lunes, 2 de septiembre de 2013

SI FUERA ODIO


MUERTE AZANDÉ

TODOS:           La ciudad es de goma lisa y negra
UN HOMBRE: Yo me alquilo por horas; río y lloro con todos.
                        Pero con boquetes de olor a vaquería.
                        Olor a almacenes de granos y a madera mojada.
                        Olor a guarnicionería y a achicoria y a esparto.
TODOS:           La ciudad es de goma lisa y negra.
UN HOMBRE: Hay chirridos que muerden, hay ruidos inhumanos,
                        hay bruscos bocinazos que deshinchan
                        mi absurdo corazón hipertrofiado.
                        Yo me alquilo por horas; río y lloro con todos:
                        pero escribiría un poema perfecto
                        si no fuera indecente hacerlo en estos tiempos.
TODOS:          La ciudad es de goma lisa y negra.
PREGONERO: El niño ha muerto.
                        Cubrámonos la cara con tierra blanca
MUJER:           Cuatro hijos he parido
                        en la choza de mi esposo.
                        Solamente el cuarto vive.
PUEBLO:        Quisiera llorar,
                        pero en esta aldea
                        está prohibida la tristeza.

ANÓNIMO AFRICANO, en José Antonio Muñoz: AGUAVIVA APOCALIPSIS.
Happening. Música de Manolo Díaz. AC-A-LP.


ARGUMENTO A CAPELLA

CUBRÁMONOS LA CARA CON TIERRA BLANCA
CUBRÁMONOS LA CARA CON TIERRA BLANCA

1989, 28 de febrero. El “caracazo”. Suspensión de clases en la Universidad Católica. Mi esposa estaba en el Centro Nacional de Rehabilitación (El Pescozón, en Caracas), al otro lado de la autopista. Hora de 7:20 de la mañana. Nos quedaba ir a casa en Los Teques por la carretera vieja. La carretera estaba tomada por la gente amotinada de los barrios de Macarao. No sabíamos que la urbanización Guaicaipuro se encontraba a punto de ser saqueada. De vuelta a Caracas. Convertimos el elemental apartamento en refugio provisional. La ciudad era un sobresalto de saqueos por televisión.

El encuentro con doña Emilia fue poco después. Se me escapó como una salivita la palabra odio, para significar la ventolera social que había revuelto al país. La doña me atajó en mi discurso, ella que había vivido el Madrid de la guerra civil:
-¿Odio, dices? No, aquí no hay odio. Odio en Madrid cuando la guerra.

Deposité el dato en el acervo de mi memoria. Tuvo que venir la palabra Matrisocial en 1992, y que se deslizaran unos años para que empezara a explicarme uno de los hilos de la gran urdimbre social acontecida los días 27 y 28 de febrero de 1989. Febrerillo bravo aquél en la gran Caracas.

Algo recuerdo de mi intervención en el foro a que nos invitó la Universidad Católica a los profesores para que diéramos unas interpretaciones de aquellos acontecimientos de destrucción y de aprovechamiento salvaje. Aun antes del encuentro con doña Emilia, ya mi imaginación etnográfica se había desprendido. Relaté como los saqueadores de supermercados y otros negocios se re-presentaban como príncipes dadivosos después de conquistar un botín. Los saqueos eran también una fiesta. La gente salía cargada de los negocios, y en la calle brindaban gloriosamente a amigos o conocidos, que expectantes observaban a los amotinados. Como grandes guerreros obsequiaban algo de su botín como ñapa redistributiva demostrando poder y honorabilidad.

Saqueo y fiesta. Desborde de violencia y exceso celebrativo. Era un esquema al revés del fin de semana en la actualidad en los barrios de Caracas: la fiesta termina por desbocarse en agresiones y muertes. Asunto muy antropológico de fin de fiesta ¿Por dónde se descarga el odio? ¿De qué fuente mana, si es que hay fuente con tal competencia en Venezuela?

En los años 90 barajaba en estudio definitivamente a la organización social venezolana. Defendí la tesis doctoral en vísperas del día de la madre, mayo de 1992: matrisocialidad era el fruto conceptual cosechado. Me tropiezo con el diseño del Edipo en Venezuela en 1995. En pro de mi ayuda acudí a la tragedia griega de Sófocles: amor/odio es la estructura edípica. ¿Qué hago? ¿Cómo traduzco el asunto para la farsa venezolana? Aquí me quedé, hecho un ocho, con la categoría “odio” guindando ¡Adónde iba a ir con el odio sin su pareja del amor!

También, adónde me dirigía si no había parricidio, ni tiranicidio…Me encontraba con otra cosa, el amanticidio, el del marido. Si la estructura no mataba tiranos, por lo menos daba como fruto un autoritarismo barbárico. En Venezuela no había resurrección del padre: la ley; tampoco se montaba la autoridad: para un orden básico social ¿Entonces cómo existe un colectivo social más allá de ser un gentío?

Búho, siempre vigilante como etnógrafo de la sociedad venezolana. Hurgador de sus cotidianidades vitales, de su prensa, radio y televisión. Al fin doy alcance a la clave de formulación conceptual en 2000 ¿Odio? ¿Lucha de clases? El periodista venezolano, Fausto Masó, de origen cubano refiriéndose a un acontecimiento en Perú se lanzó como un peleador duro: “Si no hubiera tanto resentimiento en América Latina otro gallo nos cantara” ¡¡¡Resentimiento!!!: odio no elaborado, primerizo, inmaduro; ¡exacto!, se  contrapone apoyándose con su pareja: el consentimiento, amor en agraz, narcisista. Tal es la profusión del resentimiento o reconcomio que el odio como aversión fuerte no puede emerger; también el consentimiento por exceso anubla al mismo amor como responsabilidad. Me vi naufragando con el Edipo venezolano, tan enconchado en su baya, con tanto sabor a pre-edipismo, que no sirve para dramatizar lo terrible de nuestros problemas sociales. No tiene más remedio que ser vivido como farsa, aunque seria, de todo hacemos un chiste o una humorada.

