Alguien ha gemido mientras la noche cae sobre la
ciudad.
¿Quién ha gemido tras el cinturón de álamos, en las
praderas
excavadas, donde los hielos ciñen el pedernal?
La ciudad ha sido rodeada por un gemido.
¡Puertas clavadas ante mí, puertas de ocultación!
Siento la inmovilidad espesa como una sustancia.
Antonio GAMONEDA: “De Descripción de la mentira”, en
ANTOLOGÍA POÉTICA, Alianza editorial, Madrid, p. 142.
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CULTURA Y POLITICA EN VENEZUELA
Etnografía sobre la Autoridad Ausente.
"Todos
nuestros males derivan de
ese afán de todos los venezolanos
por
‘imponer’ la acción
personal.
Pero el progreso del país no puede
ser obra de uno sobre muchos, sino
obra
de todos a la vez, resultado
visible
del mejoramiento espiritual"
(Gallegos, ‘Reinaldo Solá’).
"Es demasiado pronto para saber si
la
caída de Pérez Jiménez vale la
sangre que ha costado" (R. Gallegos,
EL NACIONAL, 23 de Enero de 1968).
A. MIEDO A GOBERNARSE Y AUTORIDAD PERMISIVA
"Hace más
de treinta años vengo predicando la necesidad
de la autoridad fuerte, del gobierno fuerte, de las decisiones que
apuestan y arriesgan,
las cuales a veces no pueden
ser el producto del consenso y beneplácito de todos los factores que integran el orden político. La democracia
no puede sobrevivir sin un gobierno fuerte" (Escobar, 1994).
Esto nos suena a ‘Cesarismo Democrático’ de Vallenilla
Lanz, a Despotismo Ilustrado de Giacoppini Zárraga, a Tirano Liberal en
la formulación de Manuel Caballero, etc. Todo ello se contrapone a "No podemos tener miedo a
gobernar...Las personas revestidas de algún poder están obligados a mandar y
han de ser obedecidos"... "no
podemos pedir perdón para mandar"... (Escobar, 1994).
Esto ya no es Cesarismo Democrático, ni
Despotismo Ilustrado, ni Tiranía
Liberal; el discurso pretende la búsqueda de otra racionalidad, la legal, según
una burocracia occidental caracterizada por
M. Weber: se quiere contraponer
al privilegio patrimonial como característica personal, el deber
que procede del oficio
desempeñado por el
funcionario. El problema, sin embargo, que surge de la
primera impresión, es el de la
dictadura, es un problema de autoritarismo (autocratismo o autocracia), porque la cultura lo recicla, ya
en su misma formulación y después en los
entendimientos de la audiencia, dentro del autoritarismo y del personalismo.
"Santos Luzardo logró por fin liberarse del padre, arrancar la simbólica
lanza. Ahora tiene que suplantarlo en el
manejo real de Altamira; pero para eso, tiene,
antes que todo, que hacerse respetar por la peonada e
‘imponerle’ su voluntad. Y ya
sabemos que para aquellos hombres rudos y primitivos,
autoridad era sinónimo de "machería". "Su hazaña al domar el
potro y su serena imposición sobre Balbino Paiba, realizan el milagro:
-¡Tenemos jefe!”(Ramos Calles, 45).
Haciendo un
análisis cultural, nosotros observamos
que el Ministro ha sido trincado por la estructura del
modelo cultural venezolano, y, parece
que no podría ser de otra forma.
Para expresar que hace falta el surgimiento de la estructura de autoridad,
Escobar Salom se ha expresado en términos autoritarios o de fuerza (el modelo de la imposición), porque
no de otra forma puede reconocer el venezolano la
"autoridad": la autoridad
"es" (existe) en cuanto ‘se impone’ como una fuerza o
"poder de dominio" sobre otros; no está presente en la cultura en la
medida en que la autoridad se refiere a
eficacia, convocación, dirigencia, centralidad, orden de la sociedad, sin los cuales la existencia misma de la sociedad se encuentra
en vilo, en el sentido opuesto en que encuadra Maestre el poder en la
modernidad (Maestre, 299).
El texto de Escobar refleja en su formalidad o
idealidad que la estructura de la autoridad y no sólo el ejercicio histórico de
la misma
en cuanto "desintegración de la
autoridad", se halla ausente
en el sistema político venezolano. Hay que tener presente que esa estructura tiene una función esencial
para la configuración equilibrada de
dicho sistema. Nosotros añadimos además que esa
estructura se encuentra también ausente de nuestro modo
de pensar o cultura, y esto es lo problemático. Naturalmente que se sabe
de ella a nivel formal o intelectual, pero no forma parte de la cultura, de nuestra vivencia para encarar los
problemas. Si Escobar Salom hubiera dicho que hacen falta decisiones, gobierno,
ejecutorias, para referirse a una realidad de autoridad, no se hubiera
entendido ello sino a nivel formal o como un
dispositivo exterior, para que la
sociedad ‘funcionara de alguna manera’.
