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tierra baldía como muerta o de escasez suprema |
Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
(T.
S. Eliot. La tierra baldía. The
Criterion,
Londres,
octubre 1922).
April is a cruelest month. Comienza T.
S. Eliot, premio Nóbel 1948, su gran poema La
tierra baldía (the waste land),
cuya primera parte la preside el Entierro
de los muertos. El tiempo elegido es el mes de abril, entre el arropado
invierno con la nieve y la primavera que se anuncia con el final de Lo dijo el trueno. El escenario del
poema se siente como un parto tormentoso y como un autonegociado entre la
tierra de los muertos y el firmamento-cielo de bronca palabra.
Vamos hacia
el final de abril. Aquí en el trópico el escenario lo compone la estación seca
con la bruma de calina y con la que tardan de madrugar los días, bajo la idea
del calor de mediodía. No se dice de tormentas, tampoco aún despiertan del todo
las flores. Lo que si nos viene trastrabillando como peste en un corral es la
paralización, la parada, que como enclaustramiento nos tiene retenidos sin
saber para dónde vamos, y además en espera de lo peor.
El motivo es
la pandemia del coronavirus y la sobrevenida cuarentena decretada por el
gobierno (naturaleza de las cosas);
pero la escasez en todo como política socialista del comunismo nos ha descotado
como sociedad, y como un furúnculo suicida nos ha prevenido el estraperlo que
recrudece la escasez llevando a la sociedad al abismo del desplome como
sobrevivencia (historia de los seres
sociales).
Salta el pánico ante la escasez programada que
viene en aumento por la inveterada política comunista, pero se sobresalta ante
la escasez a que lleva el sobrepujo de los estraperlistas; ese grupo de seres
sociales (inhumanos) que vio en la escasez sacarle provecho a las reventas
ilegítimas. Como alarma en redoble continuado, el pánico se estrella irredento
contra el muro del destino. Porque parece por lo que somos de cultura étnica
acomodaticia (flojera) que ni la sangre o
muerte, el sudor o la
pena-castigo, ni las lágrimas o
escarmiento –que alguien heroicamente generoso pudiera ofrecernos-- tuvieran el
poder de salvarnos, de una parte, del autoritarismo comunista del estado, y,
por otra, del mercado con sus trapisondas especulativas y chanchullos.
El pánico es
tal que sin aliado que nos asista, ayude y nos guíe en la contienda, toda
impugnación al estado y al mercado resulta inútil porque se queda en la
rebelión baldía, que como la queja se muerde la cola con la represión del
estado y con el chanchullo de la reventa ilegítima de altos costos por el
producto. La reacción de nuestra parte, por lo que somos, es de denuncia con
aceptación, (cuyo tercer término es la renuncia), como decir que si esto no se
normaliza (la trapisonda de la escasez de la gasolina) nos va a ir mal a todos:
“prácticamente el pueblo se está comiendo al pueblo” (EFE, en Panam Post.
Boletín diario, abril, 21, 2020).
La imagen de
la comida es la más sintomática del pánico actual en Venezuela, por la escasez
de los alimentos que da lugar al hambre, real y ansiógeno. Lo caníbal emerge
como lo más cruel de abril en Venezuela. Y con el hambre caníbal, el escenario
que pro-voca (llamar hacia adelante) la cuarentena por la pandemia del virus:
la paralización del trabajo y de la actividad económica; viene después la
disminución de ingreso económico además de su disminución del poder adquisitivo
por la hiperinflación, porque se detiene el turismo, aún el interno, y las
exportaciones, con los que se moviliza lo social (la vida) como economía.
Y si algo
faltaba a la catástrofe por dis-funcionar, se junta con el capitulo del colapso
de la producción del petróleo y su refinación, y como remate la caída record de
los precios del petróleo. Tal es el drama que el presupuesto de la nación se
alimenta con los ingresos por concepto de venta del petróleo, en un 96%. Sin
renta petrolera, (que nunca, por cierto, hemos tenido ni disfrutado como
cultura), y sin venta de remesas por la exportación petrolera, el escenario
para Venezuela se presenta con un repunte del redoble en el toque a pánico
tendido.
