jueves, 28 de mayo de 2015

PAÍS AMADO

Caracas, de fondo La Silla en el cerro El Ávila
PAIS  SOCIEDAD  Y  PUEBLO
Siempre hay un país al que continuamente estamos regresando, porque pertenece al país de la querencia, es el PAÍS AMADO (Beloved Country). Rafael Cadenas, nuestro gran poeta místico, nos hace volver a ese país como centro de vida. Lo queremos auténtico, con vitalidad autónoma, vibrante por sí mismo. Resulta que en nuestra experiencia histórica nos encontramos  con un Estado fallido en una sociedad que deseamos como país real, Estado que en fatales condiciones devora permanentemente en ese país, a su sociedad. Así se voltea el anarquismo antropológico y etiquetamos EL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD. Es nuestro Corifeo del mes de mayo. La capacidad de recuperación de la vida civil debe venir del desenvolvimiento popular a partir de su vivencia comunitaria, allí donde ocurren las grandes fiestas y las fraternidades inmensas. Es la COMUNIDAD POLÍTICA protagonizada por el exceso de pueblo en sus intercambios mostrando su plenitud de democracia. Es nuestro argumento del mes: el país amado, cuya sociedad está sitiada por el ejercicio de dominación de su propio estado, pero reclama su recuperación a partir de las vivencias de las fuerzas democráticas del pueblo.

BELOVED COUNTRY

Cuánto tuyo no se desenvuelve como música
perdida en mí.
País al que regreso cada vez que me he empobrecido.
Sello, fasto, bóveda de los cofres.

Nunca me has negado tu leche de virgen.

Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.

Ignoro el alcance de tu olor de especia, pero
sé que has estado en todos mis puntos de partida,
envolviéndome,
Oriente solícito, como una ceremonia.

País a donde van las líneas de mi mano, lugar
donde soy otro, mi anillo de bodas.
Seguramente estás cerca del centro.

Rafael CADENAS: “Falsas Maniobras” (poemario).
Poemas Selectos, Bid & Co. Editor, Caracas, 2004, 42.
 
Canaima: el río Carrao y sus saltos, tepuyes al fondo (Venezuela)

EL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD

Castillo de San Carlos Borromeo, Pampatar (Isla Margarita, Venezuela)
En un foro que ocurría en la Universidad Central de Venezuela, 1976, una funcionaria del Congo nos advertía de nuestra ignorancia (casi sentida como estupidez) sobre lo que era no tener Estado. Todos los conflictos de África eran de carácter étnico que se potenciaban debido a la falta de consolidación del Estado. Nuestro criticismo venezolano anti-estatal se contuvo, aunque seguimos rumiándolo contra un mal que parecía no tener remedio.

Años más tarde, el antropólogo anarquista, Pierre Clastres, nos anunciaba con su libro La société contre l’etat[1], en lo que grupos étnicos del Amazonas brasileño pugnaban contra el surgimiento del Estado.

Por su parte, Terry Cochran investiga en las sociedades complejas cómo la producción del libro se propone como una lucha de la cultura contra el estado[2], en cuanto poder hegemónico en la Nicaragua pre-sandinista.

La invención del Estado por la sociedad ha supuesto siempre una verdad objetiva: organizarse para la libertad y protegerse con ella a partir de la institución de la ley con carácter universal. El resultado histórico social contrajo esta verdad del Estado y la redujo a ser un instrumento de la clase dominante. Ésta mezcló aviesamente la libertad con la dominación, donde el desarrollo de ésta se hacía a costa de aquella. Este proceso se pervierte en sumo grado cuando, además, el Estado es un producto fallido.

¿Logra Venezuela edificar un estado en los tiempos de las naciones modernas?