CODA: Con razón veo que este Edipo matrisocial se conecta bien con la estructura social recolectora (conuquera) en economía, y con el rebelde insumiso (bravo) en política. Si fuera odio el que existe en Venezuela, sabríamos del amor responsable. Existe algo que nuestra cultura matrisocial no desarrolla: la relación de consentimiento/resentimiento, estructura más inflexible que el amor/odio, para encarar con competencia la realidad y sus problemas, pero por ello y a pesar de ello de que el venezolano goza la vida, la goza.

Como consecuencia, hay un temor que nos viene del orden y la autoridad que nos desafían cuando nos toca gobernar. [siguiente escenario: “miedo a gobernar”]

MIEDO A GOBERNAR


Alguien ha gemido mientras la noche cae sobre la ciudad.

¿Quién ha gemido tras el cinturón de álamos, en las praderas
excavadas, donde los hielos ciñen el pedernal?

La ciudad ha sido rodeada por un gemido.

¡Puertas clavadas ante mí, puertas de ocultación!
Siento la inmovilidad espesa como una sustancia.

Antonio GAMONEDA: “De Descripción de la mentira”, en ANTOLOGÍA POÉTICA, Alianza editorial, Madrid, p. 142.
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CULTURA Y POLITICA EN VENEZUELA
                      Etnografía sobre la Autoridad Ausente.

"Todos  nuestros males  derivan  de
ese afán de todos los  venezolanos
por  ‘imponer’  la  acción  personal.
Pero el progreso del país no  puede
ser obra de uno sobre muchos,  sino
obra  de todos a la vez,  resultado
visible  del  mejoramiento  espiritual"
(Gallegos, ‘Reinaldo Solá’).


"Es demasiado pronto para saber  si
la  caída de Pérez Jiménez vale  la
sangre que ha costado" (R. Gallegos,
EL NACIONAL, 23 de Enero de 1968).

A. MIEDO A GOBERNARSE Y AUTORIDAD PERMISIVA

"Hace  más de treinta años vengo predicando la necesidad  de la autoridad fuerte, del gobierno fuerte, de las decisiones que apuestan  y  arriesgan,  las cuales a veces  no  pueden  ser  el producto  del consenso y beneplácito de todos los  factores  que integran el orden político. La democracia no puede sobrevivir sin un gobierno fuerte" (Escobar, 1994).

Esto nos suena a ‘Cesarismo Democrático’  de Vallenilla  Lanz, a Despotismo Ilustrado de Giacoppini Zárraga, a Tirano Liberal en la formulación de Manuel Caballero, etc. Todo ello se  contrapone a "No podemos tener miedo a gobernar...Las personas revestidas de algún poder están obligados a mandar y han de ser  obedecidos"... "no podemos pedir perdón para mandar"... (Escobar, 1994).

Esto ya no es Cesarismo Democrático, ni Despotismo  Ilustrado, ni Tiranía Liberal; el discurso pretende la búsqueda de otra racionalidad, la legal, según una burocracia occidental  caracterizada  por  M.  Weber: se quiere  contraponer  al  privilegio patrimonial  como característica personal, el deber que  procede del  oficio  desempeñado  por el funcionario.  El  problema, sin embargo, que surge de la primera impresión, es el de la  dictadura, es un problema de autoritarismo (autocratismo o  autocracia), porque la cultura lo recicla, ya en su misma formulación y  después en los entendimientos de la audiencia, dentro del autoritarismo y del personalismo. "Santos Luzardo logró por fin liberarse del padre, arrancar la simbólica lanza. Ahora tiene que  suplantarlo en el manejo real de Altamira; pero para eso, tiene,  antes que  todo,  que hacerse respetar por la peonada e ‘imponerle’ su voluntad.  Y  ya  sabemos  que para  aquellos hombres rudos y primitivos, autoridad era sinónimo de "machería". "Su hazaña al domar el potro y su serena imposición sobre Balbino Paiba, realizan el milagro: -¡Tenemos jefe!”(Ramos Calles, 45).

Haciendo  un análisis cultural, nosotros observamos  que  el Ministro  ha sido trincado por la estructura del modelo  cultural venezolano, y,  parece  que no podría ser de  otra  forma.  Para expresar que hace falta el surgimiento de la estructura de  autoridad,  Escobar Salom se ha expresado en términos autoritarios o de  fuerza (el modelo de la imposición), porque no de otra  forma puede  reconocer el venezolano la "autoridad": la autoridad  "es" (existe) en cuanto ‘se impone’ como una fuerza o "poder de dominio" sobre otros; no está presente en la cultura en la medida en que la  autoridad  se refiere a  eficacia,  convocación,  dirigencia, centralidad,  orden de la sociedad, sin los cuales la  existencia misma de la sociedad se encuentra en vilo, en el sentido opuesto en que encuadra Maestre el poder en la modernidad (Maestre, 299).

El texto de Escobar refleja en su formalidad o idealidad que la estructura de la autoridad y no sólo el ejercicio histórico de la  misma  en cuanto "desintegración de la  autoridad", se  halla ausente en el sistema político venezolano. Hay que tener presente que  esa estructura tiene una función esencial para la  configuración equilibrada de dicho sistema. Nosotros añadimos además que esa  estructura se encuentra también ausente de nuestro  modo  de pensar o cultura, y esto es lo problemático. Naturalmente que se sabe de ella a nivel formal o intelectual, pero no forma parte de la  cultura, de nuestra vivencia para encarar los problemas. Si Escobar Salom hubiera dicho que hacen falta decisiones, gobierno, ejecutorias, para referirse a una realidad de autoridad, no se hubiera entendido ello sino a nivel formal o como un  dispositivo exterior,  para que la sociedad ‘funcionara de alguna  manera’. Es como decir muy poco o prácticamente nada sobre el modo de ser  de la sociedad. En la cultura venezolana, la autoridad sólo se entiende  en  cuanto que las relaciones de poder y de dominación actúan en su aspecto de imposición caracterizada por una fuerza originada en la estructura machista y picaresca; allí faltan las relaciones de la dirigencia, de la convocación, de las  decisiones, y si se perciben y se entienden, pertenecerían a la parte boba de la autoridad. El que ejerce la autoridad es un bobo o afeminado, por lo tanto un ‘ilegítimo’ para ejercerla  En la cultura venezolana, la autoridad se encuentra en ese trance de ser deseada y al mismo tiempo ilegitimada. 

