jueves, 29 de julio de 2010

Introducción a la Antropología Aplicada




UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES
POSTGRADO INTEGRADOO EN CIENCIAS SOCIALES
LÍNEA DE INVESTIGACIÓN: Antropología, Cultura y Sociedad
SEMINARIO LECTIVO





Título


Introducción a la Antropología Aplicada




Prof. Dr. Samuel Hurtado Salazar
Caracas, 19 de marzo de 2010



Justificación

Un problema grueso en la Antropología suele acontecer entre su teoría empantanada en sus dificultades metafísicas como son las referidas a su objeto de la etnicidad reducida al “primitivismo”, al pasado que genera ilusiones de identificación con el objeto por parte del sujeto investigador y a la sola rememoración criticista, nostálgica de barbaries exóticas o estéticas. Pero también otro problema grueso se le suele atravesar con motivo de la práctica divagante entre las políticas, las economías, las organizativas, etc., en las que se ausentan los motivos subjetivos sean del investigador sean del sujeto investigado. En las prácticas está anulada la acción social, clave en el criterio de la aplicación, que no puede ser otro que la innovación en las relaciones de la realidad y sus transformaciones sociales. Sabemos, sin embargo, que no puede llevarse a cabo una auténtica antropología aplicada, por lo que se refiere a la acción de los sujetos, si no está bien apoyada en la teoría de la ciencia antropológica. Una auténtica aplicación, como asimismo una verdadera práctica, no puede rayar en la ingenuidad, en un mecanicismo fatuo, ni menos en una abstraccionismo, que no toma en cuenta de un modo inmediato la concreción de lo real a ser innovado.
Interesa por lo tanto aproximarse a una teoría de la aplicación antropológica con objeto de que la ciencia antropológica responda a soluciones de problemas y también a develar otros que necesitan de solución. Siendo el objeto de estudio de la antropología la significación de un colectivo social con respecto a la orientación de sentido de las relaciones sociales o acciones de la práctica, la aplicación que demandan éstas tiende a trascender las explicaciones técnicas para incursionar en la explicación de un artífice, que trata la realidad como un artista o artesano, de manejar(se)la como un gerente, de trabajarla como un autor que proyecta de nuevo su creación. En este programa se precisa la acción del sujeto no tanto en un sistema sino en un proyecto, no en lo dado sino en lo posible imaginado, tal como demanda el tiempo etnológico que impulsa a mirar no sólo al pasado sino también al futuro, asunto que en la aplicación teórica de la antropología está llamando a este tiempo de las ultimidades para demostrarse como herramienta de soluciones y no de ensoñaciones.

Meta

El fin que se persigue es dirigir la antropología hacia la acción del futuro, dejando de lado las memorias, para orientarse hacia el núcleo ético, que contiene toda ciencia y su pensamiento social. Con este motivo se requiere del antropólogo una disposición propicia que debe comprometerle a responder con su esfuerzo teórico, plenamente subjetivo, a seguir la demanda de la solución de las problemáticas sociales.

Objetivo Terminal.

El objetivo final constituye un esfuerzo por superar la confusión de los campos disciplinarios, así como su ingenuidad respecto de ellos, con el propósito de que se valga de todo lo que encuentre, casi como un bricolage, y sepa tratarlo para la aplicación. Esto es importante porque se va a tener que encontrar con temas y problemas nuevos y actuales, para los que la antropología tradicional no tiene herramientas convencionales y va a tener que tomar prestado de otras disciplinas los instrumentos conceptuales.

Objetivo General.

Permanentemente el cursante se va a encontrar con las fronteras entre la etnocultura (particular) y la acción (universal) donde la innovación de la realidad y su prosecución sitúa su desafío dentro del colectivo social. Es necesario que el cursante tenga conciencia y se maneje en este “a medio camino” o en esta veta problemática y logre realizar bien las transferencias y contratransferencias de las objetividades en que está comprometida siempre la marcha de la organización social y su proyecto.

Contenido.

Tema I. Encrucijada Epistemológica.

1. Los términos: práctica, política, aplicada
2. Las sub-disciplinas que tienen lugar con la conceptualización de antropológicas
3. Esquema analítico-conceptual: acción – innovación – pensamiento.
4. El problema disciplinario y su solución científica: el constructo.

Tema II. Proyecto y Ética.

1. Tema y problema fenomenológico a encontrar/inventar (inventariar).
2. Entre las realidades y las posibilidades: técnica y arte.
3. La criticidad: la aplicación como realización de la explicación.
4. Racionalización, planificación, programación: sistema versus proyecto.

Tema III. Aplicación y Realidad.

1. Sociologización de la cultura o mito.
2. Pluridisciplinaridad: antropología y sociología.
3. Antropología de la organización.

Tema IV. Aplicación e Inversión.

1. Recursos y utopías.
2. Capital social como recurso de realidad.
3. Posibilidades de proyectos y su impugnación.

Tema V. Aplicación y Tematizaciones o campos de aplicación.

1. La diversidad de los problemas temáticos
2. La diversidad de los conceptos
3. La diversidad de las subjetividades y de las objetividades
4. El concepto de cultura subjetivo y la manipulación ideológica.
5. Ejercicios.

Estrategias metodológicas.

El desarrollo de la asignatura tendrá una asignación bibliográfica específica y general respecto de cada tema y punto problemático. En la escena de la clase, a no ser que ocurra otra dinámica alternativa, se llevará a cabo la exposición del problema mediante la iniciativa del profesor con el fin de proyectar lo específico del problema y su orientación, esperando su interrupción productiva por dificultades que surgen entre los alumnos, siendo el final de la clase la manifestación de un concierto de preguntas de disertación de todo el colectivo.

Criterios y modos de evaluación.

Los criterios de avaluación serán relativos a la participación sustancial de los alumnos, sustancialidad que se debe observar en la fijación de problemas mediante textos cortos de formulación de problemas. La monografía que cierra el curso y que recoge las inquietudes colectivas y particulares tendrá el peso principal en la evaluación.

Bibliografía.

AGUIRRE, Á. (1995) (ED.): Etnografía, Marcombo, Barcelona.
AGUIRRE, A. (2004): La cultura de las organizaciones, Ariel, Barcelona.
ALBRECHT, K. (1996): La misión de la empresa, Paidós, Barcelona
ARIÑO, A. (1997): Sociología de la cultura, Ariel, Barcelona.
BASTIDE, R. (1971): Antropología Aplicada, Amorrortu, Buenos Aires.
BOURDIEU, P. (2007): El Sentido Práctico, Siglo XXI, Madrid.
CESAP (Centro al Servicio de la Acción Popular) (1993): “Sobre la Acción Popular.
Ensayo de auto-clarificación conceptual del empeño de una organización no-gubernamental de desarrollo social”. SOCIOSCOPIO, Nº 1, Caracas.
CROZIER, M. (1970): La sociedad bloqueada, Amorrortu, Buenos Aires.
DEAL, T. D. y Kennedy A. A. (1985): Cultura Corporativa. Ritos y Rituales en la vida
organizacional, Fondo de Cultura Económica, México.
DESROCHE, H. (1993): “Los autores y los actores: la investigación cooperativa como
investigación-acción”. SOCIOSCOPIO, Nº 1, Caracas.
DEVEREUX, G. (1989): Mujer y mito, Fondo de Cultura Económica, México.
ESPINA, Á (comp.) (2008): Antropología aplicada en Iberoamérica, Massangana,
Recife, Brasil.
DOUGLAS, M. (1998): Estilos de Pensar, Gedisa, Barcelona.
ESTEVA, C. (1984): Antropología Industrial, Anthropos, Barcelona.
FOSTER, G. M. (1974): Las culturas tradicionales y los cambios técnicos, Fondo de
Cultura Económica, México.
FREUND, J. (1973): La sociología de Max Weber, Península, Barcelona.
GARCÍA, J. L. (1996): Prácticas Parentales, Ariel, Barcelona.
GEERTZ, C. (1994): Conocimiento Local, Paidós, Barcelona.
GOFFMAN, E. (1970): Internados. Ensayos sobe la situación social de los enfermos
mentales, Amorrortu, Buenos Aires.
GOFFMAN, E. (1979): Relaciones en Público, Alianza, Madrid.
HURTADO, S. (1991): Dinámicas Comunales y Procesos de Articulación Social: Las
organizaciones populares, Trópikos, Caracas.
HURTADO, S. (2008): Ecología, Agricultura y Comunidad. Exploración en la
Península de Paria (Venezuela) para la orientación de proyectos sociales, EBUC-
UCV, Caracas.
LATOUR, B. (1992): La Ciencia en Acción, Labor, Barcelona.
MARINA, J. A. (1995): Teoría de la inteligencia creadora, Anagrama, Barcelona.
MARINA, J. A. (2006): La Inteligencia Fracasada. Teoría y práctica de la estupidez,
Anagrama, Barcelona.
MARINA, J. A. (2001). Ética para náufragos, Anagrama, Barcelona.
MOUZELIS, N. P. (1975): Organización y burocracia, Península, Barcelona.
RICOEUR, P. 1988): El Discurso de la Acción, Cátedra, Madrid.
SARDI, M. (1993): Venezuela Esquizofrénica, Centauro, Caracas.
SENNETT, R (1982: La autoridad, Alianza, Madrid.
WOLF, E. R. y otros (1970): Antropología de las sociedades complejas, Alianza,
Madrid.

viernes, 9 de julio de 2010

CULTURA Y SOCIEDAD: DOS CAMPOS DEL CONOCIMIETO


UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES
COMISIÓN DE ESTUDIOS DE AMPLIACIÓN Y POSTGRADO
POSTGRADO EN CIENCIAS SOCIALES
LÍNEA DE INVESTIGACIÓN: ANTROPOLOGÍA, CULTURA Y SOCIEDAD.





SEMINARIO DE INVESTIGACIÓN






CULTURA Y SOCIEDAD:
DOS CAMPOS DEL CONOCIMIETO
AL ENCUENTRO.


Número de horas semanales: 3
Horario: 11,30-13,30
Profesor: Dr. Samuel Hurtado Salazar


La ceguera biológica no deja ver.
La ceguera ideológica no permite pensar.


Octavio Paz.


2. Justificación.

La introducción a la práctica de la investigación, en una Línea de Investigación que soporta un postgrado académico, debe proceder desde el terreno de una argumentación problemática. Como trayecto a medio andar, y sintiendo los huecos del camino, es organizar diseños con contenido programático por temas, y además organizados sin conexión, y aunque referidos a una sola disciplina que podría darles sentido, el resultado termina siendo unilateral, sobre todo si se piensa que el planteamiento está referido a la relación de dos disciplina, la una con estudio de la cultura y la otra con el de la acción social.


El viejo camino, hecho con la aludida base en temas, genera debates parciales con informaciones parciales. El desafío comprometido es cambiar una práctica de aprendizaje en la que la trayectoria sea una problemática argumentativa. Ésta desencadena un proceso de formación totalizadora, siempre acompañado por un planteamiento epistemológico acorde con el debate del asunto que se tiene entre manos: el proyecto de investigación. El nuevo debate se amplifica con un problema a solucionar, el de una lógica pluridisciplinaria respecto del trabajo conjunto de dos disciplinas: la Antropología y la Sociología. En la labra de un proyecto de investigación, el foco del aprendizaje se sitúa en la clave de bóveda conformada por el planteamiento del problema a investigar, por su solución en la invención de un modelo conceptual, y por su prueba metódica mediante las motivaciones disciplinarias: la instrumental y la operatoria.




3. Meta.


La meta a lograr consiste en que los contenidos de la significación cultural y de la acción social sean las fuentes de los insumos del trabajo de un proyecto de investigación, personalizado por parte de cada alumno.

Como prueba de demostración pluridisciplinaria, es necesario lograr la elaboración de una teoría general sobre las múltiples explicaciones que puede tener un problema, en este caso, referidas a la Antropología y la Sociología. Este logro se puede concretar en cada proyecto personalizado de un modo apropiado, que pudiera incluir la ayuda o profundización a partir de otra(s) motivación(es) instrumental(es) como el psicoanálisis, la historia, la economía, etc.




4. Objetivo Terminal.


La idea de actuar como investigador debe colocar al alumno desde el primer momento en una disposición subjetiva de carácter transferencial. Disposición subjetiva que no es indiferente a la producción del conocimiento. Es más, afirmativamente debe formarse una subjetividad competente que proyecte una objetividad que justifique la lógica de la ciencia. Con ello se evitará conceder espacio a los prejuicios anti-éticos y a los “idola” que acechan permanentemente al esfuerzo subjetivo.




5. Objetivo general.


Como se ven y se da existencia a las cosas desde los significados, que se les atribuye, es esencial que el investigador aprenda a hacer las preguntas pertinentes sobre la realidad que la etnocultura especifica semánticamente y la estructura social problemáticamente muestra.

Según ello, es necesario que proceda a tematizar la idea inicial o tema formulado. La justificación de preguntarse sobre señales, atisbos, huellas que deja el fenómeno, permitirá encontrar el “locus” (el “hay lugar”) de la investigación, y con ello a abocarse a precisar la formulación del planteamiento del problema. Así, el alumno está en la disposición de establecer la solución (explicación) problemática y la fabricación de la caja de herramientas conceptuales para trabajar la demostración explicativa, tanto teórica como empíricamente. El contenido programático esboza un primer terreno en que debe ejercitarse esforzadamente el pensamiento.




6. Contenido programático.




TEMA I. Epistemología problematizada.



1. Pensamiento y conocimiento.
2. El proyecto y la investigación: arte y técnica.

3. La significación y la acción, objetivos de la investigación.
4. El constructo y su problema: cultura y praxis.




TEMA II. La cultura o la realidad semantizada.



5. La identidad cultural de lo real y los desvíos ideológicos.
6. Los avatares de la definición del concepto moderno de cultura: su historia en tipología.

7. Los desafíos del análisis del concepto de cultura.
8. La etnología es una epistemología: el problema del otro.




TEMA III. La praxis o la ingeniería social.



