Frente a la productividad convertida en slogan de la economía moderna, así como en necesidad ética del sistema capitalista, colocamos la categoría del trabajo como realidad humana (y social), y, por lo tanto, con su llamada a la ética por excelencia. Si bien es cierto que la economía moderna y su ética particular con el móvil principal de la ganancia (Cf. Esteva, 1984: 130) domina el pensar social en este momento histórico, sin embargo, la dignidad humana como fundamento de la ética universal, es desde donde debemos obtener el criterio para evaluar la productividad, criterio que no puede ser otro que desde su aspecto más ponderado: el trabajo.
Al proponer esto, queremos asentar un principio trascendental, porque está más allá de la organización histórica del capitalismo clásico, con el fin de retomar dicha organización en sus empresas económicas con miras a visualizar las posibilidades de su transformación, pero ya en su etapa avanzada de la organización del trabajo (Cf. Esteva, 1984: 161-164) a partir de revisar la experiencia concreta del trabajo en la empresa venezolana como meta del taller propuesto.
Desde dicha proposición de ética universal, se puede validar la sentencia de que el trabajo dignifica al hombre. Con lo cual nos permitimos fundamentar la posibilidad de relacionar la identidad cultural de una organización empresarial con la sociedad donde se ha constituido la empresa como creación precintada con identidad social. Partimos con Aguirre (2004) de que la empresa como organización es cultura porque incorpora sustancialmente la cultura socializada con su historia y sus creencias, que a su vez éstas dan un sentido especial a la estructura social.
El abanico de niveles culturales y sociales precisa ser desplegado, porque se expresan todos ellos en la persona del trabajador: su etnicidad y sus creencias, como núcleo fundante, sus valores (y antivalores) y sus lenguajes (y los sin sentidos), como elementos organizativos de la acción empresarial, y sus productos, que señalan la articulación con los consumidores de la sociedad (Aguirre, 2004: 179-180). Es importante la distinción de lo cultural y lo social, porque nos podemos encontrar con una situación, como la venezolana, en que la cultura (étnica) no logra ser socializada, y hasta logre tener un comportamiento antisocial.
Si es verdad que la empresa es cultura como organización, sin embargo, puede quedar administrativamente a medio desarrollar, porque los ejecutantes del trabajo aportan un talante ético al trabajo con sentido antisocietario; así no les permite trabajar con la mira puesta en los objetivos o modos de ser de la empresa, ni tampoco de las metas o razones de ser de la empresa. Fuente generadora de trabajo, la empresa se guía por los objetivos y metas que le imprimió su autor, siendo asimismo autor de la producción del trabajo. Tal es la figura del empresario.
Según
los niveles y posiciones de la ejecución del trabajo, como formas de hacer
mundos o realidad, se obtienen las diferentes éticas del trabajo y sus figuras
representativas:
1) La ética del que sólo porta trabajo, pues no sabe ni tiene conciencia de objetivos y metas de la empresa. Se suele identificar con un actor pasivo, la figura del obrero.
2) La ética del ejecutante del trabajo que como actor social sabe y tiene conciencia de objetivos y metas de la organización, y puede incorporar a su acción laboral el sentido de destreza y eficacia del trabajo técnico y sentir como satisfacción un nivel ético del trabajo. Se suele identificar con la figura del profesional.
3) La ética de los creadores del trabajo, que como autores incorporan impulsos de inspiración intuitiva, de pensamiento y acción con lógica de meta o razones de ser del trabajo. En ello va el destino de vida y riesgos sociales y económicos de la empresa, y también la vida y riesgos de la intención de exponer su responsabilidad administrativa de gerentes (planificación) y de gestores (agenciamiento). Se identifica como la figura del empresario, a la que se asocian las figuras de los directores y líderes administradores principales de la empresa.
Esta sucesión de éticas del trabajo con sus diferencias e intensidades de responsabilidad se condensa en lo que se suele llamar la responsabilidad empresarial, que forzosamente recorre de un modo diverso los trayectos de subjetividad del trabajo en la empresa. No se restringe al nivel alto de directores y líderes, como lo pretende la ideología tecnocrática, sino que debe afectar y comprometer a todos los niveles de configuración del trabajo aunque diferencialmente. Porque la razón de ser (meta) del producto, que vincula empresa y clientes expresando una relación social, representa también la razón última de ser de la empresa y su mundo de trabajo como institución total, según Goffman (1972: 13-14).