En estos tiempos, no es posible tal edificación auténtica sin la iniciativa y soporte de una clase social con industrias que aporte los recursos al fisco, como base de la existencia y operatividad del Estado. En consecuencia, el Estado coloca su poder político a la disposición favorable de los intereses y libertades económicas de aquellas clases que propician la conformación del Estado Nacional. El Estado no tiene fundamento sin el trabajo organizado de una población, ya no súbdita, sino como nación de ciudadanos[3].

En el caso venezolano, la emergencia de la economía petrolera y otros minerales va a demostrar el camino de edificación de un estado, que surgiendo del poder local de los cabildos y provincias como bases que venían organizando la sociedad, va a operar en contra de ellos dañando el proceso de la paideia[4] venezolana. La economía de exportación de materia prima petrolera presionará para que todos los recursos de la nación se coloquen en manos del Estado. Así el fisco estatal no va a depender de los aportes del trabajo de los formalmente llamados ciudadanos. Estado y nación terminan por vivir, están viviendo de una renta, la petrolera, y además desorganizada, debido a la cultura recolectora[5] portada por el colectivo venezolano.

Los grupos sociales que se apoderen del aparato del Estado pueden imponer la marcha y el sentido  de la economía, y someter al resto de la población para, económica y políticamente, ser explotada. El profesor de metodología en Sociología el año 1975, nos planteaba esta posibilidad con el objetivo (era una escuela marxista la de la UCV) que desde el estado, sin disparar un tiro, se podía orientar a Venezuela según propósitos de un socialismo marxista. En vista de lo cual lo fijé en mi memoria.

Aquel profesor marxista no contaba a su favor (más tarde lo hizo sin saber mucho de ello) con la situación del ser cultural venezolano (su populismo), ni con sus desvíos históricos que frustraban a Venezuela como sociedad.

Por su ser cultural matrisocial, que supone desentenderse de su realidad para dejarla en manos del Estado (raíz profunda del populismo), el colectivo social venezolano se torna remiso al esfuerzo de constituirse como una sociedad de la ley y la libertad. Le gustan las dádivas de un Estado al que traspasa la responsabilidad de administrar los grandes problemas del país, a cambio de que le redistribuya parte de la renta y el disfrute de privilegios.

Según ello, la historia da cuenta del aumento de la frustración venezolana al verse acorralada por el militarismo entre caudillos y dictadores. Sin embargo, siempre ha mantenido el fuego de su aspiración civilista y la lucha por la igualdad.  La oligarquía liberal, de Monagas (1848) a Juan Vicente Gómez y aún Pérez Jiménez en el siglo XX, representó un despegue de la acción del Estado contra la sociedad, del cual a ésta le costó pagar con muchos presos, exiliados y muertos torturados, el logro de mantener vivo el rescoldo de la libertad civilista.  

El otro desvío histórico lo establece el Estado populista en 1945, que se prolonga en el período llamado democrático (civil) después de 1958. Es una etapa de la que no hemos salido, y más bien hemos profundizado con los gobiernos del siglo XXI de inspiración neomarxista.

Las etapas históricas ocurren como secuencias en las que se repiten los problemas fundamentales sin resolver, las trasgresiones a las leyes sin castigar, los aprovechamientos de los bienes públicos que, si llegan a ser imputados, no llegan a ser penalizados. Se lee a Todo un Pueblo [1898] de Miguel Eduardo Pardo y parece que estamos leyendo la misma situación de la destrucción y desmentidos de la patria que ocurren en el siglo XXI. Se repasa Transición [1937] de Ramón Díaz Sánchez sobre política y nos parece que nunca vamos a salir de lo transicional en el país, siempre comenzando de nuevo. O si se ojea De una a otra Venezuela [1948] de Arturo Uslar Pietri, su lectura sirve para pensar los problemas que como colectivo Venezuela no soluciona, pese a tener en su organización social un Estado petrolero de primera línea.

