viernes, 8 de febrero de 2013

VILLORIDO





Homenaje a
Paredes de Nava
mi villa y pueblo

I

Los visitantes me traen tus campos
todavía crujiendo duelos de historia
bajo la piel inasible de tus estupores.
En mis añoranzas te siento dormitando
trigales. Cardos morados y algunas
amapolas guían tu senda desde la ermita.

La nieve hace su hatillo y se va
desnudándose su blanco delantal,
el barro endurece su esencia plástica,
dispuesto a soportar los deseos del verano,
en el alcor, apenas erguida, se abandona
tu presencia de olvido,
invita al aquelarre de eternidad evanescente.

Se vació la aldea en paraje de término:
tierra labrantía, algunas zarzas,
juncos reducidos a arroyos, invisible
en liebres, perdices, avutardas...
Hoy quiero asomarme a tu resonancia
absoluta, acosada de perpetuidad.
Crucificada la encuentro en el éxtasis
de tu Cristo vivo consolador,
museo de memoria vigilante.

II

Tuve que dar la vuelta al mundo
como Elcano. Con nostalgias
he abocetado los sitios de tu sendero.
De ti apenas quedan el sendero y las pisadas
de mi ser historizante,
huellas del regreso que siguen hincando
a merced de mis sueños volanderos
a lo Ícaro.

Partí de ti
lo hago cada vez en el recuerdo gravitante.
No es suficiente. Lo auténtico el regreso
de cada lugar en que te vivo y te maduro.
¿La osadía? Intensifico mi alucinación
cada vez que me pongo a encontrarte
consumiéndote a bocados llenos de lejanía
avara.
He alumbrado tu noche con fogatas de mí
en procura de dar con un lucero para el afecto.

III

¿Osadía aún?
Tuve que inventarte en Imágenes de Villorido.
Es mi senderismo del regreso desde Venezuela:
hallo el lenguaje umbroso de La Palencia,
el dulcificado de Valladolid de Aragua. Trópico
diseñado a distancia de mundos del recio
páramo castellano.

Quise añadir algo a tu historia, más allá de ti mismo,
espectro de turismo estético, oscilante
de ansiosas turbulencias
en la experimentación del ser.

Imágenes alevosas para asuntos
del conocimiento: no sé si partí alguna vez
o tú te viniste conmigo arrostrando
del sendero los largos abismos.

Busco hoy con tus soledades plenificarme
en cuajos de estros memoriosos.
Fondeados de tiempo, desmayados
tus campos están a la exposición
de los avatares de Castilla.

Evaporóse el sosiego
ante lo esforzado por el retorno
¿Llegaré algún día?
sólo tu escueto sendero vitalicio
foguea la humana promesa.



Caracas, 29 de diciembre de 2012.
Publicado en Imágenes de Villorido
20 de enero de 2013

LA AGONÍA ENTRE CULTURA Y EDUCACIÓN

Última costura del agua

Es vano remendar el agua,
hacer trenzas de lluvia,
pintar lagos de voces
y lotos de silencio.
Escribimos la palabra grifo,
la dejamos abierta
y soñamos,
oh gavilla de ilusos,
que se convierta en río.

Juan Manuel ROCA, Cantar de lejanía. Antología personal
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Indice General:
A. Las Confusiones Planteadas
B. Las Aclaraciones en clave de Universalidad
C.Exceso de Cultura y Merma Educativa.
D. El Azar Educativo y la Sobrevivencia Agónica Social
 

Pues al calificar el amor de los padres de animal e irracional, ello no es en sí una subestimación: el amor de los padres es tan impenetrable como el amor racional y fecundo del educador; y tratándose sólo del sentido educativo, dicha subestimación no alcanza a ser suficientemente grande. Cuando N. dice que ella es como una gallina, tiene toda la razón; toda madre lo es en el fondo, y para la que no lo es caben dos posibilidades: o es una diosa o es un animal aparentemente enfermo. Pero resulta que la gallina N. no quiere tener pollitos, sino seres humanos; por lo tanto, no debe educarlos sola” (F. Kafka, carta a una señora, citada en apéndice de Savater, 1997).   