Pues si
faltara aún algún instrumento por tocar, se encuentra éste se encuentra en lo
más sensible de la economía moderna, lo energético, que es lo que mueve al todo
del mundo de la economía y de la sociedad: la gasolina y su escasez, y que ello
ocurra en país de más de un siglo de alta tradición petrolera. Este remoquete
raya en el colmo de la vergüenza nacional ¿Hay alguien ---persona y/o
institución—que cargue con esta vergüenza, que al fin nos salve en la historia
de los seres sociales?
Hemos sostenido
--porque además así lo hemos sentido y vivido—que desde al menos el Caracazo de
1989 (acontecimiento de saqueos de la gente común) las condiciones en que
vivimos en el país son (o corresponden) a las de una vida de postguerra ¿Por
qué? Las condiciones de escaseces de alimentos y servicios públicos,
inseguridades, fracasos políticos, sociales y económicos, pérdidas de enseres,
recursos como el tiempo, la fuga de cerebros y otras emigraciones, las crisis
financieras terribles de los años 90, crisis históricas de la democracia
(defenestración del presidente de la República Carlos Andrés Pérez), etc. todas
esas circunstancias se conectan con la crisis, ya no sólo de pueblo mi estimado
Briceño Iragorri (Mensaje sin destino, 1951), sino también de país y del
escamoteo de constituirse en una sociedad seria.
¿Postguerra
sin haber pasado or una guerra? ¿Sin país y sin sociedad con los grandes
recursos de que nos dotó la naturaleza (o el dios de la magia): petróleo,
hierro, oro, bauxita…? Si no se entienden estas paradojas es porque nos
detenemos ingenuos y/o ignorante en la naturaleza de las cosas de un modo
simplista, y no avanzamos en la historia y preguntarnos por la forma de cómo se
configura la acción de la base étnica de nuestra estructura social.
No estamos
marcados por una guerra, pero estamos signados por un desorden originario que
hace de nuestra organización social un enredo o embrollo en sus comportamientos.
No tenemos aún el nombre o concepto alguno para capturarlo y sacarlo de nuestro
proceloso mar, y extraído en la playa analizarlo para averiguar cómo salimos
del laberinto complejo en que interactuamos institucionalmente. Allí están los
conuqueros que pasaron a nuevos ricos pero la mente seguía como recolectora
(cosechar sin trabajar), moldeada por el rancho y conuco, y aún por el monte y culebra. Mentalidad que nos permite
vivir (con denuncia pero con aceptación) el orden del redistribuccionismo
comunista (igualismo) y el orden del estraperlo: órdenes de escaseces porque
además se apoyan en la historia de donde vienen, esto es, de la abundancia del
derroche y del despilfarro, y añadiendo que son de lógica recursiva, es decir,
de la espera del desquite o revancha de cuando a mi me toque como político,
negociante o bachaquero; por supuesto
ello ocurrirá con el abuso que me conceda mi posición dominante, y la cultura
me obligue además a aprovecharla, para no pasar por bobo y demás cosas.
¿Cómo
sobrepasar esta guerra de las escaseces y los abusos de las posiciones
dominantes en la política y en las ventas ilegítimas?
Frente a los
aprovechados, pícaros o miserables, se encuentran los esforzados, abnegados y
los generosos, que se colocan del lado de los despojados por las escaseces. Les
acompañan con la atención a sus problemas, sus ayudas y su aliento para que no
desmayen y mantengan la resistencia con la esperanza del día de la salvación.
Día duro de la espera, aun con el sostenimiento extra que viene del abnegado,
cuando “el FMI prevé un caída del 15% de la economía venezolana en 2020, lo que
es una prueba evidente de que aún estés en el sótano cuatro puedes seguir
hundiéndote. Venezuela es la prueba de que la caída de un país no tiene
límites, siempre hay una forma de estar peor” (Laureano Márquez, @laureanomar,
15, abril, 2020).