Los  autores críticos de la Escuela de Frankfurt hubieran tenido un buen motivo desde Venezuela para identificar política y dominación. (Cf. Ferry, 556). Pero les hubiera fallado el fundamento: la razón instrumental, en el sentido de  sobre-desarrollar unilateralmente lo social, con objeto de que como ideología sirviera para colocar aviesamente la política sólo al servicio de la dominación. Si se llega a esto en Venezuela, sin embargo, es por otro camino; no el del "trabajo de la sociedad" para  apropiarse unilateralmente de uno de sus resultados: la política, sino el de la  "inercia de la sociedad" (o vacío de sociedad)  para  fabricarse,  a la medida personal,  uno de sus  ingredientes  sociales contradictorios: la política personalista (el caudillismo y la lógica  caudillista perdurante como destino). El  renombrado historiador  venezolano  RJ. Velázquez sostiene que todos los presidentes (aún de la época democrática)  son "gomeros" (comunicación personal), y ello para identificar una  racionalidad  política en las cumbres del poder político que caracteriza nuestro devenir histórico. JV. Gómez expresó en el Estado y en la formalización de la Unidad Nacional ese ejercicio de  racionalidad,  que  nosotros calificamos a partir de nuestra hipótesis sobre  la  cultura venezolana de matrisocial. Para articular la cultura, en su producción familista, como sostenemos para  estos países latinoamericanos como Venezuela y Colombia, la lectura de "El Otoño del Patriarca" del novelista García Márquez, nos ofrece un brillante escenario como demostración.

Falta, junto a las relaciones de poder en el sistema político, la estructura de autoridad (Cf. Cohen, 41). Si ésta se concibe  -porque  no hay dispositivo cultural para  identificarla-  es como  una fuerza maléfica que se "impone"  por sí misma desde un exterior ajeno. Nuestra proposición es que siempre en la sociedad venezolana existe el  “deseo de realidad”, pero al mismo tiempo  el “rechazo a la llegada de la misma”; es decir, se niega  “el  deseo deseado”.  Hay un deseo de política y en concreto de democracia  y democracia con energía (autoridad con fuerza), pero que éstos no vengan  realmente, porque se los teme y por lo tanto se los rechaza, con todo el consciente e inconsciente juntos (Cf. Kaufman, 1982). Hay que completar al Ministro del Interior: Miedo a gobernar, miedo a ser gobernados y miedo a gobernarse.

Este  modelo cultural está  inscrito en la  producción etnopsíquica  de  lo social venezolano. Debe ser como tal el objeto de una Antropología política, y específicamente de una Etnopsiquiatría  Política, que nosotros venimos construyendo. Desde una psicología política como la de Sennett (1982), se nos ofrecen algunos modelos muy valiosos para desarrollarla.  Nuestro inconsciente político se halla envuelto en este drama de ambivalencias  del significado, y en consecuencia, de la dificultad de construirlo y de averiguarlo. Porque se trata no de hablar de la cultura, en general, sino de nuestra identidad  etnopolítica  específica, aquélla desde donde emergen y donde se bañan todas nuestras instituciones e institucionalidad societaria. En  breve, observando la fuerte presión de la cultura (matrisocial) sobre lo político venezolano, fuerte tal como acabamos de fundamentar (Cf. Hurtado, 1995), es que podemos sostener esa débil  o  blanda estructura de autoridad en Venezuela. El miedo cunde  por  todos los lados, del gobierno y de los gobernados.

B. LA PRODUCCION CULTURAL DE LA POLITICA.

Les voy a hablar de mis investigaciones sobre la organización social y política venezolana, considerada ésta desde la etnopsiquiatría. Los grandes paradigmas de Pueblo, Sociedad y Democracia en Venezuela son vistos y reconstruidos etnopsiquiátricamente, para dar cuenta de la realidad vivida y en torno a la cual los actores políticos se desenvuelven. Creemos que el símil psicoanalítico es un buen instrumento crítico para desmontar la ideología del sistema político venezolano.

No les voy a hablar de las políticas en general, ni de las fundamentaciones teórico-filosóficas o especulativas, sino de la existencia  o modo de existencia, de la meta-física (más allá  de lo físico o fenoménico) de la sociedad venezolana y sus  sistemas como  el político. Todo ello evaluado desde los símbolos de la cultura en cuanto materia prima de elaboración socio-analítica o de lo instituido (Cf. Lourau, 1977).

Cuando hablo de la Cultura me refiero a un concepto etnológico  paradigmático, a la estructuración de  cómo una Sociedad organiza la lógica de sus conocimientos, valores, ideas, conductas, acciones, con el fin de enfrentar y solucionar sus realidades u objetividades tanto interiores como exteriores; es un modo de habérselas con su entorno-mundo interno y externo. No se trata por lo tanto de hablarles de conocimientos, valores, ideas...sino de  cómo se producen y organizan, de suerte que en esta  forma  o formación estructurarlos se muestra la especificidad de cómo son esos conocimientos, valores, ideas, conductas, acciones...Sostenemos con Ferry que el conocimiento originado en lo cultural es anterior al sistema de valores e ideologías; sólo de este modo podríamos cambiar éstos (Ferry, 559).

1) El concepto de cultura no se restringe a la experiencia o modo de vida, tal como piensan éste los sociólogos alemanes  (Cf. Touraine, 1992), sino al talante, ethos o estilo de encarar las cosas y problemas de la vida, tal como lo entiende la Antropología alemana.

2) Tampoco se reduce a la culturología donde el discurso cultural se refiere sólo a los artefactos o cultura material o espiritual de los pueblos. La erudición sobre las obras y sus comentarios ilustrativos hacen del erudito un culto u hombre con cultura refinada, sociológicamente hablando (Ariño, 1997), por oposición a hombre popular o de cultura basta o somera.

