viernes, 24 de junio de 2016

AGUAFUERTE DE ABRIL EN LOS TEQUES

Araguaney, el árbol nacional de Venezuela



Se han rebelado los árboles contra el sol
            y la sequía
            en mi jardín de frutales,
pretencioso bosque montañero.

Por su cuenta han comenzado la primavera
            pimpollos en rosa de flor
            tallos niños augurando mocedad
            hojuelas de fúlgido ocre:
engendro abundoso en hojosidad victoriosa.

Revuelta con corazón de concierto enardecido,
            en desquite por la pérdida
rítmica de la estación retenida;
su demanda desahuciada: amor de lluvia tropical.

En delirio a contratiempo no cabe otro deseo del ritual.

El embeleso se ha subido a las alcándaras de la memoria
            en contemplación sentado,
            con la palabra original sin decir,
es ya plegaria en salto de adoración al mundo de los otros.

Porque los que dicen que aman al pueblo
            -nostálgica primavera, política evanescente-
            con alevosía de escondrijo,
en desatino certeros
han organizado su desjarrete impuro.


Los Teques, 21 de abril 2016.
Publicado en Imágenes de Villorido
30 de mayo de 2016.

DOBLAN A DUELO POR LA MUERTE DEL PUEBLO




Cuando yo estudiaba el griego como materia de bachillerato, allá cuando tenía de 13 a 15 años en la ciudad de Burgos, el profesor nos contaba el chiste aquél de Aristófanes: “Un hombre hizo que su caballo aprendiera a no comer y cuando lo aprendió, se murió”.

Parece que la situación del país venezolano está planteada para que aprendamos a no comer. Nuestras mañanas pasan viéndonos “zanquear” de supermercado en supermercado de la Parroquia San Pedro de Caracas; también merodeamos mercaditos de Los Teques los fines de semana, y hasta nos asomamos a bodegas, expendios de comida de los barrios marginales.

Esta dinámica me lleva a pensar en el movimiento acompasado de las guacharacas que se la pasan buscando comida en los bosquecillos de las casas montañeras: pasan y se van, y al día siguiente hacen lo mismo campechanamente, sin espantarse porque se les acerque nuestra presencia. Siempre pican alguna brizna de monte o brote en la guayaba, mandarina o limonero.

La escasez de monte que rodea a los morrocoyes, aislados en el jardín, les hace pasar hambre, porque ésta depende de los recursos naturales agotados. Su manutención no puede estar sino vinculada al cuidado de una voluntad humana que les proporcione la flor de cayena, las mondas de cambur y de papaya, de pepino o e bagazo de la naranja, etc.

Así veo a la sociedad venezolana en dependencia azarosa de la llegada de un camión con algún producto, del arbitrio voluntarioso del funcionario, del sometimiento por parte de la guardia nacional en las colas de los mercados. Cada vez más las escaseces devoran nuestro tiempo y nuestras alegrías, pero sobre todo que alguien, más allá de nuestra mirada, alguien que ya parece mandar en nuestra hambre, lo haga también en los miedos del hambre. Entonces los miedos se mezclan con las ansiedades, lo que hace se perpetúe la posibilidad del hambre.

Como estos sentimientos de miedo y ansiedad tienen conexión con el alma, lo que le queda al mandamás es su pretensión de doblegar nuestra alma. Aspiración de todo jefe totalitario.

Si no podemos retroceder a la vida animal, porque somos humanos, se nos quiere condenarnos al Antiguo Régimen, al despotismo: allí no habría otra alternativa que lograr una vida a nivel de la solución de las necesidades perentorias para sobrevivir; así se esfuman la idea y realidad de la libertad y, por lo tanto, las soluciones que permite la vida en libertad y el propio esfuerzo. Sin las garantías de obtener la solución de las necesidades, entonces no podemos imaginar sino las escaseces de todo tipo; no sólo la existencia sería precaria, sino la de un anonadamiento feroz: la muerte en vida, como se dice pero sin retórica o imaginación alguna. Las señales en el camino no faltan:

-La Cámara de Comercio de Caracas apunta que ya el 40% de la población sólo hace dos comidas al día y aún menos. Deja ver la deficiencia de la alimentación así como los costes inalcanzables de la misma (El Universal, 21 de junio de 2016).

-Además se ha politizado el acceso a la obtención de los productos alimenticios. Sólo tienen la oportunidad los grupos de lealtad dura al gobierno: “Ahora toda la comida para los CLAP”[1]. Consigna que prolonga como resonancia a aquella histórica por excelencia de “Todo el poder para los soviets”. Dichos grupos que organiza el partido de gobierno PSUV[2], primero como asociación vecinal, llamados “consejos comunales”, después se pretende que se reagrupen como “comuna” distrital, según la lógica comunista, con toda su capacidad política. Tal politización desequilibra a la estructura poblacional: sólo los grupos leales al gobierno tienen la oportunidad de acceder a la obtención de los productos alimenticios. “CLAP para controlar cada bocado(Tal Cual, 17 al 23 de junio de 2016, reporte, p. 9-11).