Nuestra historia sigue desviándose respecto a lo que nos demanda ella con relación a lo que debemos ser como sociedad. Ya Mario Briceño Iragorri  aboga con desazón por la Defensa de nuestra historia [1952]. Y ante lo regresivo, llevado a cabo por la ideología neomarxista de hoy día, los mejores historiadores vienen dando la alarma como Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Pino Iturrieta, Inés Quintero, etc.

El desequilibrio profundo de la estructura económica en que el Estado (neomarxista) nos puso a vivir radicalmente con relación a la renta petrolera, no sólo conduce a la volatilidad de la economía sino también a la flacidez de la sociedad. Significa que el Estado dispone de inmenso volumen de riqueza, a costa de tener postrada a la sociedad en la pobreza. El resultado es la terrible dependencia de la sociedad cuya existencia se va a expresar en las relaciones sociales disgregadas de un gentío. En términos de pueblo, éste expresará su realidad social como una plebe.

En tal situación, no podemos esperar sino que el (contenido del) país se evapore, y hasta que pierda la forma de su existencia. Sin organizaciones, ni instituciones sociales (las que existen son reconfiguradas como estatales: consejos comunales y comunas), sin grupos de notabilidades (ausentes o abandonantes de su responsabilidad en cuanto a la orientación del pueblo), el Estado termina por capitalizar todo el tejido social. Apoderado de toda la sociedad, el Estado profundiza el trayecto del populismo radical.

Así ocurrió en la revolución francesa, que eliminó toda organización intermediaria: terratenientes, iglesia, comunidades, familia. El ciudadano quedó solo ante el Estado. Hasta el que se alzó con todo como dictador carismático, Robespierre, se expuso también al desamparo; de este modo sus enemigos tuvieron la ocasión de llevarlo a la guillotina.

Sin mediaciones para dirigirse al Estado el individuo se encuentra con la burocracia, que, como un aparato imponente, identifica por antonomasia a la entelequia del Estado. Sin ropaje social que le asista, el individuo se encuentra impotente y reducido a un ser presocial, en condición de solo e íngrimo, ante el poderío absoluto, político y económico, del Estado. 

¿Qué es lo que se propuso el régimen venezolano desde el año 2000?

Disminuir, adelgazar y hasta eliminar las organizaciones que cumplen el papel del ropaje mediador entre el individuo y el Estado: partidos políticos, colegios profesionales, centrales sindicales, asociaciones de empresarios, organizaciones de voluntariado.

¿Cómo lo ha venido haciendo?

Con una política proteiforme: Desconociendo sus identidades, retrasando sus dinámicas electorales, negando las contrataciones colectivas, destruyendo la libertad de expresión mediante la negativa de posibilitar los insumos para la prensa, televisión, persiguiendo periodistas, intelectuales, congelando los salarios a los profesores, y jamás dando lugar ni reconociendo a la opinión pública, alma de la democracia. El régimen neomarxista que tanto alarde (alaraca) hizo y hace contra el imperialismo y los monopolios, no hizo otra cosa  que concentrar poder, hegemonías y despojar a las sociedades locales, distritales y estadales de sus instancias organizativas con sus correspondientes recursos. Pero no destruyó el sistema de privilegios, cónsono con el sistema de la personalidad carismática del comandante o caudillo y con la lógica de las lealtades del vasallaje corporativo.