“Lo que hay que hacer es saber,

alumbrarse ojos y manos

y corazón y cabeza

y después, ir alumbrando”
(A.Eloy Blanco, Coloquio bajo la Palma)

A lo largo de la crítica a la modernidad, la educación va zarandeada entre el pensamiento de su crisis (la educación anda mal, se dice) y el prejuicio de su salvacionismo social (es lo único que puede mejorar la sociedad). Esta situación de doble pliegue se acentúa cada vez más, de suerte que en la alborada del siglo XXI apenas si se detiene distrayéndose en problemáticas parciales como la posible crítica a su entorno tecnológico o a su complejo económico (matrículas y pago de profesores). En Venezuela, también se produce esta situación general, pero viniendo a nuestro planteamiento específico, se problematiza desde el ámbito de la mentalidad y no desde el orden de la cultura.

A. Las Confusiones Planteadas


            Con el despliegue de las tecnologías electrónicas (TV, computadora, internet) y encabalgándose sobre el mito del milenio, el asunto de la educación se coloca en una problemática punta, casi parusíaca, sobre todo en los colectivos en desarrollo como el venezolano. El atraso, el subdesarrollo, el estancamiento, se pretenden rellenar con más instrucción (educativa) a partir del manejo de una técnica, o insuflando conocimientos de información a la conciencia (in-formateándola), para que el educando se sitúe fuera de la “cultura de la pobreza” o de la opresión u oprobio social. El problema es tal que cuando la economía, la política, la ciencia, la constitución, con sus modelos se agotan, se presenta a la educación como la exclusiva tabla de salvación, pese a las críticas negativas sobre ella. Negativismo y afirmación no parecen contradecirse en el problema educativo, debido a su autorreferencia radical.
            Entonces a la educación se la reduce a un aparte disciplinario que funciona por sí solo, que viene al colectivo desde fuera de su mundo de significaciones y que se le impone como una gracia divina. Pero las significaciones son instrumentos que se fabrican en el colectivo para que éste enfrente la realidad. De este modo toda acción social se ve impactada por la dinámica significativa, que denominamos cultura con criterio antropológico, la impacta dándole un sentido, que puede tener orientación societal o no. Esto depende del ethos  o estilo de hacer de una determinada cultura. Siendo la educación una acción societal, nos preguntamos si en Venezuela adquiere un sentido de orientación societal o no, y para respondernos lo hacemos observando el tipo de cultura o mundo de significaciones que se produce en el colectivo venezolano.
            El asunto se suele complicar cuando se utiliza de un modo babélico el concepto de cultura desde la noción sociológica de cultura. El que educa es un hombre culto y cultiva el gusto en los educandos, es un erudito y sabe muchas cosas con lo que transmite un cúmulo de conocimientos, es un profesional  y debe enseñar diversos métodos y técnicas para desarrollar otras tantas experiencias tanto tecnológicas como artísticas. Este concepto sociológico suele, por su carácter superestructural, conducir a la educación a desvíos racionalistas de tipo uniformador y reductor de la realidad: lo cultural se encuentra en el mismo nivel y ámbito de lo educativo, por lo que un hombre culto o cultivado es un hombre instruido, educado. Cuando nos referimos al concepto antropológico de cultura se despeja el problema y se ordenan las “lenguas de Babel”: la cultura es un asunto (el de las significaciones colectivas) y la educación es otro, situado en la acción del proyecto societal. Como forzosamente tienen sus interferencias esenciales, se origina un problema específico cuando se piensa la relación de cultura y educación.
            Si bien es cierto que la educación puede jugar el papel de rito de iniciación, que se-gún Levi-Strauss, se vincula con el problema del funcionamiento o reproducción social, también es cierto que la educación como problema a construir, sigue una lógica de la socialización que, según Kant, se especifica en su relación con la elaboración de lo societal. Aries observa este dilema y lo aclara a favor de Kant cuando dice que “la práctica del aprendizaje (en la educación) es incompatible con el sistema de clases de edad” (Aries, 1987, 17), identificando a éstas con las sociedades de solteros jóvenes en el Antiguo Régimen y en los grupos étnicos. En éstos, la educación sigue paralela con la dinámica cultural para el buen funcionamiento del grupo; lo que quiere decir que no transciende a éste para transformarlo; en la sociedad moderna, la educación requiere de una distancia con respecto de la cultura, pues se trata de hacer social al hombre, para mejorarlo según una Idea de lo humano u hominización, supuesto ontológico legítimo a la hora de organizar las valoraciones. El dilema es: o se educa para adaptar al individuo a la cultura, o se educa para transformar al individuo hacia su autonomía para que mejore el mundo y su porvenir. En su genealogía de la educación en Europa, Aries se encarga de trazar la línea de la diferencia esencial entre el camino que recorren juntos educación y cultura y el camino que “deben” recorrer separadas. Decimos “deben”, porque si no cumplen con esta pauta, cuando va adviniendo la historicidad societal, el problema del paralelismo armónico entre educación y cultura operará en contra de la educación.

