domingo, 31 de enero de 2016

LA ESPERANZA ES MI FUERTE

casa de Santo Domingo de Guzman: sede de la primera universidad de España en la ciudad de Palencia siglo XII  

Vi la muerte rodeada de árboles (árboles más esbeltos
que el llanto de tus hermanas) urces en el fulgor
y la serenidad.

Vi la sombra azul distribuida en sernas, sólo advertida
por animales tan antiguos como mi corazón,
por emisarios muy cansados;

la deserción sobre la boca que yo amaba (grandes
banderas ante los espejos del suicidio).

Y la esperanza dentro del acero.


Antonio GAMONEDA: EXENTOS II. La Pasión de la mirada (breve extracto).
Antología Poética, Alianza Editorial, Madrid, 2008. 140

CIUDAD CON DIETA DE TOTEMISMO


-Como que el tomate va cogiendo color…!!!

Exclama mi esposa desde la batea. Una pequeña mata crece en un tiesto entre otros de geranios, calas, stevias y plantones de aguacate. Pensábamos que era una mata de tomates cagones, pequeños pero varios, pero la autoctonía matera se orientó hacia un tomate único, orgulloso de engordar sus cachetes y de buscar su color rojo.

-Si no le pican los torditos o no lo avistan las guacharacas, vamos con suerte…!!!

Refunfuño desde la puerta de la cocina. Pienso en esa estampa agrícola como promesa de urbanidad. Así como oigo que se creen más urbanos los adoradores de mascotas habitando con ellos en sus apartamentos, y los cultivadores de flores en sus pasillos y balcones residenciales. En casa de urbanización se disimula un poco más la nostalgia por el alfoz que las grandes ciudades de hoy han eliminado a su alrededor, alejándonos definitivamente del campo y su cultura.

Ese tomate urbano con cualidad de comestible me colocó en el dilema del totemismo[1], en este caso el vegetal. Según Freud[2], unos tótems muestran la discontinuidad del hombre con la naturaleza: está prohibida su comensalidad bajo leyes a veces muy sagradas, casi sacrílegas; otros tótems indican más bien la continuidad humana con la naturaleza: su comida culmina la comunión con lo sagrado divino o natural. Se constituye así un criterio de clasificación de las especies naturales según el cual hay cosas que son buenas para comer (o no comer).

Pronto me doy cuenta que debo pasar a actualizar el totemismo, esta vez según Levi-Strauss[3]. Su interpretación señala que la clasificación de las especies naturales según formas para investigar la realidad mundana es una operación mental. Así las especies naturales ofrecen la ocasión para que la mente humana se ejercite y con ello constituir en el hombre su plenitud intelectual para su dominio sobre el mundo. Así las especies elegidas como tótems muestra que hay cosas que son buenas para pensar.

Ya no me imagino que aquella matica tomatera representaba un rasgo de cultura urbana, una especie comestible o un recurso para la actuación del pensamiento lógico.

Entonces di un salto en mi imaginación y me vino encima mi pensamiento político, ya no con la decoración urbana, sino con las estampas de los suburbios tugurizados: los gallineros verticales en las casas, las rutas de la empanada en las calles de la ciudad, los huertos hidropónicos entre los edificios y torres del Parque Central de Caracas. Siempre hemos hecho mofa de estos motivos agrícolas (y populistas) a que apuntaron diversas peroratas (cadenas nacionales en radio y televisión) del difunto presidente de la República.   

-¿Aquél empeño socialistero eran anuncios de un futuro social próximo?
-¿Eran una promesa que se combinaba con el “mar de la felicidad” (cubana) a que nos decía conducir?
¿Acaso un desafío con propósito de aprender a sembrar sin contar con terreno, territorio ni lugar como destino de una ciudad imaginaria, novelera, a la que nos conduciría la utopía socialista?

Todo ese imaginario distópico (sin lugar y sin memoria) sucumbía entre nuestros comentarios socarrones. La idea de la siembra no ocurre en el imaginario venezolano más allá del conuco[4] y quizá de unos bosques de cacaoteros y cafetos. Esa idea primitiva tanto como utópica vino a tomar escena en los años de 1930, primero con Alberto Adriani, agrónomo de Los Andes de Mérida, y puntualmente con el artículo del intelectual Arturo Uslar Pietri, titulado Sembrar el Petróleo (1936).

Han pasado 85 años, en lo que se dice entre los intelectuales venezolanos que transcurre el siglo XX en el país. Siglo del petróleo, sin que se haya ni organizado la renta petrolera misma, que debiera haber impulsado el desarrollo industrial y agrícola (agroindustria). Lo que se mienta aguas abajo.

Sembrar supone su contraparte: el trabajo. Sembrar significa vivir de los resultados del trabajo, no de la renta, y menos del despilfarro. Sembrar connota edificar las bases de una nación moderna.