3) No se congela en el relativismo cultural donde existe una valoración indiscriminada de los sistemas culturales, para pasar luego  a ordenarlos de acuerdo a esquemas maniqueos dentro de la lógica dicotómica: culturas mayores y menores, completas e incompletas, fuertes y débiles.

4)  Menos aún nos referimos a la cultura  como  ilustración, instrucción, civilización. Los ilustrados creen monopolizar la cultura de la sociedad debido a que su dedicación se refiere a las tareas de la inteligencia, cuya imagen es la iluminación. Así instruir, civilizar, enseñar, son ejercicios de dar a luz conocimientos.

El habérselas con las cosas y los problemas recoge fundamentalmente al hombre o sociedad como sujeto, expresa una densidad de  subjetividad  accionada diversamente como modos de  pensar y vivir, de saber y sentir.

El concepto político de la cultura tiene que ver para  nosotros con un concepto de matriz cultural, donde el problema de la socialización se revela como el instrumento de la producción y de la comprobación al mismo tiempo de las significaciones, en  orden a  configurar un modo de pensar. El símil de la personalidad étnica o el de la gramática generativa son esquemas conceptuales para ordenar e interpretar cómo es el modo del aprendizaje, hecho con base en comprensiones totalizantes de estilos motivacionales o  de frases gramaticales, por oposición al aprendizaje a través de procesos burdos de ir apropiándose rasgos individualizados como letras o fonemas de un modo lento y continuo. La  Personalidad como la Gramática indican que el actor va instalándose el aparato psíquico  o lingüístico en la medida en que pro-actúa. Aprendemos o conocemos en acto, en acción, en performance todo el sistema inscrito en la estructura inconsciente o en la frase generativa,  y lo actuamos a saltos, en bloques y ello cada vez más comprensivamente.

El modelo socializador es el siguiente: un socializado supone la existencia de un socializador respectivo, esto es, hay un socializado que a su vez socializa o que porta la  socialización al  socializando. En la escena de la psicología  social, tenemos que el adulto socializa, el niño es socializado. La socialización detenta una estructura de transmisión de elementos, en cuya dinámica la transmisión se resuelve como una repetición creativa, de hacer las cosas de nuevo, como originales: el producto es el mismo pero distinto. El receptor de la cultura se comporta realmente como productor de cultura: al recibir los contenidos desde un  molde transforma aquéllos para hacerlos propios. Así, en el artículo  o producto socializado, el adulto transmite su modo de pensar, y al hacerlo re-produce de nuevo y de un modo original el sistema social como un todo.

Por  supuesto que la socialización primaria se lleva a cabo en la familia; pero la matriz cultural y su contenido es familiar o no, dependiendo de “cómo sea” la familia.

En la sociedad judía, la matriz cultural no es la  familia; el  niño se socializa, adquiere el modo de pensar como actor futuro en el negocio; a partir de éste y su dinámica es que piensa  “hacer  sociedad”. El negocio o sociedad es el escenario socializante, aunque se incluyan en éste a los actores familiares, que también actúan en la vida familiar aún considerada como “un” teatro social.

En la sociedad venezolana, la matriz cultural es la familia y no la sociedad o el negocio o el trabajo o escuela. La familia es una institución de tal contextura y de tal totalización que no se logra contener en su impacto energético, tanto psíquico como cultural, tanto cognoscitivo como valórico e ideológico, dentro de los patios cerrados de lo que llamamos la estructura familiar y sus  espacios sociales abiertos en el contorno inmediato; se desborda y cubre con sus formas y contenidos, con sus lógicas  y compulsiones a todo el conglomerado que llamamos la sociedad venezolana y le impone su talante o ethos. Por eso, si siempre la presión  de la cultura sobre la política es dura, en Venezuela resulta enormemente dura debido a su dinámica de imposición o prescripción cultural de carácter primario.

La categoría conceptual que nosotros formulamos  como la MATRISOCIALIDAD es “etnotípicamente familiar”; define  ante  todo la estructura psicodinámica básica de la familia  venezolana, esto es, la grandiosa figura de la madre todopoderosa y fálica “invade” todas las energías y órdenes de la familia....

Pero  es también  “paradigmática de la sociedad”, es decir, de toda la configuración de las estructuras, de todo comportamiento a cualquier nivel,  estrato, mosaico, orden y desorden  de la sociedad. La lógica familiar  -la imago materna- “invade” también todas las energías y lógicas de la sociedad...

La relación madre-hijo es un paradigma de todo lo que ocurre como relación en la sociedad. Si observo una relación  solidaria, el esquema se conduce como pecho bueno; si observo un conflicto o rebeldía sale a relucir la lógica y sentir del pecho malo. Aún más, integrando ambos polos, podemos observar en la dialéctica freudiana como el sobre-afecto (pecho bueno) se proyecta convexamente como sobre-represión (pecho malo). Es necesario prescriptivamente  aceptar la benevolencia que identifica a  lo(s) mío(s), pues de lo contrario se manifiesta la amenaza de la  malevolencia que está larvadamente inscrita como proceso crítico o negativo en la benevolencia o lo que no es lo mío.

La MATRISOCIALIDAD supera a la dinámica familiar, para identificar la dinámica cultural; o mejor, la matrisocialidad identifica  la familia y la cultura, porque es la psicodinámica familiar donde se sitúa la fuente productiva de la cultura. Como categoría me permite también pensar toda otra relación acontecida en la sociedad venezolana. Si optamos por el punto de vista del fenómeno fuerte, la familia, es desde ésta que se puede comenzar a repensar en firme la sociedad venezolana, y no al revés.