Es como decir muy poco o prácticamente nada sobre el modo de ser de la sociedad. En la cultura venezolana, la
autoridad sólo se entiende en cuanto que las relaciones de poder y de
dominación actúan en su aspecto de imposición caracterizada por una fuerza originada
en la estructura machista y picaresca; allí faltan las relaciones de la
dirigencia, de la convocación, de las
decisiones, y si se perciben y se entienden, pertenecerían a la parte
boba de la autoridad. El que ejerce la autoridad es un bobo o afeminado, por lo
tanto un ‘ilegítimo’ para ejercerla En
la cultura venezolana, la autoridad se encuentra en ese trance de ser deseada y
al mismo tiempo ilegitimada.
Los autores
críticos de la Escuela
de Frankfurt hubieran tenido un buen motivo desde Venezuela para identificar
política y dominación. (Cf. Ferry, 556). Pero les hubiera fallado el fundamento:
la razón instrumental, en el sentido de
sobre-desarrollar unilateralmente lo social, con objeto de que como
ideología sirviera para colocar aviesamente la política sólo al servicio de la
dominación. Si se llega a esto en Venezuela, sin embargo, es por otro camino;
no el del "trabajo de la sociedad" para apropiarse unilateralmente de uno de sus
resultados: la política, sino el de la
"inercia de la sociedad" (o vacío de sociedad) para
fabricarse, a la medida
personal, uno de sus ingredientes
sociales contradictorios: la política personalista (el caudillismo y la
lógica caudillista perdurante como
destino). El renombrado historiador venezolano
RJ. Velázquez sostiene que todos los presidentes (aún de la época democrática) son "gomeros" (comunicación
personal), y ello para identificar una
racionalidad política en las cumbres
del poder político que caracteriza nuestro devenir histórico. JV. Gómez expresó
en el Estado y en la formalización de la Unidad Nacional
ese ejercicio de racionalidad, que
nosotros calificamos a partir de nuestra hipótesis sobre la
cultura venezolana de matrisocial.
Para articular la cultura, en su producción familista, como sostenemos
para estos países latinoamericanos como
Venezuela y Colombia, la lectura de "El Otoño del Patriarca" del
novelista García Márquez, nos ofrece un brillante escenario como demostración.
Falta, junto a
las relaciones de poder en el sistema político, la estructura de autoridad (Cf.
Cohen, 41). Si ésta se concibe
-porque no hay dispositivo
cultural para identificarla- es como una fuerza
maléfica que se "impone" por
sí misma desde un exterior ajeno. Nuestra proposición es que siempre en la
sociedad venezolana existe el “deseo de
realidad”, pero al mismo tiempo el “rechazo
a la llegada de la misma”; es decir, se niega
“el deseo deseado”. Hay un deseo de política y en concreto de
democracia y democracia con energía
(autoridad con fuerza), pero que éstos no vengan realmente, porque se los teme y por lo tanto
se los rechaza, con todo el consciente e inconsciente juntos (Cf. Kaufman,
1982). Hay que completar al Ministro del Interior: Miedo a gobernar, miedo a ser
gobernados y miedo a gobernarse.
Este modelo
cultural está inscrito en la producción etnopsíquica de lo
social venezolano. Debe ser como tal el objeto de una Antropología política, y
específicamente de una Etnopsiquiatría
Política, que nosotros venimos construyendo. Desde una psicología
política como la de Sennett (1982), se nos ofrecen algunos modelos muy valiosos
para desarrollarla. Nuestro inconsciente
político se halla envuelto en este drama de ambivalencias del significado, y en consecuencia, de la
dificultad de construirlo y de averiguarlo. Porque se trata no de hablar de la
cultura, en general, sino de nuestra identidad
etnopolítica específica, aquélla
desde donde emergen y donde se bañan todas nuestras instituciones e
institucionalidad societaria. En breve,
observando la fuerte presión de la cultura (matrisocial) sobre lo político
venezolano, fuerte tal como acabamos de fundamentar (Cf. Hurtado, 1995), es que
podemos sostener esa débil o blanda estructura de autoridad en Venezuela.
El miedo cunde por todos los lados, del gobierno y de los
gobernados.
B. LA PRODUCCION CULTURAL DE LA POLITICA.
Les voy a hablar
de mis investigaciones sobre la organización social y política venezolana,
considerada ésta desde la etnopsiquiatría. Los grandes paradigmas de Pueblo,
Sociedad y Democracia en Venezuela son vistos y reconstruidos
etnopsiquiátricamente, para dar cuenta de la realidad vivida y en torno a la
cual los actores políticos se desenvuelven. Creemos que el símil psicoanalítico
es un buen instrumento crítico para desmontar la ideología del sistema político
venezolano.
No les voy a hablar de las políticas en general, ni de
las fundamentaciones teórico-filosóficas o especulativas, sino de la existencia o modo de existencia, de la meta-física (más
allá de lo físico o fenoménico) de la
sociedad venezolana y sus sistemas como el político. Todo ello evaluado desde los
símbolos de la cultura en cuanto materia prima de elaboración socio-analítica o
de lo instituido (Cf. Lourau, 1977).