En ocasiones
anteriores hemos aludido en el blog a este “efecto Venezuela” con José Luis
Vethencourt en su texto de 1990. Este “efecto”, además de crónico, hoy día se
agrava en todas las direcciones debido y expresado en las escaseces, tanto que
llegan al resultado de que a todos nos ha ido (nos va) mal. En este momento
parece que ha hecho metástasis con proyección, si no se le pone remedio, a la
región latino-americana; es tal su pretensión que con la desolación causada por
la coronavirus que el mundo completo se encontrara “como si el chavismo se
hubiese apoderado del planeta entero” (@laureanomar, 20, marzo, 2020).
Si tal
pretensión se juzga como aparente para el planeta-mundo, la ONU nos advierte
por lo que respecta a América Latina: “la pandemia de hambre en Venezuela,
podría matar a más que el coronavirus” (Mamela Fiallo Flores, Panam Post, 23,
abril, 2020). Y como primer resultado es que “el hambre crece en Latinoamérica
empujado por Venezuela” (Mamela…o. c.). Así pues “la crisis en Venezuela agravó
el hambre en la región. La multiplicó por cuatro, 6,2% entre 2012 y 2014 al
21,2% entre 2016 y 2018”… “Aunque África lidera el índice, la situación en
Venezuela ha logrado que América del Sur
influya en el incremento de la subalimentación en el mundo, según un informe
realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO)”… “Sólo en el 2018, 42,5 millones de persona fueron afectadas
por el hambre, un flagelo que golpea con especial fuerza a Venezuela, alertó la
ONU” (Mamela F. F., o. c.).
En
conclusión, con ocasión de la pandemia del coronavirus, el problema del hambre
se agrava con la escasez del suministro de gasolina que paraliza el ya reducido
aparto de la economía y que la entrada de los bachaqueros y su práctica de
estraperlo eleva a mayor problema dicha escasez. Si éstos acumulaban antes
productos de necesidad primaria y los revendían aprovechando la crisis de los
mismos por la escasez perpetrada por la “guerra de política comunista”, con la
captación ahora del producto económico estratégico como es la gasolina, se
coloca en una super-cuarentena de pánico a la sociedad en Venezuela. Tal es el
motivo en los días que vienen (que ya están más allá de la cuarentena, de los
cuarenta días), para que se generen disturbios y saqueos y su contraparte de
represión, dolor y muerte (Delia Pérez, Panam Post, 24 abril, 2020). Estos
hechos de reclamo producidos por el hambre, no tienen canalización política de
salvación, por los líderes políticos y
su incapacidad de visión y acción.
¡Qué
crueldad más aviesa esta del mes de abril 2020 en Venezuela, el mes más cantado
en nuestro ambiente poético y en nuestra lengua de Castilla, para esperar
arropados por los colores vivos y frescos de la primavera!
Si abril es el mes de problemas para países a
los sensibilizó T. S. Eliot, en Venezuela nuestro poeta Andrés Eloy Blanco,
imaginó al mes de abril con su luna llena y a los pechos femeninos como el
símbolo de abundancia con que retozará el niño amamantándose. Es como para
soñar con las cornucopias imaginadas en lo cultural americano ¡Qué otros
resultados hubiéramos imaginado de abundancia y no de pánicos y comida caníbal
para nuestro abril de 2020!
LUNA DE
ABRIL
Luna de
abril, descotada,
con aguazul
circunscrito,
desnuda, con
desnudez
pura de
pecho con niño.
Luna llena,
ubre de vaca
con lucero
becerrillo;
¡Qué puro se
pone el pecho
cuando se le
cuelga el niño!
Esta noche
yo no siento
ni sombra de
odio por nadie
ni pena de
verme preso
ni ganas de
que me quiten
los grillos
que me pusieron.
Nada hay más
impuro, nada,
que el pecho
de las mujeres,
pero no hay
nada más puro
ni mejor
para mirarlo
que un pecho
fuera del pecho
y un niño al
lado.
Andrés
Eloy Blanco.