C.  ESTRUCTURA DE AUTORIDAD Y MATRISOCIALIDAD.

Si analizamos la textura social venezolana, veremos que allí el  contrato  de sociedad, puede ser que exista formulado  en el discurso,  pero no funciona en las instituciones sociales. No  se "contrata"  o  no  hay acuerdo social; ya a nivel económico la realidad  del  "socio" en el negocio luce cuesta arriba, por la dificultad de comprometerse psicodinámicamente en el  pacto de sociedad. En los intercambios, lo que se hace es chantajear, y se chantajea matrisocialmente,  es decir, afectivamente según una lógica  del  consentido y reprimido a la vez. El intercambio se produce a  un nivel muy primario. Por eso el “Reinaldo  Solá” de Rómulo  Gallegos toca ciertas fibras políticas del personalismo, aunque no toca sus raíces (familistas) sino sólo sus proyecciones o resultados (sociopolíticos). "Precisamente eso es lo que necesitamos combatir: la acción del individuo sobre la colectividad, favoreciendo, por el  contrario, la acción dentro de la colectividad. Todos nuestros males derivan de ese afán de  todos los venezolanos por imponer la acción personal".

El problema es que ese “combate” resulta contra nuestro ethos cultural anclado en nuestro individualismo de carácter primario, y por otra parte, esa imposición se vincula con lo prescriptivo tiránico, derivado de la rigidez de la falta de elaboración de lo político. Por eso "la revolución armada, a la americana del  sur, es barbarie, pues que no es sino una vía de hecho del individualismo"  (“Reinaldo Solá”). Es esa primariedad la que se expresa en la  machura, en lo brusco, en lo abusivo o atropellante; así es como entendemos que "la revuelta armada ha sido  entre nosotros una forma violenta de evolución democrática" (“Reinaldo Solá”).

Ciertos antropólogos venezolanos, ya indigenistas ya  populistas urbanos, que siguen sosteniendo la ideología francesa del "buen  salvaje", del "pueblo (del barrio) bueno", enfatizan las solidaridades  a nivel primario y de tipo puritano, y se olvidan de los intercambios  que deben evaluar aquéllas (Cf.  Bajoit, 1993). El novelista latinoamericano, en cambio, fabrica mejor el dato político-cultural porque su instrumental imaginario está más allá de toda ideología, y, sobre todo, de toda ideología extraña.

Averiguar la racionalidad que supone la "imposición" (personalista  de  carácter primario) nos conduce a indagar sobre el combate -si es que éste está planteado, pienso que aún no-  contra la acción del individuo en nosotros. Es una "imposición"  exigida o demandada por nuestra cultura; no hay acción si al individuo no se le "manda".  "Mandar" significa aquí "imponer" y  "disponer" de otro. De ahí, el rechazo al que manda, aún cuando lo que  pretende es dirigir. La "imposición" se revela como el polo opuesto y,  al  mismo  tiempo, sustituto avieso de la "autoridad". Se "impone"  el  gobierno (presidente gomero) y se  demanda  que  se "imponga"  el gobierno. Nos movemos en este doblez  político. Lo peor  de ello es que opera como "complejo cultural", y,  por  lo tanto, de difícil observación  aún para el científico social y de arduo cambio social para la misma sociedad.

El  estilo o modelo cultural de construir significados o elaborar sentidos en torno a lo social y lo político, consiste en dibujar y desdibujar permanentemente este doblez, de suerte que sólo tenemos en cuenta un lado, generalmente el del que manda o "gobierno"  y no el de los mandados o "gobernados".  Pero  además esto  se embrolla al intervenir la ideología del complejo o cómo opera el complejo la ideología reflejada en el "gobernarse". Este tercer  término, que expresa el complejo, afecta la relación de los otros dos o el doblez. Aquella permanencia por descifrar está imbuida  de una lógica de provisionalidad, fundada al fin en  el complejo:  así el gobierno se usa pragmáticamente y se abandona como tal, y lo mismo el acato al gobierno y el proceso de autogobernarse, persiguiendo cada cual no "la acción dentro de la colectividad",  "la obra de todos a la vez", "sino la acción del individuo sobre la colectividad", de un individuo que tiene "unas ganas locas de empequeñecerse, de volver a ser niño"  para sentir que  lo quieren, que lo miman, por lo tanto de un  individuo caprichoso (Cf. Ramos Calles, 110-111).

Vamos a entresacar de nuestra etnografía venezolana algunos datos de nuestra investigación  Elite Venezolana y Proyecto de Modernidad  (Hurtado, 1998), poniendo a dialogar a un gran político, a un  periodista de numerosa audiencia televisiva  y a un alto funcionario del  gobierno.  El tema trata de si el pueblo venezolano acata la autoridad. Veremos  que el  modelo conceptual  se construye a partir de que el pueblo venezolano  más que acatar la autoridad, "soporta la  imposición" (Alto  Funcionario). El proceso de reflexión pasa por el temor a la autoridad en oposición al respeto a la autoridad  (Periodista Renombrado). O de otro modo, el pueblo venezolano “cuestiona” a la autoridad más que acatarla. El cuestionamiento no tiene aquí un sentido de crítica (moderna); significa que el pueblo  venezolano cuestiona en cuanto que tiene un espíritu libertario, pero no en el  sentido de revuelta (moderna), sino que es un espíritu cuya medida es de tipo primario, es decir, libertario connota que es "arisco": "pronto se sacude el poder, porque no aguanta a alguien que mande mucho" (Político Conspicuo).

En este escenario, el colectivo venezolano lo que tiene como objetivo  es  “sacar provecho personal”;  no le interesa tanto ser libertario  como procurarse privilegios, protección y  para  ello necesita la sumisión, el ‘igualitismo’. "El pueblo venezolano puede aguantar no ser libre, pero de ninguna  manera  no puede soportar  no ser igualitario" (Alto Funcionario). El temor  a  la autoridad  se resemantiza como evasión y burla de la autoridad. "El  pueblo  venezolano tiene una lucha agónica por burlar esa dimensión (acatamiento) de la autoridad"(Periodista Renombrado).

Pero es que al indagar sobre la autoridad, se descubre que no existe ésta como tal, sino puro autoritarismo, atropello y arbitrariedad (Periodista Renombrado);  por lo tanto, no puede accionarse  el  acatamiento por  falta de objeto. Si se  actúa el acatamiento  como  supuesto, no significará sino disminución  de ser, debilitamiento en cuanto rebaja sexual, afeminamiento. Al individuo  no le queda otra salida que buscarse un protector, un caudillo, para poder  "moverse" dentro de la sociedad o comunidad.

