martes, 12 de junio de 2012

LA INMORALIDAD DE LA EDUCACIÓN EN LA ETNOCULTURA VENEZOLANA. EL DESAFÍO DE LA ÉTICA. PARTE 1.


Mester de servidumbre

Por carecer de flechas,
los mendigos
arrojaban
a los nobles
sus propias heridas.
Pero había
una raza de pordioseros
más mísera aún:
robaba heridas ajenas
y las vendía
en la plaza del mercado.
Con tan burdas armas
los pobres cruzaron
la noche medieval

Juan Manuel Roca

RESUMEN


La educación no encaja en la posibilidad de un desvío comunitarista. Si lo pretende lo que hace es caer en un valor superficial, que termina en ideológico. Aunque tiene que tomar realidad en una comunidad o cultura, la educación como proyecto social encuentra muchas dificultades si la cultura contiene valores morales caracterizados por el negativismo social. Cuando se activa la educación en este tipo de moralidad, ésta percibe a aquélla como un proceso anticultural que devela un proceso de inmoralidad. Para descifrar este proceso, el modelo analítico adoptado es la oposición discriminadora de valores morales, siempre particulares (de un individuo o una cultura) y los valores éticos, siempre universales, según el proyecto de sociedad. En Venezuela, los valores culturales que muestran los cuentos (Tío tigre y tío conejo) y que interpretan intelectuales y antropólogos, son reactivos contra la educación sintiéndola como una imposición opresiva. Pero el colectivo venezolano tiene también como herencia un deseo ético, cuyo desafío es el de la reconversión cultural. Lo logrará si pone a jugar de nuevo los valores culturales en clavé ética, no desde el yo ideal (ideología), sino desde el ideal del yo (norma o deber social). 




Palabras claves: moral, comunitarismo, ética, desórdenes étnicos, educación, proyecto social, deseo ético.

Contenido
  1. Más que un producto comunitario.
  2. Moral y ética en contraposición.
  3. La educación opresiva.
  4. Denegada moralmente aunque éticamente deseada.

“El doctor Vargas excitó el amor a los estudios que parecía extinguirse en nuestros establecimientos literarios; despertó a la Universidad Central que se dormía en su toga en su polvo de sus claustros: llamó a la juventud a los establecimientos de enseñanza y los imprimió un doble movimiento que cada día crece más. El doctor Vargas fue una aurora en Venezuela” (Fermín Toro, ‘Ideas y Necesidades’ en ‘Liceo Venezolano’ nº 3, marzo de 1842).

Contenido parcial: A. y B.
 
            Sorda unas veces, ruda otras, inconsciente en éstas, abierta hasta la muerte en aquéllas, siempre hay una lucha entre la etnocultura y la educación. ¿Por qué  y cómo ocurre esa lucha en Venezuela? Acudimos a la etnología con la ética en encrucijada, para respondernos, siempre ayunos de preguntas, o si no, náufragos entre arrecifes de preguntas y litorales de respuestas.