B. Las Aclaraciones en clave de Universalidad.

            La cultura es un problema humano general que consiste en un esquema o diseño de significantes que produce “realidad” de significados, originándose en este proceso la identidad específica del colectivo: es el principio del arraigo. Pero al mismo tiempo dicho aparato de significantes genera la necesidad del movimiento para sobrevivir en el entorno y organizar éste de acuerdo a una vida en sociedad: es el principio del intercambio ¿Tendrá éxito una determinada cultura en la operación del principio del intercambio con miras a la edificación de la vida en sociedad tal como lo propone el proyecto y la idea de sociedad en la modernidad? Recordemos que ya Freud, Levi-Strauss, Devereux, oponen los modelos de culturas narcisistas orientadas por el principio del placer y culturas del intercambio social guiadas por el principio de realidad.
            Por su parte, la educación es una acción social, que garantiza el aprendizaje de saber organizar la vida en sociedad, donde el pensamiento y la técnica confluyen para orientarse en el mundo o entorno. Requiere del soporte de una cultura basada en el intercambio social, cuya tendencia apunte a la preparación o cultivo de la subjetividad y cuyo punto culminante sea la autonomía de ésta. De paso sostenemos que la autonomía o emancipación de las cosas inmanentes es el supuesto clave de la modernidad, entendiéndose ésta como el diseño y ejecución del proyecto social. La posibilidad de esta subjetividad se halla estrechamente vinculada con la producción de las significaciones colectivas, donde se valoran y transvaloran las cosas y su mundo. Por lo tanto es la cultura desde su sentido étnico raigal la que dispone de las herramientas, de los insumos de significados, de los procesos de trabajo del sentido, de las ideas o diseños de los productos, y de los productos mismos. Uno de estos productos es la vida en sociedad, en el que se origina el subproducto de la educación, como lugar ponderado donde se elabora la autonomía subjetiva. El trabajo de la cultura en la institución educativa para conformar dicha subjetividad no puede hacerse sino en términos del proyecto social, en cuyo nivel se encuentra la clave de la universalidad.
            La universalidad se distingue de la cultura particular en cuanto que ésta constituye a la “sociedad natural” o comunidad donde la cultura domina y reduce a la sociedad a su “localidad”; aquélla se expresa en la “sociedad artefáctica” o asociación (gesellschaft); la comunidad es “connatural” con la cultura y se obtiene solamente mediante un leve esfuerzo de adaptación perdurable; la asociación no es “natural” y se distancia de la cultura en la medida en que requiere una gran esfuerzo o lucha de transformación en todo momento para mantener su conformación. La adaptación se relaciona con el “aprendizaje” del pensamiento concreto de carácter mágico; la transformación constructiva necesita tener garantizado ese aprendizaje porque ahora el pensamiento debe ser de largo alcance porque apunta al proyecto social. En la modernidad, sin la producción de “pensamiento a largo plazo, todo pueblo vaga en el vacío”(Varcárcel, 1999). Se trata del enorme trabajo de construir los acuerdos sociales, con objeto de dejar atrás las arbitrariedades o personalismos que anidan en las relaciones familistas, localistas, etnicistas, nacionalistas, y aún cosmopolitas y ecuménicas, para llegar a la mundialidad. Hoy día más que nunca vamos asistiendo al proyecto y realidad de la sociedad como un asunto en sí mismo y como tal mundial: cada problema ecológico, militar, social, económico, político, sexual, de razas y de pueblos, va afectando a todo el mundo y éste lo sensibiliza y tematiza como tal. Esto es lo que conceptualizamos como la clave de universalidad. Apelar a los orígenes étnicos para lograr nuestra identidad diferencial es un obstáculo regresivo para adquirir dicha clave; en cambio, buscar y partir de nuestras raíces étnicas para saber quiénes somos opera a favor de pensar la universalidad como propia.
            La educación pertenece a la clave de universalidad desde que comienza con el primer desencantamiento de los orígenes míticos del mundo por parte de las religiones monoteístas (Gellner, 1994; Touraine, 1992); si contra algo debe operar la educación es contra el pensamiento mágico, la fatalidad o destino y la inercia.Si algo debe favorecer es el desarrollo de la subjetividad y autonomizarla, y no puede hacerlo sino orientada con trabajo racional al proyecto social. Todo instrumentalismo (racionalista) como la “re-ducción” de la educación a sus circunstancias de escolarización, de  tecnologías educativas, de costos mer-cantiles, de técnicas profesionalizantes, de intereses gremialistas, etnicistas o nacionalistas… conllevan desvíos graves de la educación y dañan profundamente a la enseñanza de esa tendencia a la universalidad, inscrita en la dinámica de las cosas y el pensamiento.
            No se puede enseñar a universalizar, si no se lo ha aprendido de antemano, según las condiciones esenciales del ser cultural del actor social, esto es, la condición de ciudadano con su implicación de autonomía o crítica subjetiva. Por su parte, si la educación es un lugar ponderado para enseñar a universalizar, es por su propia circunstancia de llevar a cabo la acción de enseñar “desde fuera” que se inscribe en la acción intersubjetiva, generada en la  relación maestro/discípulo. El aprendizaje de antemano supone que se realiza en los grupos básicos del colectivo, como la familia u hogar, donde la cultura (etnológica) tiene una incidencia fuerte, y después en la escuela; o a falta de la socialización con referencia a la sociedad en la familia, la escuela tendrá que realizar dicha socialización de un modo más duro, sin contemplaciones; y si la escuela, la universidad… no lo hacen le quedará a la vida del trabajo ejecutarlo por las buenas o las malas. La acción “desde fuera” indica que de entrada es una acción social o moral, mas allá de involucrar lo psíquico y lo cultural, y transcendiendo la autorrealización, entendida según el prejuicio cultural alemán. El otro (maestro) hace, no el papel alemán de parturienta (autorrealizada), sino el socrático de partera (ayuda a crecer desde fuera). Tal es lo que significa educar (ex-dúcere): “guiar desde fuera” con el fin de “hacer crecer”(autoridad, de au-geo) al alumno; requiere que el maestro se encuentre en un plano distinto, el de la jerarquía social, pues ambos pueden pertenecer o no a la misma cultura sin que sea óbice al marco de la acción social educativa.