-Las protestas y los saqueos van en ascenso tanto en volumen de hechos como en peligrosidad social. Ambas atmósferas creadas por el desequilibrio económico con objetivos sociopolíticos son un terreno fértil, abonando para la siembra de muertes, inseguridades, robos y hasta linchamientos (El Nacional, 17 de abril de 2016, Siete Días: Cruzar la Línea de víctimas a victimarios, p. 1).

“El hambre –dice Cervantes, autor del Quijote- hace echar a los ingenios por caminos que no están en el mapa”[3].

Algo debe hacer echar para adelante al ingenio criollo, cargado de picaresca, vivacidad (“pilas”), permisividades hasta de aceptar lo aberrante, de lo “me-da-gana” sin control, en una sociedad donde su orden es el desorden. No es extraño que ladrones y asesinos tengan su propio terreno de resguardo, las llamadas zonas de paz, y que las cárceles con sus pranes (líderes de banda) cumplan un rol político en la estructura del poder.

La dificultad de que se genere un ingenio creativo, o como se dice ahora, de emprendedores que originen bienes a la sociedad, está presente en el negativismo social hecho política de estado. La superación de esta dificultad depende de las potencialidades que la gente venezolana otorgue a las cosas, a los acontecimientos, a los sentidos de su vida social, y en consecuencia, a su padecer y disfrutar de los mismos. O se hunde en el miedo, padeciendo la dictadura al estilo despótico del Antiguo Régimen, o se levante sobre sus propios hombros, y el hambre hará echar a los venezolanos por los caminos de la historia, es decir, de la libertad. 

¿Habrá duelo por este tránsito hambreador, símbolo de la muerte[4], duelo que sea germen de resurrección? 

Muchos grupos y la historia de todos los pueblos han pasado por este trance, que constituye la ocasión, mejor el principio, para la evaluación de las capacidades con que se ejercita la gente venezolana para solucionar los problemas “en el viaje a la sociedad”[5]

Como pueblo perseguido de muerte (hambre y enfermedades) tiene que adoptar un pensamiento de carácter salvador. Un grupo que, con originalidad, se abría camino a la mundialidad de todas las gentes y su líder que le orientaba, nos ofrece un esquema de comportamiento consolador (=esperanzado): 

Estamos afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos”[6].

Han derruido nuestro aparato productivo, fuente de nuestra alimentación; no hay dólares ni para importar bienes, ni los insumos para la producción; no permiten la ayuda humanitaria internacional (cuando en situaciones foráneas la ayuda venezolana era tan generosa). Nos han cercado en nuestras casas con el despegue de la inseguridad, del ladronismo y el crimen, sin que el gobierno haga nada, más bien esa ausencia huele a política de estado.

Se acaban nuestros ahorros, las pocas reservas de todo recurso, las alternativas y los planes B y C, etc. ¿Podemos aún invocar el nombre de Dios? ¿Por qué meter a Dios en los asuntos humanos nuestros? Porque aún su gente (la de Dios), la que sabe ver, nos da pistas para alcanzar el comportamiento que nos apunta a la ética societal, y porque, desde nuestra humanidad, ciertamente se ha ido derrumbando la alegría de nuestra gente venezolana. 

Siempre me ha hecho remusguillo el Cántico de Habacuc, recitado el Viernes Santo; si del remusguillo paso a pensar en lo que me ocurre hoy, me esfuerzo en que se produzca en mí un cortocircuito consolador, según los desterrados en Babilonia en tiempos del Segundo Isaías, de que la esperanza del regreso los consuela, o como síntoma, el consuelo produzca un principio de esperanza salvadora[7]

El Cántico de un profeta menor, como Habacuc, nos acerca a la conciencia de las condiciones de muerte que cercan al pueblo, pero su visión le da la capacidad de la solución trascendente: 

“Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas, aunque falte el producto del olivo, y los campos no produzcan alimento, aunque falten las ovejas del aprisco, y no haya vacas en el establo, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi salvación”[8].

La situación no arredra al profeta para subirse sobre sus hombros y festejar su fe en el presente. Éste le ofrece con contundencia lo mejor que él tiene y que como don permanente hace obrar su salvación. Lo refiere al nombre de su Dios, no a cualquier diosecito. 

¿A qué podemos referirlo nosotros en el mundo de hoy?

A la confianza en nosotros mismos como la condición unánime de la fidelidad a lo que somos, y que a su vez reconfirme la auto-confianza. Nosotros, los venezolanos, necesitamos producir la estima[9] de nosotros mismos (afirmación de ser social), lo que significa que estamos necesitados  de crecer en la autoestima. Porque la autoestima, de la que es prueba la fidelidad perseverante a lo nuestro, da a la confianza su plenitud. Es una estima que tiene que doler, condolernos, sufrirse como pueblo, porque se trata de encararnos con nosotros mismos, y así aprender a sernos (ser para nosotros). Es el proceso del duelo social. 