A.    Más que un producto comunitario.
           
“Ética Para Náufragos”  de J. A. Marina (2004) en su segundo capítulo de esa ética constituyente que él maneja inspira nuestro título, para después aplicarlo a nuestro ser venezolano. El lo titula la “inmoralidad de la ética”. Y choca así de frente esa formulación, como una metáfora conceptual, así como lo es. Ya nosotros hemos utilizado cosas parecidas para chocar con nuestro análisis, y por lo tanto incidir, en la realidad venezolana, ya no en el modelo de moral/ética, sino en el de cultura/sociedad. Pero lo que hace de reflexión el filósofo de la ética, nosotros lo hemos venido y venimos haciendo con lo concreto real como sociólogo en nuestras indagaciones venezolanas, y entre otros temas ya lo hicimos dos veces con el tema de la educación (Hurtado, 2007). La etnicidad o etnocultura venezolana proporciona un material o escenario estupendo para ello, no sólo para novelistas, teatreros, cineastas, y no digamos humoristas, y otros para no dejar a nadie por fuera. Pero las ciencias sociales no se han aprovechado de ello ¿Por qué? Vaya usted a saber. Algunos sí lo sabemos.
En tiempos de sombra y confusión, este saber sobre Venezuela a fondo, es perentorio, pues se necesita encender alguna luz en medio del túnel. Los hoyos de las ideologías están fijos pero al acecho como cazabobos. Descorrer el horizonte para que la cortina de la noche devenga aurora y mañana, es función de los intelectuales y aún de la academia. En épocas duras de información como la que corremos, los periodistas suelen suplantar muy a menudo y más de lo debido la función de los intelectuales. En Venezuela, este hecho acontece tan de un modo completo que la información cree y se arroga tener el papel del pensamiento. Esta fagotización del pensamiento por la informática señala la desorientación permanente, casi mítica, en nuestro país social. Ahora no nos vamos a detener en criticar a ese papel periodístico, por que, además, si hay que levantar primero la punta de lanza crítica es contra los intelectuales y la academia. Pero veremos cómo en el trasfondo y previo a ello puede verse su razón de ser en el proceso de trabajo que identificamos como “inmoralidad” que produce nuestro ser etnocultural con respecto a la ética, en este caso con un escenario ético como es la educación.
Cuando en “HORA UNIVERSITARIA” nº 199, enero 2007, el periodista titula “La Educación debe ser creación colectiva” está indicando una doble trampa para el entendimiento. La primera se ubica en el “deber ser”; la segunda se encuentra en el término “colectiva”. Cuando uno como investigador pregunta a un informante ¿Cómo es la educación en Venezuela?, el informante te responde cómo debe ser, y elabora su respuesta como cualquier parisino o alemán ilustrado, pero se salta el cómo es, por que inconscientemente parece que se activa su vergüenza sobre el ser venezolano. Pero no quiero hablar ahora de este sesgo ideológico del “yo ideal” como suele arrancar el dato venezolano, sino sobre la creación “colectiva”. Lo “colectivo” guarda la trampa de la que queremos hablar, porque en tiempos de confusión parece que quiere decir todo, y no dice nada, todo lo más susurra un fonema con tono colectivista o comunitarista que viene a ser lo mismo. Entonces nosotros nos quedamos tan contentos porque nos ofrece un primer consuelo a nuestro entendimiento, que en momentos de extravío cumple el papel de autoengaño.
Lo colectivo se asocia al concepto de comunidad, de suerte que de este concepto al concepto de sociedad hay edades de piedra de distancia. El problema hoy es que ha aparecido la noción de “aldeas universitarias”, dentro de una constelación de “ciudades comunales”, y este nivel se encuentra etnológicamente al nivel tribal de las etnicidades. Empero, ello no nos salvará del empuje a que nos desafía la circunstancia de la globalización, que pone a jugar a pasos forzados el principio del proyecto de sociedad. Cuando se formula que la educación es una creación colectiva, ¿es de la aldea?, esto es, ¿la Universidad Central se debe propulsar desde la comunidad de Los Chaguaramos, como su único principio de arraigo? o ¿es de la sociedad, es decir, de la metrópoli urbana de Venezuela, que es Caracas? Queremos interpretar bien, en horizonte de positividad y no de negatividad, que la educación es una creación societal, y como tal un proyecto ético.