Cuando hablo de la Cultura me refiero a un concepto etnológico paradigmático, a la estructuración de cómo una Sociedad organiza la lógica de sus conocimientos,
valores, ideas, conductas, acciones, con el fin de enfrentar y solucionar sus
realidades u objetividades tanto interiores como exteriores; es un modo de
habérselas con su entorno-mundo interno y externo. No se trata por lo tanto de
hablarles de conocimientos, valores, ideas...sino de cómo se producen y organizan, de suerte que
en esta forma o formación estructurarlos se muestra la
especificidad de cómo son esos conocimientos, valores, ideas, conductas, acciones...Sostenemos
con Ferry que el conocimiento originado en lo cultural es anterior al sistema de
valores e ideologías; sólo de este modo podríamos cambiar éstos (Ferry, 559).
1) El concepto
de cultura no se restringe a la experiencia o modo de vida, tal como piensan
éste los sociólogos alemanes (Cf. Touraine,
1992), sino al talante, ethos o estilo de encarar las cosas y problemas de la
vida, tal como lo entiende la
Antropología alemana.
2) Tampoco se reduce a la culturología donde el discurso
cultural se refiere sólo a los artefactos o cultura material o espiritual de
los pueblos. La erudición sobre las obras y sus comentarios ilustrativos hacen
del erudito un culto u hombre con cultura refinada, sociológicamente hablando
(Ariño, 1997), por oposición a hombre popular o de cultura basta o somera.
3) No se congela en el relativismo cultural donde
existe una valoración indiscriminada de los sistemas culturales, para pasar
luego a ordenarlos de acuerdo a esquemas
maniqueos dentro de la lógica dicotómica: culturas mayores y menores, completas
e incompletas, fuertes y débiles.
4) Menos aún
nos referimos a la cultura como ilustración, instrucción, civilización. Los
ilustrados creen monopolizar la cultura de la sociedad debido a que su
dedicación se refiere a las tareas de la inteligencia, cuya imagen es la
iluminación. Así instruir, civilizar, enseñar, son ejercicios de dar a luz
conocimientos.
El habérselas
con las cosas y los problemas recoge fundamentalmente al hombre o sociedad como
sujeto, expresa una densidad de
subjetividad accionada diversamente
como modos de pensar y vivir, de saber y
sentir.
El concepto político de la cultura tiene que ver
para nosotros con un concepto de matriz
cultural, donde el problema de la socialización se revela como el instrumento
de la producción y de la comprobación al mismo tiempo de las significaciones,
en orden a configurar un modo de pensar. El símil de la
personalidad étnica o el de la gramática generativa son esquemas conceptuales para
ordenar e interpretar cómo es el modo del aprendizaje, hecho con base en
comprensiones totalizantes de estilos motivacionales o de frases gramaticales, por oposición al
aprendizaje a través de procesos burdos de ir apropiándose rasgos
individualizados como letras o fonemas de un modo lento y continuo. La Personalidad como la Gramática indican que el
actor va instalándose el aparato psíquico
o lingüístico en la medida en que pro-actúa. Aprendemos o conocemos en
acto, en acción, en performance todo el sistema inscrito en la estructura
inconsciente o en la frase generativa, y
lo actuamos a saltos, en bloques y ello cada vez más comprensivamente.
El modelo socializador es el siguiente: un socializado
supone la existencia de un socializador respectivo, esto es, hay un socializado
que a su vez socializa o que porta la
socialización al socializando. En
la escena de la psicología social,
tenemos que el adulto socializa, el niño es socializado. La socialización detenta
una estructura de transmisión de elementos, en cuya dinámica la transmisión se
resuelve como una repetición creativa, de hacer las cosas de nuevo, como originales:
el producto es el mismo pero distinto. El receptor de la cultura se comporta
realmente como productor de cultura: al recibir los contenidos desde un molde transforma aquéllos para hacerlos
propios. Así, en el artículo o producto
socializado, el adulto transmite su modo de pensar, y al hacerlo re-produce de
nuevo y de un modo original el sistema social como un todo.
Por supuesto
que la socialización primaria se lleva a cabo en la familia; pero la matriz
cultural y su contenido es familiar o no, dependiendo de “cómo sea” la familia.
En la sociedad judía, la matriz cultural no es la familia; el
niño se socializa, adquiere el modo de pensar como actor futuro en el
negocio; a partir de éste y su dinámica es que piensa “hacer
sociedad”. El negocio o sociedad es el escenario socializante, aunque se
incluyan en éste a los actores familiares, que también actúan en la vida
familiar aún considerada como “un” teatro social.
En la sociedad venezolana, la matriz cultural es la
familia y no la sociedad o el negocio o el trabajo o escuela. La familia es una
institución de tal contextura y de tal totalización que no se logra contener en
su impacto energético, tanto psíquico como cultural, tanto cognoscitivo como
valórico e ideológico, dentro de los patios cerrados de lo que llamamos la
estructura familiar y sus espacios
sociales abiertos en el contorno inmediato; se desborda y cubre con sus formas
y contenidos, con sus lógicas y compulsiones
a todo el conglomerado que llamamos la sociedad venezolana y le impone su talante
o ethos. Por eso, si siempre la presión
de la cultura sobre la política es dura, en Venezuela resulta
enormemente dura debido a su dinámica de imposición o prescripción cultural de
carácter primario.
La categoría conceptual que nosotros formulamos como la MATRISOCIALIDAD es “etnotípicamente
familiar”; define ante todo la estructura psicodinámica básica de la
familia venezolana, esto es, la
grandiosa figura de la madre todopoderosa y fálica “invade” todas las energías
y órdenes de la familia....