Si no puede suprimir de un todo las organizaciones, ni sus autonomías, las pone a un lado abandonándolas económica y políticamente. Su respuesta es construir organizaciones paralelas pro-estatales. Crea milicias como un cuerpo de ejército, funda guardias y policías nacionales, universidades bolivarianas y convierte en tales a las no autonómicas, organiza estructuras financieras como el FONDEN y CADIVI[6] para reservarse y desviar para su provecho particular un volumen considerable de capital financiero, al mismo tiempo que coloca bajo su control absoluto el sistema cambiario de divisas; crea un orden hospitalario como el Barrio Adentro y los CDI[7] dejando marginados a los hospitales tradicionales de la ciudad; legaliza a médicos comunitarios para desalojar a los médicos con experiencia y graduados con postgrado por las universidades; con leyes laborales nuevas destruye la vitalidad empresarial privada al disminuir las horas diarias de trabajo (de 8 a 6) y establecer que los trabajadores disfruten como no laborables dos días continuos en la semana. Al sistema de distribución de alimentos le coloca una organización paralela, MERCAL; genera escasez de la producción mediante la expropiación de haciendas y empresas agroindustriales, y se reserva la importación de alimentos con un porcentaje aproximado del 70%. El Estado se hace más dependiente del exterior y más monopolizador de los recursos nacionales. El resultado es un colectivo social cada vez más encerrado en su geografía nacional, depauperado y desamparado, sometido a largas colas a las puertas de los establecimientos, accediendo a éstos según el día que indique su último número de cédula de identidad y sus huellas dactilares.

En este reducto social, se propicia desde la política de las altas esferas el contrabando exterior e interior, una de cuyas expresiones es el personaje identificado como bachaquero[8]. Por el acaparamiento ilegal de los productos que se lleva a cabo por esta actividad mafiosa, los consumidores tienen que pagar, en calles y plazas, un quíntuple y más del costo marcado y estipulado en el mercado normal por los productos.  

Aliado con el sector malandro de la sociedad, el Estado ha organizado zonas de paz en torno a Caracas, paralelas al sistema carcelario. Ya éste sistema está configurado por el liderazgo de PRANES[9], que dirigen desde dentro de las cárceles las incursiones a las ciudades cuyo objetivos son robos y, secuestros y aún muertes si se dificultan los objetivos anteriores, por parte de las bandas de malandros. Las zonas de paz aparecen como áreas de reserva de malandros, con el objetivo político de área de despeje de las fuerzas de seguridad del Estado. Con esta forma de organización malandrín, la sociedad se encuentra cada vez más sitiada, colaborando ello con las políticas de amedrentamiento a que está sometida la sociedad por el dominio y el control represivo del Estado.

Las políticas públicas del Estado neomarxista presionan para que lo poco que queda de sociedad civil esté condenado a extinguirse: el Estado no reconoce a las organizaciones no gubernamentales (ONG) ya desde el principio, por aquello de que el Ministro del Interior pronunció: ¡la sociedad civil! ¿Cómo se come eso? Convertido en sociófago, resulta que el Estado no sabe cómo se come la sociedad.

Al actuar como un enclave de la sociedad, el Estado no modifica al país positivamente, todo lo contrario, desde su posición de enclave puede saquear al país y saquearlo impunemente. Si todo intento de revolución en los tiempos modernos, se queda en una nostalgia del pasado, en América Latina, y aún más en la Venezuela matrisocial todo ese intento de revolucionar al país es regresivo. Es decir,  la cultura que nos define como seres sociales a partir de una lógica familista (materna) que nos da el concepto de matrisocialidad, colabora como fagocitadora de la sociedad; dicha colaboración le permite al Estado en Venezuela todas las facilidades etnopolíticas para aplicarse a sus políticas de explotación económica, y con ello seguir políticamente engullendo (fagocitando)  a la sociedad como un todo. Es la tentación totalitaria del Estado.

Todo comenzó con la aplicación de la ley Cha al hato Piñero, la solicitud del millardito al Banco Central, siguieron los eufemismos del exprópiese de empresas, haciendas, edificios, manzanas citadinas (todo venezolano entiende el contenido cultural de recolección[10] de tal política). La mayor destrucción de la sociedad siguió con la exportación (emigración por crisis económica y social) del único pero de gran competencia, del producto elaborado que preparan las universidades: el recurso humano de cientos de profesionales.

¿Qué quedará al fin de este despojo de la sociedad venezolana, que se está haciendo desde el Estado, para poder reconstituirse, como es su destino perentorio?

