Pintor que pintas tu tierra,
si quieres pintar tu cielo,
cuando pintas angelitos
acuérdate de tu pueblo
y al lado del ángel rubio
y junto al ángel trigueño,
aunque la Virgen sea blanca
píntame angelitos negros.
…………………………………….
Si sabes pintar tu tierra
así has de pintar tu cielo.
con su sol que tuesta blancos
con su sol que suda negros
porque para eso los tienes
calientitos y de los buenos.
Aunque la Virgen sea blanca
píntame angelitos negros.
(Fragmentos de Píntame Angelitos
Negros
de Andrés Eloy Blanco, poeta venezolano)
etnias latinoamericanas |
En
cuanto a mi residencia, me jacto de tener muchas moradas. No sólo habito a los
“indios” y “negros”, y a los pardos de toda graduación, también a los europeos
segundos y primeros de América y, muy especialmente, a los que me odian y persiguen en los otros
porque no pueden expulsarme de su propio
corazón.
(Fragmento
del Discurso Salvaje en el Laberinto de
los Tres Minotauros, de José Manuel Briceño Guerrero, filósofo venezolano).
Antes, mucho antes, de que rodara
el tiempo para establecer la historia, se terraplanara el espacio para edificar
nuestras ciudades, y se levantara la primera aurora por el oriente para
proclamar nuestra libertad, existió el mito (nuestra realidad, la más profunda),
el inconsciente y lo pintoresco en nuestra imaginación. En el caos primordial
anidó ya un país utópico que todavía estamos empollando.
Tiempo paradisíaco y espacio sin
rosicler de aurora aún que dieron lugar a los sueños en los que sin abrir los
ojos se juntaron selva, río crecido entrando en conuco, a lo que se asoció el
mito del Dorado, y sin ningún “para luego después” se fabuló el uso colectivo
de la “tierra de nadie”.
¿Quiénes habitan ese país?
¿Cuál es su nombre?
En la gran piedra aplanada que
flanquea el lago de Coquivacoa (Maracaibo) se entresacó el nombre: Veneciuela. Lo reseñó la expedición de
1499 en la que iba el hispano-cántabro Juan de la Cosa, autor del primer mapa americano
(Ver Francisco de Enciso, Sevilla, 1505).
Después fue llegando otra gente
de otro color para ver cómo era el sitio, y se llenó la población de muchos
colores como los ejércitos de la contienda nacional: de Boves, de Páez y de
Bolívar.
Aquel tiempo parece no haber
rodado nunca; ni el espacio se ha terraplenado aún para contener una urbanidad.
Si la historia repunta y su quehacer pretende dar lugar a alguna sociedad,
pronto el mito regresivo la devuelve al inconsciente y éste la justifica en el
imaginario paradisíaco, desestimando el trabajo por su molestia y el desvelo
para idear proyectos sociales capaces de eliminar el facilismo de la viveza
mezclada con la desidia de la realidad.
¿Cómo vive la gente en ese país
míticamente real?
De la recolección.
La naturaleza tropical es
suficientemente pródiga para ofrecer frutas, raíces, hortalizas, pero también
petróleo, hierro, bauxita, oro, que el mito y su inconsciente canalizan hacia
la auto-subsistencia sin que llegue la historia. Y si se funda la ciudad
trasladamos la selva y los conucos a la misma, y desactivamos su ser urbano
llenándola de basura para evitar el arte de vivir juntos.
¡¡¡Pero si disponemos de renta
más allá de la recolección!!!
La poca renta disponible la
reducimos a nada, más bien a negativa, adquiriendo deuda. Tal es nuestra
capacidad de despilfarro, que el saber sobre la renta y su pequeño margen de
disposición provienen de la práctica de la explotación petrolera que se encauza en el sistema
primario exportador. El carácter de primario califica el sistema de recolector.
Esta situación afecta a nuestra conducta de conuqueros del petróleo, como antes
nos ha constituido en conuqueros de la ciudad. Nuestra actitud en la cultura
conuquera no ha pasado: seguimos cosechando donde no hemos sembrado.
selva y conuco tropicales |
la mujer (madre) es la que trabaja el conuco |
No podríamos sostenernos en este
estilo de vivir, si un sentido del mundo no nos ayudara a explicarnos este modo
de ganarnos la vida, y así justificarnos, que es como decir excusarnos a lo
matrisocial. Nosotros no pertenecemos a una comunidad nacional como los Nuer, pueblo de África oriental que se
orienta en el mundo sub specie pecus
(bajo la especie de ganado: cherchez la
vaque)[1],
ni como los pueblos de noreste del pacífico norteamericano que lo hacen sub specie piscis (bajo la especie del pez)[2].