9. La identidad social de lo real y la pro-acción.
10. Las relaciones sociales y el sistema de acción (histórica).
11. Comportamientos psicosociales y tensiones sociales.
12. Instituciones sociales y órdenes básico y ético.




TEMA IV. El investigador investigado.



13. Internalización de la acción o praxis.
14. Intercambios entre investigador e investigado: la contratransferencia.
15. La ansiedad del investigador en la ejecución de la investigación.La perturbación subjetiva desencadenante de la objetividad.




TEMA V. Antropología y sociología. Encuentros y desencuentros.



16. El origen cultural de la sociedad y el deber ser social garante del ser cultural.
17. Pluridisciplinariedad de la comprobación: cultura y estructura social.
18. Desazón imaginaria venezolana. El ser evaporado.
19. Problemática social de una cultura antisocial.




7. Estrategias metodológicas.



En la Parte I: la Teórica, se procederá mediante el dictado del contenido programado, asociado con el estudio de los textos bibliográficos, y la discusión de las proposiciones y contenidos de los textos.

En la Parte II: la Práctica, se desarrollará el entrenamiento en la formulación de los puntos del proyecto de investigación personal, según su lógica metódica. La práctica concreta se podrá ver permanentemente contrastada con la argumentación del contenido programático, configurado ya como lo está según un proyecto de investigación teórica.




8. Criterios y modos de evaluación



Los criterios de evaluación se refieren a la capacidad de proponer la formulación del problema de investigación, a la invención de su solución o explicación conceptual, y a la competencia de incorporar a la narrativa del desarrollo explicativo los soportes bibliográficos, así como los contenidos inspirados en el desarrollo del programa con su discusión en clase, el acervo de conocimiento acumulado en la historia personal y la experiencia de vida etnográfica. Todo ello bajo la idea de la elaboración de un sentido conceptual que le otorgue el estilo personal del autor-estudiante.




9. Bibliografía.



Althusser, L. (1973): La Revolución teórica de Marx, Siglo XXI, Buenos
Aires.

Bachelard, G. (1973): Epistemología, Anagrama, Barcelona.

Bastide, R. (1073): “Prefacio”. En Devereux, Ensayos de Etno-
psiquiatría General, Seix Barral, 9-19.

Berger. P. y Luckmann Th. (1976): La Construcción Social de la
Realidad, Amorrortu, Buenos Aires.

Bueno, G. (1987): Etnología y Utopía, Júcar, Madrid.

Bueno, G. (1992): Teoría del Cierre Categorial, Pentalfa, Oviedo.

Chinoy, E. (1974): Introducción a la Sociología, Paidós, Buenos Aires.

Coulon, A. (1987): La Etnometodología, Cátedra, Madrid.

Crespi, F. (1909): “Ausencia de fundamento y proyecto social”. en
Vattimo y Rovatti, El Pensamiento Débil, Cátedra, Madrid, 340-362.

Devereux, G. (1975): Etnopsicoanálisis Complementarista, Amorrortu,
Buenos Aires.


Devereux, G. (1989): De la Ansiedad al Método en las Ciencias del
Comportamiento, Siglo XXI, México.

Durkheim E. (1974): Las Reglas del Método Sociológico, La Pléyade,
Buenos Aires.

Duvignaud, J. (1970): Introducción a la Sociología, Tiempo Nuevo,
Caracas.

Duvignaud, 1977): El Lenguaje Perdido, Siglo XXI, México.

Foucault, M. (1972): Las Palabras y las Cosas, Siglo XXI, México.

Geertz, C. (1994): “Géneros confusos”. Conocimiento Local, Paidós,
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Geertz, C. (1995): La Interpretación de las Culturas, Gedisa,
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Hurtado, S. (2005): “Principio ético de la práctica científica”. Revista
Venezolana de Análisis de Coyuntura, Vol. XI, Nº 2, jul-dic., 27-37.

Hurtado, S. (2006): Etnología para Divagantes, Faces-Dicori, UCV.

Hurtado, S. (2007): “Hacer ciencia es hacer mundos. La situación en
Venezuela”. Tharsis, Revista de Cooperación Interfacultades, UCV.

Kahn, J. S. (1975): El Concepto de Cultura: Textos Fundamentales.
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Lefebvre, H. (1972): La Vida Cotidiana en el Mundo Moderno, Alianza,
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Lefebvre, H. (1978): Lógica Formal Lógica Dialéctica, Siglo XXI,
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M., Sociología y Antropología, Tecnos, Madrid, 13-42.

Levi-Strauss, C. (1972): El Pensamiento Salvaje, Fondo de Cultura
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Levi-Srauss, C. (2000): Raza y Cultura, Cátedra, Madrid.

Maffesoli, M. (1993): El Conocimiento Ordinario. Compendio de
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Marina, J. A. (1995): Teoría de la Inteligencia Creadora, Anagrama,
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Marina, J. A. (2004): Crónicas de Ultramodernidad, Anagrama, Barcelona.

Morin, E. (1988): El Método, III. El conocimiento del conocimiento.
Antropología del conocimiento, Cátedra, Madrid.

Murdock, G. P. (1987): Cultura y Sociedad, Fondo de Cultura
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Ricoeur, P. (1988): El Discurso de la Acción, Cátedra, Madrid.

Sahlins, M. (1997): Cultura y Razón Práctica, Gedisa, Barcelona.

Schnitman, D. F. (ed.) (1995): Nuevos Paradigmas, Cultura y
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Simmel, G. (2002): Cuestiones Fundamentales de Sociología, Gedisa,
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Todorov, Tz. (ed.) (1986): Cruce de Culturas y Mestizaje Cultural,
Júcar, Madrid.

Todorov, Tz. (2008): El Miedo a los Bárbaros, Galaxia Gutenberg,
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Touraine, A. (1978): Introducción a la Sociología, Ariel, Barcelona.

Touraine, A. (1999): ¿Podremos vivir juntos?, Iguales y diferentes,
Fondo de Cultura Económica, México.

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Buenos Aires.

Wuthnow, J. D. y otros, (1988): Análisis Cultural. La obra de P. Berger,
M. Douglas, M. Foucault y J. Habermas, Paidós, Buenos Aires.

Cayado propicio



Siesta más larga que la alborada,
la hora más verde en tu fiel aprisco,
pastor, siempre inclinado como un risco
flexible, tienda para mi jornada.

Mágico encinar: corriendo el hada
cristalina del agua; más lentisco
amago acecho fue del basilisco,
-lobo suelto a mis sueños y majada.

Alza, Pastor, tus silbos inefables
por donde el prado de tu amor crecía.
Tu amor no sienta la miseria mía
en los hondos vacíos, deleznables
donde tu ausencia en mi alma se cernía.
Tú, el Pastor de pastos bienamables.


Publicado en: Imágenes de Villorido, Paredes de Nava - Salamanca. Pascua de Resurrección, 1964.

La ciudad de Caracas o la clausura del pensamiento urbano



Dr. Samuel Hurtado
Universidad Central de Venezuela


En Venezuela, más allá de la hacienda y del hato cimarrón, se encuentra el conuco de autoconsumo pre-campesino, que signa con pauta recolectora a toda la estructura social. Sin alfoz campesino la ciudad está afectada por un complejo sociocultural por el que lo personal vecinal (aldeano) se impone sobre lo impersonal ciudadano. El epicentro de ello es el espacio comunal de los barrios no regulados, devenidos base política del estado populista, ahonda el complejo sociocultural en la relación con el espacio público. Al sobrepolitizarse la ciudad, la lógica comunalística se pervierte e invade a la ciudad regulada con buhoneros, invasores de inmuebles, basureros, huecos, malandros y sus pandillas, además dicho estado trata de eliminar el real y posible tejido de ciudadanía. El pensamiento de la ciudad queda acorralado ante la expectativa de extinción de lo urbano de la ciudad. La ciudad no es viviendas; es monumentos y ciudadanía habitándolos (San Isidoro). Debe conservar la memoria, y crear memoria. La ciudad es comunidad y proyecto. Sin comunidad no hay aire para respirar la ciudad; sin proyecto social no emerge lo urbano y las comunidades se disuelven anómicamente, como una maldición babélica. En la “moderna” ciudad de Caracas, los complejos citadinos se ahondan con la tendencia a clausurar el pensamiento urbano.

Palabras claves: conuco, ciudad, espacio público, espacio comunal, sobrepolitización, comunalismo, regresión, pensamiento urbano.


La Ciudad de Caracas o La Clausura del Pensamiento Urbano.


“Caracas es Caracas
y lo demás monte y culebra”
(Dicho popular)

“No sé si existen en América otros pueblos como el venezolano, donde haya sido tan precaria la relación con la ciudad, es decir, donde la ciudad sea un ámbito psíquico tan desalmado; y el alma, la que teje y espera, la que conversa y recuerda, se quede resguardada, con la tenacidad y la ferocidad con que se defiende lo virginal” (M. Fernanda Palacios, Ifigenia. Mitología de la doncella criolla, Angria Ediciones, 2001, 35)

Una ciudad existe en el mundo que es ensueño de sus pobladores y gloria de sus viajeros. Sus emigrantes se la llevan en sus cuadros de arte y litografías, y con ellos enhebran sus recuerdos nostálgicos y hacen sus conversaciones. Es Caracas, la ciudad del valle y del siempre verde cerro de El Ávila, la montaña ayer fortín frente a los piratas, hoy objeto de la naturaleza y la estética, del paseo y parque citadino. Caracas se entrega en físico como una ciudad del valle y del cerro, calurosa y fresca, tiznada técnicamente en el día, y limpia cada amanecer por sus abras de Catia y Petare.
Pero su configuración cultural tiene los marcos elaborados por varios complejos que no la dejan madurar socialmente. Cada uno de ellos se origina y puede signar de algún modo cierto momento de su historia. Lo fundamental es que todos se hallan incorporados a la constitución sociocultural de su existencia citadina. Los carga a veces con honor, otras veces con vergüenza. Este doble código la suele sentir una ciudad acomplejada donde está presente lo social invivible por lo sufrida en sus flaneos de inseguridad. Ello es razonable porque un complejo suele definirse por una solución imposible o de difícil solución. Son los complejos de campo-ciudad, espacio público-espacio comunal, populismo urbano-ruralidad de la ciudad, proyecto-utopía. Aquí la ciudad se entrega en virtual, aunque escamoteada en el pensamiento de sus relaciones sociales.

A. Del Conuco a la Plaza Mayor.

La Venezuela histórica se organizó desde la “ciudad madre”, la Inmaculada Concepción de El Tocuyo. Dicha organización fue propulsada por dos objetivos: la búsqueda de una salida al mar desde aquel refugio al pie de los Andes, y la penetración del territorio mediante expediciones. Ambas actividades dieron como resultado la configuración de un tejido de ciudades, entre ellas Caracas, que cumplían un papel casi de posta, más que centros políticos y rituales, como ocurría en México y Perú. En Venezuela no tuvieron que suplantar imperios construidos y reanudarlos de otra manera. Eran sitios de postas o ventas, como San Cristóbal, para tener las referencias del territorio penetrado y para iniciar un mínimo de intercambio mercantil. La red se mantenía viva entre las ciudades, pero el alfoz estaba ausente de dicha dinámica. Alfoz supuestamente dominado en lo social, aunque no culturalmente. La red de ciudades se implantaba sin que el campo demandara su fundación y existencia, y la ciudad parecía que no necesitara del campo. Aunque se diseñaban las nuevas haciendas y hatos cimarroneros, para el colectivo nacional la estructura agraria fundamental se apoyaba en los conucos, una agricultura de subsistencia e itinerante.
El conuco expresó el desarrollo final de una economía de recolección, que existe aún en poblaciones de los caseríos y en los márgenes de la hacienda, de la parcela de reforma agraria o en la pequeña finca. Aunque hoy no pertenece a la unidades punta de la estructura agraria, y que a veces ni cuenta en la memoria agraria, sin embargo, todavía domina la lógica cultural del colectivo venezolano según el dicho de “cosechar donde no se ha sembrado”. En el conuco no se cultivan hortalizas, productos suaves para la dieta urbana, sino productos de alta caloría como los tubérculos y raíces para la dieta campesina. El huerto pertenece al alfoz de la ciudad, el conuco no. Sus técnicas de cultivo son muy distintas. Mientras la horticultura tiene una lógica de especialización en cultivos, tecnología intensiva y como meta el mercado, el conuco aplica la lógica de la selva, donde los cultivos se mezclan en el terreno y así se protegen mutuamente del inclemente sol, del golpe de lluvia y de plagas. Su meta es el consumo doméstico e ignora el mercado. Lo agrario permanece en un nivel pre-campesino (Hurtado, 1993).
Pero sin campesinos y sus fincas hortícolas, la ciudad no tendrá su alfoz apropiado que le permita su intercambio estructuralmente coherente con el campo. El llamado “campesino” en Venezuela (signado por una cultura conuquera) incursiona en la ciudad con miras a contemplarla como una fiesta, o a utilizarla para conseguir recursos y para ello tiene alguna sucursal familiar en la ciudad, resultado del proceso migratorio del campo. Si al final logran trasladarse a vivir en la ciudad, ocupan sus márgenes (barios marginales) y terminan por no entrar en la ciudad, y la ciudad no contar con ellos. Diríamos que no pertenecen a la ciudad. Sin embargo, puede que la sueñen de lejos como una posible meta que les otorgue la suerte de alcanzar, como una especie de cosecha sin haberla sembrado. Ello se corresponde con su vivencia vecinal de una comunidad simple, es decir, la relación con el otro que debe caracterizarse por su compromiso asociativo y ciudadano, más bien permanece en una relación psicosocial sin complicarse con las problemáticas del barrio, reducido a relaciones ocasionales con sus vecinos (Wolf, 1970).
Si el campo no tiene sentido de articulación con la ciudad, tampoco la ciudad elabora el suyo propio con relación al campo. Sólo éste le sirve de región interiorana con objeto de conseguir recursos para la vida citadina: agua, maderas, frutos, insumos agrícolas, espacio para sus desechos y lugar de trabajo (Lefebvre, 1975ª). Los planes de instalación de los ferrocarriles en el siglo XIX y XX, muestran cómo el pensamiento ferroviario estaba de espaldas al campo; las líneas lo atravesaban sin consecuencias agrarias, eran cortas y tenían como meta conectar las ciudades próximas y cercanas. Las zonas agrícolas y mineras, que demandaban instalaciones ferroviarias de largo alcance y que atravesaran la geografía del país, que es la lógica del ferrocarril para su rentabilidad, estaban fuera de sus objetivos. La red de ciudades no trabajaba las conexiones con el campo (Hurtado, 1991).
¿Esto quiere decir que la ósmosis cultural no funcionaba en ese contrasentido social de campo y ciudad? Por supuesto que sí funcionaba por los subterráneos de lo social. Si la ciudad se empeñaba en decir que representa la civilidad, y el campo la barbarie (Rómulo Gallegos trabaja esto en sus novelas), la difusión cultural puede que le juegue a la ciudad una travesura en su inconsciente colectivo. Si los presupuestos analíticos se plantearan con tal modelo deben permitir el tráfico de rasgos culturales cuando la ciudad penetra también el campo. Dos elementos son claves: la escuela y la carretera, Pero cuando el campo penetra la ciudad, aún la capital de la república índice de la modernidad, como es Caracas, lo hace con la institución total de una cultura recolectora. Por su parte, la ciudad muestra dicha incorporación cultural en todo su esplendor tecnológico y social: se usan máquinas que no se han producido, se importa comida que el campo podría abastecer, y se incumplen las normas de la civilidad sabiendo que son las apropiadas de la vida ciudadana.
Del centro del campo (rancho y conuco) al centro de la ciudad (plaza mayor), se desfonda la realidad de la ciudad de Caracas. Como punta del proceso socio-histórico, el fenómeno apenas deja al campo con unos recursos sociales básicos para sobrevivir en el mundo actual, la vía de comunicación (la carretera) y la información social básica (La escuela), y a la ciudad como un lugar improductivo (no competitivo), anómico de planes urbanos, desarreglado en sus espacios, pobladores ilegales con referencias al incumplimiento de las normas y orden de la ciudad, etc. El conuco como cultivo de relaciones sociales ocasionales, tiene también inconscientemente su asiento en la plaza mayor. El campo es un “outsider”, pero como tal “acultura” la ciudad y la naturaliza. La ciudad se empeña en desconocer socialmente al campo; como desquite el campo se apodera culturalmente de la ciudad. En suma, Caracas, ciudad irreverente con su alfoz campesino, termina siendo una ciudad incivil, como ya dijo Arturo Uslar Pietri (1992). El complejo campo-ciudad Caracas no lo tiene solucionado.