[Continua en el siguiente módulo a continuación]
 


LA AGONIA ENTRE LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN (continuación)

A la mar fui por naranjas 
cosa que la mar no tiene (bis)

Ay que trialará
Ay que trialará

Ese mar que ves tan bello

Ay que trialará
Ay que trialará

Ese mar que ves tan bello
es un traidor.

A la mar fui por naranjas
cosa que la mar no tiene.

(Canción Popular de Castilla)
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C. Exceso de Cultura y Merma Educativa.



El problema que tenemos en Venezuela es si la educación tiene un valor, y si lo tiene qué escala de pensamiento detenta. Decir que tiene un valor sólo instrumentalista, esto es, la enseñanza de conocimientos a una clase de edad, los jóvenes, para que se ganen la vida, no indica bien que la escala de pensamiento es de corto plazo, pues ocurre lo mismo con la construcción de edificios escolares: puede significar que conduce automáticamente al desarrollo social o que es una condición importante para dicho desarrollo, pues tiene una racionalidad instrumental para contribuir a largo plazo al desarrollo social. Sin embargo, para ir al fondo de la idea o problema educacional, utilizar el criterio del valor de educar asume como tal la mediación de la producción de las significaciones o mundo de la cultura, en cuya circunstancia favorable o desfavorable debe acontecer la educación. Planteamos ahora que la circunstancia de la cultura (etnológica) venezolana se encuentra en una lucha antitética, como una agonía de vida o muerte, con respecto a la educación en Venezuela. Esta situación muestra que dicha cultura se ubica paralela a la educación, como si fuera un caso de sociedad del Antiguo Régimen, donde el exceso de cultura paraliza el proceso educativo.

