decenas de artilugios acuden al campo de la observación. Muchos se miden como resistencias con el fin de hacer pasar inadvertidos aspectos o rasgos de uno con respecto al otro. Otras veces puede acontecer una agonía de muerte por la competencia en decidir quién tiene la última palabra en estas situaciones diádicas. El observado dispone sólo de la reciedumbre de la experiencia directa, y con enunciar “y esto percibo” quiere cerrar la situación; un cierre a la fuerza al dejar de escuchar las pertinencias de los enunciados del observador.
El observador sabe que sus enunciados sobrepasan la experiencia directa y contienen la flexibilidad de una segunda argumentación más compleja que pretende alcanzar el cierre con una pertinencia de mayor calibre teórico. Se trata de la lógica reflexiva mediante la cual los enunciados proyectan las conciencias del observador y del observado. Es un comportamiento por la conciencia lo que le convierte en un enunciado de segundo orden. Implica un enunciado completo y significa una información como dato de observación producido. “La mejor prueba de que la conciencia perceptiva es una realidad irreductible en la investigación de la conducta es precisamente el hecho de que incluso el electrón podría decirse que contraobserva al físico, si no se trata la conciencia como un componente sine qua non de la observación y la contraobservación en la ciencia de la conducta” (Devereux, 1989, 335).
La conciencia como enunciado de conducta proyecta una información que impulsa la génesis psicoterapéutica. La transferencia sola es insuficiente; representa un cortocircuito en la comunicación proyectiva de los enunciados en la situación diádica. He aquí el problema de la lucha a muerte en la competencia por la decisión de la última palabra en el transcurso de los intercambios de decir los enunciados con más pertinencia. Únicamente se vence si se deponen las armas antagonistas a favor de la co-participación en la difusión de la conciencia perceptiva del observador y el observado.
2. Internalizacion del objeto y lucha por la pertinencia enunciativa.
Lo auténtico de la co-participación no consiste en que el observador se reserva su inconsciente, logrando entrar impunemente en el inconsciente del observado. La conciencia perceptiva para acceder a la conciencia del otro tiene que arrancar de su autopercepción y no puede descabalgarse de ella. Sólo cuando el observador coloca reflexivamente su inconsciente de cara al observado, comienza genuinamente a “moverse” su inconsciente. No se produce la comunicación diádica mediante un contacto directo. El observador no puede hablar en términos del observado. La referencia de su habla son sus propios términos o experiencia personal. Aún cuando cree que actúa dentro del observado, lo que hace es actuar sobre sí mismo, y esta especie de actuación le permite objetivar la información interior que le ofrece el observado.
La lucha por la decisión de los enunciados con más pertinencia señala que el desafío de la demarcación de los “lugares” del observador y del observado es móvil y que su desplazamiento, recuerda Devereux (1989, 335), no es continuo sino discontinuo, pero que al mismo tiempo se regenera constantemente buscando un lugar apropiado para las necesidades operacionales. La curva de Jordan puede señalar que parte del espacio que antes quedaba fuera del observador, ahora quede dentro, y viceversa. Indicará el avance o retroceso en la cualidad de la observación y contra-observación. Cuando parecía que la construcción del dato estaba acabada, algún imprevisto o añadido obliga a comenzar de nuevo la observación.
Los desplazamientos de la curva de Jordan empiezan, como una centrífuga, a regresarse para terminar en el observador. La orientación esperada de la observación se encuentra siempre en el observador. Este la crea y puede recrearla sin fin. No es que el sujeto observado sea mera ocasión del juego del observador. Éste no podría dar un paso si no tuviera la referencia de las actividades y reacciones del observado. La ciencia etnológica también llega a esta conclusión, pues el descubrimiento del Otro como depositario de valor social para el Yo identifica comprensivamente el objeto de la etnología moderna, siendo casi el único aporte de la cultura occidental al acervo societario del “homo sapiens” (Levi-Strauss, 2000).
