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de cara al horizonte que señala el presente y futuro |
En lo inidividual pareciera responderse: ¡Me voy para ser feliz!
En lo social del país: Yo diría !: Alguién se tiene que ir para que el país pueda comenzar de una vez por todas a construir bien su felicidad.
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-“Antes éramos felices y no lo sabíamos”
Es como un lamento que resuena de boca en boca, también como
obedeciendo a una antena de repetición, en la interrelación de la vida
venezolana actual.
-“¿Es que ahora sí lo saben?”
Me atreví a repercutir como avance de
reflexión en la conversación con la vecina Merceditas. Entonces me vi envuelto
en una madeja de reflexión ¡Saber de que
éramos felices o saber del saber
previo de que somos felices! Y también ¡saber de qué éramos felices o del saber de por qué hoy sabemos de éramos felices! El problema da para varios
vericuetos, que nos pueden perder (desorientar) en el intento.
Me percaté que me metí a fondo con el saber
del conocimiento, y eché para atrás mediante una blanda, de momento,
banalización del problema, para no hacer demasiado seria la conversación
vecinal.
La gente venezolana está sufriendo, estamos
sufriendo, mucho con este traspiés
histórico que resulta ser una catástrofe como la de un país exiliado,
por fuera (por los que emigran sin otra causa), y por dentro (por los que
estamos sin aducir causa alguna sino la de la esperanza). Unos la sufren en el
país ajeno sin preparación para ello, otros la sufrimos en el propio país sin
experiencia previa. No sé si habemos
algunos que intuimos la catástrofe sin preverlo, y sólo nos previno como toda
realidad sobreviniente.
El motivo de este encuentro virtual con
vosotros ha sido la escritura del libro País
Ulterior y a continuación el de La
Fiesta Interminable[1].
Pero el motivo de inspiración inmediata se
encuentra en el libro de Varios Autores: Espiritualidad
en el exilio (Madrid: Marova, 1969), del cual estamos esperando la
consolación como la esperanza venezolana, así como de la visita consoladora a
nuestro amigo de empatía y ciencia, Alberto Grusón, con el que repasamos la
invención de modelos de análisis e interpretación de la realidad venezolana. De
Alberto siempre aprendemos nuevos atrevimientos y novedosas incursiones a la
caverna del sentir y ser venezolanos; incursiones a ese ser complejo y embrollado,
y atrevimientos a su sentir, cuya animación crea dificultades a la formulación
de conceptos debido al despliegue de imaginación necesaria a asumir por parte
del concepto.
¡Saber! ¡Saber! ¡Saber!
¿Sabrán los venezolanos que alguien los
descubrió hace ya más de 500 años, y los descubrió
siendo felices, según el
novelista venezolano Salvador Garmendia (2000)[2]?
Parece que ese saber del descubrimiento por parte de ajenos se quedó en un saber hasta la mitad[3].
Las consecuencias lo delatan, porque éstas no se sacaron de tal intervención
del saber que como réplica supusiera un autodescubrimiento como centrípeto.
Leyendo de primera vez la entrevista a
Garmendia, nuestra conclusión fue que siendo felices, se descubrieron a sí
mismos en algo importante: que al día siguiente tenían que ir a trabajar. Se
cerraba un modo de ser felices y comenzaba otro de largo alcance y con esfuerzo
de sociedad.
El trabajo como aprendizaje cultural, no
ocurre todavía después de más de 500 años ¿cuántos más tienen que ocurrir para
que nuestro ser se complete, procurando la otra mitad del saber? Este es un
gran desafío para el venezolano de adentro, que de no aprender para completarse
con la otra mitad, seguirá exiliado en su propio país haciendo de éste un país
ajeno, es decir, en no saber en qué país vive a cabalidad.
¡Saber! ¡Saber! ¡Saber! ¡Cuántas cosas hay
que saber de esta realidad llamada país, para saber si es país cuando lo está en su derroche (y a eso lo llama “éramos
felices”) o cuando pasa a su indigencia (que ‘pensando hasta la mitad’, cree
que es cuando no se es país o que éste está en vía de no serlo)!
Según este modelo del derroche a la indigencia formulado por Manuel Rafael Rivero en
su Fábula venezolana[4],
pensamos nosotros que la ausencia de país se encuentra tanto en el derroche como
en la indigencia. Lo que hay de ventaja en lo segundo es que el estado de indigencia puede ayudar mejor que el
derroche a recapacitar sobre el pensar en torno a la constitución de ser país.
Un país para existir, más allá de ser un gentío como califica Gustavo Herrera a
Venezuela, y de ser un pueblo en crisis
como lo encuadra Mario Briceño Iragorri, debe tener unas medidas de ser una
sociedad como proyecto. Y esto no acontece en Venezuela, porque la
infraestructura étnica cultural ofrece unos desequilibrios con polaridades
extremas: el de todo o nada, el de una vez para siempre (un apash), el de sin abuso no hay lugar al
poder, el de sin un motón de planos al decir fortuito no hay realidad, es decir, sin coba del habladuchento no existe la seducción de
la gente que no el convencimiento…
Así confunde autoridad con poder, lealtad
con fidelidad, devoción con obligación, aguantar con luchar e impugnar. Por eso
el sentido de pensar hasta la mitad lo lleva a no distinguir los planos y a no
procurar identificar los faltantes. No es extraño que confunda los planos que
destaca el novelista con su imaginación, el de la felicidad y el peligro de la
locura a medio hacer: “-[¿El país está loco?] –No, si estuviera loco sería
feliz. Está medio loco y eso es peligroso” (Garmendia, 2000). Así podemos
seguir con el saber a medias del país venezolano, como confundir la autoridad con
el autoritarismo, esto es, la orientación para cumplir una meta o resultados y
la dominación para, seducidos con promesas, aceptar a gusto la seducción y
someterse al poder (siempre autoritario) descartando el cumplimiento de lo
prometido como un supuesto dejado a la inercia de su hacer.