Pero es también
“paradigmática de la sociedad”, es decir, de toda la configuración de
las estructuras, de todo comportamiento a cualquier nivel, estrato, mosaico, orden y desorden de la sociedad. La lógica familiar -la imago materna- “invade” también todas las
energías y lógicas de la sociedad...
La relación madre-hijo es un paradigma de todo lo que
ocurre como relación en la sociedad. Si observo una relación solidaria, el esquema se conduce como pecho
bueno; si observo un conflicto o rebeldía sale a relucir la lógica y sentir del
pecho malo. Aún más, integrando ambos polos, podemos observar en la dialéctica freudiana
como el sobre-afecto (pecho bueno) se proyecta convexamente como
sobre-represión (pecho malo). Es necesario prescriptivamente aceptar la benevolencia que identifica a lo(s) mío(s), pues de lo contrario se
manifiesta la amenaza de la malevolencia
que está larvadamente inscrita como proceso crítico o negativo en la
benevolencia o lo que no es lo mío.
La MATRISOCIALIDAD supera a la dinámica familiar, para
identificar la dinámica cultural; o mejor, la matrisocialidad identifica la familia y la cultura, porque es la
psicodinámica familiar donde se sitúa la fuente productiva de la cultura. Como categoría
me permite también pensar toda otra relación acontecida en la sociedad
venezolana. Si optamos por el punto de vista del fenómeno fuerte, la familia,
es desde ésta que se puede comenzar a repensar en firme la sociedad venezolana,
y no al revés.
C. ESTRUCTURA
DE AUTORIDAD Y MATRISOCIALIDAD.
Si analizamos la textura social venezolana, veremos
que allí el contrato de sociedad, puede ser que exista
formulado en el discurso, pero no funciona en las instituciones
sociales. No se
"contrata" o no hay
acuerdo social; ya a nivel económico la realidad del
"socio" en el negocio luce cuesta arriba, por la dificultad de
comprometerse psicodinámicamente en el
pacto de sociedad. En los intercambios, lo que se hace es chantajear, y
se chantajea matrisocialmente, es decir,
afectivamente según una lógica del consentido y reprimido a la vez. El
intercambio se produce a un nivel muy
primario. Por eso el “Reinaldo Solá” de Rómulo Gallegos toca ciertas fibras políticas del
personalismo, aunque no toca sus raíces (familistas) sino sólo sus proyecciones
o resultados (sociopolíticos). "Precisamente eso es lo que necesitamos
combatir: la acción del individuo sobre la colectividad, favoreciendo, por
el contrario, la acción dentro de la colectividad.
Todos nuestros males derivan de ese afán de
todos los venezolanos por imponer la acción personal".
El problema es que ese “combate” resulta contra
nuestro ethos cultural anclado en nuestro individualismo de carácter primario, y
por otra parte, esa imposición se vincula con lo prescriptivo tiránico, derivado
de la rigidez de la falta de elaboración de lo político. Por eso "la
revolución armada, a la americana del
sur, es barbarie, pues que no es sino una vía de hecho del individualismo" (“Reinaldo Solá”). Es esa primariedad la que
se expresa en la machura, en lo brusco,
en lo abusivo o atropellante; así es como entendemos que "la revuelta
armada ha sido entre nosotros una forma
violenta de evolución democrática" (“Reinaldo Solá”).
Ciertos antropólogos venezolanos, ya indigenistas
ya populistas urbanos, que siguen sosteniendo
la ideología francesa del "buen
salvaje", del "pueblo (del barrio) bueno", enfatizan las solidaridades a nivel primario y de tipo puritano, y se
olvidan de los intercambios que deben
evaluar aquéllas (Cf. Bajoit, 1993). El
novelista latinoamericano, en cambio, fabrica mejor el dato político-cultural
porque su instrumental imaginario está más allá de toda ideología, y, sobre todo, de toda
ideología extraña.
Averiguar la racionalidad que supone la
"imposición" (personalista
de carácter primario) nos conduce
a indagar sobre el combate -si es que éste está planteado, pienso que aún
no- contra la acción del individuo en
nosotros. Es una "imposición"
exigida o demandada por nuestra cultura; no hay acción si al individuo
no se le "manda".
"Mandar" significa aquí "imponer" y "disponer" de otro. De ahí, el
rechazo al que manda, aún cuando lo que
pretende es dirigir. La "imposición" se revela como el polo
opuesto y, al mismo
tiempo, sustituto avieso de la "autoridad". Se "impone" el
gobierno (presidente gomero) y se
demanda que se "imponga" el gobierno. Nos movemos en este doblez político. Lo peor de ello es que opera como "complejo
cultural", y, por lo tanto, de difícil observación aún para el científico social y de arduo
cambio social para la misma sociedad.
El estilo o
modelo cultural de construir significados o elaborar sentidos en torno a lo
social y lo político, consiste en dibujar y desdibujar permanentemente este
doblez, de suerte que sólo tenemos en cuenta un lado, generalmente el del que
manda o "gobierno" y no el de
los mandados o "gobernados".