B. Del Espacio Público a la Tierra de Nadie.

Cuando entra a jugar el estado en la política de la ciudad de Caracas se genera
otro complejo con relación a los tipos de espacio. Interesan los espacios colectivos de lo público y lo comunal. Con el estado y la legalidad que impone, así como a la dominación que ejerce, ocurre otra división profunda en la ciudad de Caracas. Los espacios públicos se definen por su legalidad, en la medida que el estado acepta que el tipo de ciudad sea la ciudad legal: la urbanización junto con el casco urbano. Mientras lo colectivo público es legal, lo colectivo no público es ilegal; el estado no lo acepta como “lugar” de la ciudad. Es el barrio marginal.
En esta división de legalidad espacial se juega una semantización obliterada con las tierras comunales de la ciudad, que tenían una legalidad municipal para el uso común citadino. Con la llegada de los migrantes del campo o interioranos, las tierras comunales se confunden con baldíos realengos al generarse el uso de barrios marginales: los pobladores resultan ilegales urbanos y los terrenos ecológicamente degradados, cuya deriva es su segregación social. En esta encrucijada espacial citadina, entra a jugar la política del estado: mientras administrativamente los barrios son sectores marginales, y por lo tanto frágiles políticamente debido a que su existencia pertenece al dominio del estado, ocurre que éste los sobre-politiza para que cumplan el papel de bases sociales del nuevo estado populista. Comienzan a contar en la ciudad, porque resulta que ahora representan a la “ciudad política” por excelencia. Esta deformación histórica populista otorga al nuevo tipo de estado la capacidad de un dominio mayor sobre la sociedad, es decir, sobre la “civilidad” que representa la ciudad legal.
Aquí el espacio desarrolla un juego etnocultural, que se opera como un mito: la “tierra de nadie”. Acontece cuando el espacio comunal es pensado por el colectivo como “tierra de nadie”. Donde el “común” es pensado como “nadie”, el espacio es de “ninguno”. Entonces entra a ser objeto de “ocupación” del primero que llega y lo utiliza de acuerdo a objetivos personales o grupo particular y por un tiempo relativo. Si se pretende permanecer en él ya se piensa como “invasión”, y, por lo tanto, expuesto a ser socialmente criticado. En el espacio comunal como tierra de nadie, se rebaja lo comunal a su nivel más elemental: el espacio se encuentra a merced de todo capricho personal. Su valor también queda reducido a la “nada”, pues termina siendo de todos y de ninguno. La clave de interpretación que se activa no tanto es el “de todos” como posible rendimiento público, sino el “de ninguno” como clave recolectora de una comunidad simple, que preside la cultura del conuco como de subsistencia redistributiva.
De nuevo, la ciudad pensada como un fruto no trabajado, sin cuido, porque es de “todos” para no ser de “ninguno”, afecta también la existencia de lo público. Este es rebajado a simple valor de uso, casi al trueque. La “tierra de nadie”, el espacio comunal de los barrios, no tiene mayor problema de aceptación y utilización por parte de los pobladores, porque son espacios que se sienten como “apropiados” para la ocasión, similar al trabajo del “todero” que no corresponde con el procurado con esfuerzo y empleado con técnica y tiempo invertido. El espacio comunal, porque no es de ninguno, está expuesto al uso abusivo de todo sujeto individualista y narcisista, abuso que tiene como contrapartida otro abuso similar y de conducta paralela: “ahora me toca a mí”, en una ronda de ciclos sin fin (Hurtado, 1995). De ahí surge la posibilidad de diferenciar las relaciones de comunidad simple y de comunidad compleja. En Venezuela, se tiende a permanecer en lo comunal simple, aunque sea por desidia colectiva.
Como en todo colectivo narcisista, lo cultural pretende imponerse sobre otra relación social. De este modo no es de extrañar que el espacio público tienda a ser tratado como espacio comunal general, y cuya clave interpretativa sea la “tierra de nadie”, según lo cual la analidad sea su práctica constante. Lo público, cuyo sujeto se corresponde con el ciudadano y éste le da el aspecto de impersonalidad, aparece obliterado como ajeno, y su orden que es el de la ley se vivencia como inconveniente o inmoral para los valores del desorden mítico en que se desarrolla la etnocultura. El venezolano siente la ciudad como no propia del todo para sus objetivos etnoculturales, a no ser que sea como tal “aprovechada” para fines de grupo personal o particular, por cierto un rasgo cultural muy matrisocial (Hurtado, 1995)..
Obsérvese una cuadra en Caracas donde haya negocios, talleres, organizaciones de atención a una clientela de cierto volumen puntual (clínicas, escuelas, oficinas oficiales), y se verá cómo el espacio público es degradado al ser sometido al negocio, al taller, a la organización. La propaganda del negocio ocupa un canal de la vía, los técnicos arreglan el carro en la acera, el estacionamiento de la clínica, escuela, oficina pública, resulta ser la calle “ocupada” donde el volumen de vehículos estacionados casi obstruye la calle al denso flujo automotor. Sin decir que en la planificación de la ciudad las aceras, el espacio del peatón transeúnte, como indicador del virtual ciudadano, o no existen o están reducidas a un espacio mínimo. Como el espacio público es el lugar de la ley y de la convivencia ciudadana, y como con la ley el venezolano tiene sus problemas de irreverencia y rechazo, el espacio público tiene también problemas de existencia para el poblador de Caracas.
En suma, el complejo de espacio público-espacio comunal encuentra una solución varada a merced de la “tierra de nadie” de carácter esencialmente recolector y expresión de un negativismo social, que afecta la posibilidad del pensamiento urbano de la ciudad de Caracas.

C. De la Explotación Populista a la Aldea Regresiva.

La versión democrática venezolana ha estado tiznada de orientación populista.
Uno de los resultados del sistema populista es la sobrepolitización de las relaciones sociales, y de un modo especial, el espacio de la ciudad. La lógica comunal de la ciudad que debe dosificarse con la lógica de lo público, se pervierte dando lugar a un comunalismo, donde la “ocupación cultural” del espacio, pasa a la “invasión social” del mismo. La dinámica cultural origina problemáticas sociales en la ciudad caraqueña que amplifican sus complejos y su solución regresiva.
El estado populista prosiguiendo su objetivo de dominar la sociedad y, diríamos, “fagotizarla” (comérsela), se propone abusivamente la explotación, no ya de la tierra comunal que es su dominio administrativo, sino del espacio público, dominio autónomo de la civilidad, identificado con la urbanización y el llamado casco urbano de la ciudad. La misma ciudad regulada y aceptada legalmente, es degradada. Emerge una ciudad descentrada de su ser libre, reducida a una manipulación del poder, impotente, por su regresión social, de levantar la voz para desembarazarse de su condición de ser una base clientelar de las relaciones de poder del estado. No es posible salir de la condición de mero poblador en una ciudad fantasma, sin sueños de futuro. Es la ciudad en físico que carece de ciudadanos, aún en su posibilidad virtual, según el diseño del Edipo cultural venezolano (Hurtado, 1995).
La comunidad que constituye la vida de una ciudad y señal de su existencia, y que expresa su etnicidad como insumo y soporte de la vivencia de la virtual cultura urbana, yace despavorida en medio de la “invasión” de sus calles por buhoneros, basureros, huecos, malandraje y sus pandillas, mendigos. Estos grupos tipo de la dinámica citadina, como los podrían observar los ecólogos del Chicago (Hanners, 1986) de principios del siglo XX, son trasportados al desempeño del papel de bases ampliadas del estado populista. En esta coyuntura, la ciudad se presenta como un negocio político de tipo bonapartista: la venta de los espacios de las calles para uso de buhoneros en masa le reporta buenos dividendos como clientela política (Zanoni, 2005). El espacio público se restringe como espacio de ciudadanos y se transfigura en arsenal de recursos mercantiles que el estado populista juega a su favor a costa de la ciudadanía. El estado recrudece su dominio sobre la ciudad toda, tratando de eliminar el real y posible tejido de ciudadanía que pueden representar los grupos intermedios como las asociaciones de vecinos, grupos culturales, instituciones como iglesias, sindicatos, universidades, academias, hospitales, proyectos sociales expresados en grupos políticos, económicos, culturales, artísticos, intelectuales, literarios.
La explotación populista de la ciudad tiende a solucionar los complejos de campo-ciudad y de lo público-comunal de un modo regresivo. Dicha política lleva forzosamente al estado a comportarse como lógicamente totalitario, sustentado en la alianza obliterada de pueblo y caudillo, que ya Marcuse subrayó para la realidad alemana en la teoría del “realismo heroico-popular” (Marcuse, 1972). Lo totalitario se da la mano con lo comunalista, pues ambos se configuran y articulan como procesos antisocietarios. Y se configuran así porque en el fondo se encuentran en su laberinto regresivo, cuando, por otra parte, hacen o se esfuerzan por parecen progresivos. No es extrañarse que se quiera hacer de la ciudad una aldea, donde no haya libertad, ni creación, ni proyectos, sino solo los que provienen de la instrumentalización de la dominación por parte del estado. Es la antípoda de la “aldea global” de McLuhan (1975) como metáfora comunicacional mundial y de libertad de movimiento total. El estado se colocaría en la cúspide de su base aldeana, sin mediación social alguna. Este orden es el que se pretende plasmar en ese proyecto denominado “aldeas universitarias”, “aldeas tecnológicas”, “aldeas agropecuarias” “fundos zamoranos”. La aldea que, en el significado aristotélico se refiere políticamente a la defensa comunal, ahora es objeto de la dominación ofensiva del estado e instrumento para lograr la dominación absoluta del estado sobre el colectivo social todo. de control negativo con respecto al colectivo social todo.
El estado populista ha avanzado, más allá del estado oligárquico, en su plan de dominio sobre toda la sociedad. Si el estado oligárquico dominaba desde lejos y de alguna forma dejaba espacios de libertad, aunque fuera un privilegio para el sector alto de la sociedad, el populista, introduce a todos los sectores en el marco político pero para concretar el dominio social total. El complejo populista sobre la polis trata de reducir la ciudad a la lógica del campo, el espacio público a la del espacio comunal. La ciudad que se ofrece en físico, prácticamente se presenta como un cascarón de ciudad, destruida su base de la comunidad auténtica, es decir, de la vida comunitaria que tiene que apuntar al sostén de un estado de perfección, de libertad y de dignidad humana. La inseguridad con que viven los pobladores en Caracas muestra bien la idea volteada de ciudad que vivencian.
La comunidad auténtica quiere significar la base étnica de la ciudad. Como tal debe jugar el papel de hito fundamental para orientar el invento del pensamiento urbano y que éste tenga posibilidad de trascendencia social, para que aquella base también obtenga la garantía de acoger los sentidos existenciales del poblador de la ciudad. La detección de estos sentidos existenciales que definen el mito urbano, constituye la especie del concepto de “cultura urbana”, herramienta conceptual con que debe operar una disciplina como la antropología urbana. El problema que alberga el fenómeno de la ciudad de Caracas es que la comunidad de vida de esta ciudad todavía tiene mucho de rancho y conuco, y que a veces tiene un poco de aldea y finca, es decir, mucho contenido pre-campesino y apenas de campesinado. Todo ello indica las dificultades de lograr no sólo la configuración en su contorno de un alfoz, pero también sobre todo de representar un espacio esencial de libertad. Las condiciones de emergencia de un pensamiento urbano en la ciudad de Caracas son muy precarias, y si provisionalmente surge de un modo importado, su objetivo no tiene una territorialización apta para dar frutos de civilidad ¿Por qué la realidad comunitaria tiene tan exigua textura social? ¿Cuál es la organización de su taller productivo, con que su estructura social trabaja y cuál es el sentido específico de su trabajo? La estructura social profunda hemos dicho que es la recolección, la especie de sentido nosotros la conceptualizamos como la etnocultura matrisocial, donde el complejo de la dependencia materno-filial es el paradigma generador de sentido con respecto a todas las relaciones sociales (Hurtado, 2000). El populismo y su explotación de la ciudad a partir de estos principios de su trabajo, no puede menos que tener un resultado regresivo en el quehacer del pensamiento urbano sobre la ciudad de Caracas.