D. GOBERNAR SIN DIRIGIR O LO PRIMARIO EN POLITICA.

La “cultura”  (matrisocial) nos reconfirma que la autoridad no tiene  “sujetos portadores” de la misma (Hurtado, 1995; Touraine, 1992;  Schnitman, 1995). Más que dirigente o élite, el país lo que tiene son figurones o pantalleros. "Los figurones lo que hacen es seguir, más que dirigir al pueblo; van detrás de  los  procesos" (Político Conspicuo).  Que el pueblo acepte y cumpla  las  normas  no quiere  decir que se comprometa con ellas, pues  la  racionalidad política  -no  sólo la de las cúspides o "cogollos"-  siempre  es puntual y provisoria. Una de las pruebas es que los gobiernos  no tienen mentalidad de constructores de país. "Todos los gobiernos se califican  como de transición. Ninguno dice que encabeza un proceso inaugural de un proyecto que vaya más allá de su  período constitucional. Los gobiernos de transición se colocan autolímites  a su existencia"..."El horizonte del país se pierde con la mentalidad tradicional"(Político Conspicuo).

La abundancia de lo transicional y la ausencia de  proyectos duraderos define la blandenguería de un sujeto portador de la dirigencia social. La autoridad aparece en el vacío social, pues sin dirigentes la autoridad, como proyección de la figura paterna, se queda en vilo o en ausencias.

Si se pone a la dirigencia como referente de control de la dominación, ésta se puede calificar con precisión en Venezuela. Si la "élite" no dirige, podemos decir que casi tampoco hace esfuerzo alguno por dominar; la dominación se reduce al  disfrute de la misma. De este modo, es como nos percatamos de que hay élite dominante,  es decir, privilegiados  y participantes del privilegio que otorga el estado.

El modelo de la dominación no se origina a partir del trabajo o producción, sino que procede y se expresa en el aprovechamiento, como categoría de la picaresca o de la viveza. Es así como el pueblo tiene experiencia de que existe la élite; el pueblo "sabe que hay una élite que controla  política, económica e institucionalmente, pero la descalifica; por lo tanto, no la reconoce, y ello lo hace desautorizándola" (Periodista Renombrado).

La ilegitimidad no sólo pertenece a la estructura  familiar; también atraviesa como metáfora real toda la cultura política del país. Si la autoridad puede ser legítima, el autoritarismo  suele bordear  los  límites de la ilegitimidad. El  "aprovecharse"  por parte) del pícaro implica la estructura homóloga de la exclusión de los demás. El "aprovechamiento" es antisocietario o de negativismo  social. El "aprovechado" rompe con el intercambio  de  los dones  o recursos económicos y sociales. Si esta ruptura  pone  en tela de juicio lo social y lo político, lo hace porque es también un  referente de calificación de las solidaridades sociales.  Sin intercambio, no son posibles las solidaridades. Éstas entonces, se recluyen en los deseos, que como límites tienen a las patologías de lo social. En los términos del esquema de Bajoit (1993), la cultura política del venezolano camina sobre límites peligrosos: las solidaridades son dependientes como proyecciones del yo sobre el tú, no tienen la autonomía mediante la cual se detenta la capacidad de reconocer al otro, el tú (Cf. Barroso, 40). Por lo que el intercambio se cortocircuita "dentro" del yo, se anti-produce, pues se persigue  por sus contra-vías, la de  la  exclusión  (y exclusividades) y la del disenso sociales.  

Cuando decimos que el pueblo venezolano "acepta las normas pero no las cumple", estamos en presencia de que "se ha perfeccionado un sistema muy primitivo que se orienta a la autoprotección. El venezolano sabe que la ley y la autoridad no significan, ni son protección; por eso busca a otro que lo proteja, y lo hace a nivel local y primario. Lo busca en el barrio, en los cobradores de  peaje,  en las juntas de vecinos, si  funcionan, en el maestro, el cura, si hay" (Periodista Renombrado). Sin haber elaborado lo social o sociedad, las élites "se  afirman  en su condición autoritaria" o primitivismo, pues no  saben  gobernar; "no  es que le tengan miedo, sino que se inhiben ante el acto de decidir, que eso es gobierno" (Periodista Renombrado) ¡Pero esto es regresivo!

¿Cómo es posible esta regresión, este estar en el principio que lo único que hace es principiar, pues no prosigue nada? Más  allá de lo sociopolítico, tienen que  existir  bases  pre-políticas en la cultura (matrisocial) que sean la raíz de esta inhibición  psíquica  y social. La búsqueda de la  identidad  por estos  contornos  étnicos (Lévi-Strauss, 365-369),  que  nosotros calificamos  en  la perspectiva de la  personalidad  étnica  (Cf. Devereux, 1975) matrisocial, podrá revelarnos esta disminución o depresión  de la cultura política del venezolano.

Para reconfirmarnos en esto, vamos a observar cómo reacciona el pueblo frente a estas élites que “se imponen” como autoritarias. En primer lugar, al individuo que tiene capacidad de  convocatoria, pero que pudiera exigir compromisos, el pueblo lo admira de boca, pero a la larga lo deja solo "porque nadie le  hace caso, más allá de leerlo o escucharlo" (Alto Funcionario; Véase  R.J. Velázquez, 1994).

En segundo lugar, el pueblo no tiene capacidad de demandar dirigencia, ni de exigir nada. Es el dirigente el que sólo es capaz de dirigir. En Venezuela, "los dirigentes no hacen dirigencia; están ahí, pero no dirigen" (Alto Funcionario). Entonces, el pueblo se las tiene que calar, quedar en vilo, hasta tanto no llegue el milagro de la dirigencia! Pues no, el pueblo está coimplicado en esta estructura   ¿Cómo?