La Venezuela de hoy representa un buen caso de cómo la historia social tiene que armarse éticamente en su moral para resistir su enajenación por el Estado, y vencer al mito cultural, que la condenó mediante las políticas del Estado, a desviarse de su quehacer y hasta de sí misma.

Sobreponerse y superarse a sí misma es la solución ética por excelencia. Dicho de otro modo, es una exigencia de los Derechos Humanos, de la dignidad de una sociedad.   
  


[1] Pierre Clastres: La société contre l’etat, Les Editions de Minuit, París, 1974.
[2] Terry Cochran: La cultura contra el estado, Frónesis, Cátedra, Madrid, 1996.
[3] Dominique Schnapper: La comunidad de los ciudadanos, Alianza, Madrid, 2001.
[4] El tema problemático de José Manuel Briceño Guerrero en el libro El Laberinto de los tres minotauros, Monte Ávila, Caracas, 1994, es precisamente la paideia. Se trata de una complejidad humanizante donde la educación tiene el papel de llevar a mayor plenitud lo humano. “No se trata de un sentido didascálico, sino de un gran proceso de transculturización unificante y universalizante” (P. 129).
[5] La cultura ancestral del venezolano en términos de la estructura social es de recolección. El sentido de su proceso productivo está signado por las unidades del conuco y el hato. Se trata de cosechar donde no se ha sembrado (trabajado). Todo nuestro sistema de exportación de materias primas obedece a una lógica recolectora. Como la práctica de la exportación del petróleo va teniendo un siglo de activación se está logrando un poco de cultura rentista, pero no mucho porque sigue siendo desorganizada al revés de Noruega y los Países Árabes. Si nos colocamos en términos antropológicos decimos que nuestra cultura ancestral es matrisocial: el sentido de familia orienta nuestras prácticas sociales.
[6] FONDEN: Fondo Nacional para el Desarrollo Nacional
   CADIVI: Comisión de Administración de Divisas.
[7] CDI: Centro de Diagnóstico Integral. Barrio Adentro es un programa social  que se caracteriza por utilizar médicos cubanos para ofrecer salud a las zonas pobres del país.
[8] Bachaquero viene de la hormiga grande llamada bachaco, que porta sobre la cabeza los alimentos que acarrea. La práctica originaria procede de Colombia con relación al contrabando. En Venezuela ha tomado rótulo de popularidad referida a un nuevo trabajador de la economía informal. Es un comercio ilícito que se lleva a cabo por medio del contrabando de renglones económicos, cuyo mecanismo es vaciar los anaqueles de productos regulados (bajo precio) de los establecimientos; así los escasean al acapararlos y ésta es la oportunidad  de venderlos en calles y plazas a un precio muy superior. Es una práctica ilegal a la que el Estado no le pone remedio. Esta práctica en el contrabando internacional es sumamente rentable.
[9] PRAN: Preso, Rematado, Asesino, Nato. Indica el que se alzó con el liderazgo  en la cárcel y dirige desde dentro las fechorías en el exterior carcelario, y con ello adquieren un papel político de vinculación con los funcionarios del gobierno.  Un malandro se refiere al malandrín, que va del ladrón como ratero hasta el ladrón en grande, y puede llegar en su carrera hasta asesino. El eufemismo de zona de paz funciona como una reserva de población con objeto de preservarla. En Estados Unidos se aplica a la localización de un grupo indígena. Como zona de despeje nos recuerda a las zonas de despeje de la guerrilla en Colombia. El eufemismo de zona de paz indica ya su objetivo de alianza política.
[10] En perspectiva antropológica, la recolección es una institución cultural: recoger lo que está mal puesto es lo mismo que cosechar donde no se ha trabajado. En la perspectiva sociológica, lo cultural suele generar las malas mañas, pues en la sociedad sustraer lo que no es tuyo definido por el  trabajo, se refiere a una institución social llamada robo. El dicho muy popular: No me des, ponme donde haiga, supone un umbral donde se confunden los límites de la recolección y el robo. Sólo el trabajo de los conceptos aclara el umbral. 