D. Sin Pensamiento no hay Proyecto, sino Complejo Utópico.

“Creo es que preferible creer en ideales que en utopías, Alguna vez dije que la utopía es el sueño de unos pocos que se convierte en pesadilla de todos los demás. El ideal, en cambio es abierto, sabe que nunca se verá realizado del todo aunque sirve para orientarnos, lo mismo que nunca llegaremos al horizonte pero podemos orientarnos con respecto a él” (Savater, 2008).

El pensamiento sobre la ciudad de Caracas queda acorralado ante la expectativa
de la dificultad de su emergencia para comprender lo urbano posible de la ciudad. La ciudad fue inventada como lugar para generar ideas, plantearse proyectos, proyectar el porvenir en lo social junto con la búsqueda de sus alternativas. Frente a los conceptos de urbanismo con que juegan arquitectos-urbanistas, ingenieros, promotores urbanos, administradores, la ciudad no consiste en puro hábitat para viviendas, ni infraestructura para permisos de habitabilidad y si existe este complejo habitar como circunstancia de la ciudad, no define los principios de ésta (Cf. Lefebvre, 1972; 1975).
Como principios, la ciudad necesita monumentos, es decir, arte donde se exprese su creación o razón de su ser o existencia como obra, esto es, como urbs. Aún más necesita ciudadanos, no simples pobladores, que pro-actúen la comunidad como proceso de vida étnico y social, esto es, como cívitas, y finalmente los ciudadanos que habiten vitalmente los monumentos de la urbe (Isidoro de Sevilla, siglo VI, 2007). La distinción isidoriana entre urbs y cívitas permite llegar a alcanzar el inconmensurable resultado de su convergencia en una morada vital. Más que el ser de las cosas es el habérselas con las cosas en el sentido poético creador de Heine, y que recoge Heidegger en su filosofía. La vida, el ser, busca una morada, un hábito como forma de estar, pensar o vivir en el mundo. Se trata de una “morada moral” o ética, para decirlo pleonásticamente. De otro modo no es posible sobrevivir y convivir como seres sociales. He aquí el invento de la ciudad como morada vital (la etnocultura) y como proyecto de posibilidades vitales (la urbanidad).
La cohabitación de actores de la ciudad y los autores de la urbe expresa un síndrome afirmativo de que el “homo sapiens” se esfuerce en constituirse una sociedad (Devereux, 1975). La ciudad sólo como comunidad, puede paralizarse, que es su morir. Los actores, sin ideales o con utopías febriles sobre su porvenir, se encuentran con una facultad suspendida para propulsar aquella constitución societaria sobre sí mismos. La ciudad es pura señal, sin significados, con obras a medio concluir o iniciadas quedan en el abandono. Esto se refiere tanto a edificios como signos o a la ciudad entera instrumentalizada como utopía febrilmente programada para turismo, mercado, industria, tráfico automotor, etc. que le despojan de su comunidad vital y, por lo tanto, de la orientación étnica particular de su proyecto social que la muestren en virtual, en quehacer continuo, en permanentes obras concluidas y también en procesos para ser concluidos. Para pasar a signo y devenir necesita un valor agregado que la trascienda: el proyecto urbano.
Lefebvre (1972), el gran sociólogo francés, habla para los años 60, de lo urbano como una realidad virtual, pero su esquema simple de análisis marxista del valor de uso y valor de cambio, lo retrotrae permanentemente, en su crítica al valor de cambio o mercantil, al valor de uso. Se debate en ello, pero termina por no concretar el porvenir. A sus estudiosos, nos tenía en la inopia la falta definitoria de concreción de esta objetividad. Cuando hemos desarrollado el pensamiento ético y su objetivación como proyecto de sociedad, creemos haber entendido ese devaneo de Lefebvre. No podemos regresar al valor de uso del trueque o a la edad de piedra, sino de un nuevo valor de uso transfigurado en los ideales del porvenir humano que reasuma subordinado un valor de cambio. Este nuevo valor de uso se refiere a las obras diseñadas y trabajadas de las relaciones sociales. Cuando el filósofo antropólogo Levi-Strauss dice que la ciudad es la obra humana por excelencia, no cabe otra forma de que la etnocultura se ha excedido de sí misma y más allá de su ser cultural el hombre inventó una nueva obra con su inteligencia ética (Marina, 2004): el aprender a convivir en su pluralidad de subjetividad emocional y de grupos étnicos diferenciados o extrañados.
Una de las claridades conceptuales es entender lo urbano como una especie del proyecto de sociedad, que a su vez funge de género. Así ocurre con el derecho, la educación, la ciencia, el arte, la filosofía, la literatura. No cabe ahí la etnocultura, ni la emocionalidad, ni la moral, ni la justicia, porque sus contenidos se juegan dentro de la lógica de las particularidades o relatividades. En cambio las obras humanas con vocación societal, no pueden, para sostenerse en pie, sino ser universales, es decir, aspirar a la perfección, según Aristóteles, a la libertad según Kant, a la dignidad según los filósofos del derecho o ética comenzando el siglo XXI.
A diferencia de lo utópico, lo urbano es una idea o proyecto, que partiendo de la circunstancia de la ciudad, se está realizando, en la medida que soluciona problemas tanto comunitarios como de proyecciones que se van culminando en obras de arte, obras de ciencia, obras de literatura, de reflexión filosófica, que le permiten al hombre ir alcanzando y perfeccionando su ser social, y con ello también refinar su realidad etncultural, emocional, moral, de justicia. Este esquema de análisis pareciera que fuera futurista, que deja atrás las obras del pasado, la herencia social, las memorias y recordaciones, los imaginarios de los antepasados, esquema que pareciera que recoge el evolucionismo como modo de explicación. No hay nada de eso, lo que hacemos es colocarnos en este caso en la ciudad como referencia y su práctica citadina, pero desbordando ésta. Si nos colocamos en la escena de la ciudad con los binóculos bien en alto, y pensamos que uno de los “óculos” mira hacia atrás, y contempla el pasado y sus memorias, las herencias y sus ruinas, y con ello la comunidad de vida que viene, y el otro “óculo” mira hacia adelante ideando horizontes para orientar las búsquedas y quehaceres en el por-venir que viene, diseñando el futuro, en esta “escena binocular” el prejuicio de los tiempos suele hacernos malas jugadas, porque entramos en la historio-grafía. Pero si nos remontamos en el tiempo del mito y su perdurabilidad antes de la historia, en la historia y después de la historia, entonces tenemos: 1) el fondo de capital que es la etnocultura, que siempre está ahí, y si parece que se va, sin embargo siempre regresa como el monte con la lluvia, y 2) el capital que hay que rendir o trabajar como proyecto a realizar permanentemente para solucionar problemas. El tiempo del mito sin proyecto de sociedad que lo eduque, puede sufrir una doma, pero aún así nos permite explicar porqué también siempre regresa el monte y la culebra a Caracas, que termina mostrando una ciudad maltratada física y moralmente.
Cuando salimos de Madrid, vía el aeropuerto, el taxi dio la vuelta a la glorieta, y la estatua o monumento central, nos trajo a la memoria la reflexión de San Isidoro (2007) estampada en la exposición de la “Hispania Gothorum” en Toledo, el día anterior. Y nos dio vuelta la categoría de la memoria. La ciudad tiene que conservar sus memorias, que se relacionan con el fondo de capital: su etnicidad, sus orígenes, su fundación, que es su tiempo heroico, pero también debe crear memoria, memoria que al mirar hacia adelante diseña e inventa el porvenir. Nos pusimos en auto con el concepto de lo urbano, cuyo cierre categorial, lo vislumbramos en el tercer momento de la reflexión isidoriana: la morada vital de los ciudadanos en los monumentos.
Otro nombre de esta memoria son los sueños que abren a ideales En el tiempo del mito como memoria del porvenir a que nos apuntan los monumentos de la ciudad, se puede observar a la ciudad en el tiempo perdurable y sentirla, con su dimensión urbana, trascendiendo la historia y viendo pasar los tiempos de ésta. No solo el pasado es objeto del mito y de la memoria de los antepasados, también el futuro es objeto del mito y su construcción como memoria en avanzada. Así podemos pensar y actuar a la ciudad como lo que es, comunidad y proyecto, etnocultura y pensamiento, la gente y los sueños de la gente en las calles de la ciudad, el urbanismo (ingenieril) y lo urbano (socio-ético).
Sin comunidad, ni propulsión del sentido étnico, sin la gente, sin urbanismo no tendríamos condiciones esenciales para edificar la ciudad, ni para vivir en ella y vivirla como tal. La etnocultura es el aire con que respiramos la ciudad y lo que hace a una ciudad que sea particularmente encantadora o estúpida. Pero dichas condiciones no tienen capacidad para idear y crear lo urbano. Por otro lado, sin proyecto, sin sueños, sin pensamiento, todo lo referente a la comunidad, al sentido étnico, a la gente, se disuelve en el desorden étnico, pierde el sentido comunitario, los pobladores se reducen a merodeadores que rondan el lugar pervertido de ciudad, que puede llegar a Sodoma y Gomorra destruidas o abandonadas como la torre de Babel, pese a que la torre era una “ciudad celeste” pues pretendía alcanzar el destino de los dioses. Aquí las circunstancias de ciudad tradicional con posibilidades de vivencia comunitaria, o ciudad especializada en el trabajo o ciudad del disfrute o postmoderna, no les libra de llegar a caer en una maldición babélica como apunta Amendola (2000) en su interpretación de “El multiculturalismo y el problema del otro” en la ciudad postmoderna.
No sólo estas circunstancias que se degradan no tienen potencialidad para producir el proyecto, es que sin éste no tienen garantizado su propio orden etnocultural. El principio comunitario de la ciudad no genera el principio otro de lo urbano de la ciudad. Es el proyecto de la memoria en el porvenir, a partir de la ética, el que constituye el mito renovado del homo sapiens, el que representa el principio de lo urbano de la ciudad. Con vida propia en la ciudad, lo urbano demanda que las normas de la comunidad vecinal, de la ciudadanía local y la ciudadanía cosmopolita tienen que jugarse de nuevo y de acuerdo al proyecto específico de lo social-urbano.