B.     Moral y ética en contraposición.


Aquí nos colocamos en una encrucijada de los modelos analíticos. La etnicidad o etnocultura dice relación a una producción de valores de significación que corresponden a un colectivo particular. Cada pueblo o nación porta y produce tal universo particular de valores y con él analiza, interpreta y actúa la realidad. Tal proceso de cómo se ve, y de cómo se enfrenta a la realidad identifica a cada colectivo social. Al observar a ese individuo, se exclama ¡Ay!, ese es un andino, un venezolano, un latinoamericano. Pero también el individuo reacciona viéndose como es, o desviando su mirada de sí mismo. Las repisas de una cultura las componen la lengua, la religión, el arte, los mitos, la organización social, y conformando otra repisa más se encuentra también la moral, es decir, el aparato de la cultura que enjuicia los valores culturales conforme al bien glorificado por el colectivo. La brujería para el azandé, la ganadería para el nuer, el honor para el mediterráneo, el consentimiento o placer para el venezolano.
Toda etnocultura tiene su propia moral correspondiente. La mostramos cuando decimos: esos valores se aprenden en la familia o tenemos que volver a enseñar a los hijos nuestros valores como país. Tu puedes hacer toda la bulla que quieras en tu apartamento,  y algunos de tus vecinos más “atrevidos” te reclamarán aunque con admiración; eso no lo puedes hacer en Alemania, porque en seguida tienes un policía en la puerta del apartamento. La moral siempre se refiere a los valores particulares de un colectivo o comunidad, y como particularidad, también se puede aplicar a los valores individuales. Así decimos que este individuo que hizo tal cosa es un inmoral o las culturas también establecen sus pautas de moralidad. En este sentido toda cultura como tal expresa una moralidad. En sí misma, toda cultura produce valores positivos para sí misma y para autoevaluarse a sí misma.
Otra cosa es cuando es juzgada por otras culturas, y sobre todo desde el denominador común que puede establecerse de la convocatoria de todas las culturas, a la que como norma universal, llamamos ética. Un individuo que no cumple con las normas y costumbres que se ha dado una comunidad, se le puede tachar de inmoral, pero también una norma universal que no encaja en dichas normas y costumbres particulares también se la puede tachar de inmoral. Si a tal individuo se le califica de enajenado, enemigo, porque disiente, y como tal la cultura no acepta al diferente, por que lo piensa como inmoral; del mismo modo una norma universal o ética, puede aparecer como extraña, rara, abstracta, uniformante, y considerada como inconveniente y hostil, porque no encaja en la estructura de la etnocultura o porque la interpela en sus núcleos antisocietarios. Así aparece la ética como enemiga y hostil a la justicia. Del mismo modo y de una forma paralela lo expone Devereux respecto al derecho y la justicia: el derecho es injusto porque es vivido como contrapuesto con los valores de la justicia. Aquél es abstracto e impersonal, ésta es particular, concreta y llena de atenciones personales. El derecho es inmoral, porque “es la máscara impersonal del odio globalizante” (Devereux, 1989, 12).     
 El otro modelo se refiere al proyecto de sociedad. Mientras que la etnicidad o cultura se constituye con el ser, lo que uno es al semantizar sentimentalmente la realidad, ser que es otorgado por la “gracia” natural, y demanda como tal crecer en esa  lógica de “gracia” o don natural; frente a esto, la existencia de la sociedad se encuentra dentro de un proyecto, de un  ideal, de un quehacer, que se configura como el “deber ser”. Aunque su meta está en el futuro, y decimos fuera de la realidad, sin embargo, se halla actuando e interviniendo plenamente en el presente, y lo hace, si existe proyecto, con muchísima más fuerza y volumen que el tiempo presente y la realidad actual.
            Si los seres humanos hacemos caso al proyecto que queremos o deseamos o podemos ser, el deber ser que nos imponemos como deseo o poder, hace que actuemos en un 80% conforme a él en nuestra conducta. Un individuo que se encuentra en su papel de estudiante y su meta es graduarse en el tiempo oportuno organiza de tal manera su vida, su ser, que éste se encuentra transido en un 80% por el programa u orden que se impone y que cumple como alumno. Claro que se levanta de la cama en las mañana, pero lo hace dos hora antes; obvio que disfruta el fin de semana, pero no con exceso por que tiene que apartar tiempo para estudiar. La etnicidad venezolana dice: es inmoral no disfrutar como tiene que ser la fiesta criolla, sin desperdiciar un minuto y todas las gaveras de cervezas posibles no puede quedar llena ninguna, no nos podemos rajar. Si se observa la dinámica diaria de un modo estático, es decir, según lo que somos como etnocultura, el 90% de lo que vivimos es como seres culturales: así se vive la familia, se es amigo, se respeta como vecino, se va como cliente al bar, etc., y sólo un 10% funciona como alumno ya en el aula, ya en la biblioteca o sala de estudio. Quedarnos en el ser o estática social es mantenernos en la moral, donde el 10% de alumnos tiene que someterse a la moral: en Venezuela a estudiar lo menos posible o a “manguarear”, esto es, hacer que se estudia. Así decimos que el estudio es matrisocial (Hurtado, 1999).