Pensamos que el líder (cacique) no nos
reúne para conversar; lo que hace es invitarnos a un acto devocional, de
afición, hacia su persona para someternos. Implementa en este caso la
fuerza prescriptiva de las relaciones primerias en las que respira la vida
venezolana. Para ello necesita recursos de riqueza, que suele obtenerlos a
partir de sus privilegios políticos (corrupción) porque nos tiene que invitar a
muchos, a todo un gentío (o gentará), y sentir la devoción hacia él, de parte y
parte, de seductor y de seducidos. Como relación primaria pre-social resulta
más dura o enteriza que la fidelidad y la obligación de cumplir las leyes y la
constitución de una nación o república, cuyo cumplimiento define las medidas de
un país serio.
Los mitos fundacionales de nuestra
etnicidad venezolana originan y sostienen ese saber a medias y hasta la mitad
sobre nuestra felicidad de ser país; aquellos mitos que sub specie materna nos consienten para no educarnos, nos regresan
al vientre para cobijarnos del pánico a la realidad, y nos cuidan con
sacrificio para luego resentirnos como varones desde la fatalidad hembrista[5].
Así nos incapacitan socialmente para tenernos dominados. Quien debiera
empujarnos hacia nuestro deber como país social, los mismos mitos lo tienen
como un ser insignificante, como un don nadie, el padre.
Por eso vagamos
(vagabundos) como exiliados en el propio país vivido como un país ajeno, sin
saber cómo hacer con lo ajeno (lo alternativo posible) para ayudarnos a completar, con aculturación antagonista,
nuestro ser propio, es decir, aprovechar la existencia de lo otro o ajeno para
aprender a hacer crecer nuestro propio saber como una inicial del comenzar a saber sobre nuestra felicidad,
tenida o postergada.
¿Sabremos algún día algo sobre nuestro
sabernos felices? ¿Cómo será el camino de esa historia más allá de descubrirnos ajenos y de encontrarnos
con nuestro autodescubrimiento propio?
[1]
SHS. País ulterior. Más allá de las
fronteras del conocimiento las cumbres del pensar trashumante” “La fiesta interminable. Crítica inmanente y
transcendentalidad de la matrisocialidad”. Caracas, agosto de 2019 con 319
págs. el primero, y octubre de 2019 con 161 págs, el segundo.
[2]
“Nosotros no sabíamos que existía otro mundo hasta que llegó Colón y nos
descubrió. Y ellos tampoco claro. Cuando estalló la polémica que si
descubrimiento o encuentro, el poeta Luis Camilo Guevara supo poner las cosas
en su lugar. Nos descubrieron, dijo, nosotros estábamos aquí desnudos,
bañándonos en el río y siendo muy dichosos, y desde que nos descubrieron somos
infelices” (s. Garmendia (2000). “El país no sabe hablar” El Nacional. Caracas,
23 de julio. Entrevista por R. Wizotski). Nosotros añadimos con letra
manuscrita en el recorte del periódico: tuvimos que trabajar. Y trabajar es la
base de proponerse un proyecto de sociedad. El descubrimiento nos trajo ese
desafío a los descendientes de conquistadores y conquistados (más allá del
descubrimiento). Ya no éramos la simple etnia
tribal: caribe, araguaco, guaquerí, guajiro, etc. ahora somos una etnogénesis llamada Venezuela, la que
tiene ese reto y su responsabilidad, camino de construir o no la
felicidad, la suprema virtud de la ética.
[3]
Luis Felipe Urbaneja Blanco, que fuera ministro de Justicia de Marcos E. Pérez
Jiménez, sostenía que el venezolano “piensa hasta la mitad”, testimonio
trasmitido por su hijo Diego Bautista Urbaneja: “Mi papá decía que el
venezolano piensa sólo hasta la mitad. Ahí sí que hay un problema importante;
el trabajar a medias se vincula con el problema de que no se mantienen las
cosas. Las hacemos y luego dejamos que se pierdan, que se oxiden [¿Dónde
radicaría el asunto ese en el venezolano?] No sé, debe ser una cosa profunda,
porque eso sí que es verdad. Ello es similar a nuestra debilidad de espíritu
público. Lo público como que está a medio hacer en Venezuela, y no nos
interesa, hasta lo deterioramos si trata de surgir” (en Hurtado (2000: 195): Élite venezolana y proyecto de modernidad.
Caracas: Ediciones del Rectorado de la Universidad Central de Venezuela.
[4] M.
R. Rivero (1994). Del derroche a la
indigencia. Una fábula venezolana. Caracas: Ed. Centauro. Pareciera que hay
muchas más fábulas. Este libro nos lo
obsequió su autor después de la entrevista que sostuvimos con él con motivo de
la investigación sobre la Élite venezolana…, según libro citado arriba. Con la
entrevista nos ofreció juicios muy profundos y atrevidos sobre el modo de ser
del venezolano, como se estampan en dicha investigación publicada en el libro
aludido.
[5]
Estamos refiriéndonos a los mitos que proceden de los planos arquetipales de la
figura de la madre: El mito de la sobreprotección
materna (madre paridera), el mito del miedo
virginal (madre virgen, la abuela), el mito del privilegio femenino (madre hembra). La explicación de estos mitos
constituyen la Parte III: “La apetencia con constitución de ser”, de la
investigación de La Fiesta Interminable.