E. El Hueco Delirante o la Trampa del Pensamiento.

¿Cuánto de degradación tenemos en la ciudad de Caracas en los renglones de la comunidad, del sentido étnico, de pobladores o gente, de urbanismo? ¿Cuánto por idear o soñar en el presente y encaminados al porvenir desde lo que somos?
Caracas, como gran megalópolis, tiene todos los inconvenientes de casi clausurar la comunidad, arrinconada y reducida a los barrios, como comunidades populistas, o reflotada en minúsculos grupos culturales y movimientos reivindicativos puntuales. Pero está estrangulada en las grandes organizaciones de la ciudad, aún en las corporativas como la universidad, la iglesia, la empresarial y la política. Se restablece su pequeña luz en tejidos sociales de carácter asociativo, pero en la medida que madura la asociación es posible que la desprenda de nuevo o la desequilibre. ¿Muere la comunidad? ¿Está muriendo permanentemente desde la revolución francesa? ¿Se levanta un proyecto que garantice que la comunidad no muera sino que se transfigure, es decir, que se juegue de nuevo según el invento del proyecto de sociedad? Es posible que necesitemos en Caracas del proyecto, pero éste no será posible sino pasa por una crítica a la forma de comunidad que tenemos. Sí, una crítica cultural como lo hizo la Escuela de Frankfurt con la cultura de masas del capitalismo instrumentalista y con modernidad en su primera etapa del yo único y uniformante. Y como lo ha hecho y nos ha guiado para Venezuela, M. Briceño Guerrero (1994) en su Laberinto de los Tres Minotauros.
Más que recopilar grandes cifras sociológicas que aparecen como bultos y con escasa orientación de sentido antropológico, realizamos un bosquejo etnográfico sobre un aspecto de la ciudad. Señalamos que los complejos del conuquerismo, tierra de nadie, ruralismo populista, sobre la ciudad de Caracas, no coinciden con el barrio marginal, como el discurso salvaje no coincide con el sector popular en la obra de Briceño Guerrero; atraviesan toda la estructura social aquí, y la estructura social-urbana allá. Venezuela tiene experiencia de ciudad desde su fundación como nación moderna, además hoy día el 90% de su población vive en ciudades, pero pensamos que no ha elaborado bien la dimensión urbana de sus ciudades.
En la ciudad de Caracas, el horizonte está cerrado en muchas direcciones: áreas verdes o parques, ruido permanente, los edificios inconclusos o deterioro de los mismos, basura derramada en la calle y los contenedores abiertos con olores nauseabundos, aceras estrechas o inexistentes, tráfico colapsado, insalubridad, buhoneros que ocupan calles, delincuentes que expresan un modo de vida, rateros y malandros, población enrejada en sus casas y con cercas eléctricas, etc. Pensemos en este momento etnográfico en los huecos de las calles (avenidas, carreteras, autopistas). Como cualquier otro problema de la ciudad podríamos tematizarlo como la ciudad herida, tal como podríamos con otros temas decir la ciudad condenada, la ciudad infectada, la ciudad delictual, etc., que tienen que ver de un modo directo con la autoridad ausente o falta de gobierno o de cuido de la ciudad.
Con el motivo del hueco callejero se asocian en Caracas, los desniveles del piso por ingeniería deficiente, por efecto de árboles en las aceras cuyo lugar debiera ser la montaña y no el espacio de la ciudad, por efecto del ladronismo que roba las tapas de las alcantarillas. Siempre son huecos en las aceras que maltratan peatones transeúntes o en las calzadas que dañan los automóviles. El hueco como problema trata de que se ha abierto un espacio antisocial por oposición al espacio que debe construirse para morada vital o huecorama para utilizar el argot de Marina (1995, 54) al observar los distintos árboles y las diversas aves que se acogen a sus espacios vacíos como morada vital. En las contradicciones de la realidad pasamos del huecorama vital al hueco dañino, del vano urbanístico (la casa) al vacío geopolítico del choque entre espacio y política. Los huecos como problemática geopolítica son un indicador del abandono en que está sumida la ciudad (el huecorama vital). Repercute en el urbanismo o infraestructura ingenieril degradada, y termina como un problema social. Se puede entonces imaginar una ciudad abandonada por la desidia anal de sus propios pobladores (León, 2005).
Caracas está llena de huecos, “es una tronera” según el argot coloquial. Con este motivo de ciudad herida por un bombardeo imaginario, nos introducimos a una teoría del espacio citadino esperando averiguar cuánto hay de reelaboración del espacio como morada vital en relación con el espacio degradado de los huecos transgresores del orden urbano. La imaginación de los usuarios de la ciudad resemantiza el problema, como mecanismo de defensa, para poder sobrevivir en la ciudad. La ciudad como un huecorama o morada vital pasa a internalizar un imaginario del hueco perturbador. De una geopolítica del hueco, el imaginario del transeúnte organiza un mapa vial para gerenciar su espacio, de suerte que si el espacio vial es desconocido se tiene más posibilidades de caer en un hueco y dañarse física y moralmente. El escenario de los huecos tiene un añadido de señalización: los obstáculos que se colocan delante del hueco avisando del hueco para que el daño no se consuma. Aparecen en el escenario citadino ramas o troncos de árboles, un hierro agresivo, una silla rota, unos trapos de color rojo como lucen los camiones indicando la carga sobresaliente de su espacio vehicular. Son señales que hacen el papel de vigilantes del hueco y avisan al vehículo o al peatón que se dirigen en su dirección.
Los huecos y sus vigilantes imponen un nuevo ritmo a la marcha del vehículo o al camino del transeúnte. Todo consiste en esquivar el hueco. Si el huecorama invita a la morada vital, el espacio degradado por desperfecto infraestructural urbano conduce a evitarlo como si fuera una caverna amenazante por los peligros que encierra. Los humoristas caraqueños, Laureano Márquez en este caso, han hecho dinámica teatral con el hueco traicionero de las calles y carreteras del municipio urbano. El alcalde al fin tapó el hueco y el humorista lo enjuicia como “mal hecho” que le hubieran tapado. El alcalde me echó una broma, pues el hueco me hacía falta. Sabía que cuando llegaba a aquella curva, yo tenía que contornearme y torear el hueco. Eso era un delirio para mí sentado al volante. El humorista pronuncia una leve maldición “cachis en la mar”: el hueco me hacía falta. Después de tanto tiempo era ya un mito en la ciudad.
El caraqueño está expuesto a un proceso regresivo de la realidad citadina. El humorista nos muestra un mecanismo de defensa para no caer en la realidad del hueco y la rabia regresiva de caer en él, y nos propone una sublimación que nos eleva a imaginarlo como un indicador del delirio urbano en Caracas. Nos invita a pensar lo urbano como una irrealidad que se desprende de la realidad sufrida de la cotidianidad posible. Ya no sólo en Caracas el usuario tiene que estar pendiente del delincuente, de no llevar prendas llamativas, de disimular a la salida del banco y a toda hora y lugar, de esquivar el tráfico abundante que se come a veces el semáforo y se atraviesa, sino a estar pendiente de los huecos en que puedes caer y retorcerte un pie, del desnivel de la acera a la que puedes dar un puntapié, romper el zapato e ir dolido con el dedo gordo del pie derecho por un rato largo mientras sigues la ruta urbana y sin poder disfrutar las atenciones de la ciudad. La trampa del pensamiento funciona, porque mejor es no pensar por si acaso te de más cólera.
En todo esto no hay dolientes de la ciudad, ni alcalde a quién enjuiciar, ni a jefe de la parroquia a quien reclamar. La ciudad de los huecos es una ciudad herida y doliente, que no duele a nadie, con el vientre boca arriba sin que nadie la compadezca, ni gobierno que se preocupe por ella. No sabemos (algunos pensadores sí sabemos) lo que hace la población cuando va a elegir a sus autoridades, ni cómo después les exige su legitimidad urbana o no les exige nada. Si no lo hace termina por habitar una ciudad ilegítima, es decir, una ciudad con monumentos vacíos, y sin ciudadanos que la habiten. Por eso, en la ciudad de los huecos no puede pensarse un proyecto urbano, el pensamiento está clausurado para poder pensar, porque ya de entrada no hay ciudad holgada tampoco para las memorias del pasado ni para las memorias del porvenir.

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Publicado en: Ciudad, Espacio Público y Cultura Urbana, Fundación para la Cultura Urbana, Caracas 2010

Dinámicas Comunales y Procesos de Articulación Social:


Este libro consiste en un ejercicio concreto sobre lo popular y el populismo en Venezuela. La ciudad política (la polis) por excelencia se ubica en el barrio marginal urbano. Según ello, cambia la relación de comunidad-sociedad, según la cual se sitúa teórica y prácticamente a las organizaciones de base) en la comunidad apuntando hacia a la sociedad, como su propio sentido de existencia. Protagonista en este fenómeno, el autor analiza con lujo de detalles locales las estrategias de las organizaciones populares, con miras a las identidades y solidaridades comunales que buscan articularse con la estructura sociopolítica de la sociedad. Se describen las redes de dicha articulación y se explican las manipulaciones de las relaciones locales, así como de los dispositivos formales de las grandes organizaciones y organismos del estado. La visión tradicional de la observación desde los “impactos” de la sociedad, se coloca al contrario: cómo los grupos comunales se organizan para incidir en la dirección societal y darle algún sentido a la dispersión de las grandes organizaciones y organismos del estado. Por eso, es fundamentalmente un estudio de la comunidad y sus dinámicas hacia adentro para colocarlas hacia el fuera social. Si la existencia social de lo popular se obtiene en las políticas populistas del estado sobre su territorio exclusivo, el comunal, la posible movilización de la sociedad civil de carácter popular en Venezuela, se encuentra comprometida entre los alcances de la confrontación del estado con las comunidades, y los posibles cambios de sentido de la tradición democrática (popular), que no es de sentido anglosajón. Si las identidades comunales alcanzan desarrollos crecidos podrían detonar nuevas realidades nacionales; pero necesitarían de nuevas condiciones socio-históricas que depuraran el sesgo populista y evitaran la claudicación de lo popular, “fagotizado” en manos del estado dominador.

El Animal Urbano. Ensayo sobre la Ciudad de Caracas en tiempos de extravío


Samuel Hurtado Salazar
Universidad Central de Venezuela


“Lo que hizo el Dios del Génesis fue transformar las diversidades presentes en un pueblo, de un recurso a una maldición, marcando así el pasaje de una condición de cooperación a una de conflicto. Las lenguas se confundieron; los conflictos se propagaron; los hombres no lograron más comunicarse; la sociedad se desintegró y la gran torre, símbolo de un pueblo entero famoso por sus riquezas y su fuerza, se convirtió en una ruina”…”La historia de la Torre de Babel, reinterpretada como metáfora de la maldición urbana, deviene actual y significativa y expresa bien el problema de la metrópolis multiétnica contemporánea que constituye el precipitado y el símbolo de nuestra sociedad urbana” (Amendola, La Ciudad Postmoderna, 279)



A. La ciudad y su enunciado urbano

La “ciudad” se atraviesa en nuestro imaginario como una encrucijada de caminos. Unos caminos miran al pasado, al campo, para decir “hay que ver lo que hemos dejado atrás”. Y lo decimos unas veces tiñéndonos los ojos de nostalgia por la arcadia rural, otras veces coloreándolos de avances de la comunidad cívica, de la libertad política. Volteándonos, vemos otros caminos que miran al futuro, a la urbanidad, para comentar “hay que ver lo que nos falta por recorrer”. Y lo comentamos unas veces con la disposición del pesimismo del cansancio que representa la postmodernidad, el multiculturalismo: mejor estábamos en Egipto comiendo ajos y cebollas. Pero otras veces con la disposición del optimismo del trabajo a que invita la ultramodernidad, el del proyecto de sociedad como objetivación de la ética.
Podemos hablar con la imagen del sector caraqueño de los Dos Caminos: uno conduciendo al pasado, otro dirigiéndose al futuro; pero sirve aún mejor a nuestro mapa conceptual el abanico del sector madrileño de Cuatro Caminos: la nostalgia sobre el pasado no es lo mismo que la victoria sobre él; la marcha pesimista hacia el futuro no es lo mismo que la del afán optimista hacia el porvenir, con sus oportunidades y sus creaciones. El abanico de la encrucijada conceptual de “cuatro” caminos permite ver una complejidad de detalles, lo cual nos da un mejor rendimiento para nuestra episteme sobre la variedad de ideas y prácticas, a veces contrarias, en torno a la ciudad actual.
La ciudad siempre está llena de cosas, de espacios nuevos, de sueños (y también de insomnios), de textos y signos, y de posibilidades de realidad; pero también de ansiedades de los ciudadanos que se miran como esperando su trascendencia urbícola, su disfrute de la ciudad y sus sentidos. La ciudad muestra la epifanía de un producto cultural elaborado por siglos: siempre será una comunidad en el horizonte de la barbarie que la signa desde fuera, pero también desde dentro. La ciudad expresará siempre una comunidad, que, como vivencia y concepto, representa, en la experiencia estructural del “homo sapiens”, una herencia bárbara. Al mismo tiempo, la ciudad constituye una implosión cultural en cuyo otro horizonte se encuentra la urbanidad actuando como un círculo hermenéutico, como un proyecto, un deber ser, de una universalidad, de un mundo (“Universus hic mundus, una civitas communis deorum atque hominum existimanda est”: “Aquí armoniza el mundo con el universo, de suerte que una única ciudad común va a ser edificada para los dioses y los hombres” (traducción de SHS), decía ya Cicerón, a quién siguieron los estoicos, como Marco Aurelio.
La ciudad no cumple sólo el ciclo histórico y estructural del pleonasmo de “comunidad bárbara”; también se sitúa en el cometido de cumplir con el pleonasmo de la “sociedad civil”, cuyo proyecto de sociedad tiene como expresión acabada la “urbe”. Si la comunidad (ciudadana), la “polis” obtiene su plenitud en el largo camino del ascenso de las culturas en cuya cima el hombre occidental inventa la “etnología moderna” (Levi-Strauss, 2000, 72), y la trasciende como una invarianza desde los escitas hasta los chinos elaborando la sinología (Jullien, 1988), la urbe adviene también como un largo camino por recorrer según un proyecto de la inteligencia ética del homo sapiens. De la “polis” griega hasta la “urbs” romana existe un camino corto que la ciudad recorrió raudamente como su necesidad o plusvalor más esencial: la adquisición de la medida del universo, del orbe, que no en vano es la medida de lo universal. No hay ciudad sin esta medida, cuya infraestructura es el circuito del intercambio de bienes. Una ciudad no existe sola, está implicada en el mundo de una pluralidad de ciudades en red (Bueno, 1987, 69). La ciudad no tiene sentido sin la dimensión de urbe, dimensión que está asociada esencialmente al orbe, del cual constituye su simbólica real más acabada.
El monoteísmo “católico” (=universal) en la Roma de los Papas recoge la herencia de los emperadores y la lleva a su plenitud, según la consigna en que se inscriben los mensajes del pontífice de Roma: “urbi et orbi”. La partícula conjuntiva no sólo es aditiva en latín, expresa sustancialmente la coyunda, la plenitud de coincidencia de la ciudad, la urbe romana, con las medidas del orbe-mundo. En cuanto urbanidad en proyecto, estar en la ciudad es habitar una totalidad de mundo. Por consiguiente, decir urbanidad es tanto como decir universo-mundo. En el siglo II, tal proyecto comenzó a tener vigencia en el imperio romano merced a su invención del derecho, que como expresión de la ética, no puede ser sino universal. Entonces comenzó el derecho de autoridad legítima con la ley “civitas augescens” que permite acoger e integrar a “peregrinos, enemigos y vencidos” como el mayor recurso de su desarrollo y crecimiento (Amendola, 280), y concluía con que todo habitante del imperio-mundo tenía derecho a la ciudadanía romana. Así el imperio romano para hacerse legítimo tenía que constituirse para todos, es decir, universal. Se cerraba la puerta a la selva del particularismo y se abría el “espacio público” como espacio del derecho, es decir, de la libertad. Por supuesto que en una sociedad esclavista, el derecho estaba restringido, pero la semilla históricamente está sembrada para cuando advinieran las sociedades libres. La “civitas augescens” era el proyecto antípoda de la destruida Torre de Babel.
¿Quiere esto decir que ya no es posible la regresión social? A nivel particular no hay nada garantizado y aquélla es posible; a nivel general, el homo sapiens ha demostrado en su historia, que a pesar de las catástrofes y de su, a veces, parcial pérdida de memoria, ha conservado la herencia del proyecto social, reconstituyendo en refugios rurales la esencia de la transmisión de la urbanidad. Es lo que ocurrió tras el derrumbe de las ciudades romanas y el surgimiento de la dispersión poblacional en los campos con objeto de defensa frente a la invasión guerrera de los pueblos del norte.
¿Significaría también que la comunidad bárbara de la ciudad desaparece en la medida en que adviene la sociedad civilizada, la urbanidad? A nivel superficial es intrascendente su desaparición. Por supuesto que desaparece dando lugar a formas de urbanidad sustantiva; pero a nivel basal no puede desaparecer, por que la comunidad se constituye como fundamento de la urbanidad. Es decir, sin comunidad no es posible la urbanidad, pues ésta carecería de su soporte fundamental, de su aire de libertad, de su sustancia vital. Esto no significa que la comunidad es principio y fuente de la urbanidad. La ciudad como comunidad es un producto natural, en cambio la urbanidad es una creación original, la de un arte-facto: los hombres se dieron una ciudad para inventarse como urbanos. Por consiguiente si la ciudad tiene algún sentido específico, más allá del sentido general de la comunidad bárbara, lo obtiene de su invención como urbe. Más que el estatus de metrópoli, la urbanidad otorga a la ciudad el sentido de proyecto, de dirección adonde va.
Hoy día, desde la segunda revolución urbana, que ocurre coherentemente con la revolución industrial moderna, donde la urbe cobra autonomía con respecto a la ciudad como un todo, la ciudad sin urbanidad, se sume en la comunidad bárbara, y con ello se encuentra perdida tanto en el tiempo de la historia (y de su historia) pero también para colmo en el tiempo de la etnología; es decir, se encuentra amenazada de todos los peligros sin cuento, por que comienza a carecer de seguridad, de libertad, y hasta de pensamiento. Ya ni de refugio de pensamiento, pues se habría convertido en refugio de esclavitud (Arendt, 1992, 19). Pero lo peor que puede ocurrirle es de carecer del pensamiento etnológico, pues no sólo la razón ética y societal estarían absolutamente ausentes, sino que hasta lo pre-lógico de la moral y la cultura estaría en la quiebra.
¿Qué significa toda esta problemática? Que esta situación de quiebra de la moral y la cultura, que puede observarse en el caso caraqueño y venezolano por su carácter pre-edípico, y que implota la ciudad, no puede interpretarse o pensarse auto-referencialmente desde sí mismas. La referencia forzosa de su interpretación, para que ésta sea ontológicamente auténtica no puede ser sino enunciada desde el proyecto de sociedad (la urbanidad). Hacerlo desde sí misma es llevar a cabo una crítica superficial, frívola y sofística, que conduce a posturas lindantes con el relativismo cultural y al escepticismo.