¡¿Modernidad vivida con los recursos de la renta!?: contradicción en los términos. Eso no hay quien lo resista porque eso no puede ser.

Pero Venezuela es una tierra mágica que ha venido haciendo esa maravilla.

Sembrar el petróleo constituye una metáfora convertida en nuestro fantasma nacional. Fernando Coronil en su obra El Estado Mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, (2002), nos coloca en la pista de la solución de la problemática.

-¿Nos extraña ahora la maravilla fantasmal de la granja doméstica con los gallineros verticales y los cultivos hidropónicos como contenido de parques y plazas de la ciudad? ¿Y todo ello amplificado en toda la geografía nacional?

Pero de nuevo emergió la idea de la siembra fantasmal, después de que se anuncia el Decreto presidencial de la Emergencia Económica. Ahora ya no ocurre en las peroratas retóricas (coberas), sino en la forma jurídico-política de un Ministerio del Poder Popular de la Agricultura Urbana. Precisamente ahora cuando el despilfarro esfumó hasta la renta y la economía de puertos se redujo a un vacío de barcos. Lo que queda es la vuelta al conuco, a la selva, a vivir en el bosque, u optar por una agricultura en la ciudad entre el cemento y asfalto.

La agricultura migrante del conuco en la selva fue un invento milenario ¿Cómo inventar ahora en el siglo XXI la agricultura urbana, inmóvil, entre el asfalto, en terrazas de cemento, en jardineras, pipotes, macetas, tiestos, fabricados con terracota o material industrial? Todo es cuestión de imaginación emprendedora del tipo de transformación mágica: como vaya viendo vamos viendo. Así la ex ministra de 15 días en el cargo, Emma Ortega invocó al pueblo para que se abocara a generar proyectos de agricultura familiar fuera del campo. Una nueva cultura agraria emergería para contribuir a “generalizar la soberanía alimentaria. Su retórica política se mezclaba con una siembra de gamelote (paja)” (El Nacional, Editorial, Caracas, 23 de enero de 2016). La producción comienza “por las manos de los que estamos aquí. No podemos delegarlo a ningún otro (…) pensemos en los barrios y urbanizaciones donde podemos sembrar” (El Nacional, lunes 11 de 2016, Economía, 3).

El discurso fantástico siempre trae problemas, pues al querer sopesarlo para lograr algo de seriedad justificadora, tropieza con el problema nacional de la hambruna a la que estamos confinados en la ciudad hambreada. En el campo, las alternativas de comensalidad  pueden obtenerse, pero en la ciudad eso se torna imposible. El discurso de la ministra (ya ex ministra) toma como motivo estratégico los espacios populares suponiéndoles de capacidad infinita porque el Pueblo es como Dios.    

-¿Habrá visto la ministra una fotografía aérea de los barrios de Caracas? ¿Habrá subido alguna vez a algún cerro poblado de ranchos (casas de la ciudad informal), adosados unos a otros sin retiro alguno, a no ser un precipicio o barranco? ¿Sólo se acuerda del pueblo o clase baja como estrategia populista, como si el resto de las clases no estuvieran en similar condición de hambreadas? 

La gran ciudad se fue extendiendo a costa del alfoz ¿Cómo poder sembrar en el campo del inmediato rededor de la ciudad? La consecuencia es que el campo queda cada vez más alejado de la ciudad, al  mismo tiempo que según otra lógica la ciudad se aleja cada vez más de la urbanicidad (Jean-Luc Nancy: La Ciudad  a lo Lejos, Manantial, Bs. As. 2013). La sociedad urbana invade el campo, lo incorpora sometiéndolo (agroindustria), y/o lo deteriora cada vez más en sus márgenes.

-¿Cómo inventar una agri-cultura urbana sin el agro? ¿Cómo inventar una agricultura urbana sin lo urbano en la ciudad? Hace tiempo que diseñamos el ingeniero Juan M. Vázquez y yo una Ciudad Constelada[5] en el centro de la región de Los Llanos en Venezuela: adjunta a la Faja Petrolífera del Orinoco. Pero quedó nuestra teoría como un diseño para el aprendizaje de la ciudadanía en la acción de construir una ciudad en cuyas residencia entraba el espacio apropiado para desarrollar el huerto familiar.

Como propaganda del arribo político del chavismo quedó el señalamiento del Eje Orinoco-Apure. Ríos y sus riberas, sus cuencas quedaron con los rostros acuosos esperando el desarrollo agrícola inserto en la urbanidad ¿Cómo fue su diseño, si hubo su trazado?