            Pero si se observa la dinámica diaria según un proyecto o ideal, nuestra realidad la colocamos al servicio de dicho proyecto o ideal. En este ámbito del deseo que nos imponemos como deber, se producen otros valores que ya no tienen carácter particular, porque se ubican y conectan con un denominador común que está más allá, en el nivel donde se reúnen también los ideales y proyectos particulares de los otros, que se convierten en imprescindibles para yo poder cumplir con mi proyecto. Aquí radica la universalidad de los valores, muy diferente al abstracto e ideológico universalismo. Su lógica o razón de ser es lo que llamamos ética. Para poder decir de verdad, en su objetividad social, a un individuo, que se hizo rico de la noche a la mañana, que robó impunemente, no podemos decirlo desde la moral. Si lo decimos desde la moral o etnocultura, decimos que recolectó con satisfacción, y todo el mundo haría lo mismo en las mismas circunstancias. Por eso Ibsen Martínez dijo en su tiempo oportuno que Carlos Andrés Pérez era nuestro inconsciente colectivo. “El Gran Superyo de los venezolanos está preso ¿pero qué hacemos con el resto de nosotros? ¿cómo se le dicta auto de detención al inconsciente colectivo?” (Martínez, 1994). La etnocultura tiene sus subterfugios para disimular la impunidad recolectora: “no me des, sino ponme donde haiga” o “todo el mundo tiene rabo de paja” para indicar el exceso de cultura que tiene desbancada la emergencia de la ética. Que podamos elaborar los recovecos de estos significados, se debe a la ética que se encuentra en el horizonte como desafío de luz. Es decir, desde una voluntad general, a la que todo el colectivo social se somete porque tiene capacidad de sometimiento, y además lo hizo con la capacidad de cumplirla. Al revelar la inmoralidad del abusador desde la ética, se devela también que el camino a la ética está cerrado para tal individuo o cultura.
“Una sociedad no puede sobrevivir sin alguna forma de jerarquía y de disciplina pública, sin un poder capaz de imponer leyes” (Briceño Guerrero, 185; Cf. Sennett, 24; Marina, 2004ª, 57), pero si quiere aspirar a más, a la perfección, según Aristóteles en una sociedad esclavista, a la libertad, según Kant en una sociedad aún de servidumbre medieval, a la dignidad, según la revolución francesa y que hoy estudian a fondo los filósofos de la ética por concretar la aplicación de los derechos humanos, no tiene más remedio que adoptar el desafío de la ética. Este desafío y su concreción objetiva no es otro que el proyecto de sociedad, cuya idea estaba en ciernes en las religiones monoteístas, en la Atenas de los filósofos políticos, en el derecho de Roma, en la ilustración europea, pero que ahora en la segunda mitad del siglo XX y en adelante el XXI, se tiene como programa a realizar.
Tal proyecto se enuclea en la voluntad general instituida, es decir, el funcionamiento de las instituciones sella y respalda los esfuerzos particulares que a su vez son indispensables para favorecer las relaciones colectivas según una garantía de acción y un jugar a ventajas los resultados de la misma. El sábado 24 de marzo de 2007, en la celebración de los 50 años de la Comunidad Europea, el comisario de la hoy Unión Europea dijo en Globovisión que la adopción de la moneda única (el euro) significa una cierta pérdida de soberanía nacional de los países miembros, pero por otra parte trae grandes beneficios o ganancias para todos ellos. Siempre contando que las pérdidas y las ganancias son diferentes para cada país, porque lo que realmente cuenta ahora son las ganancias de carácter universal, esto es, la construcción ética. Si bien la ética se define por ser el lugar de las grandes preguntas, también resulta ser el de las grandes soluciones, en la medida que la pregunta verdadera es un atinar con la solución como cuestión crítica del pensamiento. La ética dejó de ser una contemplación, si es que alguna vez lo fue, para identificarse con la acción. He aquí la fórmula exitosa con que dio Occidente, frente a otras fórmulas no tan exitosas de las otras ecumenes históricas (Briceño Guerrero, 1994).