Pero además esto se embrolla al intervenir la ideología del
complejo o cómo opera el complejo la ideología reflejada en el
"gobernarse". Este tercer
término, que expresa el complejo, afecta la relación de los otros dos o
el doblez. Aquella permanencia por descifrar está imbuida de una lógica de provisionalidad, fundada al
fin en el complejo: así el gobierno se usa pragmáticamente y se
abandona como tal, y lo mismo el acato al gobierno y el proceso de
autogobernarse, persiguiendo cada cual no "la acción dentro de la colectividad", "la obra de todos a la vez",
"sino la acción del individuo sobre la colectividad", de un individuo
que tiene "unas ganas locas de empequeñecerse, de volver a ser
niño" para sentir que lo quieren, que lo miman, por lo tanto de
un individuo caprichoso (Cf. Ramos
Calles, 110-111).
Vamos a entresacar de nuestra etnografía venezolana algunos
datos de nuestra investigación Elite Venezolana
y Proyecto de Modernidad (Hurtado,
1998), poniendo a dialogar a un gran político, a un periodista de numerosa audiencia televisiva y a un alto funcionario del gobierno.
El tema trata de si el pueblo venezolano acata la autoridad.
Veremos que el modelo conceptual se construye a partir de que el pueblo venezolano más que acatar la autoridad, "soporta
la imposición" (Alto Funcionario). El proceso de reflexión pasa por
el temor a la autoridad en oposición al respeto a la autoridad (Periodista Renombrado). O de otro modo, el
pueblo venezolano “cuestiona” a la autoridad más que acatarla. El
cuestionamiento no tiene aquí un sentido de crítica (moderna); significa que el
pueblo venezolano cuestiona en cuanto
que tiene un espíritu libertario, pero no en el
sentido de revuelta (moderna), sino que es un espíritu cuya medida es de
tipo primario, es decir, libertario connota que es "arisco":
"pronto se sacude el poder, porque no aguanta a alguien que mande
mucho" (Político Conspicuo).
En este escenario, el colectivo venezolano lo que
tiene como objetivo es “sacar provecho personal”; no le interesa tanto ser libertario como procurarse privilegios, protección
y para
ello necesita la sumisión, el ‘igualitismo’. "El pueblo venezolano puede
aguantar no ser libre, pero de ninguna
manera no puede soportar no ser igualitario" (Alto Funcionario).
El temor a la autoridad
se resemantiza como evasión y burla de la autoridad. "El pueblo
venezolano tiene una lucha agónica por burlar esa dimensión (acatamiento)
de la autoridad"(Periodista Renombrado).
Pero es que al
indagar sobre la autoridad, se descubre que no existe ésta como tal, sino puro
autoritarismo, atropello y arbitrariedad (Periodista
Renombrado); por lo tanto, no puede accionarse el acatamiento por falta de objeto. Si se actúa el acatamiento como supuesto, no significará sino disminución de ser, debilitamiento en cuanto rebaja
sexual, afeminamiento. Al individuo no
le queda otra salida que buscarse un protector, un caudillo, para poder "moverse" dentro de la sociedad o
comunidad.
D. GOBERNAR SIN DIRIGIR O LO PRIMARIO EN POLITICA.
La “cultura”
(matrisocial) nos reconfirma que la autoridad no tiene “sujetos portadores” de la misma (Hurtado,
1995; Touraine, 1992; Schnitman, 1995).
Más que dirigente o élite, el país lo que tiene son figurones o pantalleros. "Los figurones lo que
hacen es seguir, más que dirigir al pueblo; van detrás de los
procesos" (Político Conspicuo).
Que el pueblo acepte y cumpla
las normas no quiere
decir que se comprometa con ellas, pues
la racionalidad política -no
sólo la de las cúspides o "cogollos"- siempre
es puntual y provisoria. Una de las pruebas es que los gobiernos no tienen mentalidad de constructores de
país. "Todos los gobiernos se califican
como de transición. Ninguno dice que encabeza un proceso inaugural de un
proyecto que vaya más allá de su período
constitucional. Los gobiernos de transición se colocan autolímites a su existencia"..."El horizonte
del país se pierde con la mentalidad tradicional"(Político Conspicuo).
La abundancia de lo transicional y la ausencia de proyectos duraderos define la blandenguería
de un sujeto portador de la dirigencia social. La autoridad aparece en el vacío
social, pues sin dirigentes la autoridad, como proyección de la figura paterna,
se queda en vilo o en ausencias.
Si se pone a la dirigencia como referente de control
de la dominación, ésta se puede calificar con precisión en Venezuela. Si la "élite"
no dirige, podemos decir que casi tampoco hace esfuerzo alguno por dominar; la
dominación se reduce al disfrute de la
misma. De este modo, es como nos percatamos de que hay élite dominante, es decir, privilegiados y participantes del privilegio que otorga el
estado.
El modelo de la
dominación no se origina a partir del trabajo o producción, sino que procede y se
expresa en el aprovechamiento, como categoría de la picaresca o de la viveza.
Es así como el pueblo tiene experiencia de que existe la élite; el pueblo
"sabe que hay una élite que controla
política, económica e institucionalmente, pero la descalifica; por lo
tanto, no la reconoce, y ello lo hace desautorizándola" (Periodista
Renombrado).