B. La ciudad venezolana y su enunciado etnológico.

Ante este modelo general axiomáticamente expuesto, nuestra herramienta conceptual que queremos tratar para solucionar el problema que se nos plantea en toda ciudad, pero en este caso como momento grave de la ciudad de Caracas, debido al desbalance entre la comunidad bárbara y la urbanidad civilizada, es el del “animal urbano”. La vocación de toda metáfora conceptual es reunir en un mismo ámbito categorial los términos contradictorios cuya situación de negatividad se pretende explicar y con ello solucionar. Como hemos diseñado, en la idea de ciudad se ciernen las dos dimensiones que contiene la categoría del “animal urbano”: coexisten como en una encrucijada la herencia natural, la de estructura bárbaro o cultural (la comunidad de ciudadanos expresada en asociaciones de vecinos, familias, amistades, fiestas, etc.) y la herencia arte-fáctica, la de la estructura del proyecto de civilidad o de ética. Coexisten, pues, configurando una hipótesis que hay que describir y después explicar con base en los datos de la ciudad de Caracas.
El “animal urbano” es una metáfora conceptual, no es un mero adorno retórico o literario. En metáforas similares que utilizan al “animal” para referirse a una “idealidad” social, siempre se ha formulado como una nominación en la que se asimila al hombre como un continuo con el animal, sea para prestigiar a uno con el otro, sea para desprestigiarlos mutuamente. Tal postura de mera similitud, siempre resulta que contiene una visión con prejuicio etológico. Nuestra formulación reviste al nombre y a la referencia al “animal” como una metáfora noble de éste al asociarlo con la realidad etnocultural. Nuestra postura de representación crítica contiene una visión que está construida con un prejuicio etnológico. Se trata de afirmar que el hombre es natural, no social; es gregario, de suerte que si quiere ser social tiene que inventarse o constituirse una sociedad (Devereux, 1975, 13). Sustituimos la nominación de cultura, etnicidad o barbarie, por el de animal para significar etnológicamente lo mismo, la de representar un ser o vida extraña a su punto referencial, la urbanidad. Hay autores que acuden a la metáfora de las “tribus urbanas” como Maffesoli (1990) o de “campamentos populares” (Rivas, 2005). Nosotros pretendemos seguir la línea de Aristóteles cuando habla del hombre como un “animal político” en la filosofía natural de su Política; de Cassirer que habla del hombre como un “animal simbólico” en su naturalista Antropología Filosófica (1945); de Manuel Delgado (1999) que lo hace con el de “animal público” para referirse al peatón o usuario natural de lo urbano.
Aristóteles pretendía con ello mostrar la verdad natural del hombre en su filosofía para diferenciarse de lo ideático de Platón y de su mundo antiguo todo lleno de dioses, según Tales de Mileto. No logró que lo siguieran del todo los estoicos, ni neoplatónicos como San Agustín en su Ciudad de Dios, pero dejó como axioma experimental el límite de lo empírico para trabajar, ubicado en lo natural de la ciudad política (Cf. Cassirer, 1968, 118-125).
En Cassirer se prolonga toda la corriente naturalista que viene del siglo XIX en psicología, en antropología y en politología. No hay ruptura en la base común de la vida, entre las cosas animadas e inanimadas, entre animales y hombres, según opera Cassirer por similitudes etológicas. Pero hay niveles diferenciales entre las especies. La especie “homo” opera con la capacidad que tiene de elaborar símbolos y que constituye como tal un nuevo ciclo en el devenir de la vida y que representa un denominador común de todas las actividades del hombre mismo (Cassirer, 1968, 51 y 58).
En Delgado (1999) la metáfora del animal, inscrita en el espacio público, representa a la masa gregaria como actor en el uso del espacio urbano. Es la masa moderna que se inicia con la ciudad industrial. El usuario no es más que un transeúnte, sin rumbos, sin arraigos, pues con el desarrollo de sus roles y de los espacios del anonimato trasciende el espacio colectivo o comunidad territorial; logra así el derecho a la “indiferencia cultural” lo que le permite esa libertad desterritorializada, aprovechada a veces para oponerse a la ciudad política o poder de estado. Muestra entonces su faz de antipoder apareciendo con un rostro prepotente para volver otra vez a la pasividad de la vida cotidiana y al rol de peatón describiendo sonámbulo un juego surrealista. En Delgado no se precisa con exactitud que la metáfora del “animal” se refiera a la masa o al sujeto cultural, pues la conceptuación se encuentra un tanto revuelta en lo fenomenológico, de suerte que la utilización del nombre “animal” permanece en la identidad de homogeneidad o indiferencial, sin trascender a la analogía de carácter instrumental analítico (Cf. Foucault,1972). Al final, la conceptuación de lo público se refiere a esa centrífuga de la masa social sobre sí misma, cuya relación no termina de analizar con las posibilidades de la génesis de un proyecto social-urbano, que vaya más allá de la mera resistencia al espacio político o dominio del estado.
Para nosotros la metáfora del “animal” tiene toda la carga etnológica, dentro del símil o refiguración social, como muestra en sus “géneros confusos” Geertz (1994). No se refiere a la carga del objeto metafísico de la sociedad primitiva, ni de la vida cotidiana. Si se relaciona con los “desechos y sobras” (Levi-Strauss, 1972), con lo intersticial (Eric Wolf, 1990), con una pieza de la estructura social, según los sociólogos, entonces habrá que decir que, lo que aparece como marginal y endeble, opera con todo su ser opera en el corazón de la acción social y pertenece a la dureza de ésta, es decir, del significado esencial que le da a su acción cada colectivo social. El sentido de la acción social se resuelve en la dirección que toma el modo de producción de las significaciones de un colectivo moral, con sus principios de arraigo e intercambio, con sus circunstancias de elaboración o cultivación simbólica (Hurtado, 2005). Por supuesto, en ese ámbito de los significados llegan a incursionar las ideologías de todo pelo, aparte de la capacidad que la etnocultura tenga o no para dirigirse a favorecer o no el proyecto de la sociedad y de la ética.
A partir de una cultura con un “detector del sentido”, como define al mito Laplantine (1979), de arranque muy primario como es el que observamos en la cultura matrisocial venezolana (Hurtado, 1998), con dispositivos conceptuales como los asociados a los dichos populares de “monte y culebra”, de “rancho y conuco”, es decir, de un modo de producción recolector, a partir de una cultura así es cuesta arriba avanzar en el auto-invento de una sociedad (Hurtado, 2000). ¿Es de extrañarse que en los resultados societales del Edipo en Caracas consigamos una ciudad sin ciudadanos? Esto procede del planteamiento de unas estructuras sociales donde no opera la ley y la autoridad, cuyo objeto es anti-tiránico, donde son negados los héroes de la democracia y de la polis con ciudadanos. Todo ocurre al revés de lo debido, como una cuestión de ilegalidad y autoritarismo, con una gente consentida de la democracia y de una polis sin ciudadanos. En suma, la clave de la estructura edípica no se encuentra a nivel del amor/odio como en la Atenas de Pericles, sino del consentimiento/resentimiento (Hurtado, 1995).
Una estructura tan primaria no tiene problemas de funcionamiento mayores en un caserío o aldea; allí el facilismo impone su lógica interactiva. Pero en la metrópolis el funcionamiento social se torna difícil. Cuando los problemas de la estructura social y política salen a flote de un modo negativista, la dosis de resentimiento se sobrepone al consentimiento. Entonces al colectivo social le sale la madre mala. Todos los pueblos tienen su caverna etnocultural, el problema es cuando les sale su propio lobo o cimarrón, debido a circunstancias adversas de la historia y de la propia etnología (o tiempo mítico). En nuestro caso la sobreexplotación populista del estado sobre la ciudad con fuerte dosis de ideología regresiva es la circunstancia histórica. El conseguirle sentido profundo a esta circunstancia lo permite la clave del tiempo del mito o etnicidad matrisocial. Con el concepto de matrisocialidad se expresa la honda dependencia materno-filial como relación paradigmática de la estructura familiar y de toda relación social.
La idea de “animal” urbano no se refiere directamente a los tiempos de extravío sociopolíticos, siempre sociopolíticamente visibles, sino a la realidad de la cultura o etnicidad con la que sensiblemente hacemos invisibilizables aquellos tiempos como vergüenza (o desvergüenza) urbana. Decir “animal urbano” comporta una imaginería que creamos, para hacer plástico el concepto de “cultura urbana”. Es una imaginería etnológica con la que pretendemos distanciarnos de la imaginería humanista de cuño literario de la también “cultura urbana”, que hoy día tiene hasta una fundación en Caracas. La idea de animal etnológicamente nos mantiene en la realidad étnica, a diferencia de la que literariamente podría mantenernos en la ficción del discurso retórico.