Sólo el pueblo que permanece en su propia estima tendrá la plena seguridad de que va a solucionar sus problemas económicos, políticos y culturales. La estima perfecta destierra el miedo y todas sus ansiedades, pero además hace obrar el camino del cambio del miedo a la alegría y al gozo. El hambre puede llevar por caminos que nunca sabemos, pero pretendemos que sean caminos de transformación, de los destinos que nos sumen en la tristeza, a las suertes que nos fortalecen en las fragilidades (Rafael Cadenas)[10]. Se espera que la conciencia de nuestra fragilidad rescate de nuevo nuestra ancestral generosidad como arma de la propia salvación[11]

Doblan a duelo los acontecimientos como campanas, siempre pensando que debe haber un muerto, esta vez la de un pueblo, el venezolano. Su resurrección depende de la intensa celebración del duelo, es la que viene demostrándose en el tránsito del Referendo Revocatorio, demostración de autoestima como aprendizaje de responsabilidad y compromiso con el país. Las dificultades que coloca el gobierno en el proceso de validación de las firmas representan un desafío para el aprendizaje social. El pueblo ha respondido con firmeza. 

Es preciso que este acontecimiento no se reduzca a un acto extraordinario, al heroísmo por motivo de una agonía. Debe calar en el tiempo cotidiano para que no regrese más el abismo. Hoy, día 24 de junio debemos reconocernos en dos acontecimientos de libertad alcanzada, las fiestas de San Juan Bautista, santo patrimonial de las comunidades afro-venezolanas, y de la batalla de Carabobo, la definitiva contra el despotismo real, el de nuestro Antiguo Régimen.


[1] Comités Locales de Abastecimiento y Producción. Antes eran las Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (UBCH).
[2] Partido Socialista Unido de Venezuela.
[3] Citado en Juan García Bacca, el brillante filósofo español de la Universidad Central de Venezuela en su obra Ensayos y Estudios (II), Fundación de la Cultura Urbana, Caracas, 2004, p. 59.
[4] La muerte del sujeto pueblo está anunciada, y se está cumpliendo. Ya el pueblo es tratado como una cosa, un objeto, un cachivache de hambre. Desaparecido el sujeto queda la muerte como extinción. Tal como ocurrió con el pueblo soviético y con el chino de Mao, y tal ocurre aún con el pueblo cubano, que no es dueño de su hambre, enajenada como está por una oligarquía despótica comunista.
[5] Claude Levi-Strauss, “La familia”, en C. Levi-Strauss, M. E. Spiro y K. Gough, Polémica sobre el origen y la universalidad de la familia, Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1974, p. 49.
[6] Pablo de Tarso (San Pablo): 2 Corintios, 4: 8-9.
[7] Jesús Miguel Hurtado Salazar: El Consuelo Fuente de Esperanza, Análisis exegético de Isaías 40: 1-10. Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 1991 (tesis de maestría).
[8] Habacuc, 3: 17-18.
[9] Porque el pueblo venezolano no se estima, lo que hace es consentirse, es decir, ser permisivo. Sólo somos libres con criterio de naturaleza, como los pajaritos, no con criterio social referido a la norma o ley. Porque somos consentidores, permitimos, por ejemplo, que nuestros funcionarios se porten como asaltantes del poder del estado, y no como servidores de dicho poder. Si nos percatamos de ello, sin embargo,  no los reclamamos; puede que nos excusamos a nosotros mismos y como mínima retaliación negativa decimos: “en la bajadita te espero”. 
[10] Como Rafael Cadenas, cree Federico Vegas que la conciencia de fracaso, de fragilidad, es clave. “Asumir tu fragilidad te fortalece, particularmente como sociedad, y las novelas pueden ayudar a eso. Siento que hay un diálogo entre lo que voy haciendo y la posibilidad de esa fragilidad”. (Federico Vegas “Hemos olvidado el compromiso entre la palabra y los hechos” (El Nacional, 8 de enero de 2012.  Siete Días, p. 3).
[11] Federico Vegas considera que frente a nuestro hondo resentimiento observado en la conducta de la ciudad, es nuestra generosidad la que puede librarnos de él. “La ciudad existe para ser presentida. Si nuestra herencia caraqueña está cargada de incertidumbre es precisamente por ser generosa, y puede convertirse en un arma hermosa y efectiva para imaginar lo que merecemos, y para que nadie pretenda estirar su presente manipulando nuestro pasado y futuro” (Federico Vegas: “Ciudades presentidas”, El Nacional, 24 de julio de 2010, Papel Literario, p. 3).