El observado, representante del otro, tiene la facultad fenomenológicamente de cerrar genuinamente la configuración de la observación en su trasunto de contra-observación. (Aunque, como hemos dicho, el observador tiene la facultad de la pertinencia explicativa de los enunciados últimos). De este modo la conciencia del investigador es creadora de su propia existencia, y como existente resulta ser la principal fuente de los estímulos desencadenantes de su propio comportamiento, normalmente sometido a perturbaciones ante la presencia del observado.
La observación de los fenómenos comienza en las reacciones del observador, que se coloca “adentro” de la curva de Jordan demarcada por la atención que demanda el fenómeno. El observador, al interiorizar dicha atención, hace que el fenómeno ingrese dentro de su subjetividad. Así la luna se encuentra definitivamente “dentro” del astrónomo, y el “lugar”, en que la radica, limita con sus intereses anxiógenos. Los aparatos de la observación pertenecen también al “adentro” del investigador, aunque considerados de otro modo pertenecen al objeto observado. El pedal es prolongación del pie, y de otro modo pertenece al objeto bicicleta. Es un juicio interesado de acuerdo al momento en que se quiera pensar el lugar del deslinde “hacia adentro”: lo percibo como prolongación del sujeto; o “hacia fuera”: lo percibo como parte del objeto. Se diseña la curva de acuerdo a las necesidades operacionales.
No se trata de los cambios en los límites del yo, como si éste existiera con límites. El yo es un límite en sí mismo. Tampoco se trata de los límites del aparato. Éste no responde de un modo restrictivo a la naturaleza del fenómeno, como si el aparato produjera el fenómeno. Cualquier amoldadura del yo que trate de excluir la percepción de lo real, en la que el observador no tenga conciencia de sus construcciones teóricas, destruye el fenómeno que quiere observar. La interferencia (=observación) deviene en negativa. Una psicologización genuina con respecto al cambio de los límites del observador puede corresponder perfectamente con la necesidad lógica del procedimiento de investigación epistemológica del comportamiento.
El punto oportuno de la observación puede determinarse convencionalmente según un criterio técnico. Pero éste no constituye el marco de observación, sino el criterio teórico construido por el observador. Un psicólogo considerará que el punto debe encontrarse antes de la teoría metodológica. Un psicoanalista pensará que está en el comienzo del terreno de las hipótesis. Hay una negativa a tomar en cuenta el terreno firme de la teoría y ha determinar metodológicamente la posición del objeto: si está en movimiento o está estático, porque es imposible observar al mismo tiempo y con similar precisión las dos posiciones. Siempre existe la posible imprecisión que genera la incertidumbre en el sistema, y la posibilidad de algún error. Pero ello no obedece a un obstáculo técnico, sino a un atributo esencial de la realidad siempre en movimiento inacabado.
3. Alteración anxiógena y cierre de configuración objetiva.
No es de extrañar que el deslinde esté ubicado en el lugar de la perturbación, zona simbiótica del principio de complementariedad tratado con certidumbre por la práctica pluridisciplinaria entre el psicoanálisis y la antropología cultural, dando origen a la sub-disciplina de etnopsiquiatría o etnopsicoanálisis. Dicho punto/instante coincide innumerables veces con un acontecimiento interior profundo del investigador. La consecuencia es que tal punto/instante termina estando en la perturbación desencadenada del investigador. Aquí se señala que la perturbación/ansiedad es un punto muy significativo para orientar un diseño metodológico en la investigación del comportamiento.
En el análisis del comportamiento se necesita intensificar la perturbación como dato básico. “Para él (psicoanalista ideal) no es un subproducto, indeseable aunque inevitable, sino más bien la meta de sus actividades de recolección de datos psicoanalíticos… como debiera ser también la de la labor de investigación del científico de la conducta. El psicoanalista ideal canaliza deliberadamente los estímulos que dimanan directamente hacia su propio inconsciente y, en grado menor, también a su preconsciente. Además, usa de aparato de percepción -o receptor- aquella porción de su psique que la mayoría de los demás científicos de la conducta tratan de esconder y emparedar y empezará por elaborar esos estímulos por medio de su actividad mental de proceso primario. Deja llegar –y llegar adentro- a su paciente. Permite la creación de una perturbación dentro de sí y después la estudia más atentamente aún que los dichos del paciente. Entiende a su paciente psicoanalíticamente sólo hasta donde entiende los trastornos que su paciente causa dentro de él. Dice ‘y esto percibo’ sólo en relación con las reverberaciones que halla ‘en sí mismo’”(Devereux, 1989, 360-361).