PUEBLO Y COMUNIDAD POLÍTICA


“Un mismo efecto de reforzamiento de la regla
y del poder, ligado  con una afirmación de la
necesidad y la inocencia de la función soberana,
se revela con ocasión  de la práctica de los
‘actos al  revés’  y del recurso a los rituales de
inversión o de rebelión dramatizada”
(Balandier, 1969,131)[1]  

     “Una vez que hayáis jurado
       las Cortes os jurarán
       Soberano de Castilla
       sin deciros Majestad
       que es título extranjero
       que Castilla no ha de dar”
       (López Álvarez: LOS COMUNEROS)[2]


Lo comunitario define un momento del colectivo popular. Pretende recoger los resultados de un tema más amplio como es  la fiesta. Los ingredientes delimitativos de lo comunal se identifican con el potlacht y la fratría.

Mauss (1971) en el ENSAYO SOBRE LOS DONES[3] proporciona los elementos de la dinámica del potlacht. Hay pueblos que desarrollan su existencia en un potlacht incesante, esto es, en una fiesta  permanente con base en festines, mercados y diversiones sin interrupción, orgías que son al mismo tiempo encuentros hieráticos del colectivo popular. Otra dinámica de esta estructura de prestaciones y contraprestaciones consiste en la competencia o rivalidad. Todo es agonístico, tanto en el momento de  ofrecer el presente, como en la destrucción derrochadora de los bienes recibidos como presente. Se trata de demostrar siempre superioridad frente al otro. Con esta lucha competitiva a nivel de la igualdad, los jefes de cada grupo  pugnan por mantener dentro del pueblo la jerarquía de sus propios grupos. Finalmente, junto a la  obligación de recibir, existe la obligación  de devolver un contra-don en la forma de un don equivalente del don recibido. Si no es posible corresponder, es decir, si uno se declara insolvente, el resultado es la pérdida del  honor, del prestigio, del nombre, hasta  de la libertad y con eso convertirse  en siervo por ser deudor. El don forma parte de la persona que originó ese don; por lo que el don tiende a circular con tendencias a regresar a su productor original. Con el don la persona da también algo de sí, que el que recibe el don también percibe como un ánimo imaginario. En consecuencia retener la circulación de los dones es peligroso. Todo acaparador tiende a ser mal visto por el colectivo, y algo malo le puede pasar. Para evitar este inconveniente, es necesario restituir un equivalente.

Todo debe ocurrir o estar en la existencia a través de un permanente intercambio. No hay libertad de elección en este caso. Todo está prescrito, de suerte que las tres obligaciones de dar, recibir y devolver configuran la estructura significativa de  lo comunitario.

Si se utiliza esta estructura para entender el mundo  imaginario de los dioses, obtenemos un proceso similar. Se observa  la correlación dinámica de la inmolación u holocausto, de la ofrenda o donación y la gracia como equivalente o exvoto. La participación en el sacrificio de dioses y hombres configura también lo comunitario en sentido imaginariamente vertical, pero con resultados horizontales. Los hombres y los dioses pueden formar también comunidad.

Pero el don que idealmente tiende a impulsar las relaciones comunales (de recíprocos), en realidad puede engendrar desigualdades, si sus relaciones no cumplen de un modo homogéneo los procesos asociados a los circuitos recíprocos. Mauss apunta a las diferencias socio-políticas que produce la dinámica socialmente desigual del don:

1) el don no correspondido hace inferior al que lo ha aceptado.
2) la invitación debe ser devuelta, aunque sea por cortesía; de
     lo contrario expresa un conflicto, al menos potencial.
 3) las pérdidas o el derroche económico generan gloria, honor,
     prestigio; es necesario mostrarse como un gran señor, y en
     aquellos atributos consiste el señorío.
El proceso social contiene sintéticamente dos consecuencias donde los elementos se presumen antagónicos:

1) El don se opone al contra-don como violencia socialmente
    agonística; allí se juegan constantemente las relaciones de
     señor y siervo, en sentido amplio.
 2) el derroche económico en el sacrificio, fiestas y asambleas
     (divertimento sacro) engendra en réplica acumulación de
      poder social; honor y prestigio (divertimento político).