Nosotros pertenecemos a una comunidad nacional, la venezolana, en el norte de
sur América frente al mar caribe, que vive sub
specie materna (bajo la especie de la madre)[3].
Mientras los Nuer se ganan la vida como ganaderos y los pueblos noreste del
pacífico como pescadores del salmón, nosotros en Venezuela nos ganamos la vida
como conuqueros, es decir, como
recolectores guiados por la reciprocidad materna, por lo tanto con la lógica
familista. De lo que recogemos sin sembrar (por eso no hemos aprendido a
sembrar el petróleo), nos movemos socialmente a ritmo de la agricultura
itinerante o migrante de la producción conuquera, troquel que llevamos todavía
sin mediar tiempo histórico alguno, ni espacio urbano, ni aurora nocturnal, en nuestro
mito y en nuestro inconsciente.
Esta cultura antropológica
nuestra es la que calificamos como matrisocial. Tiene el objetivo este concepto
etno-psicoanalítico de resolver (explicar) el problema paradisíaco en que vive
el país venezolano: es decir, la sociedad tiene una lógica impersonal y fría
(instituciones), que no puede operar sanamente si opera con una lógica maternal
(familia) que es cálida y personalista[4].
Es la figura de la madre la que hace de totem
absoluto, de suerte que procedemos sólo de uno (la madre), no de dos (padre y
madre); porque la figura del padre no la produce la cultura (el mito) ni la
personalidad (el inconsciente).
Pero en Venezuela nos manejamos
la vida con esa paradoja entre la sociedad y la familia. El resultado inmediato
es la del consentimiento social como troquel maternal. Los venezolanos nos
consentimos (de ahí nuestras complicidades), no nos estimamos (tenemos la
autoestima baja). El consentimiento nos produce el placer, inercia ante las
cosas a las que tenemos que enfrentar, y, por otra parte, no terminamos de resolver
nuestros problemas que pensamos que no son importantes y si persisten, que se
resuelvan por sí mismos (abandono mágico de la realidad: como vaya viniendo
vamos viendo, y porque de que vuelan, vuelan).
Así gozamos de una felicidad
cultural implantada también en nuestro inconsciente, muy lejos de lo social con
sus tiempos, sus espacios y sus auroras, que invitan al trabajo y a la
transformación del mundo y obtener así los recursos para la libertad política y
social. Por eso no solucionamos nuestra permanente crisis de pueblo (Mario
Briceño Iragorri)[5],
crisis de urbanidad (Oscar Tenreiro)[6],
y no nos planteamos de verdad la posibilidad de ser una formidable sociedad
(Germán Carrera Damas y S. Hurtado)[7]. Y lo peor
de todo es que los intelectuales venezolanos no atinan con el diagnóstico de
nuestro problema porque pasan por alto el problema de esta arqueología de
nuestra cultura; ¡¡la cultura!! ese gran trasfondo de realidad que afecta de lleno
la organización social (S. Hurtado)[8].
Hay que aprender a pintar nuestro
cielo y nuestra tierra con todos los matices de colores que son muchos (pedido
del poeta Andrés Eloy Blanco), y hemos de curarnos de nuestro resentimiento, el
antónimo del consentimiento en el edipo venezolano, de esa etapa tan primaria,
con relación al edipo clásico griego bien elaborado de amor/odio.
[El mes próximo explicaremos el
edipo venezolano como tema del segundo yacimiento arqueológico del país
venezolano]
[1]
Evans-Pritchard, E. E., Los Nuer,
Barcelona: Anagrama, 1977.
[2]
Levi-Strauss, C., “El gesta de Asdiwal”. En varios autores, Estructuralismo, mito y totemismo.
Buenos Aires: Nueva Visión, 25-77.
[3]
Hurtado, S., Matrisocialidad. Exploración
en la estructura psicodinámica básica de la familia venezolana, Caracas:
FACES, Universidad Central de Venezuela, 1998.
[4]
Hurtado, S. La Sociedad tomada por la
familia, Caracas: EBUC, Universidad Central de Venezuela, 1999.
[5]
Briceño Iragorri, M., Mensaje sin
destino. Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo. Caracas: Monte Ávila, 1972.
[6] Tenreiro,
O., “Ciudad, arquitectura, política”. Tal
Cual, Caracas, 25 y 26 de junio de 2011:22-23. Entrevista por Antonio Ochoa
Piccardo.
[7]
Carrera Damas, G. Una nación llamada
Venezuela. Caracas: Monte Ávila editores, 1984. Hurtado, S. Ferrocarriles
y proyecto nacional en Venezuela: 1870-1925. Caracas: FACES, Universidad
Central de Venezuela, 1990.
[8]
Hurtado, S. El animal urbano: de las
piedras al proyecto social en la ciudad de Caracas. Caracas, 2016, de
próxima publicación.