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cuidado del cordón umbilical |
-“¡Y
qué vamos a hacer sino encomendarnos a Dios!... ¿Tú sabes cómo están los
precios en el supermercado?... Con razón ahora están llenas las estanterías… ¿Y
si no nos encomendamos a Dios qué vamos a hacer?...”
Así cotorreaban dos
amigas saliendo una del supermercado y encontrándose con la otra en la calle.
Si no nos
encomendamos a Dios qué solemos hacer la gente en Venezuela…, encomendarnos a
la inercia, a la nada, y hasta podemos festejarla, si el gobierno nos la ofrece
con holganza y reposo. ¿No ocurrió en la ampliación de los días de Carnaval y
después en Semana Santa? Todo el mundo se acogió alborozado a dichos dictámenes
de la dominación, que no gobernanza.
Así disfrutamos
nuestra ausencia de ser, y lo que sintamos como problema de ser se lo dejamos a Dios. Que Dios
resuelva. Pero algún día llega(rá) el juicio de Dios, y en Venezuela ya llegó y
está en pleno proceso, largo proceso sin terminar aún. Porque nos tiene en el
banquillo de los acusados por nuestra encomienda a la nada, y sin saber de
estar acusados. Entonces el régimen político, el de la dominación, se aprovecha
de todos los recursos y nos obsequia las bolsas CLAP y los reposos largos de
fiestas prolongadas.
-¿Cómo enfrentarse
a esta añagaza en la que el poder se aprovecha mientras el otro disfruta con el
espejismo signado por la seducción esperada a que le somete el poder?
-¿Será posible que
el que está seducido por la gozadera ofrecida
aprenda desde el principio de su debilidad existencial a ser social, aún
sobreviniéndole el escarmiento?
El venezolano, el
país y su cultura, están anclados, además de enredados, en las relaciones
primarias, a partir de un complejo cultural que le impide romper el cordón
umbilical con dicho vientre primario.
Romper la conexión
con ese vientre implicaría salirse del encanto de una sociedad maternal,
consentidora, que tanto placer otorga. Las entrañas (lo entrañable) tienen un
inmenso poder supremamente acogedor, tanto que es el poder más soberano que se
instaló entre nosotros por su sentido de naturaleza (divinal). En la sociedad
venezolana se realiza la profecía que se auto-cumple bajo la observación del
ángel enviado por Dios en esa misión encantadora (Hurtado, 2011: 54), y que en
forma de poder descubre el filósofo como el más absoluto que se tenga sobre la
faz de la tierra (Canetti, 2007: 262-263).
Tal situación opera
como el gran muro de contención para el advenimiento de la sociedad. La
política intelectual de la Ilustración del siglo XVIII tenía el objetivo de
luchar contra ese poder inconmensurable anidando en el ser maternal abierto al viaje
hacia la sociedad, pero el sentido cerrado de familia al mismo tiempo deniega
de ese viaje (Lévi-Strauss, 1974: 49), entretenida en el reposo de su narcisismo
(Lévi-Strauss, 1969: 575).
El objetivo lo
cumple el pensamiento en su compromiso de acción política y societal y logra,
al menos abrir un boquete en dicho muro, es decir, fracturar la personalidad
social en el desencanto producido en la sociedad occidental. Lo sigue
demoliendo sin piedad, quiéralo o no ya, mediante la invocación al trabajo de
todos los días (ya desde antiguo con Hesíodo). Es el trabajo el que hace la
economía, y no la tecné, y es la economía la base de origen de la libertad y la
posible sociedad como invento en el ser humano, prosiguiendo su humanización
ahora en sociedad.
Hay que tener claro
en Venezuela, que el trabajo no es de un día ni para un día; es y debe ser
permanente, porque permanentemente se empeña la selva en rebrotar; a la que
ayuda el gobierno de las comunas en la medida que nos da la vacancia como
encanto de realidad, y nos ayuda a invocar a los dioses de la tierra para que
nos alimente nuestro salvaje exterior e interior.
Es preciso
reconfigurar una cultura social que nos desvíe del estado de primariedad como
índice de la primitivización a que nos conduce una cultura étnica del placer
entrañable.
Aquella medida de
mente corta y acción inmediata placentera de lo familiar y lo comunalista, necesita ser colocada en
otra medida de una dimensión de relación secundaria, que logre estar abierta al
acuerdo de sociedad y asegurar una convivencia civilizada para la solución de
los problemas, no sólo de los precios en el supermercado, sino de todo tipo de
relación económica, política y cultural.
¿Cómo es el
problema al final de este andar el camino conversando?
Que nuestro
anclaje, y nuestro enredo en ello, se encuentre en unas relaciones primarias
cuyo complejo cultural se halla apesgado a una pulsión biopsíquica que lo fija
en la razón encorsetada de ésta. Es decir, nuestra gana y nuestro goce,
colmados de placer, supuran dicha pulsión, tanto que su medida se queda aún en
una situación de pre-primariedad vecina a lo genético (los genes). Tal como lo
dice la explicación émica fenomenológica.
Allí no sólo está
clausurado el deseo de ser, también lo está el poder ser, y por supuesto el
deber ser. Sin el ser, la nada no puede fructificar. El estado político se
queda así con todo, fagocitando a la posible sociedad: ¡Viva, pues, el
populismo!
Entonces, las
consecuencias con objetivos de sociedad se consiguen a la aglomeración social
en medio de un planteamiento de problema muy duro. Porque todo nuestro ser se
agota en la relación primaria de lo social, y su pulsión con disfrute no
permite emerger ni al deseo de ser como inicial de la ética. La invocación para
una encomienda a Dios para que nuestro problemas se resuelvan, termina siendo
mágica, de corte inmediatista, compulsiva, tanto que todo intento aun siendo
serio, chocará con esa tendencia regresiva que tanto nos caracteriza como lo es
entrañable. Si no se rompe, o rompemos, ese nuestro cordón umbilical con la
relación primaria, tan placentero por otra parte, es muy difícil generar la
transcendencia de nuestro ser fenomenológico hacia lo transcendental que
inventó el pensamiento con el concepto de societalidad.
Referencias
Canetti, Elías (2007). Masa y
poder. Madrid: Alianza.
Hurtado, Samuel (2011). Elogios y
miserias de la familia en Venezuela.
Caracas: La Espada Rota.
Lévi-Strauss, Claude (1969). Las
estructuras elementales de parentesco.
Buenos Aires:
Paidós.
Lévi-Strauss, Claude (1974). “La
familia”. En C. Lévi-Strauss,
Melford
E. Spiro y K. Gough, Polémica sobre el origen y la universalidad de la familia, Barcelona: Anagrama.