Una ciudad aspira en su lógica existencial a lograr una dinámica de autonomía vital, y en su economía agrícola a la autosuficiencia. Es decir, que no se reduzca al autoconsumo. La autosuficiencia importa, para que esté garantizada, la producción de un excedente. Pero que este no sea de fondo de reemplazo sólo, sino para impulsar el intercambio con otras ciudades, renglón que le proporciona la competencia y la garantía de seguridad alimentaria.

Dicha lógica supone que fundar una ciudad constelada, hoy día implicaría una inversión gigantesca equivalente a un presupuesto nacional. Pero yendo al hecho, el problema se redistribuiría en torno al capital, originado en una consistente renta petrolera, en torno a una mano de obra competente para la construcción artesanal y levantar con la agroindustria el alfoz urbano-regional, es decir, que trascienda su ethos cultural conuquero, y finalmente la calidad agrícola del terreno que supone lo contrario de un territorio que no sirve sino para establecer el hato (ganadería extensiva y quasi cimarrona).

Las consecuencias de la contradicción, inscrita en la formulación de una agricultura urbana, es que nos conducen a una economía cuya lógica urbana no alcanzaría ni al nivel del autoconsumo, ni soñado. Así el desafío propuesto es que dicha formulación metafórica de agricultura urbana ni entra en la órbita de la lógica del afecto freudiano para saber de las cosas que son buenas para comer (y no prohibidas), ni en la órbita del intelecto lógico de Levi-Strauss para tener a favor las cosas buenas para pensar.

Estoy confinado a sentirme más satisfecho en una estética de contemplación del tomate, plenificando su belleza como si fuera una flor, que comiéndolo como un ingrediente más de una ensalada gastronómica. Me falta en esa agricultura urbana la posibilidad de elaborar el totem vegetal que me de la capacidad de disfrutar las cosas para comer y también para pensar. A la dieta de totemismo propuesta por una distópica agricultura urbana, se me añade la ¿desilusión política?, no, ni hablar. Es la resilencia: el sacar fuerzas (políticas) de esa debilidad dietética cultural. 


[1] El totemismo es la doctrina que estudia las referencias del orden simbólico de una sociedad en su orientación al tratamiento de las cosas del mundo. Hay tótems que son animales, así como otros vegetales, de acuerdo a la experiencia económica y ritual de cada pueblo, de suerte que este elige al totem para que cumpla un emblema de identidad social y cultural, a partir de la cual se genera la clasificación de otras cosas para obtener así un comportamiento en relación a la naturaleza mundana. Al principio se interpretó el totemismo asociado con la religión (animismo), después con el orden de la organización social y política. El totem representa una experiencia originaria que termina siendo enseña y marca a los pueblos y su acción social, económica y política, porque profundamente es una experiencia cultural. 
[2] Sigmund Freud en su obra Totem y Tabú, utiliza las informaciones antropológicas de tribus australianas de fuerte cultura totémica para analizar la figura del padre y del complejo de edipo. Obtiene esa clasificación de la relación del hombre con el mundo, la del tabú o prohibición y la de la comulgación con el totem. La comida se convierte en la experiencia más primaria, la cual es el modelo para el casamiento como intercambio entre los seres humanos con lo que se da origen a la sociedad. El totem será la representación del padre que da origen a la familia y sociedad, pero que para que crezca la sociedad tiene que desaparecer: ser muerto, comido para heredar sus cualidades, para beneficio de los hijos y su madre, que expresarán la comunidad.
[3] Claude Levi-Strauss, en sus obras El Totemismo en la Actualidad y El Pensamiento Salvaje (silvestre) se inclina por la interpretación mentalista a la que observa funcionando en la organización de todas las cosas del mundo por parte del hombre. Muestra sí que una misma lógica comparte y al mismo tiempo se comunica entre el pensamiento concreto (popular) y el pensamiento intelectual (filosófico y científico). Su pretensión es que ese huésped no invitado (pero que actúa incesantemente como es la mente humana) es universal y persiste desde todo el tiempo humano.
[4] Unidad de producción de agricultura migrante abierta como un claro en la selva para plantar tubérculos y raíces como la yuca o mandioca. Está asociada al trabajo femenino tanto en la plantación como en la cosecha. Los hombres solo colaboran en el trabajo fuerte de derribar árboles y el matorral y limpiar el terreno. Su extensión va de una (1) hectárea a cinco (5). Es de carácter extensivo y no asociada al mercado sino a la subsistencia familiar (Véase Hurtado Salazar, S.: Ecología, Agricultura y Comunidad. Survey en la península de Paria (Venezuela) para la orientación de proyectos sociales, Ed. La Biblioteca, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2008.
[5] Hurtado Salazar, S. y J. M. Vázquez Díaz: “De la ilusión de la ciudad al proyecto urbano. La Ciudad Constelada”. EXTRAMUROS, Revista de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2002, N° 16, 61-81.