Desarrollo, proyección y éxito de la empresa como realidad social y no sólo técnica, dependen de la corresponsabilidad que transita por los tres niveles de la ética del trabajo. No se trata de una armonía superficial entre patronos y obreros, sino de una profunda razón de ser que tiene que ver con el hacer como acción de trabajo cuya buena realización demanda de creatividad a favor del trabajo como asunto total y de todos. Según Castoriadis (1983: 7), “no se trata de un trabajo, sino de un trabajo que se hace”, y es desde este trabajo que se hace que proviene la elucidación que aclara el trabajo por el cual los hombres intentan pensar lo que hacen y saber lo que piensan.
Este es un trabajo sobre la sociedad y la historia, donde todo pensamiento es un mundo y una forma de hacer socio-histórico (Castoriadis, 1983: 11). Este relieve sociológico, puede verse antropológicamente en superficie aplanada donde el trabajo se cultiva a sí mismo en su propio hacerse y cómo se hace demostrándose en sus resultados[1]. Tal lógica del hacer tendría un efecto ético negativo si obturase los intereses de los trabajadores y de sus luchas dentro de la permanente recomposición de la empresa como sociedad.
Este planteamiento nos lleva a indicar que una empresa constituye una entidad que se organiza a partir de gente existente previa y al mismo tiempo procedente de la sociedad, pero que su existencia va a desarrollarse en medio de la sociedad administrando su base social y económica, y ello con la razón de devolver a la sociedad como retorno los resultados en productos, pero también en obras de socialización de trabajo. No podemos contentarnos con decir que el trabajo es la realización de la persona humana, ni con el slogan de que el trabajo implica la transformación de la naturaleza y que con el trabajo se constituye la sociedad, ni con que el trabajo es el medio de acceder a la libertad o que es el requisito para que el trabajo mismo sea libre (no esclavo, ni servil, ni comunal).
La historia económica general nos dice que no hay libertad política si no hay libertad económica, y que la primera clase dominante en la historia de la humanidad que se identificó con el trabajo y lo ha ido recreando y desarrollando, hasta defenderlo políticamente y aún hasta instituirlo en términos de constitucionalizarlo, ha sido el sector de clase que llamamos de los emprendedores (empresarios en ciernes).
Referencias
Aguirre, Ángel (2004). La cultura de las organizaciones. Barcelona: Ariel.
Castoriadis, Cornelius (1983 I, 1989 II). La institución imaginaria de la
sociedad. Barcelona: TusQuests editores. Dos tomos.
Esteva, Claudio (1984). Antropología industrial. Barcelona:
Ed. Anthropos.
Goffman, Erving (1972). Internados. Ensayos sobre la situación de los
enfermos mentales. Buenos Aires: Amorrortu editores.
[1] El pensamiento mismo se torna en un hacer creativo porque es obra del imaginario social, imaginario constituyente como creación esencialmente ex nihilo. Lo imaginario social no es lo especular (el espejo), ni el reflejo (de luz), ni lo ‘ficticio’ de la caverna platónica, sino que es creación incesante y esencialmente indeterminada de figuras, formas e imágenes a partir de la cuales solamente puede tratarse a ‘alguna cosa’. La realidad y la racionalidad es obra del imaginario creador, esencialmente en eterna elucidación (Castoriadis, 1983: 10). Por lo tanto no es a partir de la imagen en el objeto o en la mirada del otro como opera el imaginario social. Lo que se había transformado en el punto de llegada según el pensamiento heredado, se convierte ahora en punto de partida, que exigirá volver a pensarlo todo a partir de las ideas ya despejadas sobre la historia como creación ex-nihilo, la sociedad instituyente y la sociedad instituida, etc. Por lo tanto, el pensamiento consiste en un hacer(se) creadoramente, del cual lo que importa ya no son los resultados sino su trabajo de reflexión, y hacer ver cómo se llegó a dichos resultados (Castoriadis, 1983: 8-9).
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Fragmento del capitulo 5: "Ética del trabajo y la empresa como organización social". País Ulterior. Más allá de las fronteras del conocimiento las cumbres del pensar trashumante. Saarbrücken (Alemania): Editorial Académica Española, 2022 [2018], 80-83. Se reproduce en Opúsculo del Trabajo desde Venezuela, N° 1, 2021.