El psicoanalista observa al paciente, o el etnógrafo al grupo etnocultural, con el fin de que las emociones se interioricen en su psique como investigador. Su subjetividad, perturbada, es lo único genuino que va a examinar. No tiene otro aparato para el análisis. Los resultados del análisis es lo que puede mostrar cuando dice: esto es lo que percibo de ti o lo que he recolectado en el grupo étnico. Sólo una esencial subjetivación permite objetivar lo que queda de “allá afuera”. El fenómeno seguirá su curso objetivo merced al esfuerzo subjetivo del observador. El científico debe contar con sus inquietudes afectivas que emergen de su mar de fondo subjetivo. La función de la subjetividad es clave en la elaboración de la objetividad: “Muchos científicos de la conducta tratan ‘lo subjetivo’ como una causa de error sistemático, mientras que el psicoanalista lo trata como su principal fuente de información, simplemente porque su análisis didáctico lo capacitó para tolerar tales informaciones subjetivas”(Devereux, 1989, 361).
Aunque el psicoanálisis es presentado como el modelo de tratamiento epistemológico de la perturbación de anormalidad (Devereux, 1989, 360), la antropología cultural también puede generar similar tratamiento del desorden etnocultural.
Nosotros venimos trabajando los desórdenes étnicos relativos al negativismo social con dicho tratamiento (1999). Este esfuerzo nos ha colocado en situaciones de ansiedad con respecto a la crítica cultural nacional. Hemos tratado de remontarlas incorporando nuestra ansiedad positivamente. No es fácil enfrentar al propio colectivo nacional y sobrevivir en la comunidad científica reacia a entender nuestros resultados. A la comunidad científico-social le es cómodo trabajar con un interpretacionismo subjetivista conducente a repetir textos ajenos, origen de sus grandes ansiedades científicas.
Los alumnos han sido y son el campo normal del drenaje de nuestras ansiedades. Frente a las ansiedades negativas de la comunidad científica nacional, ellos nos ayudan a trasformar las nuestras en positivas o creadoras, abiertas a las nuevas percepciones e informaciones. Así informando a una periodista sobre el entierro del jefe de malandros
[1] de un barrio marginal de Caracas, la “inspección” del rito nos generó una ansiedad, al pensar en el negativismo social inscrito, en dicho caso, en un desorden etnotípico (Devereux, 1973). Mi crítica científica iba a desentonar de la “crítica con alabanza” producida por el colectivo étnico nacional venezolano.
BIBLIOGRAFÍA
Bastide, R. (1973): Prefacio. En G. Devereux, Ensayos de Etnopsiquiatría General (pp. 9-19). Barcelona: Seix Barral.
Devereux, G. (1973). Ensayos de Etnopsiquiatría General, Barcelona: Seix Barral.
Devereux, G. (1989). De la Ansiedad al Método en las Ciencias del Comportamiento. México: Siglo XXI.
Hurtado, S. (1999). La Sociedad tomada por la Familia. Caracas: La Biblioteca, Universidad Central de Venezuela.
Levi-Strauss, C. (2000): Raza y Cultura. Madrid: Cátedra.
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Actas del XI Congreso de Metodología de las Ciencias Sociales y de la Salud. Asociación Española de Metodología de las Ciencias del Comportamiento, Málaga, 2010.
[1] Un malandro: es el designado en Venezuela como el malandrín, hasta puede llegar a ser un asesino. Incursiona en los barrios de Caracas y también en la ciudad urbanizada en busca de bienes indebidos. Frente a esta figura, el colectivo venezolano opera con una envidia de admiración, según un doble código etnopsiquiátrico.