            Si bien toda cultura expresa como tal la universalidad humana, no toda cultura trabaja de modo idéntico en el proceso de hacer social y humano al hombre mismo. La circunstancia  cultural nos impulsa a no suponer que en la educación venezolana las instituciones antropológicas actúan del mismo modo que en la de otros países. Aunque “el hogar es nuestro punto de partida”(Winnicott, 1993), la estructura psicodinámica de ese punto de partida es diferente de acuerdo a la dinámica cultural con que se cruza aquella psicodinamia.

En la cultura venezolana, la relación psicodinámica de madre/niño se muestra como la relación paradigmática no sólo del resto de las relaciones familiares, sino también de todas las relaciones sociales. La compulsión fundamental en que se soporta dicho eje estructural de la familia venezolana consiste en que la madre no puede perder de ninguna manera a su hijo, sea debido a otra mujer, sea por parte del padre en alguna porción. El modo de retenerlo para sí se efectúa mediante la represión básica del consentimiento/abandono, que contiene las condiciones de una regresión psíquica  que afecta el modo de producir las significaciones sobre el mundo y la vida. Esta demora psíquica se perpetúa culturalmente desde la psicodinamia múltiple de una figura materna que es al mismo tiempo madre, virgen y mártir; es decir, engendra hijos, tiene hijos sin engendrarlos (nietos), y aborrece al varón (marido). Es la figura de la abuela en la que se cumple plenamente esta producción cultural de la madre, y es la relación de la abuela/nieto la que “cierra” el circuito productivo de las figuras de este tipo de familia. Las relaciones conyugales, de la paternidad y de la feminidad (opuesto a hembrismo)  pertenecen al lado blando de la estructura familiar, mientras el lado duro lo constituye el grupo de mujeres (madre y hermanas = alianza sororal, que también son pensadas como madres) con sus hijos (varones); los varones siempre son pensados como hijos pequeños y consentidos. Este hecho cultural de la familia dista bastante del “dicho” oficialmente en el Código Civil. Pero son los hechos significados o realidad valorada y no los dichos formales o realidad mentalizada como un segundo discurso contrastante, lo que nos interesa, porque es en la producción del sentido de realidad donde muestran los colectivos las posibilidades de su contramarcha hacia la configuración de la acción social. Esta contramarcha la vamos a exponer para el colectivo venezolano en la acción social de la educación.

El brevísimo esbozo de la estructura familiar muestra dispositivos culturales con los que el colectivo venezolano encuentra dificultades para enseñar/aprender a universalizar. Las resumimos  en dos procesos:

1) La personalidad cultural venezolana no sufre el desencantamiento de sus figuras familiares en su proyección a las relaciones sociales. La figura todopoderosa y absorbente de la madre y de la abuela impregna toda la cultura o producción de los significados sobre la realidad, porque en dicha figura se sitúa el foco o fontanal de la cultura misma. Esta ausencia de ruptura de la personalidad cultural permite a la cultura situarse paralelamente a las acciones sociales: económicas, políticas, ideológicas, educacionales…; la educación escolar sufre así un impacto directo e inmediato al situarse en un lugar contiguo al hogar o la familia. Todas las relaciones sociales se ven afectadas por una racionalidad maternizada, en el sentido que recogemos en nuestro concepto de matrisocial, muy distinto y distante de su sentido postmoderno (Cf. Savater, 68). Las figuras sociales que deben remarcar la autoridad, no se producen como tal en el colectivo. En nuestro caso, la figura del maestro (o la maestra, que en Venezuela ha ido ocupando ámbitos sociales asociados a los papeles maternales) se encuentra maternizada de acuerdo a las significaciones matrisociales. Es decir, la dinámica materna tal como la hemos caracterizado en sus arquetipos étnicos, no admite espacios sociales autonomizados respecto de la cultura, y si los encuentra los fagotiza (Hurtado, 1999). La cultura matrisocial no produce la “madre sustituta”, que es una figura societal, esto es, lo que denominamos “maestra”. La maestra venezolana como en cualquier colectivo mundial, puede y de hecho desarrolla toda su actividad profesional y técnica, con sus mentalidades y filosofías correspondientes, pero culturalmente no está constituida como tal, esto es, no detenta los dispositivos de ciudadanía; sigue siendo simplemente una madre, pues no transciende su maternidad cultural, no rompe con ella cuando ejercita su profesión liberal. Igual que en su casa u hogar, sigue siendo madre de sus alumnos, que no puede pensarlos sino como otros hijos, pero con una conclusión coherente de que si sus “hijos de la casa” tienen un problema particular “abandona” a sus “hijos del aula”. Si en el concepto de “madre sustituta” (o el “padre sustituto”, da igual), el término de madre es análogo o metafórico, en la realidad venezolana son unívocos porque coinciden al expresar la misma racionalidad maternal de acuerdo a su realidad etnológica. Sin el despegue de la realidad societal en Venezuela, la maestra no ha podido aprender de antemano a universalizar, y, en consecuencia, no puede enseñar en dicha clave que depende del dispositivo del inconsciente étnico.