C. Caracas en la inopia del pensamiento.

(Santiago de León de) Caracas es una ciudad castellana en Venezuela, como producto de la gran herencia urbana que nos llega de la difusión cultural del mediterráneo. Celebramos su fundación en la fiesta de Santiago, pero hoy día parece que padecemos a causa de su escaso funcionamiento urbano. Como toda ciudad, Caracas busca que la etnocultura con la que tuvo que contar para su edificación (poblamiento), no oculte su vocación de urbe, amenazada por los impulsos anti-societarios que el negativismo social de dicha etnocultura supura en las actuales circunstancias históricas. La Caracas que estuvo a salvo de los piratas y sus saqueos y destrucción, no ha dejado de estar sitiada por fuera y por dentro de su propio ser etnocultural. En los tiempos del extravío populista actual este escenario se presenta realmente preocupante desde dentro.
El acoso de los autóctonos en tiempos coloniales o la ilusión de ciudad con la que la han sitiado las zonas marginales desde los cerros que la rodean en tiempos del siglo XX (Hurtado y Vázquez, 2002), podemos ubicarlos en peligros amenazantes desde fuera. Caracas, la ciudad, seguía creciendo por dentro y planeando como metrópoli y urbe. En los tiempos que llevamos del siglo XXI está sitiada desde dentro de su centro mismo. Es una situación de sitiada que toma el camino negativista del desentendimiento urbano: ausencia de autoridad de la ciudad y desidia ciudadana de sus pobladores. Caracas se percibe como una ciudad oculta por que es una ciudad desatendida, y como consecuencia abandonada a su suerte. Lo que le queda como huella es un espacio político que la somete y un espacio colectivo que la atraviesa y la liquida (licua) su ser urbano, su espacio público.
Cuando nosotros pensamos nuestras realidades, lo hacemos como si aquéllas fueran consistentes: como si Caracas fuera París o actualmente Nueva York. Pero Caracas es sólo un remedo de Nueva York, ya en el discurso mismo (Pérez, 2002; Tablante, 2006). Cuando el remedo lo tomamos como realidad auténtica, entonces es como si agarramos al toro por lo cuernos, y como no hay toro verdadero, no sabemos al final qué cuernos hemos agarrado. Caracas es una ciudad que oculta su rostro, aislada, desviada de su vocación urbana. Como nunca en su historia, la ciudad del valle de Santiago de León se encuentra enfrentada a su existencia de urbanidad. Es un encuentro con cara de desencuentro, debido a que su etnocultura (política y colectiva) opera como una “contracultura” que se orienta hacia una destrucción total. En la ciudad no hay inversión por parte del estado, y para colmo sus espacios públicos, sus calles, han sido “expropiadas”. Lo que era o pretende ser moderno que pretendía vocación sustancial de centralidad, ha quedado al margen, con significación desactivada; de muchas maneras, al recluirse en su privacidad blindada, lo urbanístico (urbanizaciones y centros comerciales), favorece aún más a la crisis urbana.
Estos tres factores participan de aquel “detector del sentido” común: la desidia por la ciudad. Una desidia que por su dinámica inercial, coloca el asunto de la ciudad de Caracas en la inopia del pensamiento. Caracas reducirá, se ocultará, como una metrópoli que no mide realidades cosmopolitas. Será una metrópoli que no orientará los pasos históricos de la nación y hará que ésta navegue náufraga en el contexto internacional. La etnocultura matrisocial hace que aquélla sea una desidia contrariada, es decir, de carácter voluntarioso o irreverente. Es una contrariedad que ni pervierte las normas (cambiar los sujetos aceptando las normas), ni las subvierte (imponer normar alternativas al margen de las establecidas), sino que las contraviene con motivo del delirio del consentimiento o de una “performance” histriónica. “Adversivamente” va contra el orden de la ciudad, no para acabarlo del todo, sino para aprovecharse de él, expropiarlo sin apoderarse de él definitivamente. Esta conducta adversiva expresa un proceso anarcoide que como similar al “discurso salvaje” del laberinto minotáurico de Briceño Guerrero (1994, 9), acomete contra las ya ruinas de la ciudad caraqueña “con lamento complacido”, despojando a la ciudad de sus sueños y proyectos, de su disfrute centenario. Es una contracultura del despojo urbano por parte de una dinámica regresivamente premoderna, que no cabe en el enfoque surrealista-anarquista elaborado en el Animal Público de Delgado (1999), ni en la Ciudad Postmoderna de Amendola (2000). Atacarla con un pensamiento adversivo es caer en la misma inopia urbana que inunda fenomenológicamente a la misma ciudad.
Caracas no es una ciudad oculta por que se torne subterránea, producto de una subcultura reversiva (aceptar formalmente las normas para desbordarlas con alternativas concretas). Puede ser que se oculte en algunos enclaves urbanísticos, en refugios de minorías intelectuales, en guetos de inmigrantes, religiosos, gremiales, artísticos, en combos de familias, parentesco, amistad, compadrazgo. Sin embargo, estas islas ignotas que pueden representar, algunas de ellas alguna inquietud positiva para Caracas como ciudad, no hacen mella en la marcha de la política popular-urbana actual, como no lo lograron las urbanizaciones de “El Silencio” de Medina Angarita, del “23 de Enero” de Pérez Jiménez, de “Caricuao” y “El Cafetal” de Raúl Leoni. Apenas localmente se dejan sentir hoy algunas actividades de alcaldías como las de Chacao y Baruta (Hernández, 2005).
La difusión cultural que acompañó al establecimiento político de la provincia, necesitó “hacer (un) espacio”, un hueco de habitación, una morada, en medio de la selva del espléndido valle. Urbanísticamente bien edificada con respecto a su entorno, Caracas hubiera sido hoy en las giras turísticas, la ciudad del valle tropical por excelencia, como Venecia es de los canales. Así nos la describieron los viajeros del siglo XVIII. Su historia salvó rápidamente la suerte de refugio fundacional contra los piratas del mar, para pasar a la libertad política tanto frente a la naturaleza, en términos de la primera revolución urbana, como frente a las formas de servidumbre social, según los términos de la segunda revolución urbana en el siglo XIX. Como toda ciudad que ha tenido que cumplir con una “revolución urbana”, Caracas tuvo una inmejorable oportunidad libertaria para realizar una verdadera iniciativa histórica y cultural en la estructura natural y social del territorio. Se construyó su hueco-troquel para la libertad mirando a su vocación de urbe. Su espacio-nada ofrecido para ser objeto de habitación o morada (Marina, 1995, 52-55), resultó pionero en la defensa del derecho de las municipalidades hacia 1560 en la figura de Sancho Briceño. Caracas fue desde su fundación una ciudad donde funcionó la libertad, de suerte que lo demostró a la hora de sonar la independencia política de la nación. En este sentido Caracas fue magnánima.
El problema es hoy día cómo estamos construyendo los huecos troquelados para el vaciado de nuestras relaciones sociales, de suerte que el deber ser de éstas sea una obra limpia, dedicada, una obra de creación. Observamos que en ese espacio-morada vacía, se ha retrotraído el espacio público, a favor del espacio colectivo y presidido éste por el espacio político o espacio del poder de dominio, para utilizar el modelo de Delgado (1999, 194). Emergen así los escenarios amenazantes de la libertad en la sociedad, al tomar la iniciativa sociourbana la acción política del estado populista. La dominación política se amplifica gravemente al intervenir económicamente el espacio público, pues éste termina convertido en un espacio saqueado por el trabajo privado. No hay calles ni aceras para el trayecto libre del peatón y usuario de la ciudad. Aún estrechos, los espacios de las aceras existentes lo “ocupan” como una invasión multitudinaria los buhoneros, como trabajadores informales de la economía. Los dueños de los talleres mecánicos amplían sus locales utilizando a costa del peatón las aceras y sus adyacencias callejeras como estacionamiento de los carros y su reparación. Las aceras tienen el pavimento levantado y se presentan llenas de huecos, así como las calzadas por donde ruedan los vehículos. Es una ciudad convertida en objeto de asaltos por el hampa, insegura por la invasión de terrenos, de edificios, parques y demás zonas verdes, pintarrajeada de graffittis y regada de basura.
Ante esta desmejora del espacio público, aparecen las urbanizaciones blindadas, que al asegurar la privacidad habitacional, dan la espalda al quehacer de la ciudad, profundizando la crisis urbana. La ciudad misma se pone al margen de su principio urbano siguiendo la senda del urbanismo de los arquitectos y de los promotores urbanos. Retrocede y se recluye, se oculta en enclaves-refugios, a la espera de una teoría que la piense como obra humana, así como en espera que haga eclosión la ideología y la acción populista sobre la ciudad. Sobre Caracas, el pensamiento está en la inopia.

D. Caracas y su minotauro.

Caracas que nació para la libertad moderna varios siglos antes que Nueva York, ha venido retrocediendo. En esta medida va sustituyéndose como una ciudad indómita, ilegal dice Arturo Uslar Pietri, originándose como una “urbanización salvaje”. Nada más apropiada la categoría de Castells (1976, XVI). Si el desarrollismo urbanístico echó piqueta a nuestros muros citadinos, no fue ni es menos grave el populismo urbano que ha desvirtuado (le quitó la virtud ética) a nuestra herencia de urbe a la ciudad caraqueña. Sin campesinado, sin reforma agraria auténtica, sin industrialización, pero con recursos inmensos para la exportación de materias primas petroleras y mineras, la economía nacional se ha focalizado en una des-economía de intercambio de bienes de consumo a partir del sector informal de la buhonería. Caracas, como capital de la República ha recibido el impacto mayor, resultando incapaz de atender a las demandas nacionales. En lo que llevamos de tiempos del siglo XXI y bajo un exacerbado populismo, liquidador del sector privado y su libertad, Caracas no sólo no quedó sin soporte económico para mantener su vocación de urbe, ahora además quedó como soporte político sometido para sostener los objetivos comunitaristas de un estado totalitario.
Los renglones para probar esta proposición del desfalco urbano de la Caracas actual son innumerables: los referentes a la infraestructura (falta de vías apropiadas, falta de aceras para los ciudadanos, destrozos de las calzadas y aceras existentes o muy avejentadas); los referentes a los servicios (aseo urbano, planteles escolares, hospitales, policía); los referentes a la economía social (mendigos, niños de la calle, ‘recojelatas’, desempleo, subempleo); los referentes a la ideología: pensamiento antiurbano, aprovechamiento político de la ciudad, idea de la muerte de las ciudades a favor del campo, el fisiocratismo urbano (dejar a la ciudad a su suerte o medios). Creemos que el renglón de la economía informal, expresada en la buhonería, muestra muy visiblemente el problema del espacio público, espacio reducido y explotado inmisericordemente por el estado y la comunidad popular. La producción del espacio puede partir de cero, en la medida que tumbamos la casa, la calle, el parque, y queda el espacio vacío, es decir reducido a su ser que es la nada (véase Sartre, en su Ser y la Nada). Aún haya habido producción creativa previa del espacio y aún a costa de esta producción, es decir, aprovechándola, se puede partir de cero en el problema de la producción del espacio social.
El problema es cómo se paraliza (se reduce a cero) la vocación de urbe de la ciudad de Caracas, a partir de los manejos del estado popular que ideológicamente reflota la etnocultura venezolana de carácter recolector para que cumpla al fin el papel de contracultura urbana. La ocasión es la venta de productos en los espacios públicos por parte de los buhoneros. La disonancia a que está expuesto el espacio público aparece como una conformidad en el colectivo caraqueño. El resto de los sectores: economía formal el industrial, el comercial mayorista, el cliente cómodo, el político que ha politizado el espacio público, aceptan a Caracas con las ventajas de venta favorables y las van aceptando como normales de la ciudad.
Ya la descripción de un renglón socio-urbano ofrece la idea de ciudad que detenta el estado popular, como es el de Pintar el Silencio (Vegas, 2005) de amarillo para distanciarse del blanco original de Villanueva y así disimular su idea superficial de la ciudad. ¿Qué idea puede ofrecer la irrupción de la población que se apropia informalmente de las calles con ocasión de la política popular-urbana que detenta este gobierno? Desarrollamos los aspectos siguientes: La alta ocupación de las calles por los buhoneros; la nueva organización social de las calles ocupadas, y los derechos de propiedad a partir del uso informal, originado en la costumbre.

1) La alta ocupación de los territorios del espacio público caraqueño por parte de los buhoneros, hacen de Caracas una ciudad urbanamente invisible. El Centro de Investigaciones del Conocimiento Económico (CEDICE) selecciona 13 zonas de Caracas más céntrica, diseminadas entre dos sectores polares de la ciudad: Catia y Petare, y contabiliza que a diario se colocan 56.126 puestos de vendedores informales. La hipótesis es que no hay ninguna empresa en Caracas que genere tantos empleos como estas actividades informales de la buhonería. Si identificamos a la buhonería como la empresa informal que explota el espacio público en Caracas, esta empresa emplea como mínimo unas 300.000 personas. Los datos de este aspecto tomamos de Corina Rodríguez Pons, El Nacional, 30 de julio de 2006.
La empresa oficial (el sector público) tiene una oferta de empleos en 2005 de 255.799 puestos de trabajo; en cambio, la empresa privada (el sector privado) ofrece pocos empleos, y aunque la rotación es baja debido a la ley de inamovilidad laboral, sin embargo, en el año 2005 se eliminaron 152.000 puestos de trabajo. La oportunidad de un empleo formal para los nuevos demandantes de trabajo, que suman 352.000 en 2005, y los buhoneros que desean tener esa oportunidad, para beneficiarse con la ley, resulta en realidad inexistente. La empresa privada ha cerrado el 30% de los establecimientos en Caracas, debido en parte a que la mayoría de los puestos de buhoneros ocupó las calles donde se ubican los grandes corredores comerciales. Los investigadores de CEDICE precisan que el comercio informal ocupa 49.072 metros lineales de la ciudad de Caracas en las 13 zonas diseñadas. Su estudio cartográfico determina que 551 manzanas que existen en esas zonas comerciales 358 se encuentran completamente cubiertas de toldos, de suerte que no se ve ni suelo ni calle. “Los buhoneros están en el 67% de los espacios comunes en esas áreas geográficas” (Rodríguez Pons, 2006).
El estudio cartográfico revela cómo, al reducir los buhoneros en el casco central, aumentan en otros centros, como en Sabana Grande, donde ya no sólo ocupan el bulevar, sino que se expande la ocupación a las calles transversales. “CEDICE advierte que ya el 68,92% de las aceras de esas zonas comerciales está obstaculizado por los puestos de los informales” (Rodríguez Pons, 2006). Tal aglomeración de tarantines y trabajadores informales, más la población sobrante en torno a ellos, hace de la ciudad de Caracas una ciudad sin espacio para el uso de la ciudad, llena de los obstáculos que es lo que impide el disfrute del consumo urbano y la vida cotidiana. Significativamente el diseño sociológico de las zonas indica que Caracas es una ciudad de buhoneros: éstos ocupan los espacios públicos que representan la ciudad. Como alternativa a la Caracas como un “supermercado informal” (Hernández, 2006), aparecen los centros comerciales privados, como en extramuros, refugios del disfrute y la cotidianidad, blindados con la seguridad y la venta formal de mercancías. Esto dualiza comercialmente la ciudad y sus espacios que el estado permite para mantener dividida la comunidad citadina y así dominar mejor políticamente las propuestas de la urbanidad civilizada.