La ilegitimidad no sólo pertenece a la estructura familiar; también atraviesa como metáfora real
toda la cultura política del país. Si la autoridad puede ser legítima, el
autoritarismo suele bordear los
límites de la ilegitimidad. El
"aprovecharse" por parte)
del pícaro implica la estructura homóloga de la exclusión de los demás. El
"aprovechamiento" es antisocietario o de negativismo social. El "aprovechado" rompe con
el intercambio de los dones o recursos
económicos y sociales. Si esta ruptura
pone en tela de juicio lo social
y lo político, lo hace porque es también un
referente de calificación de las solidaridades sociales. Sin intercambio, no son posibles las
solidaridades. Éstas entonces, se recluyen en los deseos, que como límites
tienen a las patologías de lo social. En los términos del esquema de Bajoit
(1993), la cultura política del venezolano camina sobre límites peligrosos: las
solidaridades son dependientes como proyecciones del yo sobre el tú, no tienen
la autonomía mediante la cual se detenta la capacidad de reconocer al otro, el
tú (Cf. Barroso, 40). Por lo que el intercambio se cortocircuita
"dentro" del yo, se anti-produce, pues se persigue por sus contra-vías, la de la
exclusión (y exclusividades) y la
del disenso sociales.
Cuando decimos que el pueblo venezolano "acepta
las normas pero no las cumple", estamos en presencia de que "se ha
perfeccionado un sistema muy primitivo que se orienta a la autoprotección. El
venezolano sabe que la ley y la autoridad no significan, ni son protección; por
eso busca a otro que lo proteja, y lo hace a nivel local y primario. Lo busca
en el barrio, en los cobradores de
peaje, en las juntas de vecinos,
si funcionan, en el maestro, el cura, si
hay" (Periodista Renombrado). Sin haber elaborado lo social o sociedad,
las élites "se afirman en su condición autoritaria" o primitivismo,
pues no saben gobernar; "no es que le tengan miedo, sino que se inhiben
ante el acto de decidir, que eso es gobierno" (Periodista Renombrado)
¡Pero esto es regresivo!
¿Cómo es posible esta regresión, este estar en el
principio que lo único que hace es principiar, pues no prosigue nada? Más allá de lo sociopolítico, tienen que existir
bases pre-políticas en la cultura
(matrisocial) que sean la raíz de esta inhibición psíquica
y social. La búsqueda de la
identidad por estos contornos
étnicos (Lévi-Strauss, 365-369),
que nosotros calificamos en la
perspectiva de la personalidad étnica
(Cf. Devereux, 1975) matrisocial, podrá revelarnos esta disminución o
depresión de la cultura política del
venezolano.
Para reconfirmarnos en esto, vamos a observar cómo
reacciona el pueblo frente a estas élites que “se imponen” como autoritarias.
En primer lugar, al individuo que tiene capacidad de convocatoria, pero que pudiera exigir
compromisos, el pueblo lo admira de boca, pero a la larga lo deja solo
"porque nadie le hace caso, más
allá de leerlo o escucharlo" (Alto Funcionario; Véase R.J. Velázquez, 1994).
En segundo lugar, el pueblo no tiene capacidad de demandar
dirigencia, ni de exigir nada. Es el dirigente el que sólo es capaz de dirigir.
En Venezuela, "los dirigentes no hacen dirigencia; están ahí, pero no
dirigen" (Alto Funcionario). Entonces, el pueblo se las tiene que calar,
quedar en vilo, hasta tanto no llegue el milagro de la dirigencia! Pues no, el
pueblo está coimplicado en esta estructura
¿Cómo?
En tercer lugar, el Alto Funcionario pensó que estaba teorizando demasiado; entonces se recostó un poco hacia
atrás en su sillón reclinable como para coger impulso; luego se puso la mano en el pecho, y medio se incorporó para
expresar su decisión de pensamiento. "Si soy absolutamente sincero y corro
con las consecuencias de serlo, te diré lo siguiente: “El pueblo venezolano está muy inclinado a la
improvisación. Respeta más al que le dice: ¡Se va a hacer esto! que el
convencimiento. Cree más, está más dispuesto a seguir al que se le impone,
que al
que trata de convencerlo de la
bondad de un cosa o problema".
Sin dirigencia y con fuerte imposición en las
relaciones sociales, nos abocamos a un caso límite en la cultura política de un
país como Venezuela: el aislamiento de los grupos que implica insolidaridades e “inintercambios”.
La élite "se aísla por conveniencia, que es uno de sus grandes
pecados"(Alto Funcionario). Pero a la larga, a través de modelos
etnopsíquicos que califican este aislamiento, llegamos al estado primario de lo
social. Estos modelos son el "desentendimiento" de lo social y
el "disfrute" del país. Si dominar significa disfrutar, esto no
supone desarrollar grandes conocimientos; todo lo contrario, esto último conduciría
al compromiso, al esfuerzo, a dirigir, a
edificar la autoridad, la vida. La élite parece concluir: Si nos
"entendemos"
(pre-ocupamos) del país, no lo
disfrutamos. El principio del placer describe el nivel primario en que
están construidas las relaciones
sociales. Por eso, "el pueblo venezolano sería capaz de soportar la falta
de libertad (esfuerzo), pero no la falta de igualdad (regalo, molicie)"
(Alto Funcionario).
El “desentendimiento social” se opone a toda cultura política.