            2) Sin la crisis de la personalidad cultural, el crecimiento hacia la autonomía y crítica subjetivas encuentra un camino lleno de vicisitudes. Los procesos de socialización muestran que la personalidad cultural venezolana se reproduce enteriza, sin fracturas que permitan su crecimiento societal. En todos los sitios, la familia y en especial la madre, son los agentes primeros y más fuertes de socialización. Pero mientras en otros colectivos como en los mediterráneos, el referente o motivo de la socialización es la clave societaria, el niño debe devenir un ser social, universal, en Venezuela el referente es la clave de la familia misma con su red de relaciones semiclánicas, personalistas, arbitrarias y de corto alcance. Es una socialización familista amoral, regresiva. La madre socializa al niño “re-duciéndolo” (re-dúcere) a ser un consentido, circunstancia que actúa más como abandono que como protección para el crecimiento autónomo. En este marco la autoridad no se fragua culturalmente y el apoyo para que el niño o joven “aprenda a mandarse a sí mismo obedeciendo a otros” (Savater, 106) nunca le llega. El actor social venezolano no podrá disponer del aprendizaje a someterse a la ley como voluntad colectiva, mientras su cultura sobre la vida no le permita entender que tal aprendizaje de sometimiento a los acuerdos generales le trae ventajas a él porque se las trae a todos.



D. El Azar Educativo y la Sobrevivencia Agónica Social.



            Sin figuras de autoridad claras, tanto en la familia como en la escuela, que encarnen las referencias de la orientación social, las relaciones sociales que deben contener una dosis de miedo conveniente para saber de la realidad, otra dosis de respeto para cumplir con las normas y saber ubicarse en la realidad, y una dosis de responsabilidad para transformar la realidad…se perturban reaccionando con pánico a la realidad, con aborrecimiento a la realidad, con falta de compromiso para construir el mundo o realidad encomendada. Ante esta  situación, la educación carece de este instrumental cultural básico para desvelar la realidad, mostrarla y cambiarla, frente a un ilusionismo de realidad, de espejismos con que nos obnuvila la cultura (Cf. ‘Doña Bárbara’). La existencia de la realidad produce un pánico obsesivo en el portador de dicha cultura, de suerte que sin identificarlo la educación venezolana no sólo no logra que se supere en el colectivo, sino que también paraliza la dinámica educacional misma. Que esto es así da cuenta el que los niños y jóvenes no aprendan la dosis necesaria de disciplina para ordenarse a sí mismos, para ubicarse en la realidad geográfica, histórica, cultural y social del país, y para trabajar su estima por sí mismos. Los productos educacionales, si se imparten en el aula, no traspasan sus muros, pues el colectivo sigue prefiriendo el comportamiento azaroso, la inercia en la acción, la magia en las soluciones. Tanta historia y tanto volumen de población escolarizada, tanto dinero invertido por el estado en la educación, y todavía nuestra vida o convivencia social la encomendamos a los milagros (“como vaya viniendo vamos viendo), al destino (‘en el camino se enderezan las cargas”), a no hacer por nada  porque ésta muchas veces es más productiva que hacer algo, o a la rebusca como lugar del ‘éxito’ recolector.

            La corrección al alumno se piensa como un inconveniente autoritario, por lo que se termina haciendo como un “agridulce” reclamo. La corrección educativa requiere dedica-ción, valor, trabajo, y ésto es lo que evita el educador. Corregir no es lo mismo que castigar, que puede estar implicado en formas de corrección; pero el castigo más profundo no es el físico, del que huye la mentalidad del educador, sino el del abandono, pues la cultura no produce sino dinámicas de consentimiento. Es el castigo del abandono el que mantiene a los niños y jóvenes en el infantilismo anal, base de su agresividad cada vez mayor. Si el infantilismo anal también ocurre en la escuela de los países de capitalismo central, debido al desorden étnico de la esquizofrenia moderna, en Venezuela este desorden se mezcla con paranoia, de suerte que los niños y jóvenes están más expuestos a generar agresividad. Este es un índice mayor de la agonía de nuestra educación escolar. 