Conferencia en la Asociación para la Promoción de la Investigación Universitaria de la UCV, 29 de marzo de 2007. Publicada en AGENDA ACADÉMICA, Vicerrectorado Académico de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 2006, Vol. 13, Nº 1 y 2.



LA INMORALIDAD DE LA EDUCACIÓN EN LA ETNOCULTURA VENEZOLANA. EL DESAFÍO DE LA ÉTICA. PARTE 2.


Recoged esta voz

Ésta es su obra, ésta:
Pasan, arrasan como torbellinos,
y son ante su cólera funesta
armas los horizontes y muertes los caminos. (…)
Será la tierra un denso corazón desolado,
si vosotros, naciones, hombres mundos,
con mi pueblo del todo
y vuestro pueblo encima del costado,
no quebráis los colmillos iracundos.

Miguel Hernández


Miguel Hernández

Contenido
A. Más que un producto comunitario
B. Moral y ética en contraposición
C. La educación opresiva
D. Denegada moralmente aunque éticamente deseada.
 E. Bibligrafía

Contenido parcial: C., D. y E.

C.    La educación opresiva.

¿Qué pasa con la educación en Venezuela? En la clase de Fundamentos de Etnología, donde explico a fondo el concepto de cultura en Antropología, pregunto ¿a qué han venido a estudiar a la escuela de antropología: cultura o educación? Los estudiantes se miran entre sí. Ya el titubeo los traiciona, pero los coloco en él para iniciar la búsqueda. ¿Aquí somos amigos o somos alumnos? Claro, alumnos. Pero no identifican que ello se refiere a la educación, porque la connotación de amigos o pares como alumnos les hace visos, y suena a traición mutua no reconocerse tales. ¿Qué hacemos aquí en el aula informarnos sobre la cultura (fenómeno) o formarnos con la cultura (concepto)? Otras miradas mutuas que se cruzan. Prosigo: El que quiera quedarse en la información puede dirigirse a un “cyber”, y, a través de Internet, la tecnología puede ponerle al día sobre el fenómeno de la cultura o las culturas, pero si quiere formarse, es decir, orientarse en la vida, la punta de lanza es ingresar al sistema u orden de la educación. La información, necesaria e imprescindible, no es más que un recurso para construir la obra personal, no es más que el camino para llegar al sitio que es lo que importa. Si no hay sitio a donde ir, o no sabes a donde ir, ¿para qué quieres el camino? ¿Para andar el camino a lo tonto, como se dice en mi pueblo de Castilla? Ello significa que el ideal o proyecto, indicador del sitio, es el que produce la orientación, es decir, el que justifica que haya un camino, y si no lo hay, lo inventamos: “se hace camino al andar”, como dice el poeta Machado. La angustia y la depresión, las ansiedades y las inseguridades comienzan cuando no hay referencia de orientación. Séneca, el filósofo estoico de la Córdoba hispanorromana ya decía “No hay viento favorable para aquél que no sabe adonde va”.
He aquí la “inmoralidad de la educación” en nuestro país. No tiene orientación: no sabe adonde va. Fundamentalmente no por culpa de la burocracia educativa, tampoco por falta o por exceso de tecnologías educativas, de políticas educativas, de recursos financieros para la educación. Podemos jugar con el sistema u orden educativo haciendo un juicio de valor sentimental: la educación se encuentra muy bien, menos mal, pésima. Vamos a suponer que como cualquier otro sistema social (político, médico, democrático, judicial) se encuentra al tope de su buen funcionamiento. Empero, siempre hay disfunciones, deterioros, insatisfacciones, de cara al proyecto que en cada etapa, espacio, circunstancia social demanda la lubricación del mismo. Aquí entran a jugar los sujetos, a los que se suele olvidar a favor de acordarse siempre de lo instrumental (del proyector, del video bean). En la construcción de los sujetos, el criterio biológico es importante, pero solucionadas las necesidades básicas de comida, sueño y vestido, nos quedan los criterios psíquico y cultural. Como estamos considerando un problema colectivo, a lo psíquico o individual lo recostamos del lado de lo etnocultural.
Si vamos a operar una cultura para ver cómo se dirige su moral hacia el problema de la educación, sin embargo, las proposiciones de las miradas y los juicios deben hacerse desde la ética, es decir, del lugar de producción de la episteme o pensamiento de la sociedad. Se observan así dos tipos de culturas: las culturas cerradas y las culturas abiertas (a lo social, que quiere decir, a los intercambios), o lo que es lo mismo: culturas de la prisa, la violencia, las inseguridades narcisísticas, el placer, y culturas de la pausa, la negociación, atinentes a la norma, la seguridad y el pensamiento. Toda mi investigación de hace 30 años sobre la etnicidad venezolana, es decir, sobre la genealogía de la misma que dice relación a cómo se instalan los valores morales en Venezuela, está llena de modelos conceptuales con el fin de medir significativamente la explicación.
Comencé observando: 1) lo social afirmativo de acuerdo al segundo principio de la etnografía: la inserción social del investigador (Cf. Hurtado, 2006); 2) persistió lo social afirmativo de acuerdo a la aplicación de la crítica europea, una crítica originada en el pietismo francés: el buen salvaje, crítica dirigida a su propia sociedad europea programada, pero que retorcidamente aplicaba a la sociedad venezolana desprogramada; 3) pero al encajar los criterios éticos en el trabajo de mis conceptos analíticos  para su aplicación crítica a un colectivo “incivil”, como A. Uslar Pietri (1992) califica a Venezuela, me fui percatando, con herramienta etnopsiquiátrica (Devereux, 1973), del negativismo social en Venezuela. Aunque en distinto plano, la “ciudad incivil” analítica del intelectual Uslar puede darse la mano con la “ciudad insurgente” militante según el supuesto populista del actual Alcalde Mayor de Caracas.
¿Iba a hacer del país mi paciente como lo hace el psicólogo Barroso (1991)? No era mi interés porque lo que me animaba era el sentido de la acción social, aunque uno puede caer en la tentación psicologista fácilmente. Pero sí aprovechar la analogía psíquica para facilitarse la remontada hasta las fuentes de cómo la construcción social en Venezuela es etnoculturalmente inmoral. Los problemas que tiene el venezolano con la ley, con lo público, con el orden, con el tiempo, con el trabajo, con la ciudad, lo suele tener con la educación. Si miramos a estas problematizadas ventanas abiertas por y para los intercambios sociales, vemos la permanente transgresión (a la ley), la tierra de nadie (en el espacio público), el desorden mítico (en lo planificado), un tiempo paradisíaco (en la historiografía cotidiana), cosechas donde no ha habido siembras (en la economía capitalista), ciudades sin ciudadanos (en metrópolis modernas), educandos sobre-etnicizados (en colegios y universidades).
La crítica del problema de la educación requiere una justificación de corte conceptualmente refinado, debido a que los valores que deben ser impartidos en la educación se cimbrean en la nebulosa de la etnocultura, que permanentemente los inmoraliza. Se parece ello al problema de la relación entre cultura e ideología, donde la realidad (cultural) se mezcla con la mentalidad (ideológica). Los valores étnico-culturales, que glorifican el modo de ser de la vivencia venezolana, chocan frontalmente con los valores éticos que debe impartir la educación, de suerte que aquéllos emiten juicios de desaprobación (inmoralidad) sobre éstos.          
Esta situación llama la atención de los mejores intelectuales como Briceño Iragorri, quién mete en este problema a la mismísima Universidad Central. “Justamente un país como el nuestro, producto de una colonización popular como la española, debió haber formado una minoría egregia, que, de acuerdo con el concepto de Ortega y Gasset, contribuyese a que fuésemos una nación suficientemente normal. La formación de esa minoría egregia no ha logrado posibilidad ni en nuestra misma Universidad, mero centro de instrucción y de técnica, donde poco se han mirado los verdaderos problemas de la cultura” (Briceño I., 49).
O como otro gran pensador venezolano, Briceño Guerrero, que muestra el malestar que causa la llegada de la educación a Venezuela sentida como un castigo. La impresionante página de “Tribulación del Europeo en América” dentro del Discurso Salvaje raya en lo “agrafable” (Briceño G., 309): “Hay en estos pueblos, en esta gente, una oposición soterrada al orden, a la disciplina, al estudio, al trabajo, a la responsabilidad, a la puntualidad, a la verdad, a la moral, a todo compromiso, una oposición ladina, infatigable, oportunista, acechante, tramposa, como si el esfuerzo necesario para mantener la civilización les resultara opresivo” (Briceño G., 222). Dicho esfuerzo tiene en la educación su mejor lugar y representación, pero es sentido como opresivo, cuando la educación es en sí misma liberadora de la selva.
Cuando hablamos del discurso salvaje no se trata de algo metafísico. Ya el mismo Briceño Guerrero explicita su metodología al decir que los tres minotauros hacen de metáfora para expresar el triple discurso con que se maneja todo el colectivo venezolano. El análisis es ante todo discursivo y relacional, buscando las imbricaciones contradictorias de los recursos discursivos y sus tejidos semánticos en el manejo de las relaciones sociales y la etnocultura (Toro, 2005).  
El gran historiador Augusto Mijares, autor de Lo Afirmativo Venezolano, deja caer una queja en forma de pregunta que no se atreve a seguirla en su investigación, pero que nos trae otra revelación sobre esa autodestrucción sentida como un deleite al interior del colectivo. En esa introducción se pregunta antes de narrar las grandes obras de nuestros libertadores: “Pero lo peor, repito, es que siempre aquella visión desolada fue recibida colectivamente casi con morbosa delectación” (y se pregunta) “¿Cuál es el profundo trauma psicológico al que deberíamos atribuir tanto pesimismo?” (Mijares, 16).
Los antropólogos no respondemos con traumas porque no tratamos con pacientes, sino con mitos y cuentos como lo hace previa y normalmente el pueblo. El cuento de Tío Tigre y Tío Conejo retrata a cabalidad el mito venezolano y responde en términos émicos, retratando a cabalidad ese discurso inquietante que detecta la interpretación de los intelectuales. El tipo del “vivo” (pícaro) y el mandón (cacique) muestran el contenido de los dos personajes ficcionados de animales en el cuento. El mandón (tigre) sería un mero parapeto sin maña alguna, si también no tuviera mucho de pícaro (conejo): y lo utiliza como mecanismo de defensa precisamente contra las artimañas de tío conejo. Así como tío conejo tiene también mucho de tío tigre. En el cuento se asiste a una permanente estrategia de mutuo engaño, dando lugar a una agresividad de lamento complacido (Cf. Briceño G., 9). Se acepta la supeditación pero para aprovecharse de los beneficios que se pueden obtener de ella, quedando a distancia el desarrollo de la actividad creadora, al estar corroída por la picaresca. Etnopsiquiátricamente, nosotros hemos desgranado el análisis de este indicador en dos de nuestras obras (Hurtado 1995, 191 ss; 2000, 175-179).
En breve, el análisis de los discursos minotáuricos de Briceño, así como el análisis del cuento de los Tíos no pueden ser de carácter metafísico, como suelen hacerlo los detentadores del poder político establecido hoy en el país, al pegar los que son discursos (Minotauros) y personificaciones (Tíos) con grupos sociales: así dicen que el discurso salvaje identifica a los indios y negros, y el discurso mantuano a los blancos y mestizos clareados; deben ser análisis transversalmente relacionales, pues los tres discurso y las dos personificaciones se extienden y atraviesan a toda la estructura social, y tienen lugar en que cada individuo los contiene en su inconsciente, y lo muestra al entenderlos y manejarlos, de modo que nadie, en absoluto, es un “outsider” etnocultural.