2) Cuando convertimos a Caracas en objeto de nuestro imaginario, volamos sobre ella y planeamos mitos, normalmente falsos, pero que nos ayudan a soportar mejor nuestra vida en una ciudad socialmente tormentosa. Esas posibles imágenes que se nos cruzan suelen hacernos vivir equívocamente cuando pretendemos tomarlas como realidad. “Caracas –decía Cabrujas (1997)- es una ciudad, sin visión, sin recuerdos, ni nada que la caracterice, es un campamento”. ¿Qué diría hoy día Cabrujas, nuestro gran intelectual, si asistiera al espectáculo de los espacios públicos de Caracas, a la organización social de sus calles con relación a los buhoneros? Se puede hacer de la imagen del campamento toda una consideración postmoderna como Delgado con su “animal público” (1999) y la ciudad narrada de los escritores, nuestros grandes imagineros: “ciudad de salidas y entradas, de tránsitos” (Pinardi, 2000).
Pero la organización social buhoneril de la ciudad que se disuelve con la caída de la noche, vuelve a reconstituirse con los levantes de la aurora. Esta cadencia de tiempos se torna como una melodía que se ha fijado al territorio de la ciudad. La economía nacional, derrumbada, ha conducido a esta alternativa de trabajar para sobrevivir, a costa de la ciudad. Dicho campamento con sus toldos, sombrillas, carpas, tiendas (todo como señales de una gran acampada, como promesa autocumplida de Cabrujas), cobija al “hecho de que más de 50% de las personas que no tiene empleo en Venezuela se dedique a actividades informales” (Zanoni, 33). El buhonerismo como actividad económica es un componente muy importante dentro de aquellas actividades. Zanoni estima que hay cerca de 18 mil puestos de trabajo, con base en los datos y cálculos del Censo del Comercio Informal de la Alcaldía del Municipio Libertador ya en 2001 (Zanoni, 42). Por supuesto que esta cifra varía de acuerdo a noviembre y diciembre, mayo y junio, como meses estacionales en que se mueve más el comercio.
Si la unidad económica se expresa en los puestos de venta, la unidad social suele ser la familia. La familia que vive en las zonas de habitación popular se traslada y se concentra en las calles y aceras de los corredores comerciales, señalados arriba. Es una actividad de “auto-empleo”, es decir, de trabajo familiar no remunerado como norma general. “En el Estudio sobre los asentamientos del comercio informal, la directora de la Unidad de Análisis de CEDICE, Isabel Pereira, asegura que en cada puesto venden un promedio de 3 personas, pero al menos dos de ellas son empleados informales que reciben menos del salario mínimo”(Rodríguez Pons, 2006). Si la jornada laboral coincide con el día y parte de la noche, hay puestos en Catia y Petare que desarrollan tres turnos, correspondiendo con la mañana, la tarde y la noche, hasta las 10,00. Se puede añadir un sector laboral flotante que en grupos opera en torno a cada tarantín para arrimar comida, trasporte de mercancía y hasta dinero prestado (Rodríguez Pons, 2006)
Al “adueñarse” de las calles y teniendo éxito en su actividad, “emplean” otra mano de obra, con objeto de dedicarse a supervisar el negocio que tienen en otros puestos originados con su emprendimiento. Esta categoría no alcanza sino al 10%; suelen tener además depósitos, transportes y varios empleados (Rodríguez Pons, 2006). Dichos “empleados” se encuentran fuera de la ley y no tienen seguridad social alguna. La “contratación” de este capital humano familiar o no familiar en muy diversas modalidades, evoca a la economía campesina que se caracteriza por la subsistencia, como la de los buhoneros. Es una economía signada por lo mercantil más elemental que apunta a la “imagen de bien limitado”, caracterizado por Foster (1974) en una monografía ya clásica. Si los campesinos carecen de visión de un horizonte de universalidad, los buhoneros tienen también una perspectiva muy recortada sobre la ciudad urbana. Usan la ciudad y la abandonan todos los días, al compás del incentivo del mercado y de las arbitrariedades del poder político.
La estructura originada de la política populista del estado y de las circunstancias comerciales informales, con sus miras recortadas sobre lo societal, no sólo no impiden sino que permanentemente niegan el proyecto de urbe a la ciudad de Caracas. Tal entramado estructural propicia, por su parte abundantes situaciones sociales para las ficciones metafóricas de la ciudad, aptas para las inspiraciones del cineasta, del narrador novelero, del poeta ensoñador y hasta del imaginario del pensador como Cabrujas (Cf. Dolara, 2006; Pinardi, 2006); empero, el científico social, que trabaja desde el principio de realidad, no puede decir que el buhonero como categoría tiene virtudes empresariales, como el “conuquero” no tiene las relativas a la burguesía agraria, ni el vendedor en “taguara” como gerente de un supermercado (Véase, Hurtado, 2001, 100).
Zanoni mismo nos dice que el sector de emprendedores es muy restringido, pero no sólo por etnocultura (el venezolano no es emprendedor, sino improvisador, audaz que quiere decir temerario, según el Economista Emblemático (Cf. Hurtado, 2000, 247)), sino por la misma lógica de la estructura política y mercantil. La forma de actuar en economías de aglomeración (clustres), pese a la demostración de acomodarse rápidamente a la lógica de la circulación mercantil, dicha lógica, empero, apunta a una imagen de bienes limitados, es decir, las existencias del stock no pueden ser nunca infinitas, por más que se aluda a un desempeño empresarial con ocasión del buhonero (Zanoni, 57-58). Este autor refleja una confusión conceptual: una cosa es emprender con proyecto o plan y otra cosa es emprender con el inmediatismo del vivales o audaz; aquél sabrá asumir los riesgo y prever el futuro, a éste le ocurrirá lo contrario. Los factores de cercanía de los tarantines, de los lazos familiares y de amistad, y de otras redes de apoyo como las economías de aglomeración, pueden tener resultados favorables en la medida del manejo de las relaciones primarias, pero no lo tendrán a largo plazo con las secundarias. Lo que interesa aquí es que el proyecto de urbe, de perfección como dice Aristóteles en su Política, no es posible en una situación de sobrevivencia representada por la familia, ni en una de protección o resguardo como lo es la expresada en la aldea, sino en la ciudad. En la ciudad de Caracas ocurre que el margen de sobrevivencia se desarrolla a costa de la seguridad o resguardo de la aldea, y sobre todo radicalmente a costa de la vocación de urbe con la que se fundó y se mantuvo la ciudad de Caracas por varias centurias.

3) Con ocasión de la propiedad colectiva informal, otra vez estamos entrampados con la política del estado populista. Esta vez no en torno a los territorios del alfoz de la ciudad, sino a los espacios públicos que definen esencialmente a la ciudad. Hoy día Caracas es un campamento, pero no de mineros (producción de factoría o colonia), sino de buhoneros (distribución mercantil con base en pequeñas unidades de venta semi-improvisadas). Una factoría no necesita ocupar espacios públicos; una venta semi-improvisada, aunque estable, sí. Dicha actividad informal es una proyección de la vida doméstica en las calles y aceras de la ciudad, es decir, en los sitios públicos de avenidas, parques, plazas, bulevares, etc. La pauta doméstica se convierte en la medida de la dinámica de la ciudad, y, por lo tanto, no sólo de la mera sobrevivencia, sino también de la complejidad de ésta, en cuanto que necesita formas de coacción física en la apropiación privada del espacio público.
“La pugna por los derechos de propiedad de espacios escasos en un sistema económico en el que no existe estado de derecho, como el del buhonerismo, puede ganarse si se han logrado desarrollar, o si se poseen por alguna razón, habilidades para coaccionar físicamente a los otros. Sin embargo, la coacción física se enfrenta, ocasionalmente, con las barreras que imponen las estructuras de las organizaciones locales de base que reclaman un liderazgo no coactivo” (Zanoni, 53).
La ley de la selva no termina con éxito si no garantiza la capacidad de acceder con ventajas colectivas a la propiedad de lo público, lo cual no es posible si “esto implica diversas formas de violar la ley” (Zanoni, 53). La lógica civilizada se rompe cuando la capacidad competitiva reside en cómo se gana ese “derecho de propiedad informal sobre el espacio público. Aquí nos abocamos a dos impasses: 1) el espacio público es monopolizado por los buhoneros; 2) el espacio público se confunde o se diluye en el espacio político, pues los políticos de acción burocrática se convierten en administradores “dueños” definitivos de la decisión sobre lo público.
A la amenaza física y a la monopolización política sobre el espacio público, se añade que la apropiación informal del espacio público termina en privilegios obtenidos a través de los mejores manejos del soborno, la subasta electoral, la corrupción y la violación de los derechos de propiedad. El “éxito” en la agregación del valor económico depende de la habilidad que se tenga de saltarse la ley.
La proyección doméstica que, por su arbitrariedad, también termina deteriorando las instituciones y la ley, no podría alcanzar existencia, si no hubiera un deterioro del sistema político perseguido como tal. El estado, cuyo nacimiento fue para la libertad del colectivo frente a la prescripción de la tribu y al clan doméstico, en Caracas ha perdido la capacidad para hacer que se cumplan las reglas del juego a favor de la ciudadanía. El régimen populista del estado obvia el concurso de la participación general, para orientar el concurso del privilegio particular, en la explotación buhoneril de la ciudad. Su interés se ciñe no sólo en la explotación económica, sino en la corrupción a que conduce el manejo del clientelismo político. Así el estado, como espacio político de la ciudad, explota el espacio público que contienen ontológicamente los gérmenes del proyecto urbano de la ciudad.
Si los territorios citadinos entran en los negociados políticos, es con miras a ofrecer la posibilidad de favorecer una flexibilidad mayor a la oferta de los espacios más demandados. En este sentido los buhoneros innovan hasta las formas de organización para dar “garantías” de estabilidad a los derechos de propiedad informales que logran obtener (Zanoni, 42). Cuando se repasan los conceptos como el de “bienes de propiedad comunal”, lo que viene a la mente es distinguir los espacios que pertenecen al alfoz, identificados como territorios ejidales originados en la comunidad bárbara, la aldea, y los espacios que pertenecen a la ciudad como urbe relativos a identificar los espacios públicos. Los derechos de las tierras ejidales en su redistribución de uso colectivo, terminan en el ejercicio particular de los recursos; empero, en el espacio público, la redistribución de uso colectivo termina en el ejercicio individual del recurso hasta hacer costumbre y ésta “hacerse ley” en el valor de cambio del negociado. Surgen así derechos de propiedad individual, aunque informal, sobre los espacios públicos, deviniendo estos en espacios comunitarios, aunque no formalizados por el estado. En ese juego de propiedad individual pero informal se cuela la acción política del estado populista para deteriorar el espacio público y someter como deudor político al espacio comunitario o colectivo.
El proceso de tenencia del derecho de propiedad colectiva e informal se halla estimulado, y al mismo tiempo detenido periódicamente por las fuerzas políticas. En esta cadencia en que se mueven lo político y lo colectivo, la trayectoria de lo urbano se estanca regresivamente. “La lógica de la escasez regula la asignación de derechos individuales sobre esos espacios donde prefieren ubicarse los buhoneros (zona de tránsito peatonal). En la medida en que el número de buhoneros ha crecido, los espacios libres para el transito peatonal se han reducido. La escasez de espacio ha motivado el surgimiento de organizaciones locales de base que tienen la intención de definir normativas de uso y también de hacer cumplir esas reglas” (Zanoni, 62).
Si el espacio público entra en crisis profunda, también las economías de aglomeración tienen su depresión y su caída, y con ello la crisis misma del espacio colectivo como señal de sometimiento al espacio político. “Esta fase creciente de la productividad promedio llega a un límite que está marcado por la disponibilidad de espacio físico. A partir de este umbral la ampliación del número de buhoneros se hace a costa del sacrificio de una cuota de mercado” (Zanoni, 62). Este manejo de dominación del poder político sobre los bienes de propiedad colectiva afecta el valor de la propiedad pública, dejándola en vilo. Al mismo tiempo que el estado legitima la apropiación individual del espacio a que accede el buhonero, también señala que dicho espacio sigue siendo de carácter público, y, por consiguiente, está sujeto a permanente renegociado político y económico. El deterioro económico acontece por exceso de buhoneros, y a su vez este exceso se convierte en un gran motivo de preocupación de política pública, aprovechada para el negociado político. “El incremento y pervivencia del buhonerismo tienen un impacto notable y dramático sobre la vida en la ciudad. Los notorios efectos colaterales derivados de su dinámica afectan a los ciudadanos y pueden ser considerados como un efecto evidente de ‘sobreexplotación’ de un recurso” (Zanoni, 64).

En conclusión, la vocación de urbe de la ciudad de Caracas se ve truncada en la medida en que se reducen los espacios de movimiento de un colectivo que aspira a la “perfección” (Aristóteles). El espacio público recoge en su ser y pensamiento esa libertad en todas las direcciones de la posibilidad y la expresa como objetivación ética en un proyecto de sociedad. Una ciudad sin espacio público (o un espacio público escamoteado), compulsa a los ciudadanos a regresarse en la ilusión de la “comunidad bárbara” o a refugiarse en su libertad de pensamiento a la espera de tiempos de civilidad. Si los ciudadanos no crean tejidos sociales (asociaciones y movimientos) como contra-política para enfrentar al estado populista y al mercado informal, entonces el estado se queda con toda la existencia de la ciudad, es decir, ejercerá su dominio absoluto a costa del derecho a la ciudad (Lefebvre, 1975) y a costa del derecho de la ciudad a desarrollar su vocación de urbe.
El drama de Caracas consiste también en el bajo tenor de su “comunidad bárbara” que por lo mismo ejerce el papel de una contracultura premoderna. El “animal”, es decir, la etnocultura, puede transformarse en un minotauro, representando éste a una cultura particular, como la etnicidad caraqueña, que no sólo contiene un escaso aliciente para elaborar lo urbano de la ciudad, sino que también genera obstáculos y dificultades cuando la propia ciudad propone orientarse hacia la urbanidad. Esta expresión etnocultural antiurbana toma cuerpo en uno de sus realidades de acción como es la del buhonerismo, concebido como un minotauro que amenaza desde su laberinto (Briceño, 1994) a la ciudad de Caracas, con el propósito de reducirla a una Torre de Babel. En suma, los tiempos de extravío socio-urbano para la ciudad de Caracas están signados por el predominio aplastante del espacio político, que al sobre-explotar la ciudad con motivo de la actividad del buhonerismo en el espacio colectivo, despoja, como contraparte, al espacio público de su vocación de urbe, de no saber a donde se orienta, y nos oriente a su vez, la ciudad caraqueña.

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XII Jornadas de Reflexión de la Fundación Francisco Herrera Luque
Centro Latinoamericano Rómulo Gallegos,
Caracas, 16 al 19 de Octubre de 2006


EL ANIMAL URBANO. Ensayo sobre la Ciudad de Caracas en Tiempos de Extravío.


RESUMEN

La ciudad tiene doble cara: la expresada por la comunidad y la que proyecta la urbanidad. Una representa la particularidad cultural, así decimos “comunidad bárbara”. La otra, la universalidad societal, como decir la “sociedad civilizada”. Su vocación de urbe otorga a la ciudad el sentido del proyecto de sociedad. El concepto de “animal urbano” analiza cómo en la Caracas actual se dosifica su etnicidad y su urbanidad. La cultura matrisocial indica la dificultad de cómo la ciudad de Caracas carece de la vocación de urbe, aprovechada por el estado populista. Se muestra en los hechos: 1) el de una ciudad sitiada en su casco urbano; 2) el de un pensamiento alienado sobre la ciudad con que viven sus habitantes. El buhonerismo constituye el renglón ponderado de la demostración, pues se expresa en la alta ocupación del espacio público por excelencia (la calle), en su organización restauradora de un comunitarismo familiar, y en el dominio del espacio público por el estado populista que sobreexplota la propiedad pública como informal y como apoyo para sustentar su poder sobre la sociedad urbana.


Palabras claves: ciudad, urbanidad, etnicidad, estado populista, matrisocialidad, buhonerismo.
Publicado en: Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura, FACES-Universidad Central de Venezuela, Enero-Junio 2010 y Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal http://redalyc.uaemex.mx/