            Mostramos cómo en la enseñanza de la historia nacional, la cultura matrisocial afecta agónicamente a la educación, pues la conciencia moral y las luces se quedan en la superficie de lo social o andan errantes. La conciencia moral del alumno no termina de fraguarse ante el cartabón con que se presenta a los héroes de la patria, pues se confunde lo heroico ideal y la realidad del acontecimiento, confusión apropiada a la hiperrealidad en que vive culturalmente el venezolano (cf. Martín, 206). Tal cartabón patriótico a veces no llega ni a florilegio de las glorias patrias, según informantes (Hurtado, 1999), pues en la enseñanza los héroes persisten en su mundo mítico mágico sin avanzar en el tiempo histórico, se quedan en símbolos de contenido vacío que solo pueden mover a colectivos gregarios, de suerte que la educación escolar no logra hacer de la historia un tiempo de la maduración de la conciencia social del venezolano; es sólo un tiempo puntual donde juega el destino, la fatalidad, la inercia. 

            La cultura termina haciendo que la educación, ni siquiera la de racionalidad instrumental, llegue a ser un lugar de resistencia al desvío de lo societal que impulsa la circunstancia de la modernidad llamada hoy globalización. La escuela se presenta como parte de un discurso impuesto; esta imposición tiene que ver con el racionalismo instrumental (modernización) del colectivo venezolano, pero también tiene que ver con los faltantes sociales de nuestra cultura o en otros términos, con lo primario (emotivo, instintivo) en que ocurre la misma: criticamos al jefe para que se vaya de inmediato pero le pedimos que todavía espere hasta mañana, o lo que es lo mismo, no nos gusta que nos manden pero no hacemos nada si no nos lo mandan (nos lo imponen). Nuestras esperanzas/desesperanzas las depositamos en el jefe como destino, y como tal rechazamos/demandamos que nos imponga sus órdenes. No somos anarquistas de un modo suficiente; por ello, ese faltante de compromiso con la realidad, ausente debido a las relaciones primarias de la existencia de la cultura, no ha sido llenado por la educación. Mientras la mentalidad educacional observa este faltante, la cultura lo deniega; si técnicamente el educador imparte educación, socialmente no transciende los muros del aula. En suma, la cultura desmonta todo deseo, mentalidad, aspiración, responsabilidad, que el educador aprende como parte de sus técnicas profesionales, de suerte que somete a la educación venezolana a una agonía o lucha permanente por sobrevivir al menos como formalidad social. Pero la realidad (alumno) tampoco espera ni demanda una condición de posibilidad para superar dicha agonía entre la cultura y la educación.   



REFERENCIAS





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BARROSO, M. (1991): La Autoestima del Venezolano, Galac, Caracas.

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FOUCAULT, M. (1976): Vigilar y Castigar, Siglo XXI, México.

GELLNER, E. (1994): Posmodernismo, Razón y Religión, Paidós, Barcelona.

HURTADO, S. (1998): Matrisocialidad. Exploración en la estructura psicodinámica básicade la familia Venezolana, coed. EBUC-FACES, UCV, Caracas.

HURTADO, S. (1999): La Sociedad tomada por la Familia, ed. EBUC, UCV, Caracas.
MARTIN, G. en O. Rodríguez(1994): El Antropólogo como Objeto, coed. Trópykos-FACES, UCV, Caracas.
MENDEL, G. (1975): La Rebelión contra el Padre, Península, Barcelona.

SAVATER, F. (1997): El Valor de Educar, Ariel, Barcelona.

TOURAINE, A. (1992): Critique de la Modernité, Fayard, Paris.

WINNICOTT, D. W. (1993): El Hogar, nuestro punto de partida, Paidós, Buenos Aires.

VARCARCEL, D. (1999): “Daguestán, un nuevo síntoma”. ABC, 13 de Sept., Madrid, 20.

VETHENCOURT, J.L. (1974): “La Estructura Familiar Atípica y el Fracaso Histórico-Cultural en Venezuela”. Revista SIC, Febrero, 67-69.

Publicado en el Libro: Contratiempos entre Cultura y Sociedad, ediciones FACES, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2013