En tercer lugar, el Alto Funcionario pensó que estaba teorizando  demasiado; entonces se recostó un poco hacia atrás en su sillón reclinable como para coger impulso; luego se puso la  mano en el pecho, y medio se incorporó para expresar su decisión de pensamiento. "Si soy absolutamente sincero y corro con las consecuencias de serlo, te diré lo siguiente: “El pueblo  venezolano está muy inclinado a la improvisación. Respeta más al que le dice: ¡Se va a hacer esto! que el convencimiento. Cree más, está más dispuesto a seguir al que se le impone, que  al  que trata  de convencerlo de la bondad de un cosa o problema".

Sin dirigencia y con fuerte imposición en las relaciones sociales, nos abocamos a un caso límite en la cultura política de un país como Venezuela: el aislamiento de los grupos que  implica insolidaridades e “inintercambios”. La élite "se aísla por conveniencia, que es uno de sus grandes pecados"(Alto Funcionario). Pero a la larga, a través de modelos etnopsíquicos que califican este aislamiento, llegamos al estado primario de lo social. Estos modelos son el "desentendimiento" de lo social y el  "disfrute" del país.  Si dominar significa disfrutar, esto no supone desarrollar grandes conocimientos; todo lo contrario, esto último conduciría al  compromiso, al esfuerzo, a dirigir, a edificar la autoridad, la vida. La élite parece concluir: Si  nos  "entendemos"  (pre-ocupamos)  del país, no lo disfrutamos. El principio  del  placer describe el nivel primario en que están construidas las  relaciones sociales. Por eso, "el pueblo venezolano sería capaz de soportar la falta de libertad (esfuerzo), pero no la falta de igualdad (regalo, molicie)" (Alto Funcionario).

El “desentendimiento social” se opone a toda cultura política. Tal desentendimiento lo detectamos  fundado en lo pre-societario básico  de  la estructura familiar: la madre se  desentiende del varón, según la compulsión de la cultura matrisocial: la madre  no puede perder al hijo pero lo rechaza como varón (Hurtado, 1998). En este desentendimiento matrisocial se explican no sólo el miedo a gobernar y el miedo a ser gobernado, sino también  el miedo a autogobernarse, como carencia de técnica o cuidado del sí mismo, o de lo mío que es igual (Cf. Foucault, 1987), esto es, de la falta de cultura política que define el "gobierno" como un todo. Si toda nuestra cultura política  se reduce al objeto de que todo presidente de la  república es "gomero" (R.J. Velázquez, comunicación personal), lo que predomina en nosotros es lo primario en política: solidaridad  dependiente  e  intercambio exclusivo-disentivo;  si  la  autoridad  se ancla  en estas dimensiones primarias, está expuesta a  quedarse en autoritarismo, y el acatamiento en imposición.  

E.  CONCLUSION: EL "ARTE" DE LA POLITICA Y AUTORIDAD REMISA.

El problema generado con la construcción de los discursos políticos,  sean propios o importados, para el caso es lo  mismo, es que los discursos no tiene que ver o no se corresponden con la realidad o nuestras instituciones etnopsíquicas (Ruth Capriles). Los discursos están abarrotados de arriba a abajo de ideología. Por  eso  el venezolano vive su realidad en dos  planos: el  del discurso y el de la realidad cultural; está acostumbrado a manejarse en doble código contradictorio, por eso su condición como resultado es la ambigüedad. Entre lo formal e informal, entre lo pícaro y lo honesto, entre la jerarquía y la igualdad,  el venezolano se soluciona emparejando las realidades en contradicción;  es  un  “parejero”,  más que un demócrata,  es  un  “igualista” (primario) más que un meritocrático,  (Cf. Velázquez, 1994).

Esta ideología del “igualismo”  adereza todo, tanto la familia como la sociedad. Es más, se pasa de la familia a la sociedad sin ruptura en las relaciones sociales. Por eso, para los venezolanos, la sociedad se resuelve como la familia, en la lógica de la familia. Y la familia (matrisocial) no es otra cosa que la madre y el “complejo de la(s) madre(s)”, que en términos etnológicos o del parentesco se traduce como alianza fraterna  o mejor  sororal (las hermanas). Si la matriz cultural no es y aún desconoce la negociación o intercambio, la política no existe en sentido estricto; si emerge lo hace en la lógica del "cuadrarse", la  del estás conmigo o no, esto es, eres mi amigo o mi  enemigo; en la lógica del ventajismo que conlleva de entrada la ruptura de la  reciprocidad  o igualdad de oportunidades; por  lo  tanto la política se implanta sobre un desacuerdo inicial en la relación de los grupos, desacuerdo social inscrito en el desorden esquizoparanoide del todo o nada. La política de bloques es un ejemplo de esto. Hay una desconfianza  radical a la posibilidad  de construir ventajas  mutuas en la convivencia que impulsaría un  acuerdo o contrato social.

A nivel sociopolítico, los desórdenes étnicos del  chantaje, del alcahueteo, de la complicidad, del cuadrarse, del  ventajismo, del madrugonazo, se hallan en la lógica del sobreafecto (sobrerrepresión)  maternos. La negación del otro, el comportamiento de tipo clánico  o de combo (el sistema político no es más que un amasijo de facciones), la falta de compromisos y las irresponsabilidades, los  atropellos y las desconfianzas se hallan en la lógica de la alianza fraterna, la otra estructura simbólica  dura de la matrisocialidad.

Las  compulsiones  del macho y del marico  son  derivaciones estructurales,  que son respectivas de faltantes culturales con relación a la ausencia de cultura del padre (autoridad), del cónyuge (alianza matrimonial), de lo mujeril o femenino encantador. El  hombre que no crece sino como hijo, no tiene compañera  institucionalizada societalmente, ni goza de lo femenino encantador a través de lo  cual  salvarse, curarse. Es un solitario. SOLO  LE  QUEDA  LA MADRE  (Cf. “El Otoño del Patriarca).