En el potlacht se resume un sentido de libertad profunda, consistente  en consumir hasta el derroche y donde el provecho o utilidad económica es despreciado como nivel de servidumbre. Por lo tanto, hay una enorme diferencia con la libertad económica que proclama históricamente el capitalismo con el trabajador libre. En el potlacht, lo económico no está autonomizado de lo social como en el capitalismo; todavía están subsumidas dentro de los marcos de la fascinación mágica y del compromiso religioso para con la comunidad fraterna, de los iguales. Lo político se desarrolla también y es una prolongación del halo  mágico-religioso que obnubila lo social en las sociedades tribales. En sociedades con estado, en que lo político se autonomiza primero y se seculariza después, lo político intenta sobreponerse a la fascinación  mágica y a la entrega religiosa sin abandonar la dinámica ni la función de las mismas, esto es, la de  amalgamar las contradicciones sociales.

La comunión mágico-religiosa de la economía y la política en el potlacht desemboca en la otra cara comunal que expresa lo igualitario de la organización social y que tienen que ver con las asociaciones proféticas, militares, religiosas, chamanísticas, sacerdotales, comerciales, políticas. Son las fratrías. Estas se refieren a unidades sociales intermedias ubicadas entre la base familiar (lo doméstico) y el gran grupo social (tribu, nación, pueblo). Identifican a las hermandades (fraternidades), las afiliaciones (gremios), las parcialidades (partidos políticos). Unidades menores pero de dinámica condensada, son las que mueven el funcionamiento de la sociedad global, porque representan la medida de la convivencia humana, mucho antes de encargarse de la constitución societaria, que luce un papel más abstracto y de largo alcance histórico. Allí lo político surge de su venero más puro, de su base igualitaria y desinteresada, en cuanto compromiso para restar lo contradictorio, lo vacuo o lo mermado de las relaciones sociales. Es el aporte más pleno que lo comunitario, una vez colmado de sí, ofrece como instancia desbordante a la  existencia de lo social, es decir, el carisma de convivencia hermanada, que  sin  la búsqueda del beneficio, se desarrolla transcendente a las relaciones de la sangre.

Aunque ha desaparecido la importancia, la del primer plano, del sentido de la fratría en nuestra estructura  social, sin embargo, se restablece cuando el pueblo celebra sus fiestas. Y ello ocurre como exigencia del orden social para el  ordenamiento político, sobre todo de implementación política. Esta difusión de lo fraternal a la organización sociopolítica constituye la  infraestructura de realización del potlacht; ni la multitud urbana, ni el pequeño grupo familiar, dan la talla de lo humano para ello. Más allá de sus desviaciones y peligros, especialmente en sus procesos de laicización, como las cadenas de la dependencia y las dictaduras de grupo, la fratría se propone como la posibilidad (oportunidad y alternativa) de conjurar la emancipación y la  libertad personales con la convivencia dentro del sistema social.

Tomado de libro de Samuel Hurtado S.: Tierra nuestra que estás en el Cielo, Ed. Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1999. 48-51.


[1] G. Balandier (1969): Antropología política, Península, Barcelona.
[2] Se trata de un largo poema dedicado al movimiento comunero de Castilla frente al rey Carlos I, de Alemania V, cuya guerra se desarrolló entre 1519 y 1521. Fueron derrotados en la batalla de Villalar de Campos (Provincia de Valladolid) por los realistas o imperiales del rey y emperador. Es un poema de los años 1930 con ocasión de la proclamación de la segunda república española.
[3] Marcel Mauss (1971): Sociología y Antropología, Tecnos, Madrid.