D.    Denegada moralmente aunque éticamente deseada.

La prueba extrema de la inmoralidad de la educación en Venezuela la ofrecen los marcos de los desórdenes étnicos. Se puede entonces observar cómo los juicios de valor que se desprenden de los valores morales, originados en los desórdenes étnicos, califican de inmorales a los valores éticos que deben impulsarse en la educación. La polarización de los dos universos valorativos se muestra al describir los desórdenes étnicos que en Hurtado (1995, 209-213) los hemos definido tomando en cuenta su expresión simbólico-moral de la siguiente forma resumida:
1.                          Reside en la etnocultura venezolana un epicriticismo narcisista de obstinación esquizofrénica.
2.                          La vivencia del tiempo no tiene pasado, ni futuro, pero siempre se encuentra en permanentemente movimiento de zozobra en un eterno presente.
3.                          La negación a crecer en responsabilidad, que conduce a una no aceptación del castigo por falta de capacidad para aguantarlo. Así la impunidad no tiene fronteras o límites.
4.                          La dificultad de reconocer al otro como imprescindible para llevar a cabo mi proyecto y el de todos. Al no reconocer al otro el individuo está orientado a atropellarlo, a abusar de él y/o aprovecharlo.
5.                          La no elaboración de las confianzas, pues se pasa de una desconfianza radical a una confianza excesiva, la del “confiao” y la del confianzudo.
6.                          Los indicadores de la complicidad y la picardía rompen el sistema de las reciprocidades y los compromisos, lo que genera un desorden siempre inconcluso de carácter anarcoide.
7.                          Un comportamiento caprichoso o aversivo, generado en el sobre-consentimiento maternal, niega todo tipo de responsabilidad y de crítica individual. Si se hace crítica, aún constructiva, se asume como agresividad personalizada.
8.                          La transgresión de la norma no significa una simple anomia. Pues la norma existe para ser quebrantada, es lo mismo que la ley es para aplicarla a los enemigos o contrarios. El desorden étnico como conducta incorrecta radica en una profunda fruición: se disfruta rompiendo la norma. Ello es origen de una auto-destructividad permanente del yo y de sus obras.
9.                          Hay una desorientación social vinculada con una incomprensión del mundo exterior, que impide la construcción de éste, como orden esencial de la convivencia social.   

La aplicación a un análisis de las relaciones escolares nos proporciona que la
maestra al ser consentidora, se comporta como una madre y no como una figura social, y el alumno no madura como figura social, al ser tratado como un consentido. En la relación escolar el proyecto ético queda clausurado, por que la etnocultura no lo decanta, ya que las figuras de la relación se muestran como sobre-etnicizadas (Hurtado, 2000, 199-208).
Si los desórdenes étnicos señalan dificultades en llevar a cabo una convivencia
social en sentido complejo: respetos, compromisos, responsabilidades, cumplimiento de normas y costumbres, génesis de reivindicaciones… dichos desórdenes pueden verse bien en la perspectiva de ser formulados como desórdenes típicos (de la estructura social), desde el desafío de la objetividad de la ética que representa el proyecto de sociedad. Es en la referencia a la ética que se observa cómo la etnocultura matrisocial, así caracterizamos a la etnocultura venezolana, no acepta la lógica del orden de la educación, aunque la población socialmente admita y se esfuerce en ingresar al sistema formal de la “educación” (la obtención del título) con el fin de lograr el posible ascenso social.
¿Cómo desactivar la inmoralidad que acecha continuamente a la educación venezolana, es decir, cómo poner a jugar de nuevo nuestra etnocultura si no superamos los desórdenes étnicos (de Tío Conejo y Tío Tigre) con que vamos a la escuela y a la universidad, si los valores morales de estos desórdenes étnicos niegan permanentemente los valores de la educación como proyecto ético? Con ocasión de las crisis económicas y políticas, el colectivo venezolano algún día reivindicará la búsqueda de los valores éticos inscritos en la educación y obligará a su etnocultura (matrisocial) a jugar de nuevo sus normas y costumbres junto con nuevos significados. Entonces llegará el tiempo en que no verá a la ética como incompatible, ni como “atravesada” (una entrometida) siendo un obstáculo en su realización particular como etnocultura, antes al contrario encontrará en ella una ayuda para refinar su semántica natural con miras a servir para lo societal.
Más allá de la obstinación de la etnocultura venezolana con respecto a la educación, el desafío ético persiste en el horizonte para denunciar los inconvenientes que causa la etnocultura a la educación venezolana, así como para anunciar las ventajas que ella aportaría si sus valores universales son tomados en cuenta. Hay que asumir la radicalidad del proyecto educativo como ético, y no rebajarlo como un proyecto técnico, tal como nos quiere llevar la actual política torcidamente ideologizadora, pues lo técnico no tiene las habilidades subjetivas para proporcionar las garantías a las relaciones culturales, ni para inventar nuevos caminos a la sociedad. La insípida ideología de lo técnico no puede eliminar el calor de una subjetividad universal. Si de alguna manera la arrincona o la contamina emergerán las angustias y las ansiedades, así como las falsas críticas contra el orden de la educación. Porque el problema no se encuentra en el horizonte de la universalidad ética, sino en la caverna de la particularidad moralista de la etnocultura.
Las consecuencias de una población, aunque escolarizada pero no educada, nos conducen a que no debe extrañarnos que permanentemente dicha población se encuentre en los límites de una alta “deserción escolar”, aunque no educativa, porque lo que es estimado es lo escolar no lo educativo. Este fenómeno se observa mejor sobre todo en la clase baja que cada vez menos, con el deterioro de lo societal, no alcanza a ver en la escolarización la vía a su futuro ascenso social. Para no entrar a analizar ahora la vulnerabilidad, por falta de juicios éticos como defensas, a que está expuesta toda la población ante las voces de liderazgos sociales, espurios o engañosos.

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