Queda preguntarnos sobre el tipo de socialización que soporta no sólo el sistema político, sino también exactamente la cultura política. Cohen (1979, 48) nos recuerda los  presupuestos de que cuanto más conveniente es la socialización para la práctica  de  la  estructura de autoridad, más estable es el sistema político; y que cuanto menos pronostica la socialización respecto de  la experiencia adulta, menos estable es el sistema político, menos precisa  -decimos nosotros-  es la cultura política, según la matrisocialidad.

La modernidad nos propone desde Kant, que la ilustración  de la  que nace la democracia lleva al hombre a la mayoría  de  edad política (Cf. Savater, 31). Que la matrisocialidad funcione  como una  identidad etnicista, más que conducirnos a la libertad nos lleva a la xenofobia y al fanatismo, al igualismo y a la  parejería;  es necesario evitar este soporte etnicista del complejo  de gobernarse, porque de lo contrario permanentemente se asoma  ante nosotros el autoritarismo del cacique o del caudillo autoritario  (la lógica  de  la montonera). En este sentido no apoyamos a Bobbio (1992, 33), que contrapone los principios de libertad y de autoridad. Para nosotros la autoridad (orden constitutivo de la sociedad) se opone al igualitarismo y no a libertad. No es lo mismo el sistema de dominación (poder) que el sistema político (lo  público). La cultura con sus valores se encuentra en el
sistema  político y tiene un resultado en la configuración de la estructura  de autoridad. Del mismo modo decimos que el poder no es lo mismo que la autoridad; ésta define la estructura constitucional de la sociedad, aquél la configuración de las esferas de influencia e intervención de la fuerza. El sistema político media en la relación de poder y autoridad.

Si las actividades en el sistema político constituyen el proceso  político,  las prácticas de la estructura de autoridad dicen  relación  al aprendizaje o socialización política. Una socialización donde la experiencia adulta se encuentre sin elaborar plenamente (ausencia de la figura del padre) trae graves consecuencias  tanto en la estabilidad del sistema político  como en el ejercicio de la autoridad.

Entra en este momento la relación de la ética y la política en su punto clave que es la calidad de los sujetos portadores de la política. Como la cultura matrisocial se orienta por el principio del placer tiene dificultades en constituir mediante una socialización de talante muy emocional y poco negociadora, sujetos responsables en política. Hoy como nunca la política  dice relación a la ética o deja de ser sencillamente política, es decir, acciones por las que se dirigen y administran los  asuntos públicos (Bobbio, 31). Nosotros contemplamos que la política  no es sólo voluntad de poder, sino también tiene que ver con la organización  de la esfera pública. Entonces la política también cubre las relaciones de autoridad. Son necesarias las decisiones o gobierno, pero también las persuasiones o retórica como arte de realizar  las  negociaciones  o intercambios de los proyectos sociales.

Para evaluar este escenario abstracto en una determinada sociedad, uno de los referentes válidos de un modo especial es la cultura, ya se trate como idea excepcional (Touraine,  1993)  o como práctica de presión sobre la política (Ferry, 562). Así podemos  observar cuánto de autoridad existe en una cultura  como la  matrisocial  venezolana, donde la ley "está hecha para ser quebrantada", y cómo funciona el derecho si no es como ardid de la viveza, aplaudida por  el colectivo. Todo es cuestión de achatar cualquier mérito o sobresaliente individual; que todo sea igual como solución de los problemas. De este modo, si el autoritarismo implica un miedo a no ser iguales, la autoridad supone un miedo a ser  libres.  Estos esquemas conceptuales deben  entenderse  bien para  evaluar  con precisión el talante de la cultura política venezolana.

En la relación matrisocial de cultura-sociedad venezolanas, el sistema político se encuentra permanentemente comprometido (en crisis). En el orden del poder político o relaciones de influencia, el sistema político está expuesto contradictoriamente a una interferencia de la “societas” (familia), pues la sociedad  familiar y  sus símbolos están relacionados con la existencia humana  y  social: fortuna  y  desgracia, amistad y enemistad, se integran  con  los símbolos del orden político. Pero al mismo tiempo, está  expuesto a la explosión de la estructura social (el privilegio demanda la exclusión), mediante lo cual puede reventar el sistema político y saltar en pedazos (guerra civil, revueltas populares, golpe de estado militar, dictadura).

Por su parte, en la estructura de autoridad, el sistema político  puede observarse con vacíos irremplazables, tanto del padre/jefe como del acuerdo de sociedad. Entonces, el negativismo social se da de la mano con la ausencia de autoridad. La socialización política se hace difícil por falta de instrumental psíquico y cultural apropiado. Como consecuencia, ello mostrará una  honda rebaja en la producción de la cultura política en el país. Ni las élites representan, desde sus privilegios, las demandas de la sociedad, y sus decisiones por demasiado entrópicas suelen  ser ilegítimas; ni el pueblo pretende, ni sabe, ni tiene capacidad  para  identificar, formular y organizar sus demandas sociales o societales.

En definitiva, la estructura de la escasez de dirigencia, que expresa la autoridad, es homóloga o correspondiente con la escasez de supeditación, que refleja la débil  socialización política.  Estas debilidades o ausencias, entre ellas la de autoridad, conllevan la autodestrucción permanente de la sociedad.  El  punto de mira de este problema y el  que  es  necesario estudiar con más ahínco es el de la cultura  matrisocial y su vertiente  en los asuntos de la política y de la sociedad.  Desde este  punto  de mira se observa un doble código y un  intrincado complejo de la  cultura, que subyacen a esta flácida cultura política  en Venezuela. Una de sus manifestaciones se refiere a los temores de gobernar, de ser gobernados y de gobernarse. En otros términos, a la falta de capacidad  para el ejercicio de la autoridad, para el sometimiento a la autoridad, y para autorizarse como legitimación de sí mismos  (autoestima). Esto último no es otra cosa que el temor a adquirir la cultura (la  “techné”) del orden de autogobernarse, temor como tal del yo, del sí  mismo y de la sociedad.

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Capítulo 4 del libro de Samuel Hurtado, TIERRA NUESTTRA QUE ESTÁS EN EL CIELO, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central  de Venezuela, Caracas, 1999.