Tal desentendimiento lo detectamos
fundado en lo pre-societario básico
de la estructura familiar: la
madre se desentiende del varón, según la
compulsión de la cultura matrisocial: la madre no puede perder al hijo pero lo rechaza como
varón (Hurtado, 1998). En este desentendimiento matrisocial se explican no sólo
el miedo a gobernar y el miedo a ser gobernado, sino también el miedo a autogobernarse, como carencia de
técnica o cuidado del sí mismo, o de lo mío que es igual (Cf. Foucault, 1987),
esto es, de la falta de cultura política que define el "gobierno"
como un todo. Si toda nuestra cultura política
se reduce al objeto de que todo presidente de la república es "gomero" (R.J.
Velázquez, comunicación personal), lo que predomina en nosotros es lo primario en
política: solidaridad dependiente e
intercambio exclusivo-disentivo;
si la autoridad
se ancla en estas dimensiones
primarias, está expuesta a quedarse en
autoritarismo, y el acatamiento en imposición.
E. CONCLUSION:
EL "ARTE" DE LA
POLITICA Y AUTORIDAD REMISA.
El problema generado con la construcción de los
discursos políticos, sean propios o
importados, para el caso es lo mismo, es
que los discursos no tiene que ver o no se corresponden con la realidad o
nuestras instituciones etnopsíquicas (Ruth Capriles). Los discursos están abarrotados
de arriba a abajo de ideología. Por
eso el venezolano vive su
realidad en dos planos: el del discurso y el de la realidad cultural;
está acostumbrado a manejarse en doble código contradictorio, por eso su
condición como resultado es la ambigüedad. Entre lo formal e informal, entre lo
pícaro y lo honesto, entre la jerarquía y la igualdad, el venezolano se soluciona emparejando las
realidades en contradicción; es un
“parejero”, más que un demócrata, es
un “igualista” (primario) más que
un meritocrático, (Cf. Velázquez, 1994).
Esta ideología del “igualismo” adereza todo, tanto la familia como la
sociedad. Es más, se pasa de la familia a la sociedad sin ruptura en las
relaciones sociales. Por eso, para los venezolanos, la sociedad se resuelve
como la familia, en la lógica de la familia. Y la familia (matrisocial) no es otra
cosa que la madre y el “complejo de la(s) madre(s)”, que en términos
etnológicos o del parentesco se traduce como alianza fraterna o mejor
sororal (las hermanas). Si la matriz cultural no es y aún desconoce la
negociación o intercambio, la política no existe en sentido estricto; si emerge
lo hace en la lógica del "cuadrarse", la del estás conmigo o no, esto es, eres mi
amigo o mi enemigo; en la lógica del
ventajismo que conlleva de entrada la ruptura de la reciprocidad
o igualdad de oportunidades; por
lo tanto la política se implanta
sobre un desacuerdo inicial en la relación de los grupos, desacuerdo social inscrito
en el desorden esquizoparanoide del todo o nada. La política de bloques es un
ejemplo de esto. Hay una desconfianza
radical a la posibilidad de
construir ventajas mutuas
en la convivencia que impulsaría un
acuerdo o contrato social.
A nivel sociopolítico, los desórdenes étnicos del chantaje, del alcahueteo, de la complicidad,
del cuadrarse, del ventajismo, del
madrugonazo, se hallan en la lógica del sobreafecto (sobrerrepresión) maternos. La negación del otro, el
comportamiento de tipo clánico o de
combo (el sistema político no es más que un amasijo de facciones), la falta de
compromisos y las irresponsabilidades, los
atropellos y las desconfianzas se hallan en la lógica de la alianza
fraterna, la otra estructura simbólica
dura de la matrisocialidad.
Las
compulsiones del macho y del
marico son derivaciones estructurales, que son respectivas de faltantes culturales
con relación a la ausencia de cultura del padre (autoridad), del cónyuge (alianza
matrimonial), de lo mujeril o femenino encantador. El hombre que no crece sino como hijo, no tiene
compañera institucionalizada
societalmente, ni goza de lo femenino encantador a través de lo cual
salvarse, curarse. Es un solitario. SOLO
LE QUEDA LA MADRE
(Cf. “El Otoño del Patriarca).
Queda preguntarnos sobre el tipo de socialización que
soporta no sólo el sistema político, sino también exactamente la cultura
política. Cohen (1979, 48) nos recuerda los
presupuestos de que cuanto más conveniente es la socialización para la
práctica de la
estructura de autoridad, más estable es el sistema político; y que
cuanto menos pronostica la socialización respecto de la experiencia adulta, menos estable es el
sistema político, menos precisa -decimos
nosotros- es la cultura política, según
la matrisocialidad.
La modernidad nos propone desde Kant, que la
ilustración de la que nace la democracia lleva al hombre a la
mayoría de edad política (Cf. Savater, 31). Que la
matrisocialidad funcione como una identidad etnicista, más que conducirnos a la
libertad nos lleva a la xenofobia y al fanatismo, al igualismo y a la parejería;
es necesario evitar este soporte etnicista del complejo de gobernarse, porque de lo contrario
permanentemente se asoma ante nosotros
el autoritarismo del cacique o del caudillo autoritario (la lógica
de la montonera). En este sentido
no apoyamos a Bobbio (1992, 33), que contrapone los principios de libertad y de
autoridad. Para nosotros la autoridad (orden constitutivo de la sociedad) se
opone al igualitarismo y no a libertad. No es lo mismo el sistema de dominación (poder) que el
sistema político (lo público). La
cultura con sus valores se encuentra en el
sistema
político y tiene un resultado en la configuración de la estructura de autoridad. Del mismo modo decimos que el
poder no es lo mismo que la autoridad; ésta define la estructura constitucional
de la sociedad, aquél la configuración de las esferas de influencia e
intervención de la fuerza. El sistema político media en la relación de poder y
autoridad.
Si las actividades en el sistema político constituyen
el proceso político, las prácticas de la estructura de autoridad dicen relación
al aprendizaje o socialización política. Una socialización donde la
experiencia adulta se encuentre sin elaborar plenamente (ausencia de la figura
del padre) trae graves consecuencias
tanto en la estabilidad del sistema político como en el ejercicio de la autoridad.
Entra en este momento la relación de la ética y la política
en su punto clave que es la calidad de los sujetos portadores de la política.
Como la cultura matrisocial se orienta por el principio del placer tiene
dificultades en constituir mediante una socialización de talante muy emocional
y poco negociadora, sujetos responsables en política. Hoy como nunca la política dice relación a la ética o deja de ser
sencillamente política, es decir, acciones por las que se dirigen y administran
los asuntos públicos (Bobbio, 31).
Nosotros contemplamos que la política no
es sólo voluntad de poder, sino también tiene que ver con la organización de la esfera pública. Entonces la política también
cubre las relaciones de autoridad. Son necesarias las decisiones o gobierno,
pero también las persuasiones o retórica como arte de realizar las
negociaciones o intercambios de
los proyectos sociales.
Para evaluar este escenario abstracto en una
determinada sociedad, uno de los referentes válidos de un modo especial es la
cultura, ya se trate como idea excepcional (Touraine, 1993)
o como práctica de presión sobre la política (Ferry, 562). Así podemos observar cuánto de autoridad existe en una
cultura como la matrisocial
venezolana, donde la ley "está hecha para ser quebrantada", y
cómo funciona el derecho si no es como ardid de la viveza, aplaudida por el colectivo. Todo es cuestión de achatar
cualquier mérito o sobresaliente individual; que todo sea igual como solución
de los problemas. De este modo, si el autoritarismo implica un miedo a no ser
iguales, la autoridad supone un miedo a ser
libres. Estos esquemas
conceptuales deben entenderse bien para
evaluar con precisión el talante
de la cultura política venezolana.
En la relación matrisocial de cultura-sociedad
venezolanas, el sistema político se encuentra permanentemente comprometido (en
crisis). En el orden del poder político o relaciones de influencia, el sistema
político está expuesto contradictoriamente a una interferencia de la “societas”
(familia), pues la sociedad familiar
y sus símbolos están relacionados con la
existencia humana y social: fortuna y
desgracia, amistad y enemistad, se integran con
los símbolos del orden político. Pero al mismo tiempo,
está expuesto a la explosión de la
estructura social (el privilegio demanda la exclusión), mediante lo cual puede
reventar el sistema político y saltar en pedazos (guerra civil, revueltas populares,
golpe de estado militar,
dictadura).
Por su parte, en la estructura de autoridad, el
sistema político puede observarse con
vacíos irremplazables, tanto del padre/jefe como del acuerdo de sociedad.
Entonces, el negativismo social se da de la mano con la ausencia de autoridad.
La socialización política se hace difícil por falta de instrumental psíquico y
cultural apropiado. Como consecuencia, ello mostrará una honda
rebaja en la producción de la cultura política en el país. Ni las élites
representan, desde sus privilegios, las demandas de la sociedad, y sus
decisiones por demasiado entrópicas suelen
ser ilegítimas; ni el pueblo pretende, ni sabe, ni tiene capacidad para
identificar, formular y organizar sus demandas sociales o societales.
En definitiva, la estructura de la escasez de
dirigencia, que expresa la autoridad, es homóloga o correspondiente con la escasez
de supeditación, que refleja la débil
socialización política. Estas
debilidades o ausencias, entre ellas la de autoridad, conllevan la autodestrucción
permanente de la sociedad. El punto de mira de este problema y el que
es necesario estudiar con más ahínco
es el de la cultura matrisocial y su vertiente en los asuntos de la política y de la sociedad. Desde este
punto de mira se observa un doble
código y un intrincado complejo de
la cultura, que subyacen a esta flácida
cultura política en Venezuela. Una de sus
manifestaciones se refiere a los temores de gobernar, de ser gobernados y de
gobernarse. En otros términos, a la falta de capacidad para el ejercicio de la autoridad, para el
sometimiento a la autoridad, y para autorizarse como legitimación de sí
mismos (autoestima). Esto último no es
otra cosa que el temor a adquirir la cultura (la “techné”) del orden de autogobernarse, temor
como tal del yo, del sí mismo y de la
sociedad.
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-Periodista
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-Político Conspicuo,
Caracas, 01/04/1996.
Capítulo 4 del
libro de Samuel Hurtado, TIERRA NUESTTRA QUE ESTÁS EN EL CIELO